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Microplásticos, esos falsos nutrientes que acaban con las aves marinas en Canarias

La confusión visual con el alimento y el olor que producen la adhesión de organismos a los plásticos, similar a su comida, está detrás de una amenaza que se agrava día tras día.

La elevada concentración de plásticos en el archipiélago canario está poniendo en peligro a las aves marinas, especialmente a la pardela cenicienta. La adhesión de fitoplancton y otros organismos a los elementos plásticos y cuyo olor es similar a su alimento se encuentra detrás de una situación que ya ha sido señalada por el Grupo de Ecofisiología de Organismos Marinos (Eomar) como una de las consecuencias de la contaminación por plástico.

Alicia Herrera Ulibarri es investigadora del grupo Eomar del Instituto Ecoaqua, adscrito a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y enfocado desde 2015 en el estudio de “la contaminación por plásticos, sobre todo por microplásticos, aquí en Canarias”. Entendiéndose microplásticos como piezas de plástico con un “tamaño menor a 5 milímetros”, este grupo de la ULPGC se ha dedicado en los últimos cinco años a investigar su presencia en playas, “en la superficie del mar y en el contenido estomacal de peces” y la existencia de contaminantes químicos en los microplásticos.

Y, ¿qué ocurre con la pardela cenicienta? Especie protegida y afincada no solamente en Canarias, es un ejemplar de pardela, una “de las especies de aves marinas más afectadas” ya que poseen quimiorreceptores que detectan el dimetil sulfuro, “este olor a mar”, especifica Alicia Herrera. Este es, junto a la confusión visual con su alimento, uno de los motivos que señala la investigadora para la amenaza medioambiental que sufren estas aves. “Hay estudios publicados que apuntan a que, a los microplásticos, los plásticos en general en el mar, se le van incrustando organismos, lo que se conoce como biofouling”. Este olor se asemeja al de su comida y provoca que se alimenten “guiándose por estas señales químicas”.

Enredos, asfixias, amarramientos… Existen diferentes peligros asociados al plástico, pero la ingestión es la que más destaca en estos casos. “Su sensación es que han comido, pero realmente lo que están comiendo no tiene ningún nutriente, y muchas veces mueren de hambre con el estómago repleto de plástico. Eso pasa mucho en las aves”. Herrera añade además las características físicas como causante de las muertes. “Tienen el buche muy grande y la cloaca muy pequeña. Eso significa que pueden comer plásticos de gran tamaño pero, al no digerirse, no lo pueden defecar con lo cual se acumula”. Plásticos que pueden ser de cualquier tipo, como bolsas, redes de pesca o fibras sintéticas de la ropa y que, según señala la investigadora, evidencia que “cualquier elemento se convierte en un potencial peligro para las aves”.

Este potencial peligro se traslada a datos y previsiones en diversas investigaciones. Un estudio de 2012 realizado en Canarias recoge, por ejemplo, que el 83% de los pollos de pardela cenicienta “que se estudiaron tenían microplásticos en el estómago”. Alicia Herrera señala este número como consecuencia de la transferencia de los padres a los pichones, provocando que haya de media “ocho fragmentos de plástico por individuo”. En un sentido general, un estudio de 2015 “estima que el 90% de las aves marinas a día de hoy han ingerido plásticos” y esta cifra asciende hasta el 99% estimado para 2050 donde prácticamente el 100% “de las especies de aves marinas habrán tenido plástico en su estómago y el 95% de los animales lo habrán comido en algún momento de su vida”.

Niveles tan elevados como estos provocan que “cientos de miles de aves mueran al año como causa del plástico, de la contaminación por plástico”, recuerda Alicia Herrera. Muertes que reducen el número de individuos y de nacimientos y que, sumadas a las presiones por la mano del hombre, “causan un daño ecosistémico bastante grave en algunos casos”, como podría ser la desaparición. Para “especies vulnerables o en peligro de extinción”, como es la pardela, la contaminación por plástico, junto con la presión turística o la contaminación química, puede ser el detonante que acabe con ellas. A esta amenaza por plásticos también se enfrentan animales como tortugas, cetáceos y peces. Fue en estos últimos ejemplares con los cuales Eomar llevó a cabo un estudio donde, de las 120 caballas analizadas, “el 78% tenía algún tipo de microplástico en el estómago”.

La existencia de estos elementos en el interior de los organismos marinos no es fortuita. Con el incorrecto descarte de residuos en vertederos y a través de los ríos, el plástico “termina llegando al mar” en tal cantidad que “se estima que llegan unos 8 millones de toneladas de plástico todos los años”. La industria pesquera, con redes de pesca muchas veces descartadas o perdidas en el océano, y la agrícola son dos fuentes más del vertido de elementos “que pueden permanecer 150 o hasta 400 años en el mar”.

Desde que comenzó a consumirse comercialmente en la década de 1950, y cuya producción se situaba en los 2 millones de toneladas, el plástico ha aumentado hasta los 380 millones actuales. Nueva producción a la que se añade “el 79% de todos los residuos que se produjeron desde 1950” y que “aún permanece en el ambiente”. Estos datos, señala Alicia Herrera, han propiciado la estimación de que en 30 años haya “12.000 millones de toneladas de plástico en los vertederos y en la naturaleza”.

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Los plásticos dejan hasta 15 sustancias químicas en el estómago de las aves marinas

Un estudio añade una nueva evidencia sobre el impacto de los compuestos del polímero en el mar: se deprenden rápido y hay de todos los tipos.

Las aves marinas viven con plástico en su estómago y esto se sabe, al menos, desde los años setenta, cuando se registró por primera vez su presencia. Una década después, otro estudio aseguraba que el 90% de los pájaros tenía restos de este material en su organismo. La comunidad científica ya manifestaba una preocupación por los compuestos tóxicos que podían emanar. La situación ha ido a peor treinta años después. “No puede ser nada bueno”, afirma Richard C. Thompson, director del Instituto Marino de la Universidad de Plymouth (Reino Unido).

Los fulmares eliminan el 75% de este material por excreción, pero lo vuelven a ingerir una y otra vez al alimentarse. Un estudio publicado este miércoles en Frontiers demuestra que este plástico omnipresente desprende hasta 15 sustancias químicas, entre ellas plastificantes, antioxidantes, estabilizadores de radiación ultravioleta, retardantes de llama y conservantes, en el estómago de estas aves. Al principio del año, otro estudio publicado en Current Biology demostró que esas sustancias se desplazaban a los órganos y tejidos de las aves marinas.

Los plásticos tardan unos meses, o incluso un año, en salir del organismo en el caso de que el pájaro no vuelva a ingerir más cantidad. “No sabemos exactamente cuánto tiempo se queda ahí, pero lo que está claro es que estos animales siempre tienen plástico”, afirma Susanne Kühn. La transferencia de estas sustancias va muy rápido. Para confirmarlo, los investigadores agregaron a los aceites estomacales de 50 aves muertas, una mezcla de referencia de microplásticos derivados de la basura marina y, por separado, una muestra de poliestireno. En tan solo ocho horas, ya se veía la degradación de muchas de esas sustancias.

Los fulmares son muy propensos a este fenómeno debido a su metabolismo, pues la presencia de aceite en su estómago fomenta, en cierto modo, la transferencia de algunos de estos aditivos. Pero este riesgo se puede aplicar a muchas otras especies que ingieren accidentalmente plástico y que viven con este material durante varias horas que poco a poco se degrada. Algunas aves regurgitan lo que comen, así como las cáscaras o los caparazones de los crustáceos, y eso hace que tengan menos cantidad de plástico en el estómago a largo plazo. Aun así, es suficiente para que este material nocivo deje huellas en su organismo “Es cierto que lo más inquietante son aquellos casos como los fulmares, pero tenemos que estar pendientes de cualquier otra especie”, insiste la experta.

