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La explosión literaria del Pacífico: una mirada distinta a Colombia

Tomás González o Pilar Quintana muestran la riqueza de una realidad compleja y exuberante hasta ahora ignorada y que cuenta con una buena cantera de autores

El escritor colombiano Tomás González, en una imagen promocional de 2012.
El escritor colombiano Tomás González, en una imagen promocional de 2012.JUAN CARLOS SIERRA / EFE

La madre de Ignacio Gutiérrez —un radiólogo de buen humor que vive en Medellín— tiene 91 años y un deseo clave antes de morir: ver ballenas. Pero no cualquier tipo de ballenas, dice, sino “ballenas que subían del agua y no volvían a bajar”. La anciana quiere contemplar las ballenas jorobadas que viajan todos los años desde el mar helado en el sur de Chile hasta aguas más cálidas en la costa pacífica colombiana. “Podría haber sido el final de mi mamá”, piensa Ignacio sobre la travesía de su familia por la densa selva del litoral pacífico colombiano, una de las esquinas más biodiversas del mundo. Una selva “hermosa e inhumana”, según Ignacio, el narrador en El fin del Oceáno Pacífico(Seix Barral), la nueva novela del escritor colombiano Tomás González (Medellín, 70 años). “Todos estábamos de acuerdo en que lo más importante era que mi mamá alcanzara a ver las ballenas, pasara lo que pasara”, escribe González en el libro.

Publicada a finales de 2020, la novela es un viaje a una región menos explorada por la literatura colombiana que el famoso litoral caribeño de Gabriel García Márquez. “Fui por primera vez al Pacífico hace más de 50 años. Me deslumbró. Aunque ya sabemos que el trópico es siempre abundante, el trópico del Pacífico colombiano es desmesuradamente abundante, si se puede decir así, por la selva espesa a la que llegan sus olas; por la lluvia casi constante, que toma todas las formas posibles e imaginables de la lluvia; por la enorme cantidad de ríos, quebradas, nacimientos de agua, riachuelos, caños, manglares”, cuenta a El PAÍS este autor, uno de los más prominentes en la escena contemporánea del país. González vivió 20 años en una selva de hormigón, Nueva York, donde escribió una de sus novelas más importantes, La luz difícil (2011).

Ballena jorobada en las aguas próximas a la isla de Gorgona, en Colombia.
Ballena jorobada en las aguas próximas a la isla de Gorgona, en Colombia.ECATERINALEONTE / GETTY IMAGES/ISTOCKPHOTO

El nuevo libro arranca con un corto poema de González en honor a los manglares de la selva, pero ligado al tema central de su obra: la muerte. “Pensé que que serviría de epígrafe, en el que se dice que la muerte del individuo es la muerte del universo entero, podría servir como trasfondo, digamos filosófico, de una narración larga”, reflexiona el autor. “Pues yo, cuando me vaya, también me llevaré esta costa”, arranca el poema.

La historia detrás de El fin del Océano Pacífico empieza con una anécdota real: la suegra de González, a sus 94 años, pidió ir al Pacífico colombiano para ver ballenas pero, después de considerarlo, la familia decidió que no era conveniente. El escritor, en cambio, aprovechó este episodio para regresar a la región y pensar la muerte de forma distinta. Construye así una novela casi en forma de juego, porque vivir en la mente de Ignacio es confuso: es un narrador que hace digresiones constantes, como si saltara de rama en rama entre los árboles. “Yo me divertía con todo eso sin dejar de mirar de reojo lo que vendría a ser el hilo narrativo de la historia, para que no se me fuera a perder por siempre en semejante manigua. Había que usar humor, poesía, asociación libre, todo lo que soltara las amarras”, explica González.

Violencia armada

Esta vez, sin embargo, tanto Ignacio como González, hombres blancos de Medellín, también se encontraron con una zona que es una de las más discriminadas políticamente en Colombia, y donde viven mayoritariamente pueblos afrocolombianos e indígenas. El litoral tiene los niveles más altos de pobreza del país, los más bajos de alfabetización, y se mantienen altos niveles de violencia, ejercida por distintos grupos armados. “Vivíamos en un país donde los asesinos se habían infiltrado en el ejército de arriba abajo y por eso no estaba segura la vida de nadie”, piensa Ignacio.

