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Francisco Ibáñez de la A a la Z: de don Adelfo al perro Zacarías, pasando por Mortadelo y Filemón

Un diccionario con todas las historias y los personajes que el dibujante catalán creó a lo largo de su vida

El dibujante Francisco Ibáñez, autorretratado en una viñeta.
El dibujante Francisco Ibáñez, autorretratado en una viñeta.FRANCISCO IBÁÑEZ

Si hay una cualidad que definió a Francisco Ibáñez (1936-2023) esa fue, sin lugar a dudas, su inmensa capacidad de trabajo. Durante más de setenta años, el historietista catalán recientemente fallecido “trabajó, trabajó y trabajó” (como solía decir él en sus entrevistas) creando una miríada de personajes, a cual más peculiar, que desataron las carcajadas de varias generaciones de lectores. Tras su marcha, nos queda su legado. Sirva el siguiente repaso de personajes de la a a la z como pequeño homenaje a ese “sumo hacedor” del cómic patrio. Genio, mito, maestro, referente y padre creador de todas esas criaturas tan entrañables que hoy forman ya parte del inconsciente colectivo español y que lograron traspasar fronteras.

Don Adelfo: Consejero sentimental de jóvenes con problemas amorosos cuyas recomendaciones, a menudo cargadas de buenas intenciones, producen justamente el efecto contrario al esperado. Bajito y con poblada barba, este “Celestino” frustrado y metomentodo, no puede presumir precisamente de sus artes como casamentero. Ibáñez lo creó tan solo un mes después de dar vida a Mortadelo y Filemón.

Bacterio, Profesor Saturnino: Reputado científico y biólogo de la T.I.A., con grandes dotes para inventar artefactos, gadgets y todo tipo de pociones y elixires, a menudo de poca utilidad para la organización en la que trabaja y con nefastas consecuencias para Mortadelo y Filemón, que casi siempre son los primeros en ponerlos a prueba a petición de su Superintendente. De hecho, el profesor Saturnino Bacterio es el responsable de la prominente calvicie de Mortadelo: una loción anticaída elaborada por el inventor arrasó la densa cabellera del agente. Bacterio está casado con otra científica llamada Miseria, a la que Ibáñez dedicó uno de sus álbumes.

Una ilustración del profesor Bacterio.
Una ilustración del profesor Bacterio. FRANCISCO IBÁÑEZ

Cohete, Tete: Adolescente amante de la mecánica y la pirotecnia, especialmente obsesionado con la motorización de cualquier trasto. De aspecto desgarbado y dientes prominentes, su pinta de gamberro esconde en realidad a un muchacho sin mala baba, pero cuyos inventos provocan catástrofes de toda naturaleza allá por donde pasa.

Chicha, Tato y Clodoveo: Trío creado por Ibáñez en 1986, en mitad de una importante crisis económica, con una inflación de aúpa y un paro desbocado. Tras abandonar la editorial Bruguera para formar parte de Grijalbo, al dibujante se le ocurrió la idea de crear una serie adaptada a aquellos tiempos de crisis, narrando las andanzas de este trío, que se había conocido precisamente en la cola del paro. Su motivación no es otra que la de encontrar un empleo estable, empresa en la que siempre fracasan. Sus historietas comenzaron a publicarse en la revista Guai!

Don Pedrito: Hombre bajito y de cabeza desproporcionada, con carácter benévolo, que viste chaqueta y sombrero. Nació como personaje de marca de la casa Pedro Domecq, para su brandi Fundador. Bruguera compró los derechos para publicar historietas suyas sin ninguna motivación publicitaria. El protagonista, un tanto torpe, deambula por las calles cruzándose con amigos y conocidos en situaciones en las que, con frecuencia, se manifiesta su incompetencia.

Esparadrapo, Doctor: Médico bastante chapucero, sin ninguna especialidad concreta en el campo de la medicina, que recibe a pacientes de alta alcurnia, con los que siempre se comporta de forma servil. Su escaso prestigio como doctor se ve menguado por la intervención de su ayudante, Gazapo, un hombre bizco y alelado al que le gusta poner en práctica sus conocimientos médicos utilizando al gato de la consulta como cobaya.

Filemón Pi: Responsable directo de Mortadelo desde que comenzasen a trabajar juntos en la Agencia de información, allá por 1958, manteniéndose dicha relación (jefe-subordinado) tras su posterior ingreso en la T.I.A., en 1969. Más bajo que Mortadelo, y con dos pelos más, es él quien sufre en primera persona casi todas las desgracias en sus misiones (cachiporrazos, aplastamientos, quemaduras, dentelladas, caídas por precipicios, rascacielos o desfiladeros…), casi siempre por culpa de su compañero de fatigas. Y aunque nunca logra atraparle en sus frecuentes persecuciones, cuando algo sale mal, en el fondo sabe que no podría trabajar sin él. De otro modo, tras décadas de convivencia, infortunios y misiones fallidas, habría renunciado a vivir a su lado en la Pensión el Calvario.

Gotera, Pepe: Patrón de obra, planificador y estratega de una empresa de chapuzas integrada por él mismo y su compañero, Otilio. Expertos en todo (más bien en nada), la pareja provoca catástrofes allá por donde va, casi siempre debido a la ineptitud y la glotonería de Otilio. Un ejemplo más de historietas protagonizadas por una de esas parejas de incompetentes, con roles de jefe y subalterno, que tanto gustaban a Ibáñez.

Haciendo el indio: Una de las primeras tiras creadas por Ibáñez en el verano de 1953, hace más de setenta años, para el suplemento A todo color, y publicada posteriormente en La Risa. La serie cuenta las peripecias de un alocado indio, algo inepto, cuyos planes a menudo terminan fracasando o perjudicando a quienes le rodean, denominador común en la mayoría de las series de Ibáñez.

Irma: Secretaria de la T.I.A., compañera de Ofelia, cuyo atractivo físico hace perder los papeles a Mortadelo y Filemón con bastante frecuencia. Creada por Ibáñez en 1987, en su nueva andadura en la editorial Grijalbo, debutó en la aventura ¡Terroristas!, pero dejó de aparecer paulatinamente en las historietas de comienzos de los años 90. En Alemania la bautizaron como Fräulein Tussy.

Jack Tortazo: Gángster peligroso cuya captura es encomendada a Mortadelo y Filemón, que se valen de un popular invento del profesor Bacterio para atraparlo: la máquina del cambiazo. Así, logran dar con el villano, que estaba en prisión, pero el invento de Bacterio intercambia sus respectivas ubicaciones: el gánster queda libre como una paloma, mientras Mortadelo, Filemón y el “Súper” acaban entre rejas.

