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Contra el esnobismo vegetal: cómo Burle Marx introdujo la modernidad en el jardín brasileño

El poder narrativo de las plantaciones tropicales de Roberto Burle Marx, de cuya muerte se cumplen 30 años, revolucionó el diseño paisajístico a mediados del siglo XX. Su obra redefinió el paisaje urbano, la cultura y la identidad brasileñas gracias a la defensa de la flora autóctona

A pesar de ser el país con la mayor diversidad de flora del planeta –cuenta con 50.000 especies–, la riqueza vegetal nativa de Brasil fue durante años denostada por su clase alta. A principios del siglo XX, los jardines brasileños imitaban el paisajismo europeo y las plantas se importaban del viejo continente. Mientras que las especies propias eran consideradas malas hierbas, la élite cultivaba rosas y geranios y mantenía los setos impecablemente recortados como signo de estatus.

En 1928, un jovencísimo Roberto Burle Marx viajó desde su Brasil natal a Alemania. Durante su estancia para tratar sus problemas de vista, estudió música y pintura, asistió a la ópera y al teatro, visitó museos y galerías de arte y entró en contacto con la obra de artistas europeos de vanguardia como Van Gogh, Picasso y Paul Klee. En una de sus clases de apuntes del natural visitó el Jardín Botánico de Dahlem, en Berlín, uno de los primeros en incorporar la moda de las estufas calientes para aclimatar especies tropicales. Fue así, bajo los invernaderos alemanes, pincel en mano, donde Burle Marx descubrió su fascinación por la flora brasileña, apenas conocida para él, pese a su afición desde niño a la jardinería. Años más tarde, sería pionero a la hora de introducir plantas nativas en el diseño de jardines en Brasil, acabando así con décadas de esnobismo vegetal.

Ministerio de asuntos exteriores de Brasilia, diseñado por Niemeyer y Burle Marx en 1962.
Ministerio de asuntos exteriores de Brasilia, diseñado por Niemeyer y Burle Marx en 1962.MONDADORI PORTFOLIO (MONDADORI VIA GETTY IMAGES)

Al regresar a su país, en 1930, Marx se matriculó en la Escola Nacional de Belas Artes de Río, dirigida por el que acabará siendo su mentor, Lucio Costa. El arquitecto vivía en la misma calle que los Burle Marx y conocía el jardín familiar cuidado por Roberto. En 1932 le propuso hacerse cargo de su primer proyecto como paisajista: el jardín de la Casa Schwartz.

El primer encargo importante de Burle Marx fue el jardín del Ministerio de Educación y Salud en Río de Janeiro (1938), un proyecto que le brindó la oportunidad de colaborar con Le Corbusier y Oscar Niemeyer, con el que acabaría forjando un fructífero vínculo. Sobre las cubiertas del edificio, plasmó un sinuoso trazado de manchas ameboides para ser visto desde las plantas superiores. Ese movimiento orgánico, unido a la reivindicación de las especies nativas, significó un hito rupturista en el paisajismo brasileño que anunciaba el concepto de jardín tropical moderno.

Burle Marx dando los toques finales a una de sus pinturas abstractas en 1978.
Burle Marx dando los toques finales a una de sus pinturas abstractas en 1978.BETTMANN (BETTMANN ARCHIVE)

Jardines sobre lienzo

La traza de los jardines de Burle Marx revela su afinidad por el arte abstracto, en particular por el trabajo de Arp, Calder, Léger o Miró. Sus reconocibles planos son auténticas obras de arte en sí mismos. Así lo quiso celebrar el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1991, con una exposición individual sobre la obra del brasileño que, todavía hoy, es la única que el MoMA ha dedicado a un paisajista.

El interés por la naturaleza impregna todas las formas de arte que cultivó Burle Marx. Aunque la historia le reconoce como el paisajista más influyente de Brasil, fue un destacado artista multidisciplinar: pintó sobre lienzo, tejió tapices, realizó grabados, azulejos, esculturas y joyería. El color, la luz y la textura, así como las formas orgánicas, eran primordiales en todas las técnicas y soportes con los que experimentó. El propio Burle Marx se consideraba principalmente pintor, tal y como él mismo reconocía: “El paisajismo no es más que el método que he encontrado para organizar y componer mis dibujos y pinturas, utilizando materiales menos convencionales”.

En sus 60 años de carrera, en los que diseñó cerca de 3.000 jardines (no todos se ejecutaron), además de numerosos proyectos residenciales, Burle Marx ideó una ingente cantidad de parques y plazas públicas. En 1943, Oscar Niemeyer le invitó a intervenir en su nuevo complejo de edificios sociales y culturales en Pampulha. El conjunto arquitectónico, dispuesto en torno a un gran lago artificial y salpicado de jardines, es hoy Patrimonio de la Humanidad. A esto le seguirían en 1953 su diseño para el Parque Ibirapuera en São Paulo, una sucesión de 14 jardines (que finalmente no se llevaron a cabo) en diálogo con los edificios de exhibición de Niemeyer.

