Archivo de la etiqueta: Erupción La Palma

Hombre que mira el volcán con sus hijas

Los colegios siguen cerrados en la zona afectada y los padres temen las consecuencias de una conmoción así en la vida de los más pequeños

Aurelio Acevedo junto a sus hijas en su casa en la localidad de El Paso, La Palma.
Aurelio Acevedo junto a sus hijas en su casa en la localidad de El Paso, La Palma. PACO PUENTES (EL PAIS)

Este hombre que mira el volcán desde la huerta de su casa en compañía de sus hijas Leila y Matilde se llama Aurelio Acevedo, es biólogo de profesión y nació en La Palma en 1974, lo que traducido al idioma de la isla significa que lo hizo tres años después de la erupción del Teneguía. Tal vez por eso, porque en su caso tuvieron que pasar tantos años hasta que sus ojos vieran en directo la fascinante maldición de un volcán en erupción, se emociona al pensar que de alguna manera la vida de sus hijas, de 13 y 7 años, y la de cientos de niños de El Paso, Los Llanos de Aridane y Tazacorte quedará marcada por lo que están viviendo ahora. “El otro día”, explica Acevedo mientras pasea con las niñas por una calle de El Paso, “les pedí que hicieran una redacción sobre lo que sentían, para que se fueran desahogando a través de la escritura, como una manera de enterarme de qué estaban sintiendo”.

―A ver, chicas, que vienen los reporteros a hacerles una entrevista, expresen: ¿qué os gusta del volcán?

―Dibujarlo y verlo ―dice la más pequeña, que lleva un cuaderno de ejercicios en la mano.

―A mí me gusta ver el volcán ―tercia Leila, la mayor—, pero tampoco tanto, porque ha destruido demasiadas casas y ha arruinado a muchas familias.

―Eso es verdad ―certifica la pequeña con la seriedad de un notario.

Unos metros más allá, Geseina lleva de la mano a su hija de cuatro años. Va a pedir alimentos sin gluten a los servicios sociales del Ayuntamiento porque la situación en su casa se ha vuelto del revés en 15 días. “Acabábamos de comprarnos una casa porque las cosas empezaban a irnos bien. Mi marido tenía una platanera y nos dieron una hipoteca. Yo me quedé en paro, la lava arrasó la plantación de mi marido y ahora se ofrece a jornal para cargar las piñas de plátanos de los demás, pero para colmo de los males no le dejan entrar a regar por cuestiones de seguridad, la fruta se está estropeando y no entra dinero en casa. Ella es muy pequeña aún”, dice mirando a su hija, “pero a todos los padres nos preocupa que este sentimiento de tristeza general les pueda afectar”.

Una niña se encargan de forma voluntaria de la organización de juguetes y libros en un centro de voluntariado de la localidad de El Paso, La Palma.
Una niña se encargan de forma voluntaria de la organización de juguetes y libros en un centro de voluntariado de la localidad de El Paso, La Palma. PACO PUENTES (EL PAÍS)

Una abuela muy joven, que lleva de la mano a una niña de unos ocho años, dice que su otra nieta le ha cogido pánico a su habitación, desde la que se ve el volcán, y sus padres han tomado la decisión de marcharse de El Paso porque la cría se sentía enloquecer con el rugido y el fuego continuos. “Ya veremos qué pasa cuando esto termine”. Hay calles en El Paso desde las que no se divisa el volcán, pero no hay ninguna que escape al ruido de su furia, a sus arranques repentinos de cólera, a la esperanza vana de una bajada de decibelios que se rompe en pedazos en medio de la madrugada. Si a eso se le añade la lluvia de ceniza que continúa regando las calles y los patios de los colegios ―no en forma de aguacero como el jueves pasado, pero sí como calabobos intermitente—, cientos de niños de las zonas afectadas siguen sin clase, muchos de ellos resguardados en sus casas o en sus alojamientos de emergencia, esperando.

