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Solo quedaron 1.200 personas: el momento en que la humanidad casi se extingue

Un análisis genético sugiere que hace 930.000 años la población de los ancestros humanos estuvo al borde de la desaparición, lo que pudo producir el surgimiento de una nueva especie

Homo heidelbergensis
Cráneo de ‘Homo heidelbergensis’ en la Sima de los Huesos, en Atapuerca, especie que pudo surgir del cuello de botella demográfico. UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE / UNIVERSAL IMAGES GROUP / GETTY

Hace 930.000 años, el linaje humano estuvo a punto de desaparecer. Nuestros antepasados habían empezado a expandirse por el planeta, caminaban erguidos y utilizaban herramientas de piedra simples. Unos milenios antes eran alrededor de 100.000, no muchos si se mira al presente, pero suficientes para seguir adelante en un mundo hostil. Sin embargo, algo sucedió, y la población se derrumbó hasta los 1.200 individuos. Un 98% de toda la población, desaparecida. Después, durante 117.000 años, 1.170 siglos, aquella pequeña población, que cabría en una discoteca, resistió al borde de la extinción. Hasta que, poco a poco, hace 800.000 años, la población se recuperó hasta raspar los 30.000 individuos.

El periodo del paleolítico en que tiene lugar esta historia era un tiempo de cambio, en el que unos animales sustituían a otros en oleadas que barrían el mundo de este a oeste, con cambios climáticos que pudieron poner en dificultades a nuestros ancestros hasta casi acabar con ellos. Aquel cuello de botella demográfico incrementó la presión evolutiva sobre los pocos humanos que quedaban y favoreció cambios como la fusión de dos cromosomas en uno muy similar a los de nuestro genoma. Y desencadenó la aparición de una nueva especie, quizá el antepasado común entre los neandertales y los denisovanos, ya extintos, y los sapiens. Esta última especie humana sobrevivió a todas las demás, quizá ayudando a su extinción, y de aquellos 1.200 supervivientes provienen los más de 8.000 millones de humanos actuales.

Esta sería, más o menos, la recreación de lo sucedido en aquel tiempo remoto a partir de lo que sugiere un artículo que hoy publica la revista Science. En este trabajo, en el que han colaborado investigadores de China, Italia y EE UU, los autores trataron de iluminar la etapa neblinosa del final del Pleistoceno inferior, cuando se gestó el penúltimo gran salto cognitivo de la humanidad. Por motivos aún desconocidos, de esa época de hace algo más de 900.000 años, casi no se han encontrado fósiles, con escasas excepciones como los trozos de cráneo encontrados en Gombore (Etiopía) o los restos de Homo antecessor de Atapuerca, en España.

Un ancestro común

A falta de huesos, los científicos utilizaron una técnica conocida como FitCoal que permite inferir lo sucedido a la población de la que desciende un individuo a partir del estudio de su genoma. Los investigadores emplearon las secuencias genómicas de 3.154 personas de todo el mundo y con su análisis descubrieron ese llamativo cuello de botella que dejó la población global de nuestros antepasados en 1.280 individuos con capacidad de reproducirse. Con tan pocas alternativas, la endogamia se multiplicó y todavía hoy se ven los efectos de aquella pérdida de diversidad. Sin embargo, los autores plantean que aquel momento de tribulación pudo dar lugar a una nueva especie, quizá el Homo heidelbergensis, ancestro común de neandertales, denisovanos y sapiens.

Como casi siempre que se intenta viajar en el tiempo a periodos tan lejanos, la especulación cubre parte del desierto inmenso en el que se habla de millones de años como si un milenio no fuese la eternidad. Como explicación para la hecatombe, los firmantes del artículo de Science apuntan a grandes cambios climáticos que prolongaron las glaciaciones y provocaron grandes sequías en amplias regiones del planeta. Para justificar la recuperación, a partir de algún momento hace 813.000 años, cuando la población se multiplicó por 20, se acude al control del fuego, del que ya se han encontrado pruebas en Israel hace 790.000 años, o un clima menos hostil, con más caza o vegetales para matar el hambre.

Antonio Rosas, director del Grupo de Paleoantropología en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, reconoce que la narración que surge del estudio publicado hoy le parece “bonita”, pero cree también que se trata de “un encaje ad hoc entre los datos que obtienen y otros datos paleontológicos”. “Igual que el vacío de fósiles se puede explicar por ese cuello de botella, podría explicarse porque se encuentran menos fósiles por una cuestión de vulcanismo o de sedimentación”, desarrolla. Además, Rosas considera que el mantenimiento de una población tan exigua durante tantos miles de años “es poco creíble”, porque “está fuera de las dinámicas poblacionales habituales”. “En tanto tiempo habrían cambiado las circunstancias para haber podido recuperarse”, apunta. “Pero en general, es verdad que el cuello de botella coincide con un fenómeno de transición del Pleistoceno inferior al medio, que es un fenómeno de reemplazamiento de fauna a nivel planetario, especialmente en Eurasia. No es un fenómeno puntual y ahí sucede este fenómeno que observan”, concluye.

Los resultados publicados en Science, además de demostrar una nueva técnica para obtener información del pasado profundo, pone una pieza más sobre la que seguir con la reconstrucción de la historia evolutiva de la humanidad. Las hipótesis que plantea la existencia de este prolongado cuello de botella requerirá del hallazgo de nuevos fósiles que completen esa información y, aunque ahora es imposible, siempre queda la esperanza de lograr recuperar ADN de restos tan antiguos.

Antonio Salas, especialista en genética de poblaciones de la Universidad de Santiago de Compostela, destaca el interés de este trabajo, pero recuerda también las limitaciones de estos enfoques. “Se podría especular que durante el periodo del cuello de botella pudieron ocurrir fenómenos de especiación que dieron lugar a la emergencia del [último ancestro común] compartido con los denisovanos, neandertales, con los que hemos divergido hace 765-550.000 años, pero muchos de estos fenómenos se han perdido de forma irreversible” advierte. “Muchos métodos que detectan selección natural positiva se basan en el arrastre que existe entre la variante genética seleccionada y las que están en relación de dependencia con ella, y las señales de dependencia entre las variantes genéticas se pueden perder en 10.000 años”, añade. En cientos de miles de años de evolución, en la multitud de azares sufridos por la humanidad, se habrán perdido para siempre multitud de capítulos de nuestra historia.

Con los resultados, además de las explicaciones, quedan los interrogantes. Salas se pregunta “dónde vivió esa población ancestral”, si “eran pequeños grupos de cazadores recolectores interconectados” o tenían otro modo de vida, o “qué sucedió realmente para acabar en aquel cuello de botella”. Y también, “cuánto de lo ocurrido en el linaje humano se ha perdido para siempre debido en buena parte a estos eventos demográficos”. Los autores del trabajo estiman que el cuello de botella también podría haber aumentado el nivel de endogamia de nuestros antepasados, contribuyendo así a la pérdida del 65% de la diversidad genética humana. Después, otros momentos estelares de la humanidad, como la última salida de África hace 70.000 años, provocó nuevos cuellos de botella y otra reducción de esa diversidad para acabar conformando una especie en la que todos somos parientes cercanos, descendientes de un puñado de parejas que sobrevivieron de milagro.

Fuente: El País/Daniel Mediavilla.

El misterio de las esferas de piedra y la tecnología más duradera de la humanidad

Desde hace décadas, los científicos se preguntan por la utilidad de unas bolas talladas encontradas en yacimientos que abarcan millón y medio de años

Yacimiento israelí de Ubeidiya
Esferoides encontrados en el yacimiento israelí de Ubeidiya ANTOINE MULLER

Cuando se creía que los humanos habían aparecido de repente, colocados sobre la Tierra por un soplo divino, separados del resto de los animales, era posible estudiar su naturaleza observando cómo se comportaban en las sociedades del presente. La situación se complicó cuando, a la luz de la teoría evolutiva, supimos que éramos una rama más del árbol de la vida, y que, aunque entre nosotros y otros animales haya millones de años de distancia, compartimos antepasados. Para buscar la chispa que dio lugar a esa especie capaz de acumular conocimiento, comunicarlo y transformar su entorno como ninguna antes, los científicos han tenido que ir más allá de la especulación académica y mancharse las manos, arañando el suelo de cuevas y barrancos, en busca de respuestas.