Kinito: Personaje de carácter publicitario diseñado por los estudios Moro. Ibáñez realizó algunas historietas de este niño que adquirían una fuerza sobrehumana al beber la kina, un reconstituyente que comercializaba la empresa San Clemente. Acompañado de su travieso gato, el muchacho lograba resolver todo tipo de problemas que iban surgiendo a su paso.

La historia esa vista por Hollywood: Aunque Ibáñez heredó esta serie del genial Manuel Vázquez, en septiembre de 1958, logró seguir con buen tino la senda de su antecesor, parodiando numerosas biografías de personajes históricos, mitológicos o novelescos (como Caruso, Hamlet o Miguel Strogoff), a menudo protagonistas de grandes producciones cinematográficas de Hollywood.

Mortadelo Pi: Agente de la T.I.A. al servicio del Superintendente Vicente y cuyo responsable directo es su inseparable compañero, el agente Filemón Pi. Espigado, delgado, de nariz prominente y con gafas de varilla larga, tiene la portentosa habilidad de transformarse en prácticamente cualquier cosa, insecto, criatura o personaje. A pesar de su aparente ingenuidad, tiene ocasionales ramalazos de sagacidad, aunque no siempre en los momentos en los que más se necesitan, convirtiéndose, a menudo, en el causante de las desgracias de su inseparable compañero Filemón.

Una ilustración de Mortadelo y Filemón.
Una ilustración de Mortadelo y Filemón. FRANCISCO IBÁÑEZ

Numeríllez, Contable: Empleado de la T.I.A., más honrado que un buñuelo, que sufre en primera persona los efectos del transformador metabólico. El catastrófico invento del profesor Bacterio lo convierte en aprendiz de político corrupto, hurtando a diestro y siniestro todo tipo de artículos con el fin de revenderlos en una casa de empeños para ganarse un sobresueldo.

Ofelia Michelínez: Secretaria del Superintendente Vicente. Rubia, de pelo rizado y muy coqueta, mantiene una particular relación de amor-odio con Mortadelo, de quien está permanentemente enamorada, aunque solo es correspondida por el agente con bromas y burlas de todo tipo, especialmente relativas a su orondo aspecto. Mortadelo y Filemón suelen despertar su fuerte carácter desde que apareciese por primera vez en el álbum Los Gamberros (1978).

Una ilustración de Ofelia Michelínez.
Una ilustración de Ofelia Michelínez.FRANCISCO IBÁÑEZ

Percebe, 13 Rúe delCasa de locos que Ibáñez siempre nos muestra de puertas adentro. El dibujante consigue la complicidad de los lectores eliminando la enorme fachada del edificio y dejándonos ver qué se cuece en su interior: una disparatada comunidad de vecinos integrada por un moroso llamado Manolo (evidente parodia del gran Vázquez), un ladrón, unos niños muy gamberros, una casera bastante tacaña, una ancianita que protege animales, un fabricante de monstruos, un inventor, un tendero que tima a sus clientes, un hombre que vive en una alcantarilla y una portera (además de un gato y un ratón, que se llevan tremendamente mal). Creada en 1961, la serie no se libró de la censura, que obligó a Ibáñez a sustituir al mencionado creador de monstruos por un incompetente sastre, que permanecerá junto al resto de vecinos hasta el final de la serie.

Quasimodo: Dromedario al que Mortadelo y Filemón tratan de adiestrar en la aventura Mascotas, aunque los agentes tienen la mala suerte de comenzar su tarea cruzándose con el inspector general de la T.Í.A., un tipo de aspecto chepudo, que tiene varios encuentros con el rumiante, a cual más inoportuno.

Uno de los ratones de Ibáñez.
Uno de los ratones de Ibáñez.FRANCISCO IBÁÑEZ

Rompetechos: Personaje favorito de Ibáñez. Creado en 1964 para la revista Tío Vivo, sus historietas narran las aventuras, más bien desventuras, de un hombre bajito cuya mala visión genera situaciones cómicas. Tras pasar por la revista Din Dan, y posteriormente por cabeceras propias (Super Rompetechos y Extra Rompetechos), con el tiempo dejará de aparecer paulatinamente, salvo en sus ocasionales cameos en otras series de Ibáñez. El dibujante lo resucitó en 2003, creando nuevas historietas suyas, adaptadas a los nuevos tiempos, que se estrenaron en la revista Top Cómic durante más de media década.

Un dibujo de Rompetechos.
Un dibujo de Rompetechos.FRANCISCO IBÁÑEZ

Sacarino, Botones: Personaje creado por Ibáñez en mayo de 1963 para la revista DDT, inspirándose en dos celebridades del cómic franco-belga: Spirou, creado por Rob-Vel en 1938, y Gaston Lagaffe (Tomás el Gafe), creado por André Franquin en 1957. Ibáñez otorgó a Sacarino una personalidad similar a la de Tomás, trabajando como ordenanza en una oficina en la que no hacía nada productivo, haciendo el tonto en sus ratos libres y ocasionando continuos problemas a sus jefes con sus meteduras de pata y despistes.

Trapisonda, Familia: Serie creada por Ibáñez por imposición editorial, siguiendo la exitosa línea iniciada ocho años antes por Manuel Vázquez con La Familia Cebolleta. Satiriza un entorno familiar integrado por un matrimonio, un hijo y un sobrino, aunque Ibáñez tuvo que darle una vuelta a la serie debido a un decreto de la censura que prohibía cualquier tipo de ridiculización de la autoridad de los padres, de la santidad de la familia y del hogar. Así, el dibujante modificó la estructura familiar original, convirtiendo en hermanos a sus protagonistas (Pancracio y Lucrecia) y en sus sobrinos a los niños. Además del núcleo familiar, estaba también Atila, el perro de la casa.

Una ilustración de La familia Trapisonda.
Una ilustración de La familia Trapisonda. FRANCISCO IBÁÑEZ

Uhu y el niño Prudencio: Serie publicitaria creada por Ibáñez para promocionar un conocido pegamento de origen alemán. La serie está protagonizada por un búho llamado Uhu (búho, en alemán) y su amigo, un muchacho llamado Prudencio. El pájaro lleva consigo un tubo de pegamento que va desperdigado por la calle, entre los transeúntes, generando situaciones muy cómicas.

Vicente Ruínez (el “Super”)Mandamás de la T.I.A., organización para la que trabajan Mortadelo y Filemón, a quienes siempre encomienda las misiones más arriesgadas. De marcado carácter despótico, a menudo tira de galones para imponer su criterio sobre sus subordinados, aunque con frecuencia sufre en primera persona las consecuencias de la incompetencia de estos: misiones fracasadas, daños irreversibles, escarnio público ante su superior, el Director General, y el ridículo de toda la organización, del que suele hacerse eco la prensa nacional e internacional. Es habitual verle al final de cada historieta vagando por lugares recónditos buscando desesperadamente a sus agentes, mientras vocifera sus nombres en un tono aparentemente conciliador, pero con una evidente carga de irrefrenable ira.