Otros, pese a todo, se han organizado y han cambiado el asueto obligatorio por voluntariado. La concejal de Educación, Teresa Hernández Díaz, ha reunido a una cuadrilla de jóvenes que ha cambiado sus clases en el Instituto de Educación Secundaria (IES) de El Paso por un trabajo que les mantiene ocupados todo el día: ordenar los juguetes que, junto a comida, ropa y zapatos de todas las tallas y colores, siguen llegando de las Canarias y la Península. Uno de los jóvenes más activos es Marcos, que tiene 17 años y cursa segundo de bachillerato. Dice que con la actividad consigue que se le vaya de la cabeza la tristeza que siente. “Pero estoy fatal por dentro”, explica, “porque cuando te enteras de que alguien que no conoces demasiado ha perdido su casa, te duele, pero cuando le pasa a alguien más cercano, te hundes. Yo estoy muy preocupado por un compañero de clase, porque su familia lo ha perdido todo”. Lola, que tiene 16 años, dice que al principio sintió miedo, pero que luego, al ver que no se podía hacer nada contra el volcán, decidió ayudar. Eso sí, añade: “Yo le pediría a la gente que dejara de enviar juguetes y también ropa, que hay mucha. Ahora deberían mandar dinero, aunque fuese un euro, para comprar cosas más caras y también necesarias como una lavadora”.

Cartas y dibujos enviados estudiantes al centro de voluntariado de la localidad de El Paso, La Palma.
Cartas y dibujos enviados estudiantes al centro de voluntariado de la localidad de El Paso, La Palma. PACO PUENTES (EL PAÍS)

Mientras contempla desde su huerta la evolución del volcán, Aurelio Acevedo explica que teme por las consecuencias psicológicas que se deriven del estrés que sienten ―el martilleo incesante del volcán, la incertidumbre sobre el peligro real que esconde el subsuelo de la isla— y de la repercusión económica. “Yo mismo tengo una preocupación interna que no expreso, pero que cada equis rato, cuando estoy haciendo la comida, o mirando el ordenador, me levanto y voy a la huerta a mirar el volcán. Estás tenso sin querer estarlo y sin demostrarlo. Pero dentro tengo una tensión que compartimos todos los adultos y que tal vez tengan también las niñas, que no sepan expresarlo, que se la guarden…”.

Todo eso se traduce en una emoción que viaja entre dos aguas, disimulada, como para adentro, pero que surge de pronto, por cualquier motivo inesperado. El martes por la mañana llegó al local donde el Ayuntamiento de El Paso hace acopio de las donaciones, una caja de zapatos pequeños, pero sin calzado dentro. Solo cartas. Muchas cartas de niños y niñas de Santa Cruz de Tenerife que reciben juntos clases particulares y que envían frases de ánimo y algún regalo a los niños de La Palma. Se la dirigen “a quienes reciban las cartas”. Y a modo de posdata: “Nos gustaría que nos avisen si la reciben al Facebook de nuestra prima Sheila”.

Por si Facebook sigue caído, Carla, Aithiara, Alexia y las demás pueden estar tranquilas. Las cartas llegaron.

Fuente : El País / Pablo Ordaz .

Un recogedor de plátanos, símbolo de la resistencia ante el volcán de una isla entera

La imagen de Yulian Lorenzo, (segunda fotografía) cubierto de ceniza y sacando a toda prisa la cosecha amenazada por la lava, se ha convertido en un emblema para La Palma

El jueves 23, el fotógrafo de Europa Press Kike Rincón visitó una platanera de la localidad de Tazacorte amenazada por el avance del volcán. Ese mismo día, el recogedor Yulian Lorenzo fue a la misma hora a la misma finca, contratado junto a su cuadrilla, para sacar a toda prisa los plátanos antes de que la Guardia Civil bloqueara el acceso por considerarlo peligroso. Lorenzo y sus compañeros comenzaron a echarse al hombro derecho las denominadas “piñas” de plátanos, que alcanzan en algunos casos los 70 kilos, y las cargaron a la carrera, “ligerito”, como él dice, conscientes de que no contaban con demasiado tiempo. De las hojas de las plataneras les caía constantemente la ceniza arenosa y molesta que el volcán lanzaba —y lanza— sobre toda la isla y que también estropea los cultivos, manchando los plátanos, desfigurándolos para el consumo.

Rincón, de 40 años, se acercó con la cámara a Lorenzo, percibió por instinto la potencia de la foto que componía, el escorzo redondeado del brazo, el rostro forzado por el peso de la carga, las manchas oscuras de ceniza en la cara y en la camiseta, y disparó. Sabía que la foto era buena. Aunque no imaginó que era tan buena.