El pasado domingo 7 de febrero más de 500 jóvenes bloquearon las calles de Buenaventura —ciudad y puerto principal del litoral pacífico colombiano— como forma de protesta ante el aumento de la violencia de grupos armados que desplazaron a más de 150 familias y asesinaron a unas 22 personas. Fue una versión reducida de un paro más grande que ocurrió en 2017, durante casi un mes, en contra de la negligencia del Estado para responder ante la misma ola de violencia. Una protesta que llama la atención de los medios nacionales cada cierto tiempo y que, en 1954, se trasladó a uno de los pocos textos que García Márquez escribió sobre el Pacífico. “Una vez pasada la noticia todo volvió a su lugar, y siguió siendo la región más olvidada del país”, escribió entonces el Nobel en el periódico nacional El Espectador.

La escritora Pilar Quintana, en su casa en Cali tras ganar el Premio Alfaguara el 21 de enero de 2021.
La escritora Pilar Quintana, en su casa en Cali tras ganar el Premio Alfaguara el 21 de enero de 2021.IVAN VALENCIA

Un polo cultural en medio de una guerra cruel

Las ballenas no son las únicas que viajan al litoral Pacífico colombiano para encontrarse con la selva y su dura realidad política. Además de González y García Márquez, un par de escritores y editores colombianos poderosos en la literatura del centro andino de Colombia han buscado al Pacífico como región literaria.

El ejemplo más conocido es La perra (Literatura Random House)de la escritora Pilar Quintana (Cali, 49 años), que fue finalista del National Book Award y ganadora del English Pen Award con este relato y obtuvo, además, el premio Alfaguara este año con Los abismos, que se publicará en marzo en todo el ámbito hispano. La perra fue escrita después de que Quintana viviera nueve años en medio de la selva cercana a Buenaventura, y se enfoca en la misoginia, pobreza y racismo que vive una mujer negra del Pacífico (“Casi no salía de la cabaña”, escribe Quintana sobre el personaje principal, “mientras afuera el mar crecía y se achicaba, la lluvia se derramaba sobre el mundo y la selva, amenazante, la rodeaba sin acompañarla”.) Otro ejemplo reciente es Elástico de la sombra (Sexto Piso), de Juan Cárdenas, escritor de 43 años de la ciudad andina de Popayán. Trata sobre dos viejos macheteros afrocolombianos, expertos en esta técnica de combate. Además, a principios de marzo la editorial española Tránsito publicará Esta herida llena de pecesla primera novela de Lorena Salazar Masso, de Medellín, en laque una madre blanca y su hijo negro viajan por uno de los ríos principales del Pacífico colombiano, el río Atrato.

Velia Vidal, en el festival Flecho 2019.
Velia Vidal, en el festival Flecho 2019.KARINA VÉLEZ

“El Pacífico es una región que cautiva, es seductora, enigmática, y si estás en el mundo de la escritura te entra hasta los huesos”, comenta a El PAÍS la escritora Velia Vidal, de Bahía Solano, un pequeño puerto de la región. “Yo no creo que haya un interés particular de las editoriales ahora en el Pacífico”, añade. “Creo que es una bella coincidencia que autores como Tomás González o Pilar Quintana hayan mirado hacia acá, pero aún sucede en una medida muy pequeña para lo que debería verse reflejado en la literatura. La ausencia de lo afro en la literatura colombiana aún es muy alta, y mucho de lo narrado todavía es por personas mestizas y del centro”.

Vidal es una excepción, una de las pocas entre un selecto grupo de jóvenes escritores del Pacífico que han logrado publicar sus obras. A sus 38 años, es autora de Aguas de estuario, un conmovedor libro publicado el año pasado por la editorial independiente Laguna y que cuenta sus esfuerzos por crear una organización sin ánimo de lucro que fomente la lectura entre los jóvenes del litoral. “Todo el tiempo leemos esta selva. Cada uno de ellos la lee, la pasa por su piel, por sus antepasados, por su propia experiencia vital y nace un nuevo relato”, narra Vidal.