Ministerio de Salud de Río de Janeiro.
Ministerio de Salud de Río de Janeiro.

Activismo tropical

Su trabajo en el Parque de Araxá (1943), en el estado de Minas Gerais, le permitió colaborar con el botánico Henrique Lahmeyer de Mello Barreto. El trabajo con Barreto fue decisivo en la carrera de Burle Marx. Juntos realizaron múltiples expediciones de recolección por todo el estado, con el fin de estudiar las plantas en su lugar de origen antes de aplicarlas a sus proyectos. A partir de entonces, sus viajes botánicos por todo Brasil no cesaron. Durante 40 años de estudio descubrió 37 especies hasta entonces no identificadas y hoy muy habituales en jardines e interiores. Muchas de ellas incluyen en su denominación científica el nombre latinizado de su descubridor: burle marxii.

“Estos misterios, estas fuerzas de la naturaleza, son mis dioses. Cuando ya no tenga la curiosidad de perseguirlos, seguramente moriré”, declaraba Burle Marx en una entrevista a Los Angeles Times en 1969. Su ahínco en la celebración de la exuberancia de la flora brasileña convirtió la biodiversidad en un elemento clave de la modernidad de Brasil. No obstante, la incorporación de estas especies a sus proyectos no fue sencilla. Previamente tuvo que cultivar en sus propios viveros unas especies que por aquella época solo se encontraban en la selva.

Su activismo no le impidió proyectar jardines para edificios residenciales y viviendas de lujo con Rino Levi, para complejos públicos de vivienda social con Eduardo Kneese de Mello y con Affonso Eduardo Reidy, para el famoso conjunto residencial do Pedregulho en Río de Janeiro (1951). El tándem Burle Marx – Reidy en Río alcanzó su culmen con los jardines geométricos para el Museu de Arte Moderna en 1956 y el Parque do Flamengo (1965).

Casa do Baile en Pampulha, Belo Horizonte, Brasil.
Casa do Baile en Pampulha, Belo Horizonte, Brasil.PEDRO TRUFFI (GETTY IMAGES)

Las olas de Copacabana

Quizás la obra más mainstream de Burle Marx es su intervención en el Paseo de Copacabana (1970) junto al arquitecto Haruyoshi Ono y el paisajista Jose Tabacow. Los cuatro kilómetros de pavimento ondulado que recorren la Avenida Atlántica de Río, en paralelo a la mítica playa de Copacabana, son una de las postales más icónicas de la ciudad y la principal zona de esparcimiento para la sociedad carioca. Aquí, el paisajista antepuso al peatón en detrimento de los coches e incluso de la vegetación. Gran parte de la superficie de este paseo está cubierta por mosaicos. Además del famoso empedrado, inspirado en el urbanismo portugués, al otro lado del asfalto se extiende una composición abstracta diseñada por Burle Marx.

Una década después, concebiría uno de los proyectos mas representativos de su estilo: la Fazenda Vargem Grande. En esta antigua hacienda productora de café, Burle Marx aprovechó las terrazas, canales de riego y muros de contención existentes para crear un jardín donde el agua es el elemento central del diseño.

Aunque la mayoría de sus jardines se levantaron en Brasil, su obra también cruzó fronteras y se puede ver en Venezuela, en el Parque del Este de Caracas y el Jardín Botánico de Maracaibo o en París, en los patios de la sede de la UNESCO. Tras la demolición de su proyecto para el Biscayne Boulevard de Miami, el único trabajo de Burle Marx que perdura en Estados Unidos es el Cascade Garden en Longwood Gardens, Pensilvania.

 Jardín Botánico de Maracaibo en Venezuela.
© JOSE
Jardín Botánico de Maracaibo en Venezuela. © JOSEALAMY STOCK PHOTO

El Sitio Roberto Burle Marx

“Ya he decidido el lugar de mi tumba: en el Sitio, bajo un árbol frondoso. Quiero convertirme en un árbol donde cada dedo tendrá una hermosa floración y sentiré el viento, la tormenta y los relámpagos iluminándome”. Así se refería Burle Marx a la finca donde el artista pasó los últimos 20 años de su vida. Una extensión de 60 hectáreas en Barra de Guaratiba, a las afueras de Río, que acabó convirtiéndose en su jardín experimental y su obra más personal.