El aceite de estómago de los fulmares del norte con plásticos añadidos.
Estas sustancias pueden ser cancerígenas, disruptores endocrinos o tener otros efectos negativos, pero aún se desconoce su impacto real y actual. Es difícil saber los daños que ocasionan a ciencia cierta porque está prohibido trabajar con animales en cautividad y sería, por ahora, la única manera de averiguarlo. Pese a esta ceguera, un estudio de 1987 no detectó obstrucciones intestinales y solo habla de pocos casos de daño físico en los más de 400 ejemplares de 25 especies de aves marinas analizadas. En su momento, los resultados sugerían que el plástico ingerido no suele afectar la eficiencia digestiva en estos animales. Sin embargo, con el tiempo, los aditivos han evolucionado y no paran de salir nuevos para mejorar la calidad del plástico. ¿Cuál es la sustancia más inquietante de todas? “No me preocupa una sola, sino el hecho de que hayamos detectado tantas distintas y de todo tipo”, contesta la autora del nuevo estudio. Ahora, el objetivo es extender su trabajo a un entorno más realista y a otros tipos de plásticos, como el poliestireno por ejemplo, y ver qué sustancias o mezclas desprenden de ellos.

Soluciones e incógnitas

Para Thompson, este estudio es un conocimiento adicional importante para la comprensión del daño potencial y toxicológico causado por los plásticos. Sin embargo, bajo su punto de vista, ya se conoce el impacto nocivo de este material, por lo que la prioridad reside en buscar soluciones y actuar. La principal según él y las otras expertas consultadas: actuar sobre la producción del plástico y mejorar su diseño.

Khün opina que estandarizar el plástico, además de reducir el consumo, sería una buena vía de escape a este túnel sin salida. “Desconocemos todavía muchos aditivos que se incorporan en los plásticos en la producción y que se encuentran hoy en la playa o el mar. Fabricar plástico del mismo tipo ayudaría a entender y manejar mejor su deterioro y su impacto sobre el medio ambiente”, propone la experta.

Plásticos restantes en un filtro después del experimento.
En armonía con este discurso, Cristina Romera asegura que es importante más investigación sobre el efecto de los aditivos del plástico porque estos podrían ser peores para los organismos que los de los propios polímeros. “El tema de estas sustancias es amplio y se sabe muy poco. Además, muchos de ellos son desconocidos porque los fabricantes de plástico no suelen decir la composición de estos”, remata. La especialista en degradación de este material explica que hay muchas otras sustancias que van sustituyendo las que están prohibidas, tal y como ocurrió con el Bisfenol A (BPA). “Van saliendo nuevos aditivos y no da tiempo a hacer pruebas para conocer sus efectos en los organismos. Estaría bien conocer la composición de los plásticos como se hace con los ingredientes de los alimentos. De esta manera se podrían hacer más pruebas específicas”, propone. “Podríamos controlar mejor su impacto”, añade.

Mientras que se desconoce el daño que ocasiona en el organismo, se tiene muy claro que el plástico está en todas partes. “Es un problema para nosotros como para los animales”, especifica Romera. Antes de concluir, la experta menciona un informe llevado a cabo por la Universidad Autónoma de Barcelona y por el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), en el cual Miquel Porta y su equipo analizaron la presencia de aditivos provenientes del plástico en la orina de varios voluntarios de distintas edades y en todas ellas se encontraron varios tipos de sustancias.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / AGATHE CORTÉS

Los microplásticos también han llegado a las montañas

La cantidad de partículas plásticas en el Pirineo es similar a la de París o las ciudades industriales chinas

Ni las grandes montañas se libran del plástico. Un estudio ha hallado en lo más recóndito del Pirineo una concentración de microplásticos similar a la que se pueda encontrar en una capital como París o las industriosas ciudades chinas. Llevadas hasta allí por el viento, las partículas plásticas pueden recorrer muchos kilómetros hasta caer arrastradas por la lluvia o la nieve. En las cordilleras, valles y otros ambientes naturales podría estar el plástico que falta en las estadísticas.

De los 335 millones de toneladas de plásticos creadas en 2016, unos sesenta millones se hicieron en Europa, según datos del sector del plástico. Ese mismo año, llegaron a las plantas de reciclaje y basureros 27,1 toneladas. Aunque muchos materiales plásticos están diseñados para durar años o décadas (como los del salpicadero de un coche o los aislantes de muchos edificios), diversos estudios han estimado que un buen porcentaje acaba en el mar, los más optimistas hablan del 10% de la producción anual. ¿Dónde está el resto?

En la estación meteorológica de Bernadouze, en la parte francesa de los Pirineos, miden la temperatura del aire, la velocidad del viento y su dirección, la lluvia o la altura de la nieve si la hay. Pero durante cinco meses entre 2017 y 2018 también registró la cantidad de plástico que caía del suelo. Los resultados, publicados ahora en Nature Geoscience, muestran que hasta esta estación, situada a 1.425 metros de altura y alejada veinticinco kilómetros del primer pueblo digno de tal nombre, llega una media de 365 partículas por metro cuadrado y día.

«La cantidad de partículas de microplásticos encontradas al estudiar los remotos Pirineos está dentro del rango de la cantidad hallada en una megaciudad como París», dice la investigadora del Laboratorio de Ecología Funcional y Medio Ambiente (EcoLab, con sede en Toulouse, Francia) y coautora del estudio Deonie Allen. En efecto, dos recientes estudios realizados en la capital francesa (aquí y aquí) recogieron un número de fibras de plástico comparativamente similar. También, la cifra supera la parte superior de la horquilla obtenida en Dongguan, una populosa ciudad china de más de 8 millones de habitantes, donde se está realizando un amplio estudio sobre la presencia de microplásticos en el aire que ha estimado un rango de entre 175 y 313 partículas por metro cuadrado y día.

Este nuevo trabajo encontró plásticos de casi todo tipo, fragmentos, fibras y filme, el usado en las bolsas de plástico. Identificaron algunos esféricos, pero su desgaste les impidió confirmar que fueran microesferas, que aún usan algunos cosméticos. En cuanto al tamaño, la mayoría de los fragmentos tenían un diámetro menor de 50 micras (milésima parte de un milímetro) y casi todas las fibras y filme no superaban las 100 micras de largo. Los plásticos más abundantes son el poliestireno y el polietileno. Ambos se usan para hacer bolsas y envases y, en teoría, son reciclables. Otra gran categoría, con el 18%, son las fibras de polipropileno, habituales en la industria textil.

El profesor de la Universidad de Tecnología de Guangdong, Jinping Peng, lleva años estudiando la contaminación atmosférica por microplásticos. Aunque no ha intervenido en el estudio de los Pirineos, recuerda que, en sus trabajos monitoreando las deposiciones en Dongguan y distritos de alrededor, la cantidad de microplásticos estaba relacionada con la densidad de población. «Pero puede haber otras razones que afecten a la abundancia de microplásticos, como la velocidad y dirección del viento que pueda explicar que haya una concentración similar de microplásticos en los Pirineos», dice.

Dado que no hay grandes centros urbanos cerca que expliquen tal concentración, solo el transporte aéreo puede explicar que hayan llegado hasta allí. Estudios anteriores ya habían demostrado que las bacterias pueden viajar miles kilómetros hasta llegar a montañas como las de Sierra Nevada y las incursiones de polvo sahariano hasta el centro de Europa son bien conocidas. Los fragmentos de plástico pueden ser aún más pequeños que un grano de arena y las fibras y film aún tiene una mayor capacidad para flotar. Así que la respuesta estaría en el viento.

«Lo que podemos demostrar de manera inequívoca es que están siendo transportadas allí por el viento», dice en una nota el investigador de la Universidad Strathclyde (Reino Unido) y coautor del estudio, Steve Allen. Usando un modelo alimentado con las velocidades y trayectoria de los vientos y los datos de deposición, pudieron estimar que las micropartículas llegaban hasta las montañas desde al menos 95 kilómetros de distancia. Pero Toulouse, Zaragoza o Barcelona están aún más lejos de esa distancia y con las dos segundas el plástico aún tendría que superar mucha más montaña. Es lo siguiente que quieren investigar, cuánto puede viajar el microplástico por el aire.

En Dongguan, una ciudad industrial china de 8 millones de habitantes, la concentración de microplásticos era menor que la hallada en el Pirineo

Para el investigador de la Universidad París-Est Rachid Dris, especializado en el estudio de los microplásticos en entornos urbanos, «estos pueden llegar a cualquier parte, como se ha comprobado en todos los hábitat, incluidos los más lejanos, como los lagos remotos o el Ártico, por lo tanto, ya se consideraba al aire como una importante ruta de transporte para microplásticos»·. No relacionado con este estudio, a Dris no le sorprende que ahora los hayan encontrado en los Pirineos. «Es evidente que las condiciones meteorológicas desempeñan un papel: los microplásticos probablemente sean transportados en los momentos de mayor viento y caen cuando aminora. Además, la nieve y la lluvia pueden provocar un arrastre que aumente la deposición de estos microplásticos», añade.