Aunque los esfuerzos siguen siendo escasos, tanto el Ministerio de Cultura como la editorial Planeta han contribuido recientemente a desempolvar algunos autores del litoral pacífico. El Ministerio publicó en 2010 una colección de libros de autores afrocolombianos de la región, entre los que se encuentran el poeta Hugo Salazar Valdés, el investigador Alfredo Vanín, el cuentista Óscar Collazos o el ensayista Rogerio Velásquez Murillo. Editorial Planeta, por su lado, reeditó recientemente dos libros de quizás el más grande escritor del pacífico colombiano, Arnoldo Palacios, fallecido en 2015: Las estrellas son negras (1949) y Buscando mi madrededios (1989).

Las estrellas son negras es un clásico de la literatura colombiana, pero nadie lo dijo durante mucho tiempo, porque lo escribió un negro del Chocó”, asegura a este diario Darío Henao, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle, en Cali. “Ahora lo publica Planeta, pero a pesar de ser un grande de la literatura por mucho tiempo solo lo miraron editoriales pequeñitas”. Para Alfonso Múnera, historiador de Cartagena, Buscando mi madrededios “es el libro más bello que se ha hecho sobre el Pacífico, porque enseña cantidades de cosas que no sabíamos a los que no le hemos puesto atención en la literatura colombiana”.

Buscando mi madrededios es un libro sobre todo biográfico, pero Palacios hace un esfuerzo para ligar su historia personal con la del litoral: la llegada de esclavos a esas costas durante la colonia, las prácticas medicinales del pueblo negro o análisis lingüísticos de la región. “Buscar su madrededios, su madrediosita, es una expresión empleada diariamente por nosotros, los negros del Chocó. Significa consagrar sus energías y toda su santa paciencia a conseguir el pan cotidiano, andar alguien en pos de su buena suerte,” escribió entonces Palacios, que creció en el Pacífico, pero escribió la mayoría de sus obras lejos de la selva o el mar.

“Arnoldo Palacios tuvo que irse a Bogotá, y luego a Francia para que sonara su trabajo, y yo ahora pude lanzar este libro desde Bahía Solano”, dice, emocionada, Velia Vidal sobre Aguas de estuario. “Siempre se nos dice que tenemos que irnos de acá para crecer, y por eso ahora sacar el libro desde acá es realmente extraordinario. Yo, al menos, no me quiero ir”.

Fuente : El País / Camila Osorio .

Vivir sin plásticos es posible, y necesario

Este material ya le ha costado la vida a un millón de aves, ha matado a cientos de miles de mamíferos y ha colonizado nuestro intestino

Una familia de albatros comiendo bolsas y envoltorios de alimentos humanos. Los cadáveres de decenas de aves llenos de tapones de botellas. Un cachalote muerto en una playa de Murcia tras haber ingerido hasta 29 kilos de plásticoy, en la otra punta del planeta, en la isla de Célebes (Indonesia), una ballena con más de mil objetos en su interior —chanclas, vasos y botellas entre ellos—. Son imágenes que se repiten cada poco tiempo y que dejan un rastro de muerte: según las estimaciones de las Naciones Unidas (ONU), estos desechos le han costado la vida a un millón de aves y a 100.000 mamíferos.

Quizás, para muchos, que el resto de especies del planeta se alimenten de nuestra basura no sea importante. Pero el exceso de la producción de plásticos no solo les afecta a ellos, también perjudica a nuestra salud. Un estudio de muestras de heces de personas de distintos países —como Reino Unido, Italia, Rusia y Japón— ha encontrado hasta una decena de partículas de diferentes tipos de este material. Es decir, también están en nuestro intestino, y llegan hasta allí por la cadena alimenticia.