Al día siguiente, tras ser publicada en varios periódicos provinciales, alguien reprodujo la imagen en las redes sociales y esta se multiplicó de forma exponencial por toda Canarias y toda España. En pocas horas se convirtió en el símbolo puro de la batalla de una población entera contra el volcán, de la resistencia de los habitantes de La Palma, conjurados todos en salvar lo que se pueda antes de que lo derribe la lava o lo ahogue la ceniza. Los palmeros se la enviaban unos a otros, orgullosos de la expresión concentrada y dura de su convecino, las televisiones la emitían constantemente, y hasta presentadores famosos, como El Gran Wyoming, aludieron a ella para apelar a la solidaridad con Canarias. La imagen del recogedor de plátanos embadurnado de ceniza se convirtió en la de todos. Y la fotografía que simboliza la tragedia del volcán de la Palma es una en la que, paradójicamente, el volcán no solo no es protagonista, sino que no aparece.

El fotógrafo Rincón, que ni siquiera había subido la foto a su cuenta personal de Twitter, comenzó a darse cuenta de que su trabajo de aquel día se había hecho famoso porque se sucedieron las llamadas de colegas felicitándole.

Lo mismo ocurrió con Lorenzo, al que muchos amigos reconocieron a pesar de su cara tiznada y de la mascarilla azul anticovid. Con todo, el martes, se extraña cuando descubre que le han ido a buscar unos periodistas: “¿Por qué yo”?, se pregunta. Lleva una camiseta y unos pantalones cortos llenos de manchas de recoger fruta y camina con unas botas de media montaña. No admite del todo que se ha convertido en un símbolo, aunque le gusta la idea, y le encanta la foto y lo que significa o ha llegado a significar: “Me han llamado de muchas partes, de familiares y de gente importante de la isla, de gerentes de fincas plataneras también. Todos hablan bien de esa fotografía”. Cuando se le explica que le van a llamar más, que posiblemente le pidan que participe en un programa de televisión para recoger fondos, agrega: “Ya veremos, estoy un poco abrumado por eso, ¿eh?”.

Trabaja en la recogida del plátano desde los 17 años, siempre en La Palma. Ahora tiene 33. Está separado, tiene un hijo de siete años y cobra, aproximadamente, unos 900 euros al mes. Aquel día de la foto calcula que cargó entre 70 y 80 “piñas”. Asegura que está satisfecho con su trabajo y con sus condiciones, que le gusta, pero teme que el volcán se lleve también eso, la posibilidad de ganarse la vida como lo ha hecho desde que era adolescente. “No sabemos lo que va a pasar. El plátano es la entrada para todo. A lo mejor tienen que hacer un ERTE para nosotros”, explica.

La cosecha en muchas explotaciones de La Palma peligra, bien por la amenaza directa y brutal de la lava o por la de la ceniza que araña y deforma la fruta. Desde cualquier sitio del valle, el martes se divisaba una fea columna de humo muy negro que avanzaba hacia el mar y que era el resultado de la combustión de los invernaderos y de las fincas cubiertas de plásticos que llenan la zona. Es el recordatorio de que la economía de la isla, que depende en más de un 50% del cultivo y de la venta de plátanos, se encuentra al borde del abismo.

Al poco tiempo de responder, el recogedor de fruta se excusa porque no tiene mucho tiempo para entrevistas: “Debo volver a los plátanos”. Este martes, recogía “piñas” de 70 kilos en la zona de Fuencaliente, su pueblo. Al mismo tiempo, el fotógrafo Kike Rincón salía a buscar los mejores puntos de tiro para retratar desde lejos el volcán, como lleva haciendo desde el lunes 20. Por la tarde hablaron por teléfono por primera vez, ya que no se conocían. El uno le agradeció que le hiciera una foto así. El otro que se dejara fotografiar de esa manera.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / ANTONIO JIMÉNEZ BARCA

“Para la fauna es una guerra nuclear”: los animales alteran su comportamiento en La Palma tras el volcán

El investigador del CSIC Manuel Nogales encuentra un escenario sorprendente y desolador junto a las coladas, con animales desorientados y a la deriva, en un estudio pionero en plena catástrofe volcánica

“Para la fauna, el escenario es el de una guerra nuclear”. Manuel Nogales lleva 40 años estudiando la biodiversidad canaria y se está encontrando una alteración de la conducta de los animales de La Palma como no se conocía hasta ahora. Todo son sorpresas, comenta. “Están muy asustados con este fenómeno, toda la fauna ha cambiado su comportamiento”, explica acelerado a primera hora de la mañana del viernes, tras dormir cuatro horas, antes de lanzarse de nuevo con su jeep a la zona de exclusión de la isla: allí donde solo van los científicos. Nogales también se muestra desolado al contar la situación en la que se están encontrando los animales domésticos liberados en la zona más afectada por las coladas, “a la deriva”, comiendo vegetación llena de ceniza. Y los pescadores de Tazacorte, en la costa más cercana al volcán, hablan de una escasez notable de peces.