Queda por saber cómo afectan los microplásticos a la salud humana. Encontrados ya en el intestino humano, todos los investigadores mencionados en este artículo creen obligado y urgente determinar el impacto de una bocanada de aire repleto de plásticos.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / MIGUEL ÁNGEL CRIADO

Rebeldía indígena contra los envases de plástico

San Pedro La Laguna, al occidente de Guatemala, lidera una cruzada medioambiental que puede servir como ejemplo en otras comunidades.

El primer municipio de Guatemala donde está prohibido el uso de plásticos es el de una pequeña comunidad indígena. San Pedro La Laguna, al occidente del país, con su alcalde Mauricio Méndez a la cabeza, ha dado un paso adelante que puede servir de ejemplo. “Este pueblo ha sido cómplice y protagonista de las locuras en relación con el medioambiente”, dice Méndez.

El regidor se encontró con su iniciativa a mucho incrédulo, sobre todo porque una situación como esta no es usual en Guatemala. “No ha sido sencillo, muchas de las personas nos sentimos perdidas al principio”, dice Julia, una vendedora del mercado local. “Con el tiempo, e información, fuimos entendiendo lo de ayudar al medioambiente”.

La idea de prohibir el plástico no fue solamente por razones ambientales. Méndez cree que abordar la vida de un pueblo y su desarrollo desde un punto de vista integral, ofrece mayores garantías de éxito que hacerlo de manera aislada. “La idea es generar oportunidades sostenibles. No se trata de ser solamente ambientalistas, sino también apoyar a las mujeres, al sector agrícola y al comercial”, dice Méndez.

Y esa visión le ayudó a crear un sistema en el que todos los ámbitos del pueblo se sintieran partícipes del cambio de hábitos. “Es bastante sencillo realizar labores de limpieza. Las jornadas no llevan más de dos horas”, añade. Según la Municipalidad de San Pedro, hasta el 90% del pueblo se ha subido al barco de la no utilización de plásticos de un solo uso.

De vuelta a las raíces culturales

Si algo ha cambiado con el acuerdo emitido y aprobado en octubre de 2016, ha sido la vuelta a prácticas tradicionales que se estaban perdiendo. El uso de servilletas con motivos mayas dio paso a pequeñas bolsas plásticas para las tortillas, por ejemplo. De acuerdo con la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del Lago de Atitlán y su Entorno (AMSCLAE) solamente en Panajachel y San Lucas Tolimán, dos de los 15 municipios que rodean al lago de Atitlán, se utilizan 15.000 bolsas plásticas para tortillas a la semana. Ahora las personas traen sus bolsos de tela y de palma para llevar sus compras. La carne, el pollo y el pescado se envuelven en hojas de plátano.

La educación ambiental la que desempeña un papel determinante. No por concienciar acerca de la problemática con el plástico, sino también a la hora de inculcar valores propios de la cultura tzu’tujil. “Ahora vemos el cambio en las casas. Son los niños quienes nos ayudan a los adultos a tener nuevos hábitos, que, de alguna manera, nos lleva a retomar algunos viejos”, cuenta Ángela Rosarina, una tejedora y artesana de la localidad.

El Congreso de Guatemala se encuentra en proceso de aprobar una Ley que regule el uso de plásticos, debido a la grave contaminación de ríos y lagos del país. Hasta que no salga adelante, la gran mayoría de municipalidades no se animan a emular lo hecho en San Pedro La Laguna. “No existe un marco legal que los proteja”, dicen desde AMSCLAE.

Reutilización y cambio de dieta

Después del paso del huracán Stan en 2005, que soterró a toda una comunidad de Santiago Atitlán y mantuvo en precarias condiciones a la mayoría de habitantes de la cuenca, Sussana Heisse, una exprisionera de la extinta Alemania Oriental y residente en Guatemala durante más de 30 años, ideó una solución a la destrucción: usar las botellas Pet como material de construcción.

El Congreso de Guatemala se encuentra en proceso de aprobar una Ley que regule el uso de plásticos, debido a la grave contaminación de ríos y lagos del país

“Surgió la idea de meter las bolsas plásticas dentro de las botellas. Cada turista toma tres litros de agua, lo que son muchos envases”, dice Heisse. En principio, lo que se buscaba era concentrar la basura. Luego, se vio el potencial de estos envases plásticos, llenos de más plástico compactado, como un posible material de construcción.

Y fue así como nació el ecoladrillo y con él, el deseo de la población de San Marcos de contribuir a reducir la contaminación mediante la separación de la basura. “Lo que la gente entendió es la importancia de separar y clasificar los desechos que producimos diariamente”, añade Heisse.

Los ecoladrillos fueron muy importantes en la reconstrucción de algunos hogares, así como la escuela de San Marcos en 2005. “Se necesita mucha inversión en algo como esto. Simplemente no pudimos continuar con ello”, se lamenta Heisse, quien a través de su ONG Pura Vida Atitlán ha dedicado los últimos 15 años a educar a los niños y niñas sobre temas ambientales y la importancia de evitar el consumo de frituras y comida chatarra.

Aunque continúa apoyando este material, su idea es la de ayudar a entender acerca de los peligros que la comida chatarra, o chucherías, y otros alimentos refinados y procesados presenta para la salud de las personas. A través de Pura Vida Atitlán ha editado varios libros educativos, que han sido reutilizados por el Ministerio de Educación, en los que hace una comparativa entre los aperitivos naturales, como las frutas, versus los procesados.

Solamente en Panajachel y San Lucas Tolimán, dos de los 15 municipios que rodean al lago de Atitlán, se utilizan 15.000 bolsas plásticas para tortillas a la semana

“Un banano es más sano y lo compras de tu paisano hermano”, le dice a unos niños que pasan a saludarla. “Guatemala pierde más de 500 millones de quetzales [unos 57 millones de euros] de beneficio económico que va a parar a las arcas de empresas transnacionales. Aquí nos quedamos solo con enfermos de gastritis, úlceras, diabetes y con montañas de basura”.

En esa línea, Méndez comenta que uno de los objetivos que persigue actualmente es la de mostrar a las marcas la cantidad de basura que sus productos producen. “La idea es tener un control de todo lo que consumimos para minimizar la contaminación”, apunta

No todo es fácil

El cambio ha traído grandes beneficios. El primero, la imagen de ser un lugar amigable con el medioambiente, lo que generó el aumento de un 300% en el turismo. “Eso ha significado un aumento en el comercio, los hoteles y toda la economía del pueblo”, dice Méndez.

Sin embargo, si bien hay algunas facturas que se han reducido, como la del consumo de energía eléctrica y el pago de cuadrillas para la limpieza subacuática del lago, la venta de materiales clasificados aún no levanta. Uno de los planes es involucrar a los grupos de mujeres, para que sean ellas quienes clasifiquen y vendan la basura y así generar sus propios ingresos.

Está, también, el tema de las demandas que la Gremial de Fabricantes de Productos de Plástico interpuso contra Méndez, por considerar inconstitucional la prohibición del plástico. “Atenta contra el libre comercio”, aducen. En la misma línea se expresó el congresista Fernando Linares, quien se opuso a la aprobación de la Ley contra el uso de bolsas plásticas. “La bolsa plástica es de gran utilidad. No hay que castigar a la industria de bolsa, sino a quien la bota sin ningún control”, dijo durante su intervención en el pleno del Congreso.

Todo esto asusta a otras corporaciones municipales que anhelan por aprobar iniciativas similares a las de San Pedro. Sin embargo, ninguna de estas presiones ha hecho retroceder a Méndez. “Irnos separando de los plásticos es muy exitoso. Como pueblo se están dando pasos, muy pequeños, pero que han logrado demostrar al mundo lo que somos capaces, como no ser codependientes de productos que no son de beneficio para el planeta”, concluye.

FUENTE: EL PAÍS / Jorge Rodríguez .