Uno de los lugares en los que se busca reconstruir los orígenes de la cultura humana es el yacimiento de Ubeidiya, en el norte de Israel. Excavado a partir de los años sesenta, allí se han encontrado las hachas de mano de tipo achelense más antiguas fuera de África, y cientos de piedras de aspecto enigmático, aparentemente talladas en forma de esfera del tamaño de una pelota de tenis. Estos esferoides, que comenzaron hace 1,7 millones de años en África, se han encontrado por medio mundo, en yacimientos separados por miles de kilómetros, desde el valle del Rift a Corea del Sur, o los yacimientos de Orce, en España. Se conocen desde hace décadas, pero su naturaleza sigue siendo un misterio. Aún se debate si fueron hechos a propósito o son producto casual del golpeo de otras piedras o cuál era su fin.

Esta semana, un equipo del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) de Tarragona y la Universidad Hebrea de Jerusalén han presentado un trabajo que apunta a que fueron talladas a propósito. Utilizando nuevas técnicas de análisis 3D y siguiendo las marcas en las piedras, los investigadores reconstruyeron la secuencia que habrían seguido aquellos homínidos en su elaboración. Sus conclusiones señalan que, a diferencia de lo que sucede cuando una forma es fruto de la erosión, como un canto que rueda por un río, los objetos no se volvían más suaves, pero sí más esféricos. “En nuestro análisis encontramos una regularidad y esa regularidad sugiere que había una intención de llegar a este tipo de formas”, señala Deborah Barsky, investigadora del IPHES y una de las autoras del trabajo. “Estas esferas serían las primeras formas geométricas recreadas en piedra de forma premeditada”, asevera.

Ahora, dentro de un proyecto a largo plazo en el que participa Barsky para estudiar los esferoides, seguirán trabajando para averiguar para qué se produjeron esos objetos. Se ha propuesto que podían servir para tratar vegetales, sacar el tuétano a huesos o como proyectiles para cazar, y también se ha planteado que pudiesen tener un valor simbólico, algo que sería más probable si, como proponen algunos autores, eran difíciles de fabricar y requerían horas de trabajo frente a los minutos en que puede estar lista una de las versátiles hachas de mano que suelen acompañar en los yacimientos a estas bolas de piedra.

Muestras arqueológicas tomadas en Qesem, Israel, del paleolítico inferior.
Muestras arqueológicas tomadas en Qesem, Israel, del paleolítico inferior.

Las hachas y las esferas nos muestran uno de los episodios más interesantes de la historia de la evolución y abren un resquicio por el que entrever el surgimiento de la mente humana. Las primeras herramientas de piedra utilizadas por nuestros antecesores, la tecnología olduvayense asociada al Homo habilis, están hechas a bulto, buscando una forma que sea útil, pero sin pensar nada preciso. “Las hachas achelenses, sin embargo, requieren una capacidad para imaginar la forma que se desea e imponérsela a roca, es un poco como aquella idea de Miguel Ángel, que decía que la escultura ya estaba dentro de la piedra y él solo eliminaba lo que sobraba”, apunta Juan Manuel Jiménez Arenas, que ha estudiado los esferoides encontrados en el yacimiento de Orce, en Granada.

“Los núcleos y las lascas del olduvayense no requieren una gran capacidad cognitiva ni destreza manual, ahora se ven primates, como los monos capuchinos de Brasil que, de manera no intencional, producen lascas indistinguibles de lo que encontramos en el olduvayense. El achelense es un juego completamente distinto”, explica el científico del CSIC Ignacio de la Torre, que recuerda un experimento en el que probaron qué tal se les daría la fabricación de herramientas a humanos modernos. “Por emulación eran capaces de hacer herramientas olduvayenses, sin explicarles nada, pero en el achelense les tenían que explicar el proceso, algo que implica la existencia de un contexto social, en el que había maestros y aprendices, y donde podía haber verdaderos artesanos”, cuenta De la Torre.

Experimento de extracción del tuétano con la esfera. Foto: J. Rosell
Experimento de extracción del tuétano con la esfera. Foto: J. Rosell

Si los esferoides se fabricaron con intención, muestra la inclinación por la simetría de aquellos nuevos humanos, los Homo erectus, que caminaron por todo el planeta acompañados de la tecnología más longeva que se conoce. Durante millón y medio de años, en lugares separados por miles de kilómetros, aparecen las mismas hachas y las mismas esferas. Esa omnipresencia de la tecnología también plantea nuevas incógnitas. “Los esferoides aparecen en Orce, en el sur de la península Ibérica, 400.000 años antes que en el resto de Europa, esto nos lleva a hacernos preguntas sobre la dispersión de los humanos por este continente”, apunta Jiménez Arenas.

La aparición de la tecnología en África, en el extremo oriental de Asia y el confín occidental de Europa, también hace pensar sobre cómo llegó allí. Barsky cree que esto “no significa que hubo contacto entre poblaciones” y se inclina por pensar que los miembros de aquella especie “alcanzaron un nivel cognitivo y cultural que los llevó a dar las mismas respuestas a circunstancias ambientales similares”.

Durante millón y medio de años, las hachas y, probablemente, las bolas de piedra muestran una sorprendente cohesión cultural en medio planeta, algo que ya no fue posible con la llegada de los innovadores Homo sapiens. La rápida introducción de nuevas tecnologías y prácticas culturales acentuó la heterogeneidad geográfica. “La capacidad de innovación [de los erectus] era pequeña, pero el hecho de que la tecnología achelense fue eficaz lo demuestra que duró millón y medio de años. Del hacha de mano se dice que fue un tipo de navaja suiza, que servía para casi todo, desde descarnar animales a cortar tubérculos”, afirma De la Torre. “Nuestra especie es innovadora por definición y cuando aparece Homo sapiens las culturas arqueológicas duran cada vez menos”, prosigue el investigador, que advierte: “Pese a ser menos innovadores, sobrevivieron millón y medio de años, algo que está por ver si conseguirá nuestra especie”.

Fuente: El País/ Daniel Mediavilla.

Así viviremos cuando ya no queden insectos: la distopía de un mundo sin alimentos

El biólogo británico Dave Goulson proyecta en su nuevo libro cómo será nuestra vida en 2080, cuando falte comida por las consecuencias de la desaparición de abejas, mariquitas y escarabajos

Una mujer poliniza un peral en Hanyuan, Sichuan, al sudoeste de China, en marzo de 2015.
Una mujer poliniza un peral en Hanyuan, Sichuan, al sudoeste de China, en marzo de 2015.JIE ZHAO (GETTY IMAGES)

En abril y mayo trabajamos durante semanas polinizando a mano las flores. Mis tres nietos se suben como monos a las ramas para polinizar las flores más elevadas de los manzanos y los perales, procurando no romper ninguna rama ni ningún capullo. A diferencia de algunos árboles, los manzanos solo dan fruto si las flores reciben polen de una variedad de manzana diferente, por lo que tenemos que recoger cuidadosamente el polen de las flores de cada árbol, cepillando las anteras en un tarro de mermelada. Luego aplicamos el polen en las partes femeninas de un árbol de una variedad diferente. (…)

Marzo y abril son los peores meses, cuando las cosechas del año anterior se han acabado y la mayoría de los cultivos primaverales todavía no han madurado. El brócoli púrpura es estupendo, ya que florece exactamente en esta época. Lo complementamos con plantas silvestres, entre ellas, brotes de ortiga, raíces de diente de león, miscantos, pamplinas y cualquier verdura pasada que quede en la despensa, y añadimos a las ensaladas hojas jóvenes de abedul y de tilo. Los niños se quejan, pero están mejor que la mayoría. (…)