El problema de los plásticos es grave. A estas alturas, no cabe ninguna duda. En los últimos 10 años hemos fabricado más cantidad que en toda la historia de la humanidad y para 2020 se espera que supere en un 900% al producido en 1980, alerta GreenPeace. El planeta está repleto, y los mares y océanos se llevan la peor parte. «Cada año llegan entre ocho y 12 millones de toneladas. Esto es como si se descargara un camión lleno cada minuto del día«, explica Alba García, responsable de la campaña de plásticos de Greenpeace.

El océano Pacífico es el más perjudicado. Allí flota una isla de basura que, según un estudio publicado en la revista Nature, tiene casi tres veces la superficie de Francia. Y podría triplicar su tamaño en la próxima década, apunta la investigación The future of the sea, que denuncia la «ceguera marítima» de la humanidad. Como reflejaba la viral portada de la revista Timede junio de 2018, «lo que vemos es solo la punta del iceberg, en torno a un 15% de todo lo que hay. La mayor parte está en el fondo», asegura García. Y estará allí mucho tiempo. Dependiendo del tipo de plástico, «puede tardar entre decenas y cientos de años en degradarse», asegura García. El tiempo para una botella, por ejemplo, puede rondar el medio milenio.

Reciclar no es suficiente

Llegados a este punto, mirar hacia otro lado y hacer como si no nos afectara o no tuviéramos nada que ver es, como mínimo, un acto de imprudencia. La solución, dice la ONU, está en nuestras manos. Y ya no basta con separar la basura en distintos cubos y tirar los envases en el amarillo. Es necesario hacer mucho más. Por esto surgen iniciativas como #breakfreefromplastic, un movimiento global al que pertenecen más de 1.300 organizaciones y que busca acabar con este tipo de contaminación. Y también de manera individual hay quienes deciden vivir sin este material.

Ejemplo de ello son Patricia y Fernando, una pareja que decidió cambiar sus hábitos de consumo en 2015. «Empezamos poco a poco», explica Patricia a BUENAVIDA. Lo primero fue abrir un blog, Vivir sin plástico, en el que poder relatar su experiencia. Cada semana guardaban todos los plásticos que usaban y los domingos les hacían una foto con un único objetivo: reducirlo. Varias bolsas de supermercados, paquetes de ensaladas, envoltorios de frutos secos o envases de yogur son algunas de las cosas que componen la imagen de la semana cero.

Desde entonces, han pasado algo más de tres años y la fotografía ha cambiado por completo. «Vivimos prácticamente sin plásticos«, dice Fernando, quien reconoce que no se puede eliminar el 100%: «El móvil desde el que estamos hablando tiene componentes de este material, por ejemplo». Pero las partes de un teléfono tampoco son donde debemos poner el foco del problema de la contaminación, sino todos aquellos productos desechables de los que se puede prescindir. «Los que tienen una vida corta y acaban reciclándose o en la basura», continúa Fernando.

Para vivir sin plásticos, la clave está en la organización

Esta forma de vivir está supeditada a ciertas variables, como, por ejemplo, el lugar en el que resides, reconocen. «Quizás sea más sencillo en una ciudad grande, donde la oferta es mayor y hay más posibilidades de comprar en tiendas a granel. En Madrid las hay hasta de detergentes y cosméticos», apunta Patricia, quien matiza que «en pueblos pequeños se puede acudir a fruterías o huertos en lugar de los supermercados».

En su caso, además de optar por este tipo de comercios y de acciones que todos conocemos, como usar bolsas reutilizables para la compra, han decidido elaborar ellos mismos ciertos productos para cubrir necesidades básicas, como la pasta de dientes y el enjuague bucal: «Muchas veces hemos hecho jabón, aunque normalmente lo compramos en pastillas y con ellas preparamos detergentes para lavar los platos o la ropa», indica Fernando.

La clave para conseguir ser más sostenibles está en «tomar conciencia y querer», asegura Fernando. Y aunque romper la rutina pueda parecer costoso al principio, «llega un punto en el que no notas que estés haciendo ningún esfuerzo», apunta Patricia. La mayor dificultad no la han encontrado en ellos mismos, sino en los demás. «Sobre todo al principio la gente no entiende lo que es vivir sin plástico. Cuando te hacen regalos con envoltorios de este material y te cuesta rechazarlos o aceptarlos, o cuando vas a la compra y la persona que está en mostrador te mira extrañada porque no quieres bolsas de plástico«, relata Fernando. Sin embargo, reconocen que con el tiempo también se hace más fácil, sobre todo porque quienes te rodean conocen y respetan la decisión.