El activista que consiguió que Kenia dejara de usar bolsas de plástico

En 2013, James Wakibia decidió coger su cámara y tomar fotografías de los montones de desechos que había acumulados en su ciudad. Cuatro años después, su Gobierno tomó una decisión pionera

ames Wakibia nunca hubiera pensado que terminaría convirtiéndose en un activista por el medio ambiente. Tampoco que a su campaña por Twitter con la etiqueta #banplasticsKE (prohibir los plásticos en Kenia) se sumarían miles de personas, compartiéndola por las redes sociales. Su historia empezó cuatro años antes de que el gobierno de Kenia en 2017 aprobara la ley que prohíbe las bolsas de plástico, y es un buen ejemplo de cuan lejos se puede llegar con el activismo.

Cada mañana James solía andar de camino al trabajo por la carretera que atraviesa Gioto, el mayor vertedero de la ciudad de Nakuru, a 150 kilómetros de Nairobi. Desde allí hay una vista fantástica de la ciudad rodeada de colinas verdes que terminan en el lago Nakuru, una joya de parque natural en el Gran Valle del Rift. Pero lo que le molestaba era la gran cantidad de basura y plásticos acumulados en los arcenes que sobrepasaban los límites del vertedero: “Las bolsas  colgaban de los árboles, las botellas de refresco se acumulaban en las charcas, y las cabras que pacían por allí solo encontraban eso para comer” recuerda.

Fue en el año 2013 cuando decidió coger su cámara y tomar fotografías de los montones de desechos, la mayoría bolsas de un solo uso de los supermercados, que había acumulados. Las imágenes las colgaba en una cuenta de Twitter llamada The streets of Nakuru (las calles de Nakuru) donde pedía el cierre del vertedero de Gioto. Al mismo tiempo, consiguió reunir más de 5.000 firmas de los vecinos que envió a las autoridades medioambientales del condado. “Hicimos mucho ruido hasta conseguir el compromiso gubernamental de que el vertedero estaría mejor gestionado y la basura ya no se acumularía en la carretera”. Pero con la llegada de la estación de lluvias, el agua y el viento volvieron a arrastrar a montañas de plástico en el mismo lugar.

“Entonces me di cuenta de que el problema era que usábamos demasiadas bolsas de plástico”. Pone como ejemplo: “Hace dos años cuando ibas al supermercado te daban más de seis bolsas: una para el pan, una para los cereales, una para las toallas sanitarias y otras cosas del baño, otra para la comida… Y como pesaba mucho, ¡te ponían una más grande para que no se rompiera!”.

Un estudio de Naciones Unidas realizado antes de la prohibición puso cifra a este malgasto: cada año en Kenia se daban en los comercios cien millones de bolsas de plástico. En un país con serias carencias en la gestión de residuos y basura, el destino de ellas era terminar quemadas en vertederos descontrolados como el de Gioto o acumularse en los ríos y lagos del país hasta llegar al mar.

Dos años más tarde, lo que había sido hasta entonces un pasatiempo para ayudar a la comunidad se convirtió en un una obsesión para Wakibia. Sacaba tiempo de donde fuera para compaginarlo con su trabajo y su familia: “Cada día recorría la ciudad, tomaba fotos, las colgaba en Internet, escribía artículos para los periódicos pidiendo la prohibición de las bolsas de plástico, organizaba manifestaciones… Aunque no ganaba dinero, estaba decidido a continuar”. Con mucho esfuerzo y persistencia las cuentas que gestionaba en redes alcanzaron más de 20.000 seguidores, con centenares de retuits en Nairobi y Mombasa que le permitieron conectar con otros activistas medioambientales del país. A la campaña le dieron likes otros periodistas, blogueros, artistas, diseñadores, modelos y demás influencers… Hasta que la miembro del gabinete del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales Judi Wakhungu tuiteó con su etiqueta: #IsupportbanplasticKE (apoyo la prohibición de los plásticos).

Ahora #ReThinkplastics

Hoy, James se pasea por el mercado de Nakuru con su cámara en el hombro y una camiseta donde se lee #Rethinkplastics (repensar los plásticos). Se para en una tienda, pide medio kilo de azúcar y se lo dan envuelto en plástico. “Esto es ilegal, no me lo puedes vender así” dice. “Perdona, tengo aquí las bolsas de tela” se excusa la vendedora. A pesar de que situaciones como esta no son del todo extrañas, James asegura que “las bolsas de plástico han desaparecido del día a día, ahora las calles de Nakuru están mucho más limpias y la gente está más concienciada”.

Desde Nairobi, Amos Wemanya, de Greenpeace Africa, también ve las calles de la capital menos sucias, y cree que en las tiendas y supermercados se respeta la prohibición. Wemanya remarca la importancia de que la medida se haya extendido desde hace unos meses a todo tipo de plásticos de un solo uso como vasos, bolsas, cañitas y botellas que ya no se podrán usar en los parques naturales, las playas y los bosques protegidos en todo el país.

Con la prohibición actual solo resolvemos la mitad del problema ya que aún quedan muchos otros plásticos que se usan a diario y que terminan en el medioambiente

Amos admite que aún hay mucho espacio para mejorar: “Con la prohibición actual solo resolvemos la mitad del problema ya que aún quedan muchos otros plásticos que se usan a diario y que terminan en el medioambiente”. Otro reto que señala es la necesidad de hacer frente al contrabando ilegal de bolsas desde Uganda “por lo que haría falta una legislación común en toda África del Este para evitarlo”. Ruanda y Tanzania ya han dado este paso.

Si bien existen alternativas al plástico, es cierto que las bolsas de yute, papel, tela o sisal son más caras de producir y el coste se traslada a los consumidores. Pero para Wemanya son la única alternativa posible, además de la inversión y la apuesta “en soluciones ecológicas que permitan la reutilización o en las botellas que se puedan rellenar”.

Concienciar sobre el consumo y hacer pasos hacia la prohibición de las botellas de plástico son las siguientes campañas que se propone James, que ahora se conecta con activistas en Austria, Sri Lanka o Zambia para intercambiar experiencias. Él tiene claro que aunque haya menos plásticos en la carretera de Nakuru que toma cada mañana para ir a trabajar, el problema aún esta lejos de desaparecer.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS -  PLANETA FUTURO/ OSCAR GELIS PONS .

Las Islas Galápagos luchan contra un terrible y silencioso enemigo: el plástico

Las corrientes marinas arrastran plásticos hacia las costas del archipiélago desde lugares tan alejados como Chile, Perú o el continente asiático, y pueden transportar especies invasoras

El archipiélago de Galápagos en Ecuador, el laboratorio viviente en el que el científico inglés Charles Darwin desarrolló su teoría sobre la evolución de las especies, avanza en su lucha sin cuartel contra un mal que le llega de fuera: el plástico. Y es que las corrientes marinas arrastran plásticos hacia todas las costas del este de las islas, un tema «preocupante», según el director del Parque Nacional Galápagos, Jorge Carrión.

A tenor de las marcas de los envases encontrados durante las limpiezas de las playas, los plásticos llegan desde las costas de Perú, Chile, Centroamérica «y una importante cantidad de residuos con marcas asiáticas», aseguró Carrión a Efe. Aunque no tienen un dato exacto de la cantidad de toneladas de plásticos que puede haber en las costas, el experto recordó que en 2018 recolectaron 22 toneladas y la semana pasada 4,5 toneladas. «Ahora estamos clasificando la basura, que es un trabajo muy, muy minucioso», comentó.

En temas operativos, el municipio de la isla de Santa Cruz coordina el traslado a la parte continental ecuatoriana de los residuos que están en buen estado y pueden servir para reciclar, mientras que los que ya han sido degradados por el sol y la sal van al relleno sanitario de la isla. En el archipiélago de Galápagos, situado a unos mil kilómetros de las costas continentales ecuatorianas, están prohibidos materiales de polietileno expandido y las fundas plásticas tipo camiseta desde el año 2015, una disposición a la que se sumó luego el impedimento de uso de sorbetes (pajitas). Y una nueva escalada en el combate a los plásticos podría darse en marzo próximo con la prohibición total del uso de bebidas en envases plásticos no retornables.

Vehículo de especies invasoras

«La intención es limpiar todas las costas de Galápagos y para eso estamos bien avanzados en la lucha contra los plásticos», apuntó Carrión al insistir en que los plásticos hallados en las costas del archipiélago no corresponden a actividades productivas propias. Por eso, en calidad de presidente pro tempore del Corredor Marino del Pacífico Tropical, Ecuador adelanta diálogos con representantes de otros países para extender la lucha contra los plásticos y tratar de contrarrestar la llegada de esos residuos al mar.