Hace tiempo, este fue un país rico, pero ahora la gente arriesga su vida por unas pocas patatas. Nadie vio las señales de alarma, pero las cosas empezaron a empeorar a gran velocidad en los años cuarenta. ¿Qué habíamos hecho mal? Nadie podía creer que una civilización global con un elevado nivel de conocimientos y tecnología pudiera colapsar. No debería sorprendernos, ya que otras civilizaciones pasadas siguieron el mismo destino. De hecho, todas han acabado colapsando. Durante el apogeo del Imperio Romano, nadie habría creído que su vasta y eficiente civilización pudiera ser destruida por las tribus del norte y que sus poderosas ciudades se convertirían en ruinas y caos. La historia nos demuestra que las grandes civilizaciones van y vienen: los imperios Han, Maurya, Gupta y mesopotámico eran muy complejos, avanzados y sofisticados para su época y, aun así, todos se derrumbaron. Mucha gente ni siquiera sabe que existieron. (…)

Al llegar la década de 2030 ya era demasiado tarde. El inevitable aumento del nivel de los océanos, agravado por las lluvias torrenciales y las tormentas, empezó a romper las defensas contra las inundaciones. Estas paralizaron muchas de las principales ciudades del mundo: Londres, Yakarta, Shanghái, Bombay, Nueva York, Osaka, Río de Janeiro y Miami, entre otras, sucumbieron ante el avance de las aguas. Debilitadas por las epidemias y enfermedades, las economías fueron incapaces de lidiar con el coste cada vez más elevado de las nuevas defensas contra las inundaciones. Muchas eran de hormigón, la fabricación del cual también liberaba más dióxido de carbono. Las compañías de seguros quebraron por la magnitud de los desastres y las coberturas de la propiedad se convirtieron en una cosa del pasado. Regiones enteras quedaron sumergidas bajo el agua, entre ellas, zonas extensas de Bangladés, las Maldivas, la mayor parte de Florida y las marismas de Inglaterra.

Durante semanas polinizamos a mano las flores. Escalamos como monos para llegar a las flores más altas de los árboles

Por culpa de lo que los científicos llaman “ciclos de retroalimentación positiva”, hiciéramos lo que hiciéramos ya no podíamos detener el cambio climático. La disminución de la capa de hielo de los polos redujo la reflexión de la energía solar, lo que provocó un mayor calentamiento que provocó que más hielo se derritiera y… vuelta a empezar. La descongelación del permafrost ártico liberó enormes cantidades de metano atrapado en el suelo. El metano es un gas cuyo efecto invernadero es muy superior al del dióxido de carbono. El cambio de los patrones climáticos redujo las precipitaciones que caían en el Amazonas, por lo que las pluviselvas que quedaban en esa región se marchitaron y murieron, destruyendo un ecosistema de 55 millones de años de antigüedad; el más rico de la Tierra. Cuando los delgados suelos que los bosques mantenían compactos empezaron a disgregarse y convertirse en polvo, liberaron más gases de efecto invernadero.

Lo que más nos afectó fue que empezó a no haber alimento suficiente para todo el mundo. En la década de 2040 se encadenaron varios episodios de sequías en el cinturón del trigo de Norteamérica, que redujeron drásticamente la disponibilidad de este cultivo tan esencial. Mientras tanto, en África, el Sáhara avanzaba hacia el sur, expulsando a innumerables agricultores de sus tierras, ya estériles. Había pocos lugares a los que ir. Las temperaturas en el África ecuatorial eran tan altas que los humanos no las pudieron soportar. Al mismo tiempo, el rendimiento de los cultivos polinizados por insectos, entre ellos, las almendras, los tomates, las frambuesas, el café y el chocolate, empezó a caer a medida que ocurría lo mismo con el número de insectos polinizadores en todo el mundo. Las plagas se volvieron resistentes a los pesticidas con los que las bombardearon durante décadas, puesto que las temperaturas cada vez más altas les permitían reproducirse más rápidamente. Los enemigos naturales de las plagas de insectos, depredadores como las mariquitas, los sírfidos, los neurópteros y los escarabajos carábidos, desaparecieron mucho tiempo antes. Los pastos se empezaron a asfixiar por la acumulación de excrementos de animales. Los escarabajos peloteros y las moscas que se alimentaban de estiércol empezaron a escasear, incapaces de lidiar con los fármacos y pesticidas que se administraban al ganado y que acababan entre sus heces. Sin insectos que transformaran el estiércol, la hierba tenía menos tierra en la que crecer, y las infecciones de gusanos intestinales que se transmitían a través de los huevos depositados en las heces se agravaron.

El suelo de muchos campos agrícolas era cada vez más fino y menos fértil. Tras cien años soportando una agricultura intensiva, el suelo se había disgregado u oxidado. Los que quedaban estaban siempre contaminados, sin lombrices ni las otras pequeñas criaturas que antes ayudaban a mantenerlos sanos. (…)

En los mares tropicales, los arrecifes de coral demostraron ser muy sensibles al ascenso de la temperatura. Se blanquearon y murieron. Antes de que yo naciera, mis padres aprendieron a bucear en la Gran Barrera de Coral, frente a las costas de Australia, y solían describirme la asombrosa variedad de coloridas criaturas que allí vieron. En solo un año, 2016, cuando yo tenía quince años, la mitad de la Gran Barrera de Coral murió. En 2035, casi todos los arrecifes de coral del mundo habían seguido el mismo destino. Se perdieron así las principales zonas de desove y cría de muchos peces que antes se capturaban como alimento. En las aguas más frías, la cada vez más desesperada búsqueda de peces provocó que las flotas de arrastreros industriales desobedecieran las directrices de los gobiernos respecto a la limitación de sus capturas y diezmaran las poblaciones que quedaban. Hacia 2050, en los mares apenas había vida, aparte de los bancos de medusas no comestibles que proliferaron cuando desaparecieron los peces.

Probablemente, si los gobiernos hubieran hecho caso de las evidencias y trabajado juntos, nuestra civilización no habría pasado el punto de no retorno allá por el año 2035. Por desgracia, en el momento en que era necesario que la humanidad usara su experiencia y sus recursos para superar el reto más difícil al que se había enfrentado jamás, le dio la espalda a la razón. Los precios de los alimentos aumentaron, la calidad de vida disminuyó, creció el desempleo y las continuas mareas de refugiados que no dejaban de llegar a los países desarrollados provocaron disturbios callejeros, protestas y la llegada al poder de políticos extremistas. Se deshicieron todas las alianzas internacionales y se optó por políticas aislacionistas y nacionalistas. Los países pusieron sus propios intereses por delante de los de la humanidad y de los de aquellos con los que compartíamos el planeta.

Fuente: El País/Dave Goulson

Una cueva con 35 cráneos de animales desvela los rituales “mágicos” de los neandertales

Un equipo de paleoantropólogos encuentra cerca de Madrid una insólita acumulación de calaveras de bisontes, toros salvajes, ciervos y rinocerontes con probable intención “ceremonial”

Dos investigadoras analizan uno de los cráneos hallados en los yacimientos de Pinilla del Valle, en Madrid.
Dos investigadoras analizan uno de los cráneos hallados en los yacimientos de Pinilla del Valle, en Madrid.MEH

El codirector de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga, acaba de participar en un hallazgo para el que pide un poco de imaginación; y que después cada cual saque sus propias conclusiones.

La historia comienza así: hace unos 70.000 años, en una cueva del valle del Lozoya, al norte de Madrid, los neandertales depositaron cráneos y cuernas de animales enormes: bisontes, toros salvajes, ciervos, rinocerontes. Les sacaban el cerebro, para comérselo con cuidado de no dañar las astas, llevaban los restos a la cueva, prendían un pequeño fuego y después los tapaban con losas de piedra. Se han hallado hasta 35 cabezas en un nivel de terreno de dos metros de profundidad, lo que significa que esta fue una tradición que se perpetuó durante “años, décadas, siglos, incluso milenios”. Según Arsuaga, en ningún otro lugar del mundo se ha encontrado algo así.

En su opinión, esta es una de las mayores pruebas hasta la fecha de que los neandertales tenían una mente compleja capaz de manejar símbolos y realizar “ceremonias” en torno a las calaveras de animales temibles. “No sabemos qué pasó”, reconoce el paleoantropólogo, “pero me imagino al grupo de neandertales que trae pesados cráneos desde el fondo del valle hasta la cueva, los preparan, los iluminan, los cubren y se van. ¡Qué fuerte!”.