Wolfgang Mamoutheler: Guardameta de la selección nacional de Alemania de aspecto descomunal que aparece en la aventura Mundial 98. Sus 200 kilos le convierten en una muralla defensiva natural prácticamente infranqueable.

Un dibujo del Superintendente Vicente.
Un dibujo del Superintendente Vicente.FRANCISCO IBÁÑEZ

X-w-z-96: Pérfido villano de origen extraterrestre que aparece en el álbum Los invasores con la intención de dominar el mundo. Para lograr tal fin suplanta la identidad del científico Von Iatum, confundiendo así a Mortadelo y Filemón, que irán eliminando poco a poco a los rivales directos del alienígena.

Yo: Autoparodia de Ibáñez en la que el dibujante se ríe de sus propios defectos, como su miopía o su calvicie, y hasta de su profesión, retratándose a menudo en situaciones cómicas y surrealistas.

Zacarías: Perro policía reconvertido en ladrón por culpa de un suero, inventado por el profesor Bacterio, que parece alterar el metabolismo y las costumbres de los animales. Protagoniza uno de los capítulos de la inolvidable aventura Safari callejero.

Fuente: El País/ Alfredo Sánchez Esteban – Raúl Tárraga Albaladejo.

Que los niños tengan libros, aunque sean tan poca cosa

A mi hija Candela le gusta mucho que le leamos o, mejor dicho, le mostremos los cuentos; esos artefactos con páginas rígidas que, cuando adquirió algo de lenguaje, llamaba ‘pentos’, y que, alejada aún de las pantallas, son su principal fuente de entretenimiento y aprendizaje

“Que todos los niños reciban un regalo, aunque sea un libro”, dijo en célebre patinazo la alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca, recibiendo a los Reyes Magos. Pobres niños que solo tienen libros, pudiendo tener movidas de plástico y de colores. En realidad, lo que dijo la alcaldesa no es tan descabellado: leer es lo que hacemos cuando no hay nada mejor que hacer, por eso la gente leía en la sala de espera del dentista, en el vagón de metro, en la cola del supermercado, como un remedio contra el tedio cotidiano. Ahora que hay teléfonos más inteligentes que sus dueños ya siempre hay algo mejor que hacer, por eso donde antes se veía a gente leyendo se suele ver a gente abismada en la pantalla del smartphone, haciendo scroll como quien reza el rosario. Empieza a haber wifi en los aviones, los últimos templos de la lectura.

La lectura, sin embargo, se recomienda mucho a los niños, se lo dirá cualquier pedagogo o pediatra. La relación de mi hija Candela, de dos años y pico, con los libros es estrecha. En general, la relación de los niños con los libros nos parece más estrecha que la de los adultos. Al crecer, dejamos esa actividad primordial de la lectura para ocuparnos en otras más interesantes y maduras, como las redes sociales, el fútbol o el alcohol. A Candela le gusta mucho que le leamos o, mejor dicho, le mostremos los cuentos; esos artefactos con páginas rígidas que, cuando adquirió algo de lenguaje, llamaba “pentos”, y que, alejada aún de las pantallas y otras distracciones, son su principal fuente de entretenimiento y aprendizaje.

En uno de ellos, un conocido oso amarillo se empacha de miel hasta que le duele la tripa. Así que su grupo de amigos más íntimos (un cerdito, un tigre, un búho) busca la miel por su casa, encuentra el alijo almacenado bajo su cama y lo esconde, porque, según observan, el oso no es dueño de sí mismo. El cuento habla sin tapujos de la adicción: me llama la atención que los amigos del oso se vean obligados a una decisión tan radical, allanando su morada sin permiso y robando la miel. Aunque sea por su bien. En otro cuento, un grupo de animales colabora formando una torre con sus cuerpos, desde el más grande, el elefante, hasta el más pequeño, el ratón, para llegar a la Luna y darle un mordisco. Nos gusta el mensaje, que promueve la colaboración entre todos los animales del bosque sin importar las diferencias y, es más, sacando partido de ellas. Aunque la pobre Luna, al final, se queda triste y lisiada por el mordisco del ratón, que ha dejado su pequeña dentadura marcada en su borde.

Otros de los libros preferidos de Candela forman la colección De la cuna a la lunade la editorial Kalandraka, obra del poeta Antonio Rubio y el dibujante Oscar Villán. Son muy bonitos, en formato cuadrado, y muy sencillos; se pueden leer cantando. Uno, titulado Violín, trata sobre los instrumentos musicales y termina con un beso a papá; otro, titulado Animales, está protagonizado por caracoles, cocodrilos y elefantes; otro, Luna, el gran éxito de la colección, versa sobre el melancólico satélite de la Tierra, ya que la Luna y los animales parecen protagonizar buena parte de la producción editorial para niños. Es una pena que la mayoría de los adultos no seamos conscientes de las maravillas de la literatura infantil y juvenil hasta que somos padres, cuando descubrimos que es un territorio fantástico y diverso, y, por lo visto, un buen negocio.

Candela pide una y otra vez que le contemos los “pentos”, nunca se cansa, aunque se los hayamos contado 40 veces y se los sepa de memoria (una noche que no se dormía le conté uno 40 veces exactas, para su deleite). De hecho, parece que lo que le gusta es saberlos de memoria, conocer las melodías y poder predecir lo que va a pasar: el disgusto por el spoiler es algo también muy adulto y muy contemporáneo; tradicionalmente lo gustoso de las narraciones era saber cómo discurrían y acababan, no vivir en la cruel incertidumbre del cliffhanger. Tal es la pasión de Candela por esa colección que la llevamos, poco antes de cumplir dos años, a la Feria del Libro de Madrid, en el parque del Retiro, que yo estaba cubriendo ese verano, para que en la caseta de Kalandraka pudiera conocer a Antonio Rubio y este le cantara uno de sus libros y le firmara otro. Candela no sabía demasiado bien quién era Antonio Rubio, ni qué hacía en aquella caseta, encerrado dentro de ese zoo de escritores amaestrados que es la Feria, pero nos resultó amable y divertido, y guardamos la anécdota para siempre: los inicios de la niña en las firmas de libros. Tenemos foto.