Casa adentro, el trabajo avanza en la construcción de la estrategia general para la lucha contra los plásticos en el archipiélago, famoso por su gran biodiversidad y por albergar especies únicas en el planeta. Junto a la estación científica Charles Darwin, desarrollan un programa de monitoreo para evaluar la amenaza que representa el plástico como potencial transporte de especies y de su capacidad invasora sobre las especies de Galápagos, un archipiélago catalogado Patrimonio Natural de la Humanidad en 1978. De esta manera, se pretende detectar tempranamente la presencia de especies no nativas y reducir la probabilidad de dispersión secundaria, proveniente de fuentes de plástico.

Los expertos han identificado potenciales especies invasoras que desde Costa Rica y Chile podrían llegar a Galápagos arrastradas por las corrientes. El Ministerio de Ambiente, a través del Parque Nacional y de la Agencia de Bioseguridad de Galápagos, mantienen controles estrictos de los barcos de carga y turismo y «tenemos la obligación de pedirles que se retiren de la reserva» en caso de encontrar algún tipo de contaminación, aseguró Carrión. También en su lucha contra la contaminación, en 2012 se trasladaron 35.000 neumáticos en desuso desde Galápagos al Ecuador continental.

En paralelo con la limpieza de las costas, las autoridades de Galápagos desarrollan estrategias de comunicación. «Es necesario que creemos conciencia ambiental entre quienes residimos en Galápagos y así poco a poco vamos a ir exportando esta conciencia ambiental al Ecuador continental y al mundo entero», comentó Carrión. Consideró que Galápagos tiene que ser un ejemplo no solo en temas de conservación sino «en forma de vida sustentable», por lo que se congratula de que la población haya aceptado «de buena manera» las acciones para evitar el uso de plásticos, un enemigo que no conoce fronteras.

FUENTE: EL CONFIDENCIAL. EFE

Vivir sin plásticos es posible, y necesario

Este material ya le ha costado la vida a un millón de aves, ha matado a cientos de miles de mamíferos y ha colonizado nuestro intestino

Una familia de albatros comiendo bolsas y envoltorios de alimentos humanos. Los cadáveres de decenas de aves llenos de tapones de botellas. Un cachalote muerto en una playa de Murcia tras haber ingerido hasta 29 kilos de plásticoy, en la otra punta del planeta, en la isla de Célebes (Indonesia), una ballena con más de mil objetos en su interior —chanclas, vasos y botellas entre ellos—. Son imágenes que se repiten cada poco tiempo y que dejan un rastro de muerte: según las estimaciones de las Naciones Unidas (ONU), estos desechos le han costado la vida a un millón de aves y a 100.000 mamíferos.

Quizás, para muchos, que el resto de especies del planeta se alimenten de nuestra basura no sea importante. Pero el exceso de la producción de plásticos no solo les afecta a ellos, también perjudica a nuestra salud. Un estudio de muestras de heces de personas de distintos países —como Reino Unido, Italia, Rusia y Japón— ha encontrado hasta una decena de partículas de diferentes tipos de este material. Es decir, también están en nuestro intestino, y llegan hasta allí por la cadena alimenticia.

El problema de los plásticos es grave. A estas alturas, no cabe ninguna duda. En los últimos 10 años hemos fabricado más cantidad que en toda la historia de la humanidad y para 2020 se espera que supere en un 900% al producido en 1980, alerta GreenPeace. El planeta está repleto, y los mares y océanos se llevan la peor parte. «Cada año llegan entre ocho y 12 millones de toneladas. Esto es como si se descargara un camión lleno cada minuto del día«, explica Alba García, responsable de la campaña de plásticos de Greenpeace.

El océano Pacífico es el más perjudicado. Allí flota una isla de basura que, según un estudio publicado en la revista Nature, tiene casi tres veces la superficie de Francia. Y podría triplicar su tamaño en la próxima década, apunta la investigación The future of the sea, que denuncia la «ceguera marítima» de la humanidad. Como reflejaba la viral portada de la revista Timede junio de 2018, «lo que vemos es solo la punta del iceberg, en torno a un 15% de todo lo que hay. La mayor parte está en el fondo», asegura García. Y estará allí mucho tiempo. Dependiendo del tipo de plástico, «puede tardar entre decenas y cientos de años en degradarse», asegura García. El tiempo para una botella, por ejemplo, puede rondar el medio milenio.

Reciclar no es suficiente

Llegados a este punto, mirar hacia otro lado y hacer como si no nos afectara o no tuviéramos nada que ver es, como mínimo, un acto de imprudencia. La solución, dice la ONU, está en nuestras manos. Y ya no basta con separar la basura en distintos cubos y tirar los envases en el amarillo. Es necesario hacer mucho más. Por esto surgen iniciativas como #breakfreefromplastic, un movimiento global al que pertenecen más de 1.300 organizaciones y que busca acabar con este tipo de contaminación. Y también de manera individual hay quienes deciden vivir sin este material.

Ejemplo de ello son Patricia y Fernando, una pareja que decidió cambiar sus hábitos de consumo en 2015. «Empezamos poco a poco», explica Patricia a BUENAVIDA. Lo primero fue abrir un blog, Vivir sin plástico, en el que poder relatar su experiencia. Cada semana guardaban todos los plásticos que usaban y los domingos les hacían una foto con un único objetivo: reducirlo. Varias bolsas de supermercados, paquetes de ensaladas, envoltorios de frutos secos o envases de yogur son algunas de las cosas que componen la imagen de la semana cero.

Desde entonces, han pasado algo más de tres años y la fotografía ha cambiado por completo. «Vivimos prácticamente sin plásticos«, dice Fernando, quien reconoce que no se puede eliminar el 100%: «El móvil desde el que estamos hablando tiene componentes de este material, por ejemplo». Pero las partes de un teléfono tampoco son donde debemos poner el foco del problema de la contaminación, sino todos aquellos productos desechables de los que se puede prescindir. «Los que tienen una vida corta y acaban reciclándose o en la basura», continúa Fernando.

Para vivir sin plásticos, la clave está en la organización

Esta forma de vivir está supeditada a ciertas variables, como, por ejemplo, el lugar en el que resides, reconocen. «Quizás sea más sencillo en una ciudad grande, donde la oferta es mayor y hay más posibilidades de comprar en tiendas a granel. En Madrid las hay hasta de detergentes y cosméticos», apunta Patricia, quien matiza que «en pueblos pequeños se puede acudir a fruterías o huertos en lugar de los supermercados».

En su caso, además de optar por este tipo de comercios y de acciones que todos conocemos, como usar bolsas reutilizables para la compra, han decidido elaborar ellos mismos ciertos productos para cubrir necesidades básicas, como la pasta de dientes y el enjuague bucal: «Muchas veces hemos hecho jabón, aunque normalmente lo compramos en pastillas y con ellas preparamos detergentes para lavar los platos o la ropa», indica Fernando.

La clave para conseguir ser más sostenibles está en «tomar conciencia y querer», asegura Fernando. Y aunque romper la rutina pueda parecer costoso al principio, «llega un punto en el que no notas que estés haciendo ningún esfuerzo», apunta Patricia. La mayor dificultad no la han encontrado en ellos mismos, sino en los demás. «Sobre todo al principio la gente no entiende lo que es vivir sin plástico. Cuando te hacen regalos con envoltorios de este material y te cuesta rechazarlos o aceptarlos, o cuando vas a la compra y la persona que está en mostrador te mira extrañada porque no quieres bolsas de plástico«, relata Fernando. Sin embargo, reconocen que con el tiempo también se hace más fácil, sobre todo porque quienes te rodean conocen y respetan la decisión.

Hay más conciencia, pero faltan medidas

También la sociedad en su conjunto está más concienciada con el problema. Ejemplo de ello es la huelga estudiantil que se llevó a cabo el pasado viernes en más de 1.000 ciudades. Un movimiento sin precedentes iniciado por la activista sueca Greta Thunberg (de 15 años), que decidió plantarse cada viernes frente al parlamento de su país para pedir a su Gobierno que tomase medidas contra el cambio climático. Y no solo son los más jóvenes. El mensaje, asegura García, está calando en todas las generaciones: «A la gente le llegan las campañas, aunque necesitamos darnos cuenta de que no basta con reciclar».