Ilustración que representa un posible ritual neandertal, proporcionada por el Museo de la Evolución Humana.
Ilustración que representa un posible ritual neandertal, proporcionada por el Museo de la Evolución Humana. ALBERT ALVAREZ MARSAL

Los neandertales eran la especie humana genuina de Europa, donde vivieron desde hace 400.000 años. También son los homínidos más cercanos en la evolución a nuestra especie, los Homo sapiens, originaria de África. Ambas especies se encontraron en Eurasia y tuvieron sexo e hijos durante miles de años, lo que dejó una pizca de ADN neandertal en todas las personas actuales de fuera de África. Por razones desconocidas, los neandertales se extinguieron hace unos 40.000 años y los sapiens se convirtieron en la última especie humana de la Tierra. En los últimos años, una creciente colección de descubrimientos ha reforzado la idea de que los neandertales eran capaces de comportamientos tan humanos como los nuestros.

El nuevo hallazgo se ha realizado en la cueva Des-Cubierta, una de las zonas de excavación de los yacimientos neandertales de Pinilla del Valle, a una hora y media en coche de la capital; y se publica hoy en la revista especializada Nature Human Behaviour.

Caza o culto

En este trabajo, un nutrido equipo de paleoantropólogos de varios países encabezado por Arsuaga, Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico y Paleontológico de la Comunidad de Madrid, y Alfredo Pérez-González, investigador de la Universidad Complutense, maneja dos posibles interpretaciones. O bien era una acumulación de trofeos de caza o se trata de un lugar “ceremonial”. “Una expresión de la relación simbólica de los neandertales con la naturaleza o algún tipo de rito de iniciación o de magia propiciatoria”, detalla en el estudio.

Los investigadores justifican su postura en que no han hallado otros huesos de animales que no sean cráneos con sus cuernas conservadas. No hay rastros de que los neandertales acamparán allí, ni que hicieran las cosas típicas de los humanos de la época: prender grandes hogares para cocinar (en la cueva solo hay hogueras muy pequeñas), tallar herramientas grandes de piedra, curtir pieles. A escasos 20 metros de la Des-cubierta sí existe otro yacimiento donde hay todas estas cosas. Su antigüedad es de unos 50.000 años. Para los autores del estudio, esto no puede ser una acumulación de restos casual, sino una prueba contundente de que los neandertales creaban símbolos y lugares de culto, al igual que hacemos los humanos actuales.

Excavación de la cueva neandertal Des-Cubierta, en Pinilla del Valle.
Excavación de la cueva neandertal Des-Cubierta, en Pinilla del Valle. COMUNIDAD DE MADRID

El hallazgo se suma a otras pruebas de que la mente neandertal no era tan primitiva como pensaban los arqueólogos hace decenios. Muchas de las pruebas que apoyan esta hipótesis se han encontrado en España. En la cueva de Los Aviones, en Murcia, aparecieron conchas perforadas que eran cuentas de collar fabricadas por esta especie; y en la cueva de Foradada, en Calafell (Tarragona), restos de colgantes elaborados con garras de águila.

Hallazgos recientes también cuestionan que los Homo sapiens fuesen los únicos capaces de crear símbolos pictóricos. En la cueva de La Pasiega, en Cantabria, se ha hallado una escalera que podría haber sido pintada por los neandertales hace unos 64.000 años, aunque su datación sigue en debate. Y en 2014 se halló un grabado geométrico horadado en una pared de la cueva de Gorham, en Gibraltar, hace más de 39.000 años. La gran pregunta por responder es si los neandertales aprendieron a pintar y a crear símbolos porque les enseñaron los sapiens o si fueron ellos mismos los que desarrollaron esta capacidad.

En 2021, un grupo de paleoantropólogos hallaron en Alemania un hueso con un símbolo en forma de galón que habría sido hecho por neandertales hace 51.000 años, en un tiempo en el que aún no habían llegado los sapiens. Aun así, las pinturas y signos neandertales están a años luz de las cumbres del arte paleolítico sapiens, como los célebres bisontes de Altamira, en Cantabria, o los asombrosos felinos de la cueva de Chauvet, en Francia.

“Eran simbólicos”

Sobre el hallazgo del valle del Lozoya, Arsuaga es tajante: “Lo que hemos encontrado aquí tiene mucha más fuerza que las pinturas, que no dejan de ser signos y rayas”. Estos descubrimientos “nos confirman que los neandertales eran simbólicos, pero a la vez que no eran como nosotros; al fin y al cabo se puede ser humano de muchas formas”, razona.

La posibilidad de que los neandertales siguiesen un culto al cráneo se ha barajado desde principios del siglo pasado. La idea se basaba en descubrimientos de calaveras de osos cavernarios y otros animales que podrían haber sido acumulados y enterrados con intenciones simbólicas, aunque es una hipótesis aún discutida. En épocas posteriores a la extinción de los neandertales, existen algunos ejemplos del uso de las calaveras de bisontes, rinocerontes y otros animales por parte de sapiens, tal vez como ofrenda a los muertos.

Antonio Rodríguez-Hidalgo, prehistoriador de la Universidad Complutense de Madrid e investigador en Atapuerca, ofrece una opinión independiente sobre el estudio: “Es un hallazgo muy interesante y su publicación era muy esperada entre la comunidad científica”. “La interpretación de los autores es muy audaz y a la vez controvertida”, señala.

“La posibilidad del trofeo de caza va un paso más allá, y es plausible, pero no gustará a todos. No conocemos trofeos de caza entre los humanos modernos del Paleolítico superior [hace entre 50.000 años y 12.000 años]. Se trata de una tradición moderna, asociada a la caza deportiva y al colonialismo europeo del siglo XIX”, asegura. “Me parece más coherente la explicación del significado ceremonial o mágico. Es muy posible que los neandertales tuviese algo parecido al chamanismo. El caso de Des-Cubierta plantea nuevas incógnitas y nos obliga a mirar con atención en otros yacimientos del Paleolítico medio, donde otras acumulaciones de cráneos pueden haber pasado desapercibidas”, añade.

Fuente: EL País/ Nuño Domínguez.

Los restos de un niño con un pie amputado hace 31.000 años iluminan el origen de la cirugía

El esqueleto, hallado en las selvas de Indonesia, sugiere que los cazadores recolectores tenían conocimientos médicos y empatía

Un niño sobrevivió unos ocho años tras una intervención quirúrgica que le amputó el pie izquierdo hace unos 31.000 años, según los restos hallados en la remota cueva de Liang Tebo, en la isla indonesia de Borneo. Los huesos de la pierna cercenada indican que fue un corte intencionado, quirúrgico a su manera, con algo contundente y con el conocimiento suficiente para evitar la muerte del paciente desangrado o roto de dolor. La operación tuvo éxito y los cuidados posoperatorios se ejecutaron con la maestría necesaria como para mantener con vida al crío. La intervención quirúrgica más antigua conocida hasta ahora se llevó a cabo en Francia hace unos 7.000 años, según destaca el equipo del arqueólogo Tim Maloney, de la Universidad Griffith de Australia, que publica este miércoles el hallazgo de los restos del niño indonesio en la revista Nature.

Para la paleoantropóloga María Martinón Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh), se trata, probablemente, de “la evidencia más antigua de la figura del médico”, alguien con un conocimiento especializado respecto al resto. La científica, que no ha participado en este estudio, cree que es otra prueba de que el Homo sapiens, desde sus orígenes, ha “prestado auxilio y cuidado a aquellos que, comparativamente, tienen alguna discapacidad” dentro del grupo.

El lugar donde los científicos hallaron el enterramiento se encuentra en el interior de una zona montañosa de la selva tropical conocida como Sangkulirang–Mangkalihat, a la que solo se tiene acceso por barco en ciertos momentos del año. Es una formación de roca caliza que, al descomponerse por la erosión del agua, da lugar a cavernas “del tamaño de una catedral”, en palabras de los científicos. Lo primero que encontraron los investigadores fueron pinturas rupestres, en una zona del sudeste asiático que ya ha sido reconocida por albergar los primeros dibujos figurativos de la humanidad, trazados hace más de 40.000 años.