Los libros no solo se leen o se miran. Para Candela, un libro es un mecano: no le importa la tesis que defiende o las facetas más poéticas del estilo, sino los colores de su portada, su tamaño, apilarlos de una u otra manera, como una arquitecta pequeña y delirante. Tiene especial preferencia por los volúmenes de la editorial argentina Caja Negra que, aunque se dedican a las facetas más disruptivas del pensamiento contemporáneo (aceleracionismo, neoperaísmo, xenofeminismo), ejercen especial embrujo sobre la niña, con colores vivos y diseños geométricos. Con la filosofía más vanguardista Candela hace torres y montañas, como si tal cosa. Pasamos el día reordenando las baldas más bajas de la biblioteca, donde la niña alcanza y hace de las suyas, y a veces nos resulta irritante el desorden que genera, pero no le impedimos el acceso, porque pensamos que el roce con los libros desde pequeña quizás la convierta en una gran lectora en el futuro. Quién sabe.

Candela aprende muchas cosas en los libros, y lo más sorprendente es la facilidad con la que extrapola el mundo ideal y bidimensional de los dibujos de las historias de Teo a la realidad tridimensional, que tiene más esquinas y rugosidades y menos colores pastel. Es el paso del mundo de las ideas platónico al desagradable mundo material: Candela está obrando en su cabeza, sin saberlo, los fundamentos del pensamiento occidental. Qué haría Candela sin libros. Aunque sean solo libros.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / SERGIO C. FANJUL

Fredrijk Sjöberg, el señor de las moscas en una remota isla de Suecia: “Coliteccioné sírfidos para olvidar que algún día voy a morir”

El escritor y entomólogo publica en España un exitoso texto híbrido que relata su pasión por recopilar insectos mezclada con otros mimbres literarios y autobiográficos

Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo.
Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo. ÓSCAR CORRAL

Lo que se ve por la ventana es lo que se podría imaginar si alguien habla de un idílico escenario campestre y nórdico. Las escaleras bajan al embarcadero, donde descansa una pequeña barca, luego se tiende el lago como una lona de espejo, hasta llegar a la fronda de coníferas y a las casas pintadas de alegres colores en la otra orilla. La suerte ha traído el sol, a finales de septiembre, a una latitud de 59 grados norte. En las escaleras un enigmático hombre vestido con camisa de cuadros observa los pájaros a través de unos prismáticos. Luego ese hombre se da la vuelta y dice: “Esto es el paraíso”.

Runmarö es una apartada isla del archipiélago de Estocolmo (Suecia) donde apenas se encuentran unos 300 habitantes en invierno. El hombre que se gira es Fredrik Sjöberg (Västervik, 65 años), escritor, entomólogo y, durante mucho tiempo, coleccionista de moscas. Vive aquí desde hace 40 años, ahora con su pareja, la poeta Aase Berg. Hace dos décadas escribió el libro El arte de coleccionar moscas, que, después de una edición subterránea en España, regresa de la mano de Libros del Asteroide en una nueva traducción de Marc Jiménez y Petronella Zetterlund. El libro cosechó en sus inicios gran éxito en Alemania, llegó a Italia, Países Bajos, Estados Unidos, etc. Y el autor fue requerido por doquier. “Este libro es como una agencia de viajes, y yo soy el pasajero”, bromea. “Otras veces aparecen por la isla tipos como vosotros, que vienen de lejos, y me lo vuelven a traer a la cabeza”.

Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.
Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.ÓSCAR CORRAL
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa.
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte. ÓSCAR CORRAL
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado.
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado. ÓSCAR CORRAL
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras.
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección.
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección. ÓSCAR CORRAL

El título original del libro, en sueco, es La trampa de moscas, y condensa muy bien su contenido: igual que una trampa de moscas, que atrapa ejemplares variopintos, en el volumen se congregan gran variedad de asuntos. Desde el conocimiento científico sobre los sírfidos (las moscas que coleccionaba Sjöberg y que, con sus bandas amarillas y negras, pueden parecer abejas al profano), hasta la biografía de grandes científicos del ramo (como el creador de una efectiva trampa, René Malaise, que vertebra el libro), pasando por anécdotas de la vida de Sjöberg, como sus experiencias en la escena teatral o sus viajes por el mundo durante su inquieta juventud. “Me puse a escribir sobre moscas, pero lo que quería en realidad era escribir sobre mí mismo”, dice sentado en la gran mesa de madera de su comedor, donde ahora ofrece café y más tarde el almuerzo, un apaño de pasta con cosas, también muy variopintas.

Esta mezcla de géneros literarios es muy contemporánea. “Eso me dicen, que es una forma de escribir cada vez más común. Pero no lo era tanto hace 20 años”, presume. Los libreros no saben dónde colocar su obra, si es una novela, divulgación científica, ensayo, biografía, autobiografía o eso que llaman en inglés nature writing (escritura sobre la naturaleza). “Es solo un libro”, resume Sjöberg, “yo digo que lo coloquen en el mejor sitio: el escaparate”.

La metáfora de la trampa para moscas también tiene para Sjöberg otros significados, cuenta mientras muestra cómo conseguir unos ejemplares en su asilvestrado jardín: la mayor parte de las 200 especies de su colección las encontró al lado de la puerta de casa, porque la biodiversidad de la isla, asegura, es una de las mayores de Europa. “El texto habla de la trampa que supone la pasión del coleccionismo, cuando te obsesionas por acumular cualquier mierda. De vivir en una isla, que también una trampa. Y, claro está, de atrapar al lector”.

La torturada psicología del coleccionista

Aunque había recopilado insectos desde los seis años, la afición por los sírfidos le llegó a Sjöberg cuando sus tres hijos eran pequeños y había mucho jaleo en el hogar familiar. Esa nueva misión fue alimentada por algunos manuales recién publicados que le permitían identificar las especies. Con esas publicaciones se generó un boom en el coleccionismo de sírfidos: un boom que incluía a unas 10 personas, más o menos. Pero le abría una vía de escape. “Necesitaba tener algo mío, algo que hacer en soledad”, cuenta. “Coleccionar moscas es emocionante y relajante. Es como emborracharse, pero más barato”. Curiosamente, en el libro despliega una diatriba contra el movimiento slow, muy en boga en aquellos años, y defiende la rapidez tecnológica: mejor un mundo cada vez más rápido que uno cada vez más lento. Dos decenios después no lo tiene tan claro. “La verdad es que he cambiado de opinión, ahora la velocidad a la que todo cambia es muy loca”, reconoce.