En Sitio, Burle Marx recibió la visita de Le CorbusierFrank Lloyd Wright Walter Gropius; pero allí, sobre todo, reunió una extraordinaria colección botánica de más de 3.500 especies de plantas tropicales recolectadas en sus expediciones por todo Brasil. Este laboratorio del paisaje alberga la muestra más representativa de plantas brasileñas nativas, junto con numerosos especímenes raros de flora tropical de India, Filipinas o Sudáfrica. Entre la exuberancia destacan sus colecciones de bromelias, heliconias, orquídeas, amarilis, alocasias, palmeras y nenúfares.

“Soy simplemente un coleccionista de plantas”, repetía Burle Marx. Aquí estudió el comportamiento y el potencial de las especies que luego aplicaría en los jardines. Sitio también fue la sede de su causa profética contra la destrucción agrícola de los hábitats tropicales de su tierra natal. 30 años después de su muerte, el proyecto vital de Burle Marx es hoy Patrimonio Mundial por la Unesco.

El jardín del lago Pampulha lake, proyectado por Oscar Niemeyer y Burle Marx.
El jardín del lago Pampulha lake, proyectado por Oscar Niemeyer y Burle Marx.ALAMY STOCK PHOTO

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / ALFONSO PÉREZ-VENTANA

Cómo crear un jardín lunar, el vergel con efecto endorfina que se disfruta más y mejor de noche

El paisajismo para el bienestar es tendencia en 2024. Un buen ejemplo son estos oasis creados con especies que resplandecen al ponerse el sol o exhalan su fragancia tras el ocaso inspirando un estado de ánimo sosegado y positivo

El planeta Tierra sería un lugar muy diferente si no tuviera su luna. Este fascinante cuerpo celeste ejerce una fuerte influencia sobre la vida aquí, a pesar de los 384.000 kilómetros que nos separan: regula las corrientes marinas y las mareas, mantiene estable el eje de rotación terrestre, pauta el ritmo de las estaciones, ordena el cada vez más anárquico clima… Muchas civilizaciones se han servido de las fases lunares para medir el tiempo, para predecir el invierno y para sincronizar el trabajo de la tierra con la temporada de lluvias, garantizando las cosechas. Además, la luna modula nuestros ritmos fisiológicos de sueño y vigilia. Por si esto fuera poco, a este satélite se le atribuye una profunda carga mística y mitológica que lo ha convertido en legendario testigo de honor en todo tipo de ritos, cultos y celebraciones a lo largo de la historia. Asimilada a muy diversas divinidades religiosas y paganas, hombres y mujeres de todas las civilizaciones han levantado desde hace milenios templos dedicados a este astro de piel surcada de llanuras, colinas y cráteres.

Para los amantes de la naturaleza y el paisaje, el poder de fascinación del astro de la noche se eleva a la enésima potencia en cualquier entorno ajardinado. En relación con el jardín, la liturgia contemplativa en torno a la luna alcanzó uno de sus momentos más sublimes en Japón en el siglo XVII. Fue entonces, en aquel país tan permeable a la belleza pura, desnuda y sin artificios, donde se crearon los primeros miradores lunares (tsukimidai), espacios ajardinados concebidos para sentarse a contemplar el reflejo de la luna llena en estanques o arroyuelos. “El paso de las estaciones y los ciclos de crecimiento y la floración de las plantas son fundamentales en el paisajismo japonés”, recoge el interesante y muy visual libro Jardines, una exploración del arte del paisajismo, publicado por la editorial Phaidon. “Lo mismo ocurre con las fases de la luna. Son una forma de medir el tiempo, pero también son un espectáculo”, añade.

Todas y cada una de las fases de la luna son una exhibición de pureza, desde la radiante plenitud de la luna llena hasta las metamorfosis creciente y menguante o el locuaz mutismo de la luna nueva. Así, actualizada y pasada por nuevos filtros ―pero sin ser despojada de su significado original, que es el de contemplar la luna―, la idea del jardín lunar japonés ha llegado hasta hoy. No se trata solo de algo tan obvio como un mirador desde el que contemplar la luna en sí, que también. Lo que da sentido a un jardín lunar es ofrecer un entorno idóneo para disfrutar de las bellas interacciones que el reflejo del astro y su luz brindan al comunicarse con los diferentes elementos de un vergel: el follaje vegetal, las flores, el agua, los minerales…

La poética de las sombras y la penumbra

No hay que menospreciar las experiencias que brinda el paisaje tras el ocaso. Una vez que el sol se pone, la noche en un jardín lunar puede convertirse en un momento poético, brindando atmósferas que de día no existen. La luz de la luna ―que irá variando en matices dependiendo del clima o del curso de las estaciones― se convierte en un recurso plástico esencial: si de día los rayos del sol filtrándose entre el follaje brindan llamativos claroscuros y contrastes de color, una oscuridad relativa al caer la noche puede convertir cualquier jardín o patio en un lugar muy evocador.