El equipo de arqueólogos excavó en la parte baja de la cueva a 1,5 metros de profundidad, donde halló los restos fósiles de la pierna derecha completa, más la tibia y el peroné izquierdos amputados. En el miembro cercenado se puede observar “en el colágeno que envuelve los huesos, lo que son señales características que indican que ya está cicatrizado”, señala la paleoantropóloga Laura Martín-Francés, otra investigadora afiliada al Cenieh que tampoco ha intervenido en el descubrimiento.

Martín-Francés califica de importante el hallazgo debido a que “el hecho de amputar requiere la capacidad de prever que, de no hacerse, el sujeto muere”. Los mismos autores de la investigación descartan que el corte fuera fruto del azar, de un accidente violento o de un mordisco de un animal. El médico que ejecutó la cirugía debió tener un “conocimiento previo” del cuerpo humano y quizá, incluso, hizo pruebas previas con otros animales para conocer la anatomía, según apunta Martín-Francés. En un artículo complementario publicado en Nature, la profesora Charlotte Ann Robert, de la Universidad de Durham (Reino Unido), subraya la complejidad de una amputación: evitar que el paciente se desangrara quizá requirió conocimientos de plantas medicinales de la zona, posiblemente un “tipo de musgo”.

Para las dos investigadoras españolas, el hecho más destacado del descubrimiento es la “empatía” que refleja el acto en sí, no solo la intervención, sino el cuidado posterior en una situación “extrema” como era la vida durante el Pleistoceno tardío, en plena era glacial. “El que los Homo sapiens hayan desarrollado la capacidad de cuidar a otros desinteresadamente no nos hace únicos, pero casi”, señala Martín-Francés. Y ahonda en ese punto Martinón Torres, autora del libro Homo Imperfectus (Destino, 2022): “En nuestra especie, el instinto de supervivencia abarca al grupo, no solo al individuo, e incluye actos premeditados, proactivos y organizados, como la institucionalización del cuidado”. Además, apunta la experta, el hecho de que fuera “cuidado durante años y enterrado evidencia, además, que hasta el final estuvo integrado en la vida de esa sociedad”.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / JON GURUTZ ARRANZ IZQUIERDO

El Niño de Turkana, nuestro ancestro mejor conservado con 1,6 millones de años

También conocido como Niño de Nariokotome por el lago de Kenia en el que fue hallado hace 37 años, el fósil esqueleto casi completo pertenece a un ‘Homo ergaster’

El doctor Frederick Kyalo Manthi muestra un modelo en yeso del cráneo del "Niño de Turkana" que forma parte de una exposición en el Museo Nacional de Kenia.
El doctor Frederick Kyalo Manthi muestra un modelo en yeso del cráneo del «Niño de Turkana» que forma parte de una exposición en el Museo Nacional de Kenia. STEPHEN MORRISON / EFE

La dificultad, y también la satisfacción, que supone realizar un árbol genealógico familiar e ir remontándonos siglos atrás en nuestros antepasados puede dar una idea de la magnitud de lo que supuso el descubrimiento, hace 17 años, de nuestro antepasado mejor conservado: un fósil esqueleto casi completo de un niño de 12 años que vivió hace 1,6 millones de años y que dentro del género Homo es posterior al Homo habilis y anterior al Homo erectus y al antecessor.

Conocido con los apodos locales de Niño de Nariokotome o Niño de Turkana por la denominación del yacimiento y del lago de Kenia, respectivamente, donde se encontró, el nombre científico del fósil es KNM-WT 15000 (cifra de referencia por Kenya National Museum-West Turkana). Se trata de un esqueleto casi completo, ya que tan solo le faltan las manos y los pies, correspondiente a un joven que falleció alrededor de a los 12 años de edad hace aproximadamente 1,6 millones de años, al inicio del Pleistoceno.

Los restos fueron encontrados en la zona occidental de lo que era el lago Turkana, en la actualidad un desierto, al norte de Kenia y cerca de la frontera con Sudán y Etiopía. Dentro del árbol filogenético humano, en el género Homo, pertenecen al Homo ergaster (trabajador) y son posteriores al Homo habilis y anterior al Homo erectus y antecessor.

El Niño de Turkana representa el fósil más completo de los primeros humanos que se haya descubierto hasta el momento, pero el lago situado en Kenia contiene restos que abarcan cuatro millones de años de evolución humana. Hoy en día el lago Turkana se encuentra en medio de un ambiente desértico, pero hace dos millones de años era una gran extensión rodeada de verde y constituía un lugar ideal para que los humanos vivieran.

El lago, situado en una zona volcánica, era también el sitio perfecto para que sus restos se fosilizaran al morir, ya que la actividad tectónica movía la corteza terrestre y creaba nuevas capas. Así, los descubrimientos óseos y de herramientas pertenecen a distintos periodos de la evolución humana que, de forma casi natural y debido a la erosión por las fuertes lluvias, han dejado al descubierto los fósiles.

El esqueleto del bautizado como Niño de Turkana fue descubierto por el experto buscador y recolector de fósiles keniano Kamoya Kimeu, miembro del equipo de paleoantropólogos que entonces dirigían Richard Leakey, director del Museo Nacional de Kenia, y Alan Walker, de la Universidad Johns Hopkins de Washington.

La forma de la pelvis reveló de inmediato que el hallazgo se trataba de un varón, y el posterior análisis de los huesos, en especial los alargados fémures, dieron una estatura de 160 centímetros. Estudios posteriores ofrecieron el resultado de que el Homo ergaster, la especie a la que pertenece el Niño de Turkana, presentaba un desarrollo ontogenético más rápido que el Homo sapiens, por lo que a los 11-12 años de edad habría finalizado su crecimiento y su estatura de adulto no superaría esa talla de 160 centímetros.

Por otro lado, el estudio de los dientes continúa siendo el modo más fiable de aproximarnos al ciclo vital de estas especies extinguidas. Sin embargo, en este caso, la formación de las coronas dentales del fósil KNM-WT 15000, perteneciente en teoría a un joven inmaduro, nos ofrece datos distintos a su estudio óseo. Tomando como referencia las poblaciones humanas actuales, la estatura y el desarrollo de determinadas partes esqueléticas sugieren una muerte en torno a los 12 años de edad; pero los datos de su histología dental indican que este individuo falleció antes de cumplir los ocho años.

Estos datos permiten concluir que la duración del ciclo vital del Homo ergaster todavía está muy lejos del nuestro. El Niño de Turkana había alcanzado una estatura considerable y la osificación de las articulaciones estaba mucho más avanzada de lo que correspondería a un niño o niña actual de ocho años.

Los descubridores del fósil esqueleto también determinaron que los huesos son prácticamente iguales a los del hombre actual, con excepción del cráneo y la mandíbula, que tienen un aspecto más primitivo. Algunos paleoantropólogos también mantienen que la evolución es diferente según las partes del cuerpo analizadas, pero todos coinciden en que la mandíbula del Niño de Turkana fue, junto con el lugar del descubrimiento y los sedimentos, uno de los elementos decisivos para determinar su edad, ya que presentaba muelas de leche.

Las costillas también son sorprendentemente muy parecidas a las del hombre moderno, incluso la configuración raquídea, aunque el Niño de Turkana padecía una escoliosis producida, tal vez, por un accidente. Otra peculiaridad y elemento distintivo en este descubrimiento es la capacidad neurocraneal, que era de tan solo 880 cm³ cuando el promedio del ser humano actual es de 1.350 cm³; es decir, correspondía a la capacidad neurocraneal de un niño de un año en la actualidad.

El estudio de la morfología interna del neurocráneo también permite observar una concavidad para el área de Broca -dedicada al lenguaje articulado- bastante desarrollada; pero el pequeño hueco de las vértebras en relación a la del ser humano moderno también indica con altas probabilidades que no podía tener un lenguaje oral con un desarrollo ni por asomo próximo al moderno.