De hecho, lo de separar la basura no se nos da del todo bien. En España, solo se recicla el 25% de los envases que tiramos —cada año siguen llegando a los vertederos 750.000 toneladas— y «en torno a un 60% de las cosas que tiramos al contenedor amarillo no deberían estar ahí», dice García.  Ante la excusa (que todos hemos escuchado alguna vez) de quienes no quieren usarlo porque «luego lo juntan todo», García es contundente: «Esta práctica es ilegal y si alguien tiene conocimiento de que se haga, puede denunciarlo». Desde la web de Ecoembes también desmienten este bulo: «Es inevitable que en la recogida algunos residuos lleguen a las plantas con impurezas, pero allí son separadas y eliminadas por métodos manuales y automáticos para su tratamiento».

Parece claro que, teniendo la información, no hay excusas posibles. Pero «hay que hacer más», dice García. Y, aunque «no todo el mundo tiene que eliminar los plásticos por completo de su vida», señalan Patricia y Fernando, existen otras medidas que podemos tomar para atajar el problema desde su origen. Una de las más efectivas, asegura la responsable de la campaña de plásticos de GreenPeace pasa por señalar a las empresas que producen este tipo de objetos: «Cuando encontremos desechos en las playas o en las calles, hagamos una foto y compartámosla en las redes para pedir a las compañías que acaben con la producción de este tipo de objetos». Solo pisando el freno podremos evitar llegar al punto de no retorno, que las Naciones Unidas ha fechado en 2030.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS. MANUELA SANOJA .

Cinco grados menos con un aire acondicionado casero hecho con botellas de plástico.

¡¡¡Si es que solo es pensar!!! ese «ejercicio» tan poco puesto en práctica
Lo puede construir cualquiera con materiales de la calle y lo más importante, no necesita de electricidad, a la que muchos no tienen acceso ni pueden pagar. VER VÍDEO.

Por fin un aire acondicionado al alcance de todos los bolsillos. Siempre se ha dicho que la necesidad agudiza el ingenio y esto es un ejemplo de ello. Después de la ola de calor que está sufriendo España nos podemos remotamente imaginar lo que se puede llegar a sentir en una casa de hojalata con tejado de plástico cuando la temperatura sube a 45 grados durante todo el verano, como en Bangladesh o Singapur. Para ellos ha nacido Eco-cooler.

Unas cuantas botellas de plástico de dos litros vacías y una placa de cartón son suficientes para construir un aire acondicionado capaz de bajar la temperatura cinco grados. Casero, eficiente, con materiales reciclados y muy accesibles para la población, 100% ecológico, sin necesidad de electricidad para funcionar, eficiente y fácil de construir. No se puede pedir más.

A este sistema se le ha llamado el aire acondicionado de los pobres. Lo puede construir cualquiera con materiales de la calle y lo más importante, no necesita de electricidad a la que muchos no tienen acceso, ni pueden pagar. Parecen pocos grados, pero hay una gran diferencia entre dormir a 30 grados o dormir a 25.

El invento fue desarrollado por Ashis Paul, el director creativo de Grey Dhaka, la rama bangladesí de la agencia publicitaria americana Grey. La idea se le ocurrió estudiando física con su hija, cuando vio que el gas cuando se expande enfría. Este aire acondicionado funciona con la técnica de enfriamiento adiabático, que consiste en reducir el calor a través de un cambio en la presión del aire causado por la expansión del volumen. Más fácil: “Si quieres comprobarlo sopla aire en la mano con la boca abierta, el aire está caliente. Si ahora lo haces con los labios fruncidos el aire es más frío. Simple”. El mismo principio que usamos cuando soplamos para enfriar la comida.

Ashis empezó sus primeros experimentos usando diferentes tipos de botellas recicladas hasta dar con el prototipo ideal, botellas de plástico de dos litros cortadas a la mitad y dispuestas en cuadrículas.

Ashis empezó sus primeros experimentos usando diferentes tipos de botellas recicladas hasta dar con el prototipo ideal, botellas de plástico de dos litros cortadas a la mitad y dispuestas en cuadriculas

Inicialmente el eco cooler se instaló con éxito en los pueblos bangladesís de Nilphamari, Daulatdia, Paturia, Modonhati and Khaleya, que sufren las temperaturas más altas durante el verano, y se está extendiendo por todo Asia.

Las instrucciones de construcción se pueden descargar gratuitamente de Internet. Según Grey Dhaka, más de 25.000 personas en todo el mundo ya las tienen. La comercialización del producto no entra en sus planes ya que fue inventado para el beneficio de aquellos que no pueden permitirse comprar aire acondicionado. Con un coste máximo de 6,5 euros pueden fabricar uno:

  1. En un cartón del tamaño de la ventana se hacen agujeros del tamaño del cuello de la botella en forma de cuadrícula
  2. Se corta la mitad inferior de una botella de plástico de dos litros y se introduce la parte de arriba en el cartón insertando el cuello de botella en el orificio.
  3. Se completan todos los agujeros de la cuadrícula con las botellas de forma similar.
  4. Finalmente se coloca el cartón en el marco de la ventana con los cuellos de botella mirando hacia el interior de la casa.

El invento no solo está siendo usado por la población civil, ni solo en países en desarrollo. El cuerpo de paz indio desplegado en Líbano (United Nations Interim Force in Lebanon, UNIFIL) los ha usado en junio de 2017 para enfriar los puestos de vigilancia. Como dice el Teniente Coronel Singh: “Lo mejor de este invento es poner algo que desperdiciamos, en uso; reduciendo el residuo de las botellas de plástico y la temperatura insoportable todo en uno. Es verdaderamente increíble ver cómo un invento tan simple puede usarse para mejorar sustancialmente las condiciones laborales de los soldados de las Naciones Unidas a la vez que se reduce una cantidad enorme de residuos plásticos”.

La economía circular está impulsando el uso de botellas de plástico como base para múltiples usos en los países que más lo necesitan. Ya hay casas cuya estructura la conforman botellas de plástico en África y Latinoamérica, ladrillos 100% ecológicos elaborados con botellas de plástico prensado, y bombillas hechas con botellas de plástico para iluminar habitaciones durante el día. El proyecto Un Litro de Luz (diurna) también es un sistema de iluminación autofabricada y asequible que permite que los rayos de sol ingresen a los hogares, escuelas y centros públicos. Con botellas de plástico recicladas, un poco de lavandina, agua destilada y la botella colocada de manera que atraviese los techos de chapa, la luz del sol es refractada a través de la botella para iluminar el espacio que está debajo con un resplandor de 55 vatios.

La verdad es que ingenio no nos falta cuando los recursos son escasos y la necesidad apremia. Pero no nos podemos quedar ahí, estos inventos proporcionan una solución muy alejada a la que sería conveniente proporcionar. ¡Sigamos indagando!

María López Escorial es profesora en el Instituto de Empresa desde 2002 y consultora independiente especializada en innovación social, mercados de la base de la pirámide y soluciones empresariales para combatir la pobreza. Además, es presidenta de la Fundación Compromiso y Transparencia. Elegida entre las top 100 mujeres líderes 2018.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS. MARÍA LÓPEZ ESCORIAL.

Un planeta asfixiado en plástico

Reducir el uso de este material se ha convertido en la principal batalla medioambiental junto a la del cambio climático. Consumidores, instituciones y empresas empiezan a tomar medidas.

El cachalote hallado en una playa de Murcia en febrero de 2018 llevaba muerto unos 15 días. Fue en el cabo de Palos, cerca del faro. En las fotos que hicieron los equipos de rescate se lo ve junto a la orilla solo, enorme, fuera de lugar. Un tractor lo remolcó a tierra. Lo midieron, lo pesaron. Trasladaron sus 6.520 kilos a un almacén. Diez metros de mamífero inerte quedaron en el suelo. Un equipo del Centro de Recuperación de la Fauna Silvestre El Valle practicó la necropsia. Lo colocaron de lado y empezaron a cortar. Usaron sierras, cuchillos y hachas. Con ese estado de descomposición, explica Fernando Escribano, uno de los veterinarios que participaron en la operación, no esperaban averiguar gran cosa. La idea era obtener muestras de sus órganos para analizarlas. Pero mientras avanzaban a través de la carne y la grasa, prácticamente metidos dentro del animal, encontraron que todo el aparato digestivo, desde los estómagos al recto, estaba lleno de plástico. Sacaron de su interior 29 kilos de bolsas, sacos de rafia, cuerdas, un trozo de red, un bolso de playa y un bidón. Limpiaron y clasificaron el material. Al terminar, se quedaron con una causa de muerte clara, la ropa apestada de olor a grasa rancia y una persistente sensación de tristeza.