Nogales, delegado del CSIC en Canarias, pasa el día junto a las lenguas de lava, rodeado de vulcanólogos, “que son las auténticas estrellas del equipo”, pero su trabajo es muy distinto. El biólogo estudia qué está ocurriendo con la vida del entorno. Las plantas, por ejemplo están sumamente deshidratadas, y hay un 40% muy marchitas y en muy mal estado. Pero son los animales los que más preocupan a este investigador del Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (IPNA). En la zona, la fauna básicamente se compone de aves y reptiles, sobre todo lagartos, que ya no se encuentran. “Los lagartos prácticamente han desaparecido del terreno. Ahora apenas vemos nada”, señala Nogales, que ha registrado en su trabajo de campo de estos días apenas un 10% de lo que observaría normalmente.

Y cuando desaparecen los lagartos, la base de la alimentación de muchas rapaces, todo el ecosistema se altera. “Los cernícalos intentan capturar aves, y eso es algo que a mí me sorprende porque en Canarias no es nada normal”, reconoce el biólogo. En la zona sí hay otras rapaces que incluyen aves más pequeñas en su menú, como los gavilanes o halcones, como el tagarote. “Esos sí son especialistas en captura de aves. Pero ahora los cernícalos tienen que tirar de donde pueden, un cambio completamente inesperado, porque no conocemos este escenario totalmente nuevo”, añade el investigador.

El resto de aves también han alterado su forma de interactuar en el entorno. Antes, cuando este científico iba al campo para anotar todos los contactos en un determinado perímetro, la mayoría de las noticias que recibía de su presencia era por vía acústica: su canto. “Ahora, curiosamente, vemos muchas más aves de las que escuchamos, completamente al revés de lo habitual”. El investigador concluye: “La fauna está cambiando sus hábitos, sus comportamientos, definitivamente. Las especies tienen mucho menos miedo y temor a la presencia del ser humano, nos está llamando mucho la atención”. Los murciélagos, que dependen de insectos, siguen presentes.

Pero el científico se muestra consternado cuando habla de los animales que se encuentran en la zona restringida, cerca de las coladas, en situaciones terribles. “Vemos bastantes animales de los que tuvieron que soltar. Y los vemos muy a la deriva. Yo no sé de dónde han venido estos pobres animales. Cabras con las pezuñas destrozadas, gatos perdidos, pavos reales, un sinfín de animales que nos dan muchísima pena”, admite. También se han encontrado gallos de pelea, una práctica de maltrato animal que está prohibida, “pero ahora están en la naturaleza y se han peleado entre ellos”, asegura, mientras muestra en su móvil fotografías desoladoras de animales heridos. “Lo peor”, resalta, “es que la vegetación está fundida y muchos de estos animales son herbívoros, así que están comiendo alimentos con cenizas: tiene mal pronóstico. Para un biólogo es muy duro”.

Nogales explica que, desde que comenzó esta erupción, ve “la vida en blanco y negro”, llena de cenizas volcánicas. “Es un escenario que yo no conocía”, cuenta. Asegura también que su trabajo es inédito: intentar evaluar cómo impacta la erupción de un volcán en directo sobre toda la biodiversidad que rodea a las coladas volcánicas. ”No tenemos ni idea, hemos partido de cero, porque la bibliografía es prácticamente inexistente, pero también es una oportunidad única para estudiarlo”, narra. Su vida desde hace unos días consiste en madrugar, lanzarse a la zona restringida con el cuaderno de campo, estudiar la biodiversidad hasta la noche (orientado por los vulcanólogos para evitar riesgos), y volver a empezar al día siguiente.

“Los peces huyen”

El comité científico de crisis del plan de emergencias decía el jueves que “no descarta que el aumento de la emisión de cenizas y su caída en el mar pueda estar afectando el ecosistema marino” en las costas de La Palma, pudiendo causar “cambios drásticos”, por lo que se reforzarán los sistemas de vigilancia de los materiales volcánicos en el mar. El Instituto Español de Oceanografía (IEO) ha enviado el buque científico Ramón Margalef para estudiar lo que está sucediendo en La Palma. Para realizar un capeado del fondo marino, buscando expulsiones de gases, abombamientos o fisuras, pero también para estudiar cómo afecta a la biodiversidad.