Los descubridores del fósil esqueleto del Niño de Turkana revelaron también que al poner la mandíbula del niño en el cráneo tuvieron la sensación de encontrarse ante los restos de un hombre de Neanderthal, que es mucho más posterior, lo que se explica por un proceso denominado neotenia, según el cual los adultos de especies posteriores se asemejan a los jóvenes de especies anteriores.

Junto al esqueleto del Niño de Turkana se encontraron también algunas hachas bifaciales, por lo que se cree que fueron de los primeros homínidos en utilizar herramientas ya elaboradas. Su alimentación también se volvió más carnívora por la falta de frutos del continente africano en esta época y ese cambio alimenticio supuso una reducción del tamaño de los molares.

Las causas de la muerte del joven de Turkana no están del todo claras y se barajan también varias hipótesis. Una dice que no presenta signos de una grave enfermedad ni otros daños que huesos partidos después de muerto, que podrían explicarse por hipopótamos que pasaron sobre él y lo fueron aprisionando en el barro, gracias a lo cual se ha conservado. La otra hipótesis revela como posible causa del fallecimiento una septicemia generalizada a partir de la infección de un molar.

Un estudio más reciente de un grupo de paleoantropólogos españoles ha sacado a la luz nuevos datos sobre el desarrollo del Niño de Turkana y de la especie Homo ergaster dentro de la evolución humana. La principal conclusión es que la forma estilizada del humano moderno, con tórax y pelvis estrecho (algo asociado con su habilidad para recorrer largas distancias), apareció más recientemente de lo que se pensaba, ya que el primer ancestro humano que se extendió por el Viejo Mundo, desde África hasta el sudeste asiático, y al que hasta ahora se consideraba esbelto y estilizado, en realidad era compacto, robusto y achaparrado. El trabajo, publicado en la revista Nature Ecology and Evolution ha reconstruido en 3D la forma de la caja torácica del ejemplar de Homo ergaster del Niño de Turkana, y tenía un tórax más profundo, más ancho y más corto que el de los humanos modernos.

Los estudios sobre cómo el Niño de Turkana caminaba y corría se han limitado en gran medida a las piernas y la pelvis. Sin embargo, para la carrera de resistencia, sus capacidades respiratorias también habrían sido relevantes, lo que supone una gran adaptación al medio.

Gracias al Niño de Turkana sabemos un poco mejor de dónde venimos y cómo hemos evolucionado, pero sin duda la historia que siguen revelando yacimientos como el de Nariokotome, en el extinguido lago Turkana de Kenia, continúan ayudándonos a entender mejor nuestra evolución.

Fuente : El País / Alberto López.

Los neandertales pintaron en la cueva de Ardales durante milenios

Unas marcas rojas en una estalagmita del yacimiento malagueño confirman que otros humanos además de los actuales daban valor simbólico a determinados lugares

La composición muestra la estalagmita y los trazos en progresivo detalle.
La composición muestra la estalagmita y los trazos en progresivo detalle. JOÃO ZILHÃO

Las obras de arte rupestre más antiguas las hicieron los neandertales en varias cuevas de la península ibérica. El descubrimiento, realizado en 2018, no convenció a parte de la comunidad científica, que dudaba de la capacidad de estos otros humanos. Ahora, el análisis detallado en una de ellas confirma que fueron miembros de esta especie. Además, pintaron en el mismo lugar durante milenios, mucho antes de la llegada de los sapiens. De repetirse en otros yacimientos, estas manchas rojas demostrarían que el Homo neanderthalensis ya otorgaba un valor especial, simbólico, a determinados lugares.

La ciencia moderna es especialmente crítica con su pasado reciente y su idea del progreso en general y el científico en particular. Tras Darwin y con el positivismo, durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX se impuso también entre los científicos la visión del avance de la historia como lineal y, en general, siempre a mejor: el pasado es atraso y el futuro progreso. En el terreno de la evolución humana (ya el propio término se presta al sesgo), se impuso la idea de que los Homo erectus eran más atrasados que los neandertales y estos más brutos que los sapiens. Aunque esta visión está superada hace tiempo, sus rescoldos llevaron a algunos a cuestionar el estudio de 2018, opinando que más que trazos de pintura parecían manchas de origen geológico o natural. No les encajaba que fueran miembros de esta especie extinguida la primera en grafitear las paredes.

Sin embargo, un minucioso análisis de una serie de trazos rojos en una gran estalagmita de la cueva de Ardales (Málaga) ha confirmado que fueron pintados por alguien desde, al menos, hace 64.800 años. Y como quiera que los humanos modernos no llegaron hasta la península ibérica muchos milenios más tarde, debieron ser los neandertales los que lo hicieron.

Las pinturas analizadas fueron realizadas desde hace unos 65.000 años en una cueva malagueña

Situada en la llamada sala de las estrellas, este espeleotema estalagmítico tiene varias de sus columnas marcadas con ocre. Su estudio, cuyos resultados han sido publicados en la revista científica PNAS, indica que el pigmento usado es un tipo de ocre (óxido de hierro fundamentalmente) que no existe en ningún otro lugar de la cueva y que debió de llegar allí desde fuera.

Los investigadores, entre los que hay además de prehistoriadores y paleontólogos, expertos en cristalografía y mineralogía, descartan otra cosa que no sea la acción intencionada de los humanos. Lo detalla el investigador de la Universidad de Barcelona y coautor del estudio João Zilhão: “El pigmento es una hematita [mineral de óxido férrico] que no existe en el interior de la cueva, fue aportado por los humanos”. En cuanto a la tesis del origen natural, confirmaron que había sido aplicado sobre la piedra: “Ni una mancha de la misma calcita por procesos naturales coevos de la precipitación de los cristales ni de acumulaciones resultantes de actividad biológica (microorganismos) o geológica (inundaciones…)”.

Esto confirma que se trata de las pinturas más antiguas, junto a las de La Pasiega (Cantabria), realizadas en una cueva por los neandertales. Hay unas piedras con trazos también rojizos que dibujaron los sapiens en Sudáfrica hace 73.000 años.

La gran estalagmita se halla en una zona de la cueva llamada la sala de las estrellas.
La gran estalagmita se halla en una zona de la cueva llamada la sala de las estrellas. PEDRO CANTALEJO-DUARTE

Pero hay otro descubrimiento que sugiere muchas cosas a los investigadores. Aunque los trazos más antiguos son de hace unos 65.000 años, hay otros en otras columnas de la misma estalagmita que son más recientes. Han confirmado otro grupo de marcas, aunque creen que hubo al menos otras dos incursiones pictóricas. Y todo eso en un rango de unos 20.000 años y siempre por neandertales. “Nuestra interpretación es que la cueva misma, y este domo en especial, tenían una significación simbólica (ritual, mitológica, u otra) que era marcada/subrayada por el acto de esparcir sobre él el pigmento rojo”, opina Zilhão.

La repetición de las pinturas es lo que más destaca el prehistoriador de la Universidad Complutense de Madrid Marcos García Diez, que no ha intervenido en este estudio, pero sí ha investigado a fondo la cueva de Ardales. “Implica que ha habido una tradición oral transmitida sobre milenios sobre el valor ornamental, simbólico o lo que sea de la cueva”, comenta. Como en otras expresiones artísticas más recientes, es posible que “la imagen no tenga función o significado hasta que no está en el sitio, la función no la da la imagen, la da el lugar”, añade. Y esto que ya había sido observado en los sapiens “es la primera vez que se ve en los neandertales”, completa García Diez.

Para Roberto Ontañón, director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC), esta investigación es relevante, en especial la determinación del origen humano de las pinturas. Pero es más prudente son la interpretación de su relevancia simbólica o sobre quién las pintó. Según él, para los autores, “no se trataría, por tanto, de arte en el sentido restringido del término, sino del resultado de comportamientos gráficos orientados a perpetuar el significado simbólico de un espacio subterráneo”. De esta manera, “los espeleotemas jugarían un papel fundamental en los sistemas simbólicos de algunas comunidades neandertales, y estas manifestaciones darían cuenta de un comportamiento profundamente enraizado en una tradición de largo recorrido”, completa Ontañón”.