Hay cuatro elementos que no deben faltar en un jardín lunar:

  • Flores blancas que reflejen la luz. Rosas albas o crema, hortensias blancas (como la elegante Hydrangea arborescens ‘Annabelle’), peonías de color lívido, claveles de mar (Armeria maritima ‘Alba’), agapantos de flor nívea, milflores de pálido beige (Achillea millefolium de la variedad Desert Eve White), equináceas (como la poco frecuente Echinacea purpurea ‘White Swan’), escultóricos ajos (Allium Ping Pong Allium Mount Everest)
  • Plantas con flores que se abran de noche y exhalen su fragancia al ponerse el sol. Un jardín lunar no solo conmueve a la vista. Al ocaso, el sentido del olfato gozará del estimulante aroma de plantas como la madreselva, el jazmín, la glicina, la fresia, el magnolio… Una idea es cubrir un muro con Ipomoea alba, una herbácea trepadora de floración nocturna y delicadas flores de aspecto entelado que exhalan una cautivadora fragancia durante la noche.
  • Especies de follaje dorado o plateado, como la cineraria marítima (Senecio cineraria ‘Silver Dust’), el dinámico Miscanthus sinensis, la oreja de liebre (Stachys bizantina lanata)… Pálidas a plena luz del día, sus tonalidades se vuelven etéreas en la penumbra de la noche. Aportan al jardín textura, estructura y movimiento.

Si se quiere incorporar iluminación artificial complementaria, la pauta sería diseñar un esquema que genere patrones orgánicos que recuerden a la naturaleza, con intensidades suaves y halos difusos, evitando la luz dura, el blanco frío y los efectos dramáticos. Además, un elemento de agua estratégicamente situado ―un estanque, una fuente o un cuenco de mármol, gres o piedra natural si el espacio del patio o jardín es reducido― completará esta experiencia celestial cuando el halo de la luna se refleje en el agua. Un espectáculo nuevo cada noche.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / CAROL LÓPEZ

En el jardín Plume, una orgía de verdor en la Alta Normandía

Creado en 1996 por Sylvie y Patrick Quibel, a unas dos horas al norte de París espera un universo vegetal ingobernable, diferente a cada instante, siempre en movimiento

Amplias extensiones de centeno, sorgo, avena y cebadilla ondean rítmicamente a ambos lados de la carretera D13 tras el desvío de Tourville-La-Rivière que conduce hasta el jardín Plume. Hace poco más de dos horas que dejamos atrás París para seguir el curso del Sena en dirección a la Alta Normandía. La autovía nos priva de los vericuetos del río, pero a cambio nos predispone de un modo muy cinematográfico —como en unos títulos de crédito cada vez más explícitos— a la personalidad del paisaje por el que se adentra el coche. El litoral del canal de la Mancha está apenas a un paso del destino: Dieppe, Deauville, Le Havre… Dando la réplica al mar, la cadencia de una marea suave de cultivos de forrajeras mecidas por la brisa acuna la mirada desde ambos lados de la carretera. Parece que las recorriéramos a cámara lenta, rodeados del murmullo silencioso que choca contra el lugar donde rompen las olas del mar del Norte y devuelve su eco sordo tierra adentro.

Un letrero caligrafiado sobre una tabla indica el acceso al jardín Plume, en la localidad de Auzouville-sur-Ry. Nada más atravesarlo encontramos a Sylvie y Patrick Quibel, artífices de este vergel al que comenzaron a dar forma en 1996. Ella selecciona semillas bajo el porche de la casa de siega. Enfrente, él acomoda plantones de aromáticas y perennes en el vivero. “Avant, avant; estáis en vuestra casa”, dicen señalando un vano en un seto de haya impecablemente recortado. Queda claro que prefieren que experimentemos el jardín a teorizar sobre él. Nada más atravesar el seto uno entiende por qué.

El jardín Plume es uno de esos sitios que no aparece en la mayoría de las guías de viaje y al que las fotos, los relatos y las crónicas no hacen justicia. Es un lugar para sentirlo, para vivirlo. Su trazado hace alarde de un virtuoso planteamiento compositivo pasado por el filtro de la fantasía. La base, impecablemente ejecutada, es la del jardín clásico a la francesa: perspectivas rectilíneas, parterres floridos, simetría, un estanque geométrico que refleja el cielo como un espejo, topiaria, ejes… El matrimonio Quibel abraza esas influencias y las ejecuta con pericia para luego hacerlas saltar por los aires. Conocedores de la constante de la brisa en estas praderas cercanas al mar del Norte, decidieron aliarse con ella para gestar un jardín en perpetuo movimiento.