“Se atracó de plástico, y además tuvo la mala suerte de comerse un bidón. No fue capaz de expulsarlo y eso provocó un tapón que le colapsó el sistema digestivo”, relata Escribano. Pudo morir por la obstrucción o porque esos materiales le perforaran el intestino. El cachalote debería haber pesado el doble para su edad. Pasaba hambre con la tripa llena de plástico. Calcularon que era un adolescente, que debía tener 15 años de los 70 que puede llegar a vivir esta especie, habituada a sumergirse a gran profundidad para pescar calamares. “Él intentaba alimentarse, en uno de los estómagos tenía unos picos de calamar, pero muy poquitos. Es la peor muerte que hay”. De los 2.500 animales vivos que pasan cada año por el centro de recuperación, las más afectadas por el plástico son las tortugas bobas. “Es la principal causa de ingreso de esa especie, bien por ingestión, bien porque se les enredan las aletas en estructuras plásticas. Algunas llegan amputadas”, cuenta. “Antes el problema era la pesca, ahora es el plástico”.

Lejos de la playa, el acto cotidiano de volver a casa del supermercado y colocar la compra en su sitio empieza a tener algo de perturbador para cada vez más ciudadanos. Ambos escenarios están conectados por el mismo desastre, el de los 150 millones de toneladas de plástico que se estima que hay en los océanos y cuyo peso, para 2050, será mayor que el de los peces, según una conocida proyección de la Fundación Ellen McArthur, dedicada a promocionar una economía circular que rompa la cadena de usar y tirar. Ese ejercicio de contemplar la cantidad de envoltorios, bolsas y botes colocados sobre la mesa de la cocina da la idea de la asombrosa capacidad que tiene un solo hogar de generar desechos plásticos. El problema se agrava si se tiene en cuenta que, a escala mundial, solo se ha reciclado el 9% de todo el material que se ha producido. Una de las principales razones es que es más fácil y barato fabricarlo que reciclarlo.

En los últimos tres años, el plástico ha entrado de lleno en la agenda política internacional y en la de las multinacionales, que empiezan a notar la presión ciudadana para que minimicen la producción o eliminen el plástico de usar y tirar. La Comisión Europea presentó a finales de mayo su estrategia para reducir la contaminación por plástico, que deberán aprobar los países. Los palillos de los oídos, los platos y cubiertos de ese material estarán prohibidos para ser sustituidos por alternativas sostenibles.

Estas medidas, que también prevén que la industria se responsabilice en parte de la limpieza y reciclaje de la basura plástica que genera, son solo el principio de una solución a un problema complejo y global. El giro hacia una economía circular, en el que se reutiliza o se recicla casi todo el material, está todavía gestándose, igual que el establecimiento de sistemas de reciclaje eficaces en países que encabezan la lista de los que más plástico vierten al mar, como China, Indonesia y Filipinas.

La actitud de los consumidores, entre tanto, empieza a cambiar las cosas. El caso de las bolsas es una prueba clara. A partir del 1 de julio se cobrará por ellas en los comercios —una medida procedente de la UE que España está obligada a aplicar—, y algunas empresas ya perciben que es necesario ir más allá, como la cadena alemana de supermercados Lidl, que directamente las suprimirá de todos sus establecimientos antes de final de año. El 87% de los europeos está preocupado por el impacto medioambiental del plástico, según un Eurobarómetro sobre el tema publicado en 2017. Pero eso todavía no se traduce de forma masiva en un cambio de comportamiento en la vida cotidiana. La montaña de envoltorios sobre la mesa de la cocina sigue ahí, y luego, en el mejor de los casos, se tira a un contenedor específico.

Pero ¿podemos vivir sin plástico? La respuesta corta es no. Desde que su uso empezó a generalizarse, en los años cincuenta, este material está por todas partes: desde componentes para los automóviles hasta juguetes, muebles de oficina, máquinas de diagnóstico médico, botes de detergente y bolsas de patatas fritas. Pero sí se puede evitar su utilización innecesaria y reducir al máximo el de usar y tirar.

En 2015, Patricia Reina y Fernando Gómez, autores del blog Vivir sin plástico, decidieron prescindir todo lo posible del material. “Llegaba del supermercado y prácticamente tenía una bolsa llena de envases. Me hacía sentir fatal. Y depositarlo en el contenedor amarillo para reciclar no me suponía un lavado de conciencia”, explica Reina. Empezaron a cuestionarse lo que hasta entonces habían sido hábitos normales para ellos, por ejemplo, “volver del trabajo cansado y pasarse por el supermercado a por no sé qué y, como no llevas bolsa, coger una”, dice Gómez. Abrieron el blog para documentar el proceso de ir deshaciéndose del ubicuo material: “Guardábamos todos los plásticos que habíamos acumulado de lunes a domingo, los poníamos en una mesa y le hacíamos una foto para publicar junto con la lista de todo lo que era. Es importante verlo todo junto”, cuenta Reina. Después analizaron la procedencia, y pronto descubrieron que su principal fuente de plástico era la comida. No se trataba de productos procesados: “Eran sobre todo verduras, bolsas de ensalada, espinacas, legumbres, arroz, frutos secos”, enumera.

En los supermercados es fácil ver un solo aguacate envuelto en plástico transparente, o los plátanos en bolsa, o que en la pescadería coloquen los filetes que acaban de cortar en bandejas de poliestireno. Incluso cuando se compra a granel, en la mayoría de los establecimientos hace falta meter cada grupo de productos en una bolsa distinta, y en algunos, además, usar guantes del mismo material para ello. “Lo más complicado fue cambiar de hábitos”, señala Reina. “Antes yo bajaba al supermercado cuando tenía hambre y compraba lo que se me ocurría. Si quieres vivir sin plástico no puedes hacer eso, necesitas planificación. También nos costó encontrar el sitio donde comprar cada cosa. Pero te acostumbras y lo conviertes en rutinario”.

Han conseguido meter todo el plástico que cada uno ha generado a lo largo de dos años en un bote de un litro; algo que por ahora es bastante insólito. Sin embargo, cada vez más gente parece interesada en su modelo. “Nos escriben muchos que ya han tomado la decisión. Lo importante es reducir, hay muchísimo que se puede evitar. No hace falta que te vayas a vivir a una montaña, seguimos usando el móvil o el ordenador, que también llevan plástico. La industria y los Gobiernos tienen su parte de responsabilidad. Pero también los consumidores”, dice Reina. Un ejemplo de ese poder es la campaña Desnuda la fruta, que ellos impulsaron junto a otras organizaciones y que ha funcionado en varios países. Consiste en fotografiar un ejemplo de envase innecesario —una única cebolla sobre una bandeja de plástico y envuelta a su vez, por ejemplo—, publicarla en las redes sociales y mencionar el comercio que las vende. Su blog está lleno de consejos sobre cómo hacer deso­dorante casero, qué alternativas hay en cosmética o para limpiar la casa.

Su lucha cotidiana forma parte de la que se ha convertido en la principal batalla medioambiental del mundo junto a la del cambio climático. La ciencia ha ido señalando la magnitud del problema. Se sabe, por ejemplo, que hay al menos 700 especies afectadas por el plástico, según un estudio de la Universidad de Plymouth, y que, de ellas, el 17% está en peligro de extinción, como la foca monje hawaiana o la tortuga boba. Está demostrado que el plástico que llega al mar se fragmenta en pequeñísimos trocitos que se distribuyen en altas concentraciones alrededor de los cinco giros subtropicales, unas enormes masas de agua que los transportan a gran velocidad por todos los océanos. Esos microplásticos infestan mares semicerrados, como el Mediterráneo, y alcanzan los lugares más remotos, sin apenas población que pudiera generarlos, como el Ártico. Está probado que se han colado en la cadena alimentaria de los océanos y que hay plástico hasta en la sal de mesa y en el agua embotellada.