“Aún hay mucho que investigar antes de descartar la hipótesis alternativa: que los autores fueran sapiens que llegaron mucho antes por el estrecho de Gibraltar y no los neandertales”

ROBERTO ONTAÑÓN, DIRECTOR DEL MUSEO DE PREHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA DE CANTABRIA

Pero esta visión de los neandertales corre el riesgo de repetir el error contrario al que en el pasado los despreciaba como los parientes brutos: “En lo que constituye, quizá, un exceso de signo contrapuesto al anterior prejuicio especista, hay investigadores que muestran un innegable entusiasmo a la hora de equiparar a neandertales y sapiens, atribuyendo a los primeros capacidades antes consideradas exclusivas de nuestra especie como la expresión gráfica e, incluso, el cómputo numérico”, comenta el director del MUPAC. Para Montañón aún hay mucho que investigar y descubrir sobre los detalles de estas pinturas antes de descartar la hipótesis alternativa: que los autores fueran sapiens que llegaron mucho antes por el estrecho de Gibraltar y no los neandertales.

* Este estudio sobre la cueva de Ardales forma parte de un proyecto más amplio codirigido por José Ramos Muñoz (Universidad de Cádiz) y Gerd C. Weniger (Neanderthal Museum, Alemania) financiado por el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad.

Fuente : El País / Miguel Ángel Criado.

Hallado en Israel un misterioso grupo humano que pudo originar a los neandertales

Fósiles de hace 130.000 años apuntan a que Oriente Próximo fue el lugar donde sucedieron los primeros intercambios sexuales y culturales entre esta especie y la nuestra

Reconstrucción tridimensional de los fósiles hallados en Nesher Ramla (Israel).
Reconstrucción tridimensional de los fósiles hallados en Nesher Ramla (Israel).U.C.

En 2010, un grupo de arqueólogos se lanzó a una misión desesperada. Tenían que evitar que una gran cantidad de huesos animales y herramientas de piedra fabricadas hace decenas de miles de años acabasen en los hornos de la mayor fábrica de cemento de Israel. Algunos de los restos recuperados durante aquella campaña de salvamento aportan hoy un hallazgo que puede cambiar la historia evolutiva del género humano y también la de nuestra especie: la cantera de Nesher Ramla, en el centro de Israel, pudo ser la cuna de los neandertales, una especie humana que se pensaba genuinamente europea y con la que los sapiens tuvimos sexo e hijos hace decenas de miles de años.

En los niveles más profundos de la excavación se rescataron varios fragmentos de la bóveda craneal y una mandíbula inferior casi completa de un adulto del que se ignora el sexo. El análisis detallado de la morfología de estos fósiles desvela que perteneció a un grupo humano desconocido hasta ahora que ha sido bautizado como Homo de Nesher Ramla. El nombre hace referencia al grupo Homo, que engloba a los humanos actuales, los Homo sapiens, y a sus parientes más cercanos, los neandertales, entre otros.

El Homo de Nesher Ramla vivió hace unos 130.000 años. Sus restos muestran una mezcla de rasgos primitivos, sobre todo en el cráneo y la mandíbula, y otros muy evolucionados en los dientes que lo acercan a los neandertales posteriores que habitaron Europa. Estos rasgos se asemejan a los de los dientes de Quesem, que se remontan casi 400.000 años, y a los cráneos de Zuttiyeh y Tabun, de entre 150.000 y 250.000 años. Los responsables del trabajo creen que todos estos restos hallados en Israel pertenecían a este nuevo grupo humano de preneandertales. El Homo de Nesher Ramla sería uno de los últimos supervivientes de este grupo, que vivió en Oriente Próximo durante más de 300.000 años, un periodo 60 veces más largo que toda la historia desde la invención de la escritura, hace unos 5.000 años.

“Esto es lo que llamamos un fósil eureka”, explica María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana y coautora del estudio, publicado en Science. La palabra griega hace referencia a un descubrimiento repentino que cambia la historia. “Este hallazgo nos muestra que el origen de los neandertales no está en Europa, sino en Oriente Próximo. Esta era la población madre que generó después poblaciones hijas tanto en Europa, con los neandertales clásicos, como en Asia, con los denisovanos”, detalla Martinón-Torres.

Los fósiles hallados en Nesher Ramla (Israel).
Los fósiles hallados en Nesher Ramla (Israel).U. C.

El hallazgo tiene importantes implicaciones para entender los orígenes de nuestra especie. Lo que hoy es Israel y antes era la cabeza de puente entre África y Eurasia comienza a parecer una enorme tarta cuyas diferentes capas dan testimonio de una alternancia casi constante entre sapiens y neandertales. En 2018 el equipo del paleoantropólogo Israel Hershkovitz encontró en esta misma zona los restos de un sapiens de hace 180.000 que puede ser el más antiguo conocido. En los yacimientos de Skhul y Qafzeh se han hallado sapiens de hace 100.000 años. Y en 2015, el equipo de Hershkovitz publicó un estudio que mostraba que hace unos 55.000 años había en esta zona grupos de neandertales y de sapiens que vivían a apenas 40 kilómetros unos de otros y que tal vez algunos de los cráneos generalmente atribuidos a sapiens son en realidad hijos híbridos entre esta especie y los neandertales.

“Este fósil nos cuenta una historia completamente distinta de la evolución humana en este periodo”, explica Hershkovitz, autor principal del nuevo estudio. “Los neandertales europeos serían en realidad descendientes de migrantes que salieron de Oriente Próximo en diferentes oleadas y fortalecieron así las debilitadas y reducidas poblaciones de Europa y Asia”, resalta.

El análisis genético de fósiles ha mostrado que cuando sapiens y neandertales se encontraban tenían sexo e hijos de forma habitual. El principal cruce entre ambos sucedió hace unos 70.000 años. Fruto de ello, todos los humanos actuales de fuera de África llevamos unas gotas de ADN neandertal. Esto implica que nuestros antepasados aceptaron en su seno a los hijos híbridos sin problema. Pero los fósiles de neandertales muestran que también hubo cruces más antiguos. Los neandertales clásicos tienen por ejemplo un cromosoma masculino Y que es sapiens y también es sapiens su genoma mitocondrial, la parte del ADN que pasa de madres a hijos. En estos primeros cruces es probable que fuesen los neandertales los que asumieron en sus tribus a los bebés híbridos. Hasta ahora se ignoraba dónde y cuándo habían sucedido estos encuentros.

“Seguro que los cruces sucedieron aquí”, explica el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, coautor del estudio. “Esta es una tierra de conexión. Esto apoya que la geografía es la madre de la historia”, añade el experto, que sin embargo se desvincula de la teoría de sus compañeros. A él le parece demasiado “complicado” que esta sea la cuna de todos los neandertales. Él prefiere verlo como un punto de interacción entre diferentes poblaciones de humanos.

Excavaciones en la cantera de Nesher Ramla, en el centro de Israel.
Excavaciones en la cantera de Nesher Ramla, en el centro de Israel. YOSSI ZAIDNER

El yacimiento israelí no solo habla de intercambio de genes a través del sexo, sino también de cultura y tecnología. En enero se anunció el hallazgo en Nesher Ramla de un dibujo con seis trazos lineales realizados por un homínido en un hueso de toro salvaje. Según Yossi Zaidner, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, es una prueba de que los homínidos que vivieron aquí hace unos 130.000 años tenían “pensamiento complejo y eran capaces de crear símbolos”.

Zaidner firma hoy un segundo estudio en Science analizando las herramientas de piedra halladas junto a los huesos humanos. Son muy sofisticadas. Este tipo de tecnología, conocida como Levallois, solo se había atribuido a sapiens y neandertales muy posteriores. “Nadie podría fabricar este tipo de puntas y cuchillos si alguien no te explica cómo hacerlo, bien de palabra o bien fabricándolas delante de ti”, explica Zaidner. “La existencia de estas herramientas tan avanzadas nos muestran que los Homo de Nesher Ramla tenían una capacidad cognitiva muy avanzada. También implica que tuvo que haber un intercambio de conocimiento entre ellos y los sapiens; probablemente sentados al calor de una hoguera”, resalta.