La dimensión psicológica del coleccionismo es central para Sjöberg. La afición combate la ansiedad y no importa tanto su resultado, el acumular ejemplares, como el mero hecho de coleccionar. “Cuando coleccionas te olvidas del paso del tiempo, te olvidas de que vas a morir”, dice el autor. “Cuanto más tiempo pasa, más asusta la vida, por motivos obvios”. Nada es eterno: la acumulación de moscas se terminó después de la publicación del libro; también cuando en 2009 fue expuesta como una obra de arte en la Bienal de Venecia. “Entonces tuve que buscar otra cosa que hacer con mi vida: me puse a coleccionar arte”, cuenta el autor, “es notablemente más caro”.

Ahora su escritura versa más sobre cuestiones artísticas; aunque siempre vuelve a los insectos. Juntarlos, además, tiene un aliciente especial: hay muchísimas especies. Se reproducen rápido, veloces pasan las generaciones y se adaptan con facilidad a los diferentes hábitats (y al cambio climático). La evolución biológica despliega su abanico con prisa y en todo su esplendor. No hay muchas especies de elefante, pero hay muchísimas de moscas. La gran mayoría de las especies de insectos aún son desconocidas. Es el paraíso del coleccionista.

Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago.
Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago. ÓSCAR CORRAL

Al pasear por la isla de Runmarö, de solo 1.500 hectáreas, toma uno conciencia de su tamaño, también cuando los vecinos se asoman a ver quién es el forastero y ofrecerle conversación. “¿Venís de muy lejos?”. E incluso a enseñarle, orgullosos, enormes colmenas de abejas que descolgaron del tejado de casa. Luego el mar está por todas partes. Sjöberg dio la vuelta al mundo por esos mares, harto de la carrera de Biología, al poco de entrar en la veintena. También lo relata en el libro. “Viajar solo cuando uno es joven y no tiene claro qué quiere hacer en la vida puede ser una buena idea. Se conoce uno a sí mismo. Luego ya pensé que no era tan buena idea, hice muchas locuras”. En Nueva Zelanda acabó en el hospital, hizo senderismo por el Himalaya, cogió la malaria, y regreso más de un año después sin ganas de viajar más. “Ahora lo que me gusta es esta isla. O ir a festivales literarios, pero muy bien organizados”, cuenta.

Primero reír y luego pensar

Sjöberg tiene en su haber el premio Ig Nobel de Literatura de 2016. Estos galardones, que se dan en la Universidad de Harvard, premian iniciativas alocadas o absurdas (que “primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”): el coleccionismo de moscas del sueco fue tenido en cuenta. Viajó a Estados Unidos, dio un discurso de un minuto (el tiempo máximo permitido) y recibió un millón de dólares de Zimbabue (en aquel tiempo, con la hiperinflación en el país africano, casi no valían nada). Aunque el humor en la literatura no suele estar bien visto, es fundamental para Sjöberg, tanto en su vida cotidiana como en su escritura. “Creo que mis libros son divertidos”, afirma.

Después de almorzar, el coleccionista de moscas nos conduce en su viejo automóvil (“esta isla es un cementerio para coches viejos”) al ferry que recorre esta parte del archipiélago de Estocolmo, un laberinto acuático formado por 221.800 islas e islotes, que nos llevará hasta un autobús, que, a su vez, nos llevará de vuelta a la capital, y luego a un avión desde el que apreciaremos por última vez y desde el cielo el laberinto isleño. “La gente está perdiendo su conexión con la naturaleza, incluso en Suecia, donde había mucha. Los jóvenes ya no van al bosque. Y cuando no se conoce a la naturaleza, se le tiene miedo”, cuenta mientras maneja el volante y por la ventanilla va mostrando los hitos del lugar, el centro comunitario, una pequeña iglesia o el único restaurante de la isla. Entretanto, reflexiona sobre el cambio climático: “No me gusta que la gente tenga miedo del futuro. Creo que hay cambio climático, claro, pero prefiero ser optimista. Aún hay esperanza. Lo percibo en la biodiversidad que permanece en esta misma isla: todavía tenemos una oportunidad”.

Fuente: El País/Sergio C. Fanjul.

Así viviremos cuando ya no queden insectos: la distopía de un mundo sin alimentos

El biólogo británico Dave Goulson proyecta en su nuevo libro cómo será nuestra vida en 2080, cuando falte comida por las consecuencias de la desaparición de abejas, mariquitas y escarabajos

Una mujer poliniza un peral en Hanyuan, Sichuan, al sudoeste de China, en marzo de 2015.
Una mujer poliniza un peral en Hanyuan, Sichuan, al sudoeste de China, en marzo de 2015.JIE ZHAO (GETTY IMAGES)

En abril y mayo trabajamos durante semanas polinizando a mano las flores. Mis tres nietos se suben como monos a las ramas para polinizar las flores más elevadas de los manzanos y los perales, procurando no romper ninguna rama ni ningún capullo. A diferencia de algunos árboles, los manzanos solo dan fruto si las flores reciben polen de una variedad de manzana diferente, por lo que tenemos que recoger cuidadosamente el polen de las flores de cada árbol, cepillando las anteras en un tarro de mermelada. Luego aplicamos el polen en las partes femeninas de un árbol de una variedad diferente. (…)

Marzo y abril son los peores meses, cuando las cosechas del año anterior se han acabado y la mayoría de los cultivos primaverales todavía no han madurado. El brócoli púrpura es estupendo, ya que florece exactamente en esta época. Lo complementamos con plantas silvestres, entre ellas, brotes de ortiga, raíces de diente de león, miscantos, pamplinas y cualquier verdura pasada que quede en la despensa, y añadimos a las ensaladas hojas jóvenes de abedul y de tilo. Los niños se quejan, pero están mejor que la mayoría. (…)

Hace tiempo, este fue un país rico, pero ahora la gente arriesga su vida por unas pocas patatas. Nadie vio las señales de alarma, pero las cosas empezaron a empeorar a gran velocidad en los años cuarenta. ¿Qué habíamos hecho mal? Nadie podía creer que una civilización global con un elevado nivel de conocimientos y tecnología pudiera colapsar. No debería sorprendernos, ya que otras civilizaciones pasadas siguieron el mismo destino. De hecho, todas han acabado colapsando. Durante el apogeo del Imperio Romano, nadie habría creído que su vasta y eficiente civilización pudiera ser destruida por las tribus del norte y que sus poderosas ciudades se convertirían en ruinas y caos. La historia nos demuestra que las grandes civilizaciones van y vienen: los imperios Han, Maurya, Gupta y mesopotámico eran muy complejos, avanzados y sofisticados para su época y, aun así, todos se derrumbaron. Mucha gente ni siquiera sabe que existieron. (…)

Al llegar la década de 2030 ya era demasiado tarde. El inevitable aumento del nivel de los océanos, agravado por las lluvias torrenciales y las tormentas, empezó a romper las defensas contra las inundaciones. Estas paralizaron muchas de las principales ciudades del mundo: Londres, Yakarta, Shanghái, Bombay, Nueva York, Osaka, Río de Janeiro y Miami, entre otras, sucumbieron ante el avance de las aguas. Debilitadas por las epidemias y enfermedades, las economías fueron incapaces de lidiar con el coste cada vez más elevado de las nuevas defensas contra las inundaciones. Muchas eran de hormigón, la fabricación del cual también liberaba más dióxido de carbono. Las compañías de seguros quebraron por la magnitud de los desastres y las coberturas de la propiedad se convirtieron en una cosa del pasado. Regiones enteras quedaron sumergidas bajo el agua, entre ellas, zonas extensas de Bangladés, las Maldivas, la mayor parte de Florida y las marismas de Inglaterra.