Según explica el investigador del IEO Eugenio Fraile, que forma parte del comité científico de crisis, quieren estudiar todo lo que ocurre allí: la física y la química del agua, pero también cómo están los peces. “Contamos con testimonios de pescadores que hablan de que hay menos, de un cambio significativo en las capturas, pero no tenemos datos: hay que ir allí, ver si es así y determinar cuáles son las causas”, afirma Fraile. También van a tomar muestras de corales, que son capaces de asimilar gases precursores en un escenario como este.

Pedro Hernández, de la cofradía de pescadores de Tazacorte, asegura que llevan seis meses “de merma en las capturas. Ha sido un año de los peores que hemos tenido”, cuenta. Su compañero Fernando Gutiérrez era el presidente de la cofradía de pescadores de El Hierro cuando se desató una crisis similar y hubo una erupción submarina: el volcán Tagoro. “La gente huye, pues también los peces. Aquí también paró la pesca, pero es que mató a los peces de media isla. Estuvimos año y medio sin poder faenar, pero con la mitad que se salvó pudimos recuperar la mitad que se perdió”, recuerda Gutiérrez.

“Este capricho de la naturaleza”, recuerda Fraile, “llega justo 10 años después de que el volcán submarino afectara al Mar de las Calmas en El Hierro, y ahora es otra reserva marina, la de La Palma, un área de alta sensibilidad, la que ya está siendo afectada”.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / CIENCIA MATERIA / JAVIER SALAS

Una hora para salvar del volcán lo indispensable de casa: “Sacamos lo que podemos. Primero las cosas sentimentales, las fotos, los cuadros”

Las familias del barrio de Todoque, en La Palma, rescatan entre nervios y lágrimas los objetos y documentos antes de que la lava engulla sus hogares

(No sabemos si esto es cultura, quizás sí, pero lo que sí sabemos es que es un hecho histórico y algo durísimo para muchas personas que lo están perdiendo todo o casi todo. Excelente artículo, excelente redacción de Antonio Jiménez Barca).

En una esquina de Los Llanos, en la isla de La Palma, hay una cola de tres o cuatro personas agitadas en frente de un control de la Guardia Civil que les corta el paso hacia su barrio. Una de ellas, Carmen Santos, llora. Tiene unos 40 años. A su lado, hay un hombre en camiseta y pantalón corto, de 65 años, que se llama José Carlos González. Miran obsesivamente hacia el comienzo de la carretera que conduce hasta el barrio de Todoque. Carmen, que tiene su casa allí y fue evacuada el domingo, pregunta a gritos: “¿Cuándo vamos a poder entrar? La alcaldesa me ha llamado y me ha dicho que tengo una hora para sacar lo que pueda”. Un mando de la Guardia Civil se acerca a ellos. Educadamente, tratando de tranquilizar la situación, les anuncia: “Pronto. Todos van a poder pasar. Pero hay que hacerlo por orden, para evitar pillajes. Y acompañados de un bombero o un policía”. Carmen y José le miran. Asienten. El guardia civil añade: “Van a entrar y salir rápido. Van a llevarse lo más indispensable. Porque ya es inminente”. Lo inminente consiste en que una montaña de lava de más de seis metros de alto que avanza al paso de un niño triture su casa con todo lo que hay dentro.

“¿Lo indispensable?, ¿qué es ‘lo indispensable’?”, se pregunta Carmen a sí misma, sin atreverse a responder. En ese momento llega un hombre muy delgado y en voz muy baja pregunta: “¿Esta es la cola para entrar a las casas de Todoque?”. Le responden que sí y se queda, el último, sin decir nada más.

Todoque, de 1.500 habitantes, fue desalojado por completo el lunes, un día después de que el volcán, aún sin nombre, emplazado en la zona de Cabeza de Vaca, estallara el domingo a las tres y cuarto de la tarde. Sus habitantes se refugiaron, como la mayoría de los más de 5.000 que han sido desalojados en la isla, en casas de familiares o de amigos. Carmen asegura que cuando salió el domingo de casa lo hizo muy calmadamente, imaginando que en pocos días podría regresar, que todo iba a ser un mal sueño de un par de días o una semana. Hasta esta mañana, en que le avisaron del Ayuntamiento advirtiéndole de que contaba con una hora.

El guardia civil se acerca de nuevo al grupo de la cola y, uno a uno, les va permitiendo el paso, en un coche y acompañados de un bombero. Carmen se monta en uno de los vehículos junto a otras dos personas y se interna en Todoque.