No se sabe, sin embargo, qué efecto tiene su ingesta sobre la salud humana. Su inquietante omnipresencia atraviesa a los animales más grandes, como ballenas y cachalotes, y se infiltra en los seres microscópicos. Un estudio publicado hace un mes en Nature Communications constata que incluso está afectando a las bacterias. Como explica su autora principal, Cristina Romera-Castillo, investigadora del Instituto de Ciencias del Mar (perteneciente al CSIC), en Barcelona, el plástico libera carbono orgánico disuelto que se suma al que se encuentra de manera natural en el océano, y las bacterias se alimentan de él y crecen más rápido. Todavía no se conocen las implicaciones de este hallazgo, pero sí da cuenta de hasta qué punto la basura plástica es capaz de alterar el ecosistema marino.

Si está tan claro que el uso que se hace del plástico es un problema, ¿qué impide a más gente unirse al movimiento para reducirlo? “En parte es por desconocimiento”, dice Reina. “La pereza”, explica Fernando Gómez. “Ven como un esfuerzo extra cosas como llevar siempre tu propia bolsa. Es difícil cambiar la forma de comprar”. Además, los productos sustitutivos generan cierto rechazo. “Hay mucha resistencia a dejar la pasta de dientes o el desodorante”.

Pese a esas reticencias, la batalla contra el plástico ha avanzado con gran rapidez si se compara, por ejemplo, con la del cambio climático. “Todo el mundo entiende el problema, es más tangible. Solo hay que ir al supermercado, a la playa…”, explica Ferran Rosa, de la ONG Zero Waste Europe, con sede en Bruselas y dedicada a reducir residuos, que agrupa a 30 entidades de 25 países europeos. La propuesta de la Comisión es un síntoma de ese avance. “Es un paso adelante, aunque se centra mucho en el reciclaje y menos en la reducción de envases. Pero hace un año y medio esa legislación era impensable”, comenta. “Apostamos por la reducción del plástico en origen y creemos que el de un solo uso, como cubertería y las pajitas, es prescindible. Se trata de hallar soluciones más inteligentes. Por ejemplo, en las fiestas de los pueblos, donde hay miles de vasos de plástico de usar y tirar, se puede poner un depósito (de un euro, por ejemplo) de vasos reutilizables”.

También trabajan por “des-socializar” el plástico de un solo uso, convertirlo en algo que genere rechazo. “Igual que el tabaco antes se percibía como algo atractivo y ahora se sabe que es perjudicial y está mal visto, creo que en unos años lo que ahora nos parece normal con el plástico, como beber cócteles con pajita, comprar bolsas cada vez que se va al supermercado…, se verá como algo marciano”.

FUENTE: EL PAIS / Silvia Blanco .

Las ‘startups’ se rebelan contra el plástico

Diferentes iniciativas, como Plastic Bank y The Ocean Cleanup, luchan contra la contaminación de este material mediante el uso de tecnologías que abarcan desde ‘blockchain’ hasta algoritmos.

Comemos microplásticos. Aunque no los veamos, cuando el marisco y el pescado llegan a nuestra mesa, ahí están silentes para viajar por nuestro estómago. No se trata de que la dieta mediterránea se haya vuelto loca y su menú incluya ahora una ingesta recurrente; pero para los peces y otros animales forman parte de su alimentación diaria. “Afecta a los seres humanos porque los plásticos absorben toxinas. El 100% de los mejillones que hemos analizado contienen microplásticos. Esta contaminación no conoce fronteras. Invade también lagos, ríos, montañas y valles”, afirma Tod Hardin, director de operaciones de Plastic Oceans International. Ante esta situación, varias startups han izado la bandera en favor del medio ambiente como eje del negocio.

Pese a que no existe una cifra cerrada que cuantifique cuánta basura de plástico viaja por la Tierra, especialmente por los mares, la mayoría de estudios baraja entre ocho y 15 millones de toneladas. Una iniciativa que se ha puesto manos a la obra para rebelarse contra esta contaminación la encabeza David Katz, CEO y fundador de Plastic Bank. Con la ayuda de blockchain y un sistema de tokens, monetiza y recicla los residuos que recoge en instalaciones distribuidas, sobre todo, en países con altos niveles de pobreza. “Permitimos el intercambio de plástico por dinero, bienes o criptomonedas. Con nuestro sistema, todo se puede comprar usando desechos plásticos. Desde la matrícula escolar hasta el seguro médico”, añade Katz.

Para comprender mejor el funcionamiento de Plastic Bank, su fundador pone el ejemplo de cómo operan en Haití, un país asolado por un terremoto en 2010. La protagonista de su historia es Lisa Nasis, una recolectora de plástico que ha convertido esta actividad en su fuente de ingresos. Al concluir su jornada laboral, tras ir puerta a puerta recogiendo estos residuos, acude a la startup para pesar y detallar la calidad de lo recabado. “Le transferimos el valor del plástico a una cuenta electrónica de ahorros en la que revaloriza el precio del material. El plástico social es el bitcoin de la Tierra y está al alcance de todos”, detalla.

El proyecto emprendido por Kratz todavía tiene una fase más para cerrar el modelo de economía circular que preconiza –y obtener rentabilidad en su particular lucha medioambiental–. Todo el plástico recolectado lo tratan y reciclan para su posterior venta a terceros, como Marks and Spencer, Shell y Henkel. Esta última organización, por ejemplo, se ha comprometido a emplear anualmente 100 millones de kilos de este “nuevo” material. “Si cualquiera de nosotros compra champú o jabón para la ropa con envases de plástico social, estaremos contribuyendo indirectamente a eliminar los residuos que van a parar al mar y, al mismo tiempo, aliviaremos la pobreza”, zanja.

Algoritmos que aprovechan las corrientes marinas

Pocas dudas quedan de que los mares son uno de los grandes perjudicados de la utilización de plásticos de un solo uso, como los bastoncillos de algodón y los envases. Como aseguró la propia directora de océanos de Naciones Unidas, Lisa Svensson, estamos ante una crisis planetaria que arruina el ecosistema marino. Para combatirla, en 2012 nació The Ocean Cleanup, una startup estadounidense que promete limpiar hasta la mitad de los desechos plásticos del Pacífico en cinco años a base de algoritmos, energía solar, buques, redes y corrientes marinas. “Los satélites ayudan a localizar estos desperdicios y el big data y la visualización de datos facilita que comprendamos mejor la gravedad del problema”, sostiene Hardin.

La mezcla en una coctelera de todos estos elementos, entre tecnológicos y clásicos, dotan de sentido a The Ocean Cleanup. Su solución se basa en una red en forma de u, de unos 600 metros de largo por tres de profundidad, que aprovecha las corrientes marinas circulares y los vientos para recoger todos los plásticos vertidos. Cuando ha alcanzado su máxima capacidad, unos buques tiran de cada extremo de esta red y transportan los residuos a tierra para su posterior reciclaje. Pero, ¿dónde colocamos estas barreras? “Un algoritmo determina las mejores localizaciones para favorecerse de los movimientos de las corrientes autónomamente. Esto nos permite controlar con información en tiempo real saber la trayectoria de la instalación y su comportamiento”, explican desde la startup.

Para el funcionamiento de este engranaje, puesto ya en marcha en la bahía de San Francisco –denominado System 001–, probado previamente en el mar del Norte y parecido a la creación de una nueva línea de costa, no hace falta ninguna fuente de energía externa. Los dispositivos electrónicos instalados se nutren de la radiación solar. Aparte, con todo el big data que analizan en la recogida de los residuos, perfeccionan el algoritmo de ubicación y mejoran la tecnología necesaria para maximizar los resultados. Mares y océanos se han convertido en un terreno líquido donde diferentes startups, ayudadas por la transformación digital, han comenzado su particular rebelión contra la contaminación de los plásticos y su andadura empresarial.

La economía circular que dejará atrás el uso del plástico

Aparte de dar una nueva vida al plástico con su reciclaje, Tod Hardin, director de operaciones de Plastic Oceans International apela al supuesto virtuosismo de la economía circular para que este material deje de ser un problema medioambiental. En su opinión, si los consumidores dejan de utilizar estos plásticos de un solo uso, las empresas cambiarán sus modelos de negocio e invertirán el dinero en tecnologías más avanzadas que sean una alternativa real. “Estamos a favor de aquellos que se emplean en el largo plazo. Para la medicina o la automoción son fundamentales. Se emplean adecuadamente y tienen un papel fundamental para el progreso. La concienciación ha de venir en los demás, como en los embalajes”, concluye Hardin.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / RETINA Por Jorge G. García .