Durante semanas polinizamos a mano las flores. Escalamos como monos para llegar a las flores más altas de los árboles

Por culpa de lo que los científicos llaman “ciclos de retroalimentación positiva”, hiciéramos lo que hiciéramos ya no podíamos detener el cambio climático. La disminución de la capa de hielo de los polos redujo la reflexión de la energía solar, lo que provocó un mayor calentamiento que provocó que más hielo se derritiera y… vuelta a empezar. La descongelación del permafrost ártico liberó enormes cantidades de metano atrapado en el suelo. El metano es un gas cuyo efecto invernadero es muy superior al del dióxido de carbono. El cambio de los patrones climáticos redujo las precipitaciones que caían en el Amazonas, por lo que las pluviselvas que quedaban en esa región se marchitaron y murieron, destruyendo un ecosistema de 55 millones de años de antigüedad; el más rico de la Tierra. Cuando los delgados suelos que los bosques mantenían compactos empezaron a disgregarse y convertirse en polvo, liberaron más gases de efecto invernadero.

Lo que más nos afectó fue que empezó a no haber alimento suficiente para todo el mundo. En la década de 2040 se encadenaron varios episodios de sequías en el cinturón del trigo de Norteamérica, que redujeron drásticamente la disponibilidad de este cultivo tan esencial. Mientras tanto, en África, el Sáhara avanzaba hacia el sur, expulsando a innumerables agricultores de sus tierras, ya estériles. Había pocos lugares a los que ir. Las temperaturas en el África ecuatorial eran tan altas que los humanos no las pudieron soportar. Al mismo tiempo, el rendimiento de los cultivos polinizados por insectos, entre ellos, las almendras, los tomates, las frambuesas, el café y el chocolate, empezó a caer a medida que ocurría lo mismo con el número de insectos polinizadores en todo el mundo. Las plagas se volvieron resistentes a los pesticidas con los que las bombardearon durante décadas, puesto que las temperaturas cada vez más altas les permitían reproducirse más rápidamente. Los enemigos naturales de las plagas de insectos, depredadores como las mariquitas, los sírfidos, los neurópteros y los escarabajos carábidos, desaparecieron mucho tiempo antes. Los pastos se empezaron a asfixiar por la acumulación de excrementos de animales. Los escarabajos peloteros y las moscas que se alimentaban de estiércol empezaron a escasear, incapaces de lidiar con los fármacos y pesticidas que se administraban al ganado y que acababan entre sus heces. Sin insectos que transformaran el estiércol, la hierba tenía menos tierra en la que crecer, y las infecciones de gusanos intestinales que se transmitían a través de los huevos depositados en las heces se agravaron.

El suelo de muchos campos agrícolas era cada vez más fino y menos fértil. Tras cien años soportando una agricultura intensiva, el suelo se había disgregado u oxidado. Los que quedaban estaban siempre contaminados, sin lombrices ni las otras pequeñas criaturas que antes ayudaban a mantenerlos sanos. (…)

En los mares tropicales, los arrecifes de coral demostraron ser muy sensibles al ascenso de la temperatura. Se blanquearon y murieron. Antes de que yo naciera, mis padres aprendieron a bucear en la Gran Barrera de Coral, frente a las costas de Australia, y solían describirme la asombrosa variedad de coloridas criaturas que allí vieron. En solo un año, 2016, cuando yo tenía quince años, la mitad de la Gran Barrera de Coral murió. En 2035, casi todos los arrecifes de coral del mundo habían seguido el mismo destino. Se perdieron así las principales zonas de desove y cría de muchos peces que antes se capturaban como alimento. En las aguas más frías, la cada vez más desesperada búsqueda de peces provocó que las flotas de arrastreros industriales desobedecieran las directrices de los gobiernos respecto a la limitación de sus capturas y diezmaran las poblaciones que quedaban. Hacia 2050, en los mares apenas había vida, aparte de los bancos de medusas no comestibles que proliferaron cuando desaparecieron los peces.

Probablemente, si los gobiernos hubieran hecho caso de las evidencias y trabajado juntos, nuestra civilización no habría pasado el punto de no retorno allá por el año 2035. Por desgracia, en el momento en que era necesario que la humanidad usara su experiencia y sus recursos para superar el reto más difícil al que se había enfrentado jamás, le dio la espalda a la razón. Los precios de los alimentos aumentaron, la calidad de vida disminuyó, creció el desempleo y las continuas mareas de refugiados que no dejaban de llegar a los países desarrollados provocaron disturbios callejeros, protestas y la llegada al poder de políticos extremistas. Se deshicieron todas las alianzas internacionales y se optó por políticas aislacionistas y nacionalistas. Los países pusieron sus propios intereses por delante de los de la humanidad y de los de aquellos con los que compartíamos el planeta.

Fuente: El País/Dave Goulson

Usos de una biblioteca aparte de sentarse delante de un libro y leer

La Biblioteca Expandida Deslocalizada es un proyecto valenciano de reinvención del espacio bibliotecario.

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Molinero (izquierda) y Mir, en el Centre del Carme de Valencia.RAÚL BELINCHÓN

Las bibliotecas del siglo XXI ya no tienen por qué ser solo un espacio en el que se guarden libros que estén a disposición de los lectores. Tampoco tienen que ser únicamente el refugio solemne para el estudiante de bachillerato o el opositor. Néstor Mir y Javier Molinero quieren desacralizarlas. “Para que subsistan han de reinventarse”, apunta Mir, músico, escritor y dramaturgo que trabajó en una pública. “Todo el mundo quiere las bibliotecas”, prosigue, “pero la mayoría no las visita”. Molinero, arquitecto, siempre ha sido un fiel. “En lugar de apuntar a mi hijo a una actividad extraescolar, lo que hacía era llevarlo a la biblioteca. Él leía cómics y yo trabajaba”. Iban a la de Mir. Allí se hicieron amigos. Un día Mir le preguntó a Molinero si a su hijo le gustaría montar un club de manga. Así empezaron a intercambiar ideas acerca de los posibles usos de lugares como aquel.