El barrio es lo más parecido a una ciudad situada en el fin del mundo. Es la cara B del espectáculo avasallador y magnético del volcán, su mordisco. No hay nadie en las calles excepto los que van en furgonetas vacías o cargadas hasta la locura. Todas las tiendas están cerradas. Hay unas gallinas sueltas en un callejón. Todo, a una escala diferente, recuerda a las fotos de Chernobyl a los pocos días de haber sido desalojada por la explosión nuclear. En una pared, hay un letrero que dice “Peluquería Caroli” y luego una bienvenida en alemán. Al lado, una mesa y unas sillas que parecen haber sido abandonadas hace cinco minutos. A unos centenares de metros, se ve la montaña de lava, deslizándose cuesta abajo. Y más atrás, el volcán, con su ruido sordo de motor de avión resonando a cada poco. En el aire flota una ceniza negra que parece arena y que te embadurna el pelo, la cara y los brazos, que cruje cuando la pisas como si anduvieras sobre la grava. Hay bomberos, policías y guardias civiles por las esquinas, observando. Y miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME) subidos a la montaña vigilando la mole de lava. Una científica de origen venezolano pregunta a un bombero si están haciendo estudios sobre la velocidad de las emisiones. Y en una esquina hay un guardia civil de acento canario que maldice el volcán y que cuenta que hace unas horas tuvieron que desalojar a la fuerza a una mujer que se negaba a abandonar su casa.

De pie, en la acera, Oliver Carmona, de 33 años, sudando, extenuado, mira hacia la colina ardiente que se desliza hacia abajo y luego a una casa blanca a la derecha. Ha venido a ayudar a su amigo, dueño de la casa blanca, situada en la trayectoria de la lava en su camino hacia el mar y que, por lo tanto, casi con toda seguridad, acabará devorándola. “Está en la boca del lobo. Sacamos lo que podemos. Todo lo que podemos. Primero las cosas sentimentales, las fotos, los cuadros…”. La montaña desciende más despacio de lo previsto. Así que hay más tiempo para vaciar las casas. En una de ellas, con todas las puertas abiertas, un hombre fuerte y alto de unos 40 años, ayudado por su padre y por empleados del Cabildo y del Ayuntamiento, amontona cosas en un camión. El guardia civil de acento canario explica que lo primero que tienen que sacar son las escrituras: “Porque dentro de unos días todo esto estará irreconocible, las casas habrán desaparecido, y las aceras y las parcelas, y harán falta documentos para certificar que el terreno es de uno”. Luego charla con un empleado del Ayuntamiento que se queja de los políticos: “Hay que aprovechar ahora y exigir. Cuando todo se enfríe, no habrá quien pida nada a los de la Península. Y habrá que levantar las casas, que reponer las tuberías, que volver a colocar la luz, que replantar los cultivos…”.

Mientras, los funcionarios municipales han acabado de vaciar la casa del hombre fuerte y alto que pide un bolígrafo a un periodista, se apunta en la mano el teléfono de alguien del Ayuntamiento para una gestión posterior y luego, nervioso, se despide de todos los que le han ayudado a dejar su casa en los huesos. “¡Gracias!”. Después se abraza a un fotógrafo que trata en vano de consolarle y se marcha, dejando su vivienda como decenas de otras en Todoque: con las puertas abiertas, vaciadas a toda prisa, con cajas de cartón esparcidas por el suelo del pasillo y perchas sin nada en los armarios.

El avance de la montaña de lava es lentísimo pero evidente. Y aterrador. Abajo, en la trayectoria de la montaña, se encuentra la casa, bonita, cuidada, con piscina y arrates de flores, del amigo de Oliver Carmona. Entre todos, los dueños, los amigos, los empleados del Ayuntamiento, la están vaciando a la carrera. En una furgoneta amontonan todo lo que pueden: una bicicleta, un par de cojines, la escalera del garaje, una nevera. Cerca, una mujer joven, probablemente la dueña de la casa, llora al cerrar el capó del coche, abarrotado de objetos. Luego entra a la casa y sale con un montón de cuadros. Uno de los amigos dice, señalando a una de las camionetas: “Todo a casa de Kity”. Otros, al lado, bajo la lluvia de ceniza, están metiendo en otro camión pequeño una mesilla de noche, un colchón, una cesta con bolsas de kilo de lentejas y garbanzos, un balde con ropa…

FUENTE: EL PAÍS / ANTONIO JIMÉNEZ BARCA