Patrick y Sylvie proclaman el prodigio expresivo de la siega, un recurso humilde del que se sirven para crear la base del trazado del jardín con nada más que pasto, hierba silvestre y tierna pradera autóctona rasurada a diferentes alturas. Sobre esta base, como en un intento de quitar formalidad a la forma, dejan que la anarquía invada allí donde previamente han ordenado, recortado, vallado y segado, dando a gramíneas y perennes carta blanca para expresarse a su antojo.

Una niebla de miscanthus y stipas

Los Quibel manejan el lenguaje vegetal de forma magistral. Y es que crear una orgía de verdor como el jardín Plume —que cerrará sus puertas al público el 15 de octubre hasta la próxima primavera, concretamente hasta el 8 de mayo de 2024— exige un profundo conocimiento de las especies: cómo se comportan, cómo evolucionan, qué cabe esperar de cada una de ellas… Así, el carácter voluble y desgobernado de las herbáceas de escala gigante y las vivaces premeditadamente elegidas por Patrick y Sylvie dinamita la rigidez del jardín del siglo XVII y otorga a su creación un carácter absolutamente vanguardista.

En el jardín de verano, en cuadros limitados por setos de carpe, crocosmias, dalhias, hemerocalis, rudbeckias, girasoles, capuchinas y amapolas florecen en rojo, dorado, naranja, amarillo y carmesí de junio a octubre.
En el jardín de verano, en cuadros limitados por setos de carpe, crocosmias, dalhias, hemerocalis, rudbeckias, girasoles, capuchinas y amapolas florecen en rojo, dorado, naranja, amarillo y carmesí de junio a octubre.JARDIN PLUME (TURISMO NORMANDIA)

Ligeras y flexibles, las matas de gramíneas se transparentan contra la luz del día, generando una sensación de niebla etérea. Un delirio indomable de miscanthus de espigas plateadas, de stipas y de calamagrostis se mece sin gobierno. Euphorbias, allium, stachys, dalias, zinnias, prímulas, rhinantus y salvia todo lo invaden. Entre todas se establece un diálogo que multiplica hasta el infinito el potencial plástico de una vegetación explosiva y colorista tocada por la luz tamizada de Normandía y una suave brisa que jamás cesa. “Te sientes dominado por las plantas y los recuerdos de la infancia vuelven a ti”, dice Patrick Quibel.

Las especies están elegidas y ubicadas de tal manera que la transición entre las estaciones replica en el jardín Plume el pálpito suave del rumor del mar. Del otoño al verano, herbáceas seleccionadas por su color y momento de floración marcan un ritmo que no cesa. “Provocamos esta fusión para que la cadencia se suceda de forma natural”, explica Patrick Quibel. “Que las zinnias se apoderen suavemente de los altramuces; que las plantas de tabaco emerjan de forma paulatina de entre una alfombra de asperulas al final de su floración. Que amapolas, nigellas, gordolobos, hinojos y eneldos serpenteen en todos los recovecos… Nos gusta esa abundancia aparentemente espontánea”.

Un sencillo estanque rasante al nivel de prado ordena el espacio central del jardín Plume. Alrededor, los manzanos crean un ambiente de sombra para el relax y la contemplación.
Un sencillo estanque rasante al nivel de prado ordena el espacio central del jardín Plume. Alrededor, los manzanos crean un ambiente de sombra para el relax y la contemplación.CARLOS LÓPEZ

Esta mezcla libre de gramíneas y vivaces que florecen durante todo el año dándose el relevo es la gran aportación del jardín Plume. Sin olvidar el estanque espejo rasante al nivel del prado, sublime en su sencillez. O la gran ola de boj, a la que se ha ido dando forma sin patrón, recortando año tras año sus crestas afiladas. Una lámina de agua y una topiaria —deudoras nuevamente del jardín clásico francés— empleadas con tino que resultan esenciales en el carácter vanguardista de este espacio.

En un jardín tan vitales son los elementos tangibles como los intangibles. El jardín Plume está hecho de texturas y de materia. Pero también de luz, de dinamismo, de movimiento, de rumor, de antagonismos… De atrevimiento, de sensibilidad, de conocimiento histórico, de audacia, de curiosidad, de un profundo dominio del reino vegetal… De furia contenida por el orden; de orden azorado por la furia.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / CAROL LÓPEZ

La brillante madurez de la hierba de plata, la planta que susurra con el viento y que es más bonita cuando envejece

Conocida popularmente como monedas de papel, monóculo de nácar, vaina de raso, flores de plata o copos de luna por el halo resplandeciente de sus vainas secas, la humilde ‘Lunaria annua’ revela su carácter más evocador justo antes de morir

Una de las enseñanzas más reveladoras que se puede aprender de las plantas en particular y de la naturaleza en general es a apreciar la singularidad y el encanto de cada instante del ciclo vital. Esto se hace especialmente patente en las plantas con flor: suelen maravillarnos en su juventud, cuando brotan, florecen y exhiben su grado máximo de lozanía. Las admiramos, regalamos fotografiamos cuando están en ese instante privilegiado y efímero, antes de alcanzar la madurez. Y luego, ¿hasta nunca…?