Cinco años después, las charlas han cristalizado en un proyecto que han bautizado como BED (Biblioteca Expandida Deslocalizada), que han ido desarrollando en pedanías y centros de arte de Valencia, ciudad en la que residen. “Buscamos convertir estos puntos de encuentro en espacios donde puedan coexistir las actuales inquietudes de los individuos”, explica Molinero. Durante un viaje que ambos realizaron a Montreal se interesaron por la evolución de estos edificios, donde el libro y la lectura ya no conformaban el único centro de actividad. “Allí la gente también va a investigar posibilidades que sean enriquecedoras para el barrio o la comunidad; acuden para encontrarse, plantear actividades o, simplemente, para hablar y escuchar”.

Molinero (izquierda) y Mir, en el Centre del Carme de Valencia. Las butacas son parte del mobiliario.
Molinero (izquierda) y Mir, en el Centre del Carme de Valencia. Las butacas son parte del mobiliario.RAÚL BELINCHÓN

Por el momento, Valencia marca su radio de acción. Cuando llamaron a las puertas de varias instituciones locales, las primeras reacciones con las que se encontraron fueron de asombro o de recelo. “Nos decían que Montreal estaba muy lejos, que en Canadá o en el norte de Europa son de otra manera”, recuerda Molinero. “Pero iniciativas como el Medialab de San Sebastián o la Biblioteca Gabriel García Márquez, que recientemente ha obtenido el Premio Ciudad de Barcelona, han ayudado a que se entienda nuestra propuesta”.

En el último año han tenido la oportunidad de poner en práctica su idea creando bibliotecas expandidas deslocalizadas, concebidas como “laboratorios ciudadanos” en los que puede participar toda aquella persona interesada en debatir sobre las posibilidades que albergan estos centros. Sus impulsores insisten siempre en que este nuevo concepto no busca eliminar los libros; solo quiere cambiar la idea que tenemos de esos espacios culturales.

“Se trata, por ejemplo, de replantear el lenguaje del mobiliario”, explica Mir. “Buscamos introducir elementos que no sean solamente sillas, mesas o mostradores, muebles que nosotros aportamos para que envíen otros mensajes, que indiquen que estamos en sitios donde se pueden intercambiar ideas, hacer música o, simplemente, descansar y pensar”. En diciembre del año pasado concluyó su experiencia más ambiciosa hasta la fecha, el laboratorio que crearon en el Centre del Carme Cultura Contemporània, en Valencia. Si nada se tuerce, la biblioteca expandida deslocalizada volverá a llevarse a cabo en este mismo lugar. “Esperamos volver para decirle a la gente: ‘Este espacio es vuestro, en él puede pasar lo que queramos que pase”, dice Mir. Y añade Molinero: “Es una apropiación del espacio por parte de la ciudadanía. Las bibliotecas están hechas para que suceda eso”.

Fuente: El País/ Rafa Cervera Casanueva.

Quinientos libros para explicar las vanguardias españolas

La extraordinaria biblioteca de Alicia García Medina, ahora expuesta en Toledo, reconstruye la relación de los portadistas y artistas plásticos de entreguerras con el surrealismo, el cubismo, el dadaísmo, el futurismo o el orfismo.

Durante años, con paciencia, la caña puesta y el radar en marcha, buscando y rebuscando en los anaqueles de librerías de viejo y en los cajones de ferias del libro antiguo y de ocasión, Alicia García Medina, insiste que te insiste, incansable hormiga bibliófila, siguió adelante con su misión personal.

Tenía que resucitar el espíritu de la biblioteca perdida de su abuelo. Y lo hizo.

Esta psicóloga clínica y doctora en Arte Contemporáneo de verbo irrefrenable, durante mucho tiempo bibliotecaria y responsable del Servicio de Audiovisuales en la Biblioteca Nacional tras haber trabajado en el Instituto del Patrimonio Histórico Español, ahora ya jubilada, se autoimpuso una disciplina férrea que mezclaba el deber con el placer, la reivindicación sentimental con la mera afición a los libros. Y partió en busca de aquella biblioteca de Babel que su abuelo Otón, un viejo maestro de la República enamorado del olor, el tacto, la contemplación y la lectura de los viejos volúmenes, había reunido a lo largo del tiempo.

La colección de libros de Otón Medina —a buen seguro uno de tantos entre aquella pequeña legión de hombres y mujeres que de manera tan honesta como ingenua creyeron que la educación y la cultura podrían combatir la ignorancia y la estulticia en una España llamada a teñirse de oscuro— se volatilizó en el transcurso de la Guerra Civil, después de que su dueño, que vivía cerca del frente de guerra universitario de Madrid, decidiera trasladarla de Madrid a la casa familiar de Cuenca.

Su nieta nunca logró reunir datos suficientes para saber si fue vendida por lotes por razones económicas, o si fue destruida por algún bombardeo, o si sencillamente quedó dispersada en medio del caos de la contienda. El caso es que, tras años de esfuerzo económico y de constante buceo en busca del libro perdido, Alicia García Medina logró su meta: constituir un corpus de más de 500 volúmenes, muchos de ellos coincidentes con los que atesoró su abuelo y de los que tanto había oído hablar, y cuyo hilo conductor se encontraba no solo en sus páginas, sino también —sobre todo— en sus portadas: un auténtico museo en miniatura de la ilustración española de los años diez, veinte y treinta, en el que se dan la mano el realismo, el surrealismo, el cubismo, el expresionismo, el futurismo, el dadaísmo, el orfismo y todos los demás ismos que quepa imaginar relacionados con las vanguardias europeas de entreguerras, todo ello envuelto en una abrumadora riqueza cromática y tipográfica. Se trata, para empezar, de un gran desmentido en forma de biblioteca: el desmentido de que la ilustración española ni estaba ni se la esperaba en la irrupción de las vanguardias.

Ahora, la biblioteca renace en forma de una donación y de una exposición. Tras haber dejado algunos ejemplares en los depósitos de su casa de toda la vida, la BNE, García Medina decidió donar el conjunto a la Junta de Castilla-La Mancha. Novelas de Blasco Ibáñez, de John Dos Passos, de Tolstói, de Gorki, de Wenceslao Fernández Flórez, de Saint-Exupéry; relatos de Gómez de la Serna o de Mark Twain; ensayos de Bertrand Russell, Gregorio Marañón y Ortega, de Julio Camba y de Erwin Piscator; obras de teatro; tratados de sexualidad, de política y de economía; panfletos sobre el comunismo; biografías… Asuntos de delicado examen si hablamos de hace un siglo, las prácticas sexuales, el divorcio, la homosexualidad, la eutanasia, la prostitución, el feminismo, la crítica a la burguesía o el antimilitarismo componen parte de la tabla de materias. Y todo ello ilustrado por la mano maestra de los Puyol, Renau, Almada Negreiros, Benet, BagaríaPenagos, Pelegrín, Ballester, Gallástegui, Bartolozzi, ­Amster, Alberto Sánchez, Rawicz, Moholy-Nagy… y una larga serie de autores anónimos.