Hay más conciencia, pero faltan medidas

También la sociedad en su conjunto está más concienciada con el problema. Ejemplo de ello es la huelga estudiantil que se llevó a cabo el pasado viernes en más de 1.000 ciudades. Un movimiento sin precedentes iniciado por la activista sueca Greta Thunberg (de 15 años), que decidió plantarse cada viernes frente al parlamento de su país para pedir a su Gobierno que tomase medidas contra el cambio climático. Y no solo son los más jóvenes. El mensaje, asegura García, está calando en todas las generaciones: «A la gente le llegan las campañas, aunque necesitamos darnos cuenta de que no basta con reciclar».

De hecho, lo de separar la basura no se nos da del todo bien. En España, solo se recicla el 25% de los envases que tiramos —cada año siguen llegando a los vertederos 750.000 toneladas— y «en torno a un 60% de las cosas que tiramos al contenedor amarillo no deberían estar ahí», dice García.  Ante la excusa (que todos hemos escuchado alguna vez) de quienes no quieren usarlo porque «luego lo juntan todo», García es contundente: «Esta práctica es ilegal y si alguien tiene conocimiento de que se haga, puede denunciarlo». Desde la web de Ecoembes también desmienten este bulo: «Es inevitable que en la recogida algunos residuos lleguen a las plantas con impurezas, pero allí son separadas y eliminadas por métodos manuales y automáticos para su tratamiento».

Parece claro que, teniendo la información, no hay excusas posibles. Pero «hay que hacer más», dice García. Y, aunque «no todo el mundo tiene que eliminar los plásticos por completo de su vida», señalan Patricia y Fernando, existen otras medidas que podemos tomar para atajar el problema desde su origen. Una de las más efectivas, asegura la responsable de la campaña de plásticos de GreenPeace pasa por señalar a las empresas que producen este tipo de objetos: «Cuando encontremos desechos en las playas o en las calles, hagamos una foto y compartámosla en las redes para pedir a las compañías que acaben con la producción de este tipo de objetos». Solo pisando el freno podremos evitar llegar al punto de no retorno, que las Naciones Unidas ha fechado en 2030.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS. MANUELA SANOJA .

Se lanza una gran barrera flotante para limpiar el océano Pacífico de plástico

Dentro de nuestra particular campaña contra el plástico, o más bien, el mal uso que se hace de el, os dejamos este interesantísimo artículo,  video incluido, que ilustra muy bien como se empieza a combatir esta plaga medioambiental. ¡Apliquémonos el cuento! para combatirla en la medida de nuestra posibilidades.

  • El invento de la fundación Ocean Cleanup busca limpiar la gran ‘isla’ de basura situada entre California y Hawái
  • Tiene 600 metros de tubo flotante y una red de tela para captar los plásticos

La voz que explica el video lo hace en inglés, pero el grafismo es tan bueno,  pero tan bueno, que sin sin necesidad de traducirlo, se entiende a la perfección.

La fundación Ocean Cleanup ha desarrollado una tecnología que busca limpiar los plásticos de los océanos. Este sábado se someterá a prueba por primera vez, se lanzará una estructura flotante de 600 metros en la costa de San Francisco (Estados Unidos) con el objetivo de limpiar la gran ‘isla’ de basura entre California y Hawái.

Esta iniciativa del joven holandés Boyan Slat ha creado mucha expectativa y esperanzas dentro de la lucha contra el plástico. Actualmente, más de ocho millones de toneladas de plástico llegan cada año al mar, según un estudio de Naciones Unidas. Lo que equivale a verter al océano un camión de basura de plástico por minuto. Seguir leyendo Se lanza una gran barrera flotante para limpiar el océano Pacífico de plástico