Basta un mínimo de sensibilidad —botánica o simplemente artística— para llegar a sentirse conmovido por la esfera seca de un allium, por el esqueleto dorado de una hortensia a principios del invierno, por la estructura enjuta y deshidratada de una cañaheja marchita, por las espigas agostadas de cereal. Y no estamos hablando de plantas disecadas artificialmente por un florista: hablamos de especies aún vivas, enraizadas en el mismo suelo donde han brotado y crecido. De plantas viejas justo en el momento antes de exhalar su último aliento.

La Lunaria annua es uno de los ejemplos más poéticos de especies vegetales que despliegan sus atributos más seductores justo antes de morir. “Pale dusted like / the Luna’s wings / I’d like to meet / October’s chill. / Like the silver moonplant/ Honesty, / that bears toward winter/ its dark seeds” (”Como las alas de la Luna / pálidas, polvorientas, / quiero sentir / el frescor de octubre. / Como la planta lunaria / Honestidad, / que porta hacia el invierno / sus semillas oscuras”). Estos versos pertenecen al poema Lunaria escrito por la poeta y ensayista americana Katha Pollitt (Brooklyn, Nueva York, 1949). “Me inspiró la idea de la lunariaevolucionando a través de las diferentes etapas de su vida hasta la última, que también es la más llamativa e inusual. Ese envejecimiento no es solo una pérdida, sino un despojo de lo inesencial”, escribió Pollitt sobre las emociones que le transmitió contemplar el ciclo vital de la Lunaria annua, con sus fascinantes metamorfosis, y que finalmente la animaron a escribir sobre ella.

Y es que esta planta humilde y de hábitos nada exigentes (crece en zonas de escombreras, en márgenes de carreteras y caminos y en taludes umbríos y húmedos, aunque también en semisombra) es el patito feo de las vivaces. Sus flores moradas son sencillas, discretas. Pero la verdadera rareza de la lunaria, eso que la hace atractiva y especial, se manifiesta en la vejez de la planta. Una vez se caen las flores y su fruto ha perdido el verdor, cuando la mata ha tomado ya la vereda sin retorno hacia el fin de sus días.

La juventud de la lunaria, en primavera, es tal vez su estadio más anodino. A partir de marzo, esta vivaz anual o bianual de grandes hojas dentadas se cuaja de racimos de pequeñas flores de cuatro pétalos. Existen diferentes cultivares con flores blancas, rosadas, magenta e incluso variegadas, aunque los más habituales son de flores moradas o color púrpura.

Lunaria annua, Honesty, Money Plant
Flores de ‘Lunaria annua’ en primavera.SERGI ESCRIBANO (GETTY IMAGES)

De adulta, hacia el mes de junio, aparecen las silículas, unas cápsulas con forma de disco que son las que contendrán las semillasSon estas vainas las que logran que, en verano, el patito feo se transforme en cisne. Cuando maduran, las vainas se secan y la finísima piel que recubre las semillas por ambos lados de la cápsula se desprende para liberarlas y autosemillarse. Entonces queda al descubierto una membrana central traslúcida, brillante, de aspecto nacarado, que es la que le da a esta planta todos sus nombres: monedas de papel, hierba de plata, silver dollar, monedas del Papa, monóculo de nácar, vaina de raso, flores de plata, copos de luna… Como reza el poema de Katha Pollitt, también se la llama honestidad, porque la membrana de la vaina de la lunaria es tan translúcida que se puede ver a través de ella, incapaz de esconder nada.

Es en esa etapa brillante y plateada de la vejez cuando la Lunaria annua exhibe en plenitud todos sus encantos. No solo centellea, también murmura. Las vainas plateadas —rígidas como el papel de seda— susurran como un manojo de campanas acunadas por el viento cálido de finales del verano.

Dry seeds of Annual Honesty (Lunaria annua)
Vainas secas de ‘Lunaria annua’ a finales de verano.DIANE MACDONALD (GETTY IMAGES)

Una linterna en otoño

En la época victoriana, atraídos por el halo romántico y gótico de los manojos secos de Lunaria annua, los miniaturistas pintaban con tinta china detalladas escenas en la membrana plateada de sus vainas, algo muy del gusto anglo-japonés que se puso de moda en Europa a finales del XIX. Los artistas decorativos se inspiraban en las artesanías con papel washi, un material delicado, pero resistente, y de acabado pulido utilizado desde hace milenios en Japón no solo como soporte para la caligrafía y la pintura, sino también para fabricar colgantes votivos, paraguas, tarjetas de cortesía, muñecas, paipáis… “También se hacen con washi los tradicionales shōji, los paneles de madera y papel translúcido que tamizan la luz hacia el interior de las viviendas y que son tan queridos en Japón porque satisfacen ese afán de vivir sintiendo indirectamente la presencia de la naturaleza”, explican en el portal Nippon. “Y los farolillos y linternas portátiles que alumbran con luz suave y difusa la oscuridad de la noche”, añaden.