La mayoría del plantel, por cierto, deja clara una cosa mediante este largo abanico de obras: la era dorada del portadismo editorial español no es, desde luego, este primer tramo del siglo XXI que vivimos. La comparación apenas resiste. Y queda claro, excepción hecha de un puñado de sellos actuales y fácilmente identificables preocupados por lanzar al mercado no solo autores de relieve, sino portadas de diseño atractivo y original, que, en cuestión de portadas de libros, 1923 era infinitamente mejor que 2023.

No pocos de aquellos autores, como recuerda la coleccionista, fueron represaliados; otros, encarcelados; otros, fusilados; otros se tuvieron que marchar a México, a Chile, a Argentina… “Hay que reivindicar la historia. Es una pléyade de gente, desconocida en muchos casos, autores de libros que fueron condenados e incluso exterminados, autores que hay que recordar y reivindicar”. Los nombres de las editoriales que sacaron a la luz aquellos títulos plagados de heterodoxia y riesgo (no pocos de ellos fueron editados durante la dictadura de Primo de Rivera) son bien evocadores y hasta simbólicos: Prometeo, Zeus, Ulises, Fénix… Renacimiento.

Una exposición de este medio millar de libros —y sus portadas, muchas de ellas verdaderos hallazgos visuales— que el público puede visitar ya en el Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha, en Toledo (Las vanguardias artísticas en las cubiertas de libros españoles: 1910-1938), sirve como testimonio de la azarosa aventura bibliófila de su propietaria, que evoca así sus comienzos: “Empecé con los libros de Blasco Ibáñez, los rastreaba sobre todo en librerías de viejo de Madrid, o en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, y también en Barcelona, una ciudad con un gran mercado de libro antiguo, por ejemplo en el mercado de San Antonio. Buscaba sin parar y compraba lo que podía”.

Algunos de los volúmenes los adquirió por 20 o 30 euros y hoy alcanzan los 300 o 400. Son ediciones baratas, lábiles, con cubiertas que a menudo incluso se pueden despegar y son, según la donante y coleccionista madrileña, “un ejemplo de democratización de la lectura y de la cultura en un país que en aquel tiempo contaba con un alto grado de analfabetismo, no se olvide, frente a aquellos otros libros, maravillosos, pero que eran para una élite, para que los leyeran cinco”. Son por eso, sostiene Alicia García, “auténticas joyas, instrumentos contra la incultura, un espejo de aquella sociedad, y más allá de una colección de simples portadas de libros, todo un estudio sociológico de un país, de una sociedad que quería el cambio o, siguiendo el verso de Machado, una España que despierta… y que despertó… aunque por muy poco tiempo”.

Pero, indudablemente, además de esa inequívoca dimensión simbólica con mensaje político incorporado, la colección constituye en sí todo un tesoro visual. No son libros de arte, pero desde luego son libros con arte, y suponen sin duda un intento de todos aquellos ilustradores de incorporarse a la modernidad europea. Algunos hijos predilectos tiene Alicia García Medina entre todos los artistas de la colección, aunque hoy habla con especial admiración de dos de ellos: Ramón Puyol, “un artista polifacético que creó auténticas joyas con un signo propio que las distingue claramente de otras”, y Luis Bagaría, “que me recuerda los libros de ciencias de mi adolescencia que editaba Espasa-Calpe, unos libros que gracias a estas portadas te ayudaban a estudiar”.

La creación de la biblioteca de Alicia García Medina, una historia que hunde sus raíces lo mismo en lo cultural que en lo sentimental —si es que lo segundo no forma parte de lo primero—, no nace de ningún ambicioso proyecto ni de ninguna gran institución, sino de algo tan banal y tan poderoso como el amor entre un abuelo y su nieta. “Yo a mi abuelo lo adoraba”, recuerda su propietaria. “Coincidíamos en el amor a la lectura. Con 10 años me regaló un libro que leí y del que no entendí ni torta. Era El Empecinado visto por un inglés, con traducción y prólogo de Gregorio Marañón, en la Colección Austral. Lo tengo como oro en paño, dedicado por él”.

Hay que decir que la relación entre la propietaria de esta colección y el universo de las vanguardias artísticas de entreguerras no es precisamente nueva. Alicia García Medina ya comisarió en 2019 en la Biblioteca Nacional la exposición La seducción del libro. Cubiertas de vanguardia en España 1915-1936, que apuntaba ya algunas de sus preferencias y sensibilidades a la hora de seleccionar y coleccionar. Pero es que mucho antes de eso, cuando ya enfilaba la recta final de su vida de estudiante de arte, expuso una tesis doctoral titulada Las cubiertas de los libros de las editoriales españolas 1923-1936. Modelo de renovación del lenguaje plástico.

Cabe concluir, pues, que esta colección insólita de triple interés, literario, bibliográfico y plástico, y sobre todo su donación, su exposición pública (acompañada de una extraordinaria caja-catálogo que incluye un libro de estudio con textos de Rafael Sierra, Alicia García Medina, Juan Manuel Bonet y Juan Miguel Sánchez Vigil, así como las 543 portadas de la donación, documentadas y datadas una a una) y su futura disponibilidad para investigadores y estudiosos no son sino el desenlace final —y lógico— de toda una vida dedicada a los libros. La de Alicia García Medina y la de su abuelo Otón.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / Borja Hermoso

Aventuras fascinantes o relatos de humor negro: 10 novedades de la literatura infantil y juvenil para estas vacaciones

Una selección de libros amenos y emocionantes, recomendados para lectores de entre 2 y 16 años, que harán mucho más divertidos los días de verano

Bosques encantados poblados por personajes que parecen sacados de la imaginación de J. R. R. Tolkien, aventuras fascinantes para salvar a una especie de oso en peligro de extinción en el parque nacional de los Abruzos (Italia), relatos cargados de humor negro, un libro para recuperar durante el verano habilidades olvidadas desde la irrupción de la tecnología… Todo eso y mucho más cabe en esta selección de 10 novedades del ámbito de la literatura infantil y juvenil. Títulos para leer en casa, en la playa o en la piscina y que harán más divertidos, si cabe, los días de vacaciones.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / ADRIÁN CORDELLAT