Igual que la Lunaria annua, más hermosa que nunca en otoño, en el final de sus días, según Katha Pollitt: “A papel lantern / lit within / and shining in / the fallen leaves” (”Una linterna de papel / Iluminada desde dentro / que resplandece / entre las bojas caídas”).

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / CAROL LÓPEZ

Ya es oficial: el nenúfar más grande del mundo está en Londres, mide más de tres metros y fue descubierto por un español

El horticultor asturiano Carlos Magdalena, conocido como el ‘Mesías de las plantas’, lideró al equipo que dio con este nuevo hallazgo en el Real Jardín Botánico de Kew, después de que una fotografía de 2006 le hiciese sospechar de la existencia de una nueva especie de nenúfares gigantes.

La artista botánica Lucy Smith junto con el horticultor Carlos Magdalena posan con un ejemplar del descubrimiento botánico 'Victoria Boliviana', la nueva especie de nenúfar más grande del mundo, en Kew Gardens, en Londres, en julio de 2022.
La artista botánica Lucy Smith junto con el horticultor Carlos Magdalena posan con un ejemplar del descubrimiento botánico ‘Victoria Boliviana’, la nueva especie de nenúfar más grande del mundo, en Kew Gardens, en Londres, en julio de 2022. LEON NEAL (GETTY)

“Los gigantes de la naturaleza nunca dejan de capturar la imaginación de nuestro público. ¿Quién hubiera pensado que una planta tan grande como la Victoria boliviana podría haber pasado desapercibida durante tanto tiempo?”, ha declarado Adam Millward, editor de Guinness World Records, al hacer entrega este 30 de enero del récord al nenúfar más grande del mundo al equipo del Real Jardín Botánico de Kew, en Londres, a una especie descubierta hace escasos meses.

“Estaba oculto a plena vista”, declaró en julio de 2022 Lucy Smith, artista botánica, ilustradora científica y parte del equipo del Real Jardín Botánico de Kew, en Londres, que descubrió una nueva especie del famoso género de nenúfares gigantes Victoria, la primera en más de 100 años, la Victoria boliviana. Sobre cómo una especie de nenúfar que, por su tamaño de más de tres metros puede ser visto incluso a través de Google Earth, pasó desapercibida hasta entonces existe una sencilla explicación: la nueva especie había sido confundida con la Victoria amazónica que, hasta 2022, era indiscutiblemente el nenúfar más grande del mundo. El espécimen de Victoria boliviana había estado oculto en el Herbario de Kew —una colección de especímenes de plantas secas que se almacenan, catalogan y ordenan por familia, género y especie para su estudio— durante 177 años, pero durante todo este tiempo se creyó que estas muestran pertenecían a la Victoria amazonica. Solo se identificó como nueva especie después de que la planta se cultivase en los jardines al oeste de Londres y creciera en 2018.

Carlos Magdalena posa entre los nenúfares recientemente descubiertos en julio de 2022 en Londres.
Carlos Magdalena posa entre los nenúfares recientemente descubiertos en julio de 2022 en Londres. LEON NEAL (GETTY)

Hasta la fecha, existían dos especies de nenúfares gigantes: el Victoria amazonica y el Victoria cruziana. El horticultor asturiano Carlos Magdalena, trabajador del Real Jardín Botánico de Kew en la capital británica, fue el encargado de liderar al equipo que ha dio con este nuevo hallazgo, conformado por la artista Lucy Smith y la investigadora de genómica de la biodiversidad Natalia Przelot Ska, junto con compañeros del Herbario Nacional de Bolivia, el Jardín Botánico Santa Cruz de La Sierra y los Jardines La Rinconada. “Para mí estaba claro que esta planta no se ajustaba a la descripción de ninguna de las dos especies Victoria conocidas y, por tanto, tenía que ser una tercera”, declaró Magdalena a la agencia Efe tras publicarse la exhaustiva reevaluación de la familia de los nenúfares gigantes en la revista Frontiers in Plant Science en julio de 2022. La primera vez que Carlos Magdalena vio un ejemplar de Victoria boliviana fue en el año 2006 a través de una fotografía: “Una vez que conoces a una especie, es como conocer a una persona. Con solo un vistazo no hace falta pensar. Un día yo me encontré con una foto de un jardín de Santa Cruz [Bolivia] y me di cuenta automáticamente en cuanto la vi”, declaró el horticultor.

Magdalena comenzó a investigar y, 10 años más tarde, los Jardines de La Rinconada y el Jardín Botánico de Santa Cruz de La Sierra, ambos en Bolivia, donaron una colección de semillas al Real Jardín Botánico de Kew de esta presunta tercera especie de las Victoria. Magdalena germinó y cultivó las semillas, que crecieron junto a las otras dos especies de nenúfares, dándose cuenta inmediatamente de que no eran iguales: “Cuando lo descubres, no te lo puedes ni creer”, declaró Magdalena, “de repente descubres una cosa que realmente ya estaba descubierta, pero que tampoco estaba descubierta”. Su corazonada fue posteriormente confirmada por análisis de ADN. Los datos genéticos indicaron que la Victoria boliviana se separó de la Victoria cruziana hace un millón de años. El nombre de la nueva especie es un homenaje a sus compañeros bolivianos y al hogar donde crece el nenúfar en América del Sur.

Los nenúfares 'Victoria boliviana' pueden alcanzar más de tres metros de diámetro y soportar hasta 80 kilos de peso.
Los nenúfares ‘Victoria boliviana’ pueden alcanzar más de tres metros de diámetro y soportar hasta 80 kilos de peso. LEON NEAL (GETTY)

Hasta el año 2022, la Victoria amazonica era la joya de la corona de la Casa de los Nenúfares del Real Jardín Botánico de Kew, un espectacular invernadero de estilo victoriano, con estructura metálica en color blanco y cristal, cuyo interior alberga un estanque de planta circular con gigantescas plantas acuáticas tropicales, donde hoy reside la nueva y radiante especie. Fue construido en 1852, con el único propósito de dar cobijo a este espectacular nenúfar nativo de las aguas poco profundas de la cuenca del Amazonas, descubierto por el naturalista, botánico, zoólogo y geólogo alemán Tadeo Haenke en Bolivia, en 1801, quien había formado parte de la Expedición Malaspina, la primera expedición científica organizada por la Corona española a sus colonias, y quien posteriormente permaneció al otro lado del Atlántico hasta su muerte, en 1817. Haenke registró su descubrimiento, detallando sobre una flor tan rara y hermosa que “le hizo caer de rodillas de la admiración”, pero murió antes de describir oficialmente la especie. En octubre de 1937, el naturalista y botánico británico John Lindley realizó la primera descripción publicada de la especie y la nombró en honor a la reina Victoria de Inglaterra. La Victoria amazonica fue toda una sensación para la sociedad inglesa del siglo XIX, asombrada por poder ver una planta que hasta entonces solo podía verse en selvas remotas.

Su asombro no era para menos: las hojas de la Victoria amazonica pueden alcanzar los dos metros y medio de diámetro, convirtiéndose en una sólida isla que sirve como base y refugio de diversas aves acuáticas, y cómoda sombra para la fauna sumergida. Prueba de esta solidez son todos los retratos de la época victoriana, donde niños ataviados con elegantes trajecitos y sombreros posan encima de la especie, toda una atracción para la época. Sus flores, de 40 centímetros de diámetro, tienen una espectacular fragancia, pero solo se abren durante dos noches: comienzan de color blanco para atraer a los polinizadores y luego se vuelven rosas después de liberar su polen. Al llegar la última noche, la flor se cierra y se hunde en el agua, donde madurarán las semillas. Hoy, la Victoria amazonica ya no vive en la Casa de los Nenúfares, sino en el Princess of Wales Conservatory y ha cedido el protagonismo a la Victoria boliviana, que ostenta el tamaño de hoja récord en el mundo, de tres metros y veinte centímetros de diámetro, registrado en los Jardines de La Rinconada, en su Bolivia de origen.

Carlos Magdalena sujetando el nenúfar 'Nymphaea Thermarum', la especie más pequeña del mundo, rodeado de nenúfares Victoria, las más grandes del mundo, en mayo de 2010 en Kew Gardens, Londres.
Carlos Magdalena sujetando el nenúfar ‘Nymphaea Thermarum’, la especie más pequeña del mundo, rodeado de nenúfares Victoria, las más grandes del mundo, en mayo de 2010 en Kew Gardens, Londres. OLI SCARFF (GETTY)

Como curiosidad, el Real Jardín Botánico de Kew también guarda el Nymphaea thermarum, el nenúfar más pequeño del mundo, de tan solo un centímetro de diámetro. Originario de Ruanda, estuvo a punto de desaparecer de la faz de la Tierra debido a la destrucción de su hábitat natural. Fue Carlos Magdalena quien lo salvó de la extinción cultivando a través de unas semillas en el año 2009.

Fuente: El País/Beatriz Serrano.