En la actualidad, el yacimiento de Nesher Ramla ha sido arrasado por las excavadoras que explotan la roca caliza para fabricar cemento. La excavación de emergencia terminó en 2011. Aún hay “decenas de miles” de huesos de animales pendientes de analizar. Es posible, aventura Zaidner, que entre todos ellos haya alguno que sea humano y que esté aún por descubrir.

“Es un estudio muy correcto y bien trabajado”, opina Antonio Rosas, paleoantropólogo del CSIC experto en neandertales. Para Rosas, la interpretación más plausible del trabajo no es que Oriente Próximo fuese el origen de los neandertales, sino que este trabajo desvela una nueva población de esta especie que demuestra que su rango geográfico no solo comprendía Europa y Asia. “Es como si de repente dejasen participar en Eurovisión a un país nuevo”, comenta.

Fuente : El País / Nuño Domínguez .

Por qué somos la única especie humana del planeta

Tres grandes descubrimientos realizados en los últimos días obligan a replantear los orígenes de la humanidad

A la izquierda, el cráneo del 'Homo longi', a la derecha, una reconstrucción de su aspecto.
A la izquierda, el cráneo del ‘Homo longi’, a la derecha, una reconstrucción de su aspecto. C. ZHAO

Tres hallazgos en los últimos días acaban de cambiar lo que sabíamos sobre el origen del género humano y de nuestra propia especie, Homo sapiens. Es posible —dicen algunos expertos— que debamos desechar este concepto para referirnos a nosotros mismos, pues estos descubrimientos apuntan a que somos un frankenstein con trozos de otras especies humanas con las que no hace tanto tiempo compartimos planeta, sexo e hijos.

Los hallazgos de esta semana suponen que hace unos 200.000 años había hasta ocho especies o grupos humanos diferentes. Todos formaban parte del género Homo, el que nos engloba a nosotros. Los recién llegados muestran una interesante mezcla de rasgos primitivos -enormes arcos sobre las cejas, cabezas planas- y modernos. El hombre dragón de China tenía una capacidad craneal tan grande como la de los humanos actuales o superior. El Homo de Nesher Ramla, hallado en Israel, pudo ser el que originó a los neandertales y los denisovanos que ocuparon Europa y Asia respectivamente y con los que nuestra propia especie tuvo repetidos encuentros sexuales de los que nacieron hijos mestizos que fueron aceptados en sus respectivas tribus como uno más.

Ahora sabemos que por aquellos cruces todas las personas de fuera de África llevan un 3% de ADN neandertal o que los habitantes de Tíbet tienen genes para poder vivir a gran altura que les pasaron los denisovanos. Hay algo mucho más inquietante que ha revelado el análisis genético de las poblaciones actuales de Nueva Guinea: es posible que los denisovanos —una rama hermana de los neandertales— viviesen hasta hace apenas 15.000 años, un suspiro en términos evolutivos.

Vista escaneada de la mandíbula del Homo de Nesher Ramla hallada en Israel.
Vista escaneada de la mandíbula del Homo de Nesher Ramla hallada en Israel. ARIEL POKHOJAEV

El tercer gran hallazgo de los últimos días es casi detectivesco. Se ha analizado ADN conservado en el suelo de la cueva de Denisova, en Siberia. Se ha encontrado material genético de los humanos autóctonos, los denisovanos, de neandertales y de sapiens en periodos tan cercanos que incluso podrían solaparse. Aquí se hallaron hace tres años los restos del primer híbrido entre especies humanas que se conoce: una niña hija de una neandertal y un denisovano.

El paleoantropólogo Florent Detroit descubrió para la ciencia a otra de estas nuevas especies humanas: el Homo luzonensis, que vivió en una isla de Filipinas hace 67.000 años y que muestra una extraña mezcla de rasgos que podrían ser resultado de su larga evolución en aislamiento durante más de un millón de años. Es algo parecido a lo que experimentó su coetáneo Homo floresiensis, u hombre de Flores, un humano de metro y medio que vivió en una isla indonesia. Tenía un cerebro del tamaño de un chimpancé, pero si se le aplica el test de inteligencia más usado por los paleoantropólogo podemos decir que era tan avanzado como los sapiens, pues sus herramientas de piedra son igual de evolucionadas.

A estos dos habitantes insulares se le suma el Homo erectus, el primer Homo viajero que salió de África hace unos dos millones de años. Conquistó Asia y allí vivió hasta hace al menos unos 100.000 años. El octavo pasajero de esta historia sería el Homo daliensis, un fósil hallado en China con mezcla de erectus y sapiens, aunque es posible que finalmente sea adscrito al nuevo linaje del Homo longi.

“No me sorprende que hubiese varias especies humanas vivas al mismo tiempo”, explica Detroit. “Si consideramos el último periodo geológico que empezó hace 2,5 millones de años, siempre ha habido diferentes géneros y especies de homínidos compartiendo planeta. La gran excepción es la actualidad, nunca antes había existido una sola especie humana en la Tierra”, reconoce. ¿Por qué somos los sapiens los únicos supervivientes?

Para Juan Luis Arsuaga, paleoantropólogo de Atapuerca, la respuesta es que “somos una especie hipersocial, los únicos capaces de construir lazos más allá del parentesco, al contrario que el resto de mamíferos”. “Compartimos ficciones consensuadas como patria, religión, lengua, equipos de fútbol; y llegamos a sacrificar muchas cosas por ellas”. Ni siquiera la especie humana más cercana a nosotros, los neandertales, que sí creaban adornos, símbolos y arte, tenían ese comportamiento. Arsuaga lo resume así: “Los neandertales no tenían bandera”. Por razones aún desconocidas, esta especie se extinguió hace unos 40.000 años.

Los sapiens no eran “superiores en sentido estricto” a sus congéneres, opina Antonio Rosas, paleoantropólogo del CSIC. “Ahora sabemos que somos el resultado de hibridaciones con otras especies y el conjunto de características que tenemos resultó ser la perfecta para aquel momento”, explica. Una posible ventaja adicional es que los grupos sapiens eran más numerosos que los neandertales, lo que supone menos endogamia y mejor salud de las poblaciones.

Excavaciones en el yacimiento de Nesher Ramla
Excavaciones en el yacimiento de Nesher Ramla ZAIDNER

Detroit cree que parte de la explicación está en la misma esencia de nuestra especie sapiens, sabio en latín. “Tenemos un cerebro enorme al que debemos alimentar, por lo que necesitamos muchos recursos y por lo tanto mucho territorio”, opina. “El Homo sapiens experimentó una expansión demográfica enorme y es muy posible que la competición por el territorio fuese demasiado dura para el resto de especies”, añade.

María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, cree que el secreto es la “hiperadaptabilidad”. “La nuestra es una especie invasiva, no necesariamente malintencionada, pero somos como el caballo de Atila de la evolución”, opina. “A nuestro paso y con nuestro estilo de vida disminuye la diversidad biológica, incluyendo la humana. Somos una de las fuerzas ecológicas de mayor impacto del planeta y esa historia, la nuestra, comenzó a fraguarse en el Pleistoceno [el periodo que comienza hace 2,5 millones de años y termina hace unos 10.000, cuando el sapiens es ya la única especie humana que queda en el planeta]”.

Los hallazgos de hace unos días vuelven a plantear un problema creciente: los científicos cada vez nombran más especies humanas. ¿Tiene sentido hacerlo? Para Israel Hershkovitz, paleoantropólogo israelí autor del hallazgo del Homo de Nesher Ramla, no. “Hay demasiadas especies”, señala. “La definición clásica dice que dos especies distintas no pueden tener hijos fértiles. El ADN nos dice que sapiens, neandertales y denisovanos los tuvieron, por lo que deberían ser considerados la misma especie”, apunta.

“Si nosotros somos los sapiens, entonces esas especies que son ancestros nuestros por vía de la mezcla también lo son”, zanja João Zilhão, profesor ICREA de la Universidad de Barcelona.

Es este un tema de confrontación entre expertos. José María Bermúdez de Castro, codirector de Atapuerca, recuerda que “la hibridación es muy común en especies actuales, especialmente en el mundo vegetal”. “Se puede matizar el concepto de especie, pero creo que no podemos abandonarlo porque es muy útil para podernos entender”.

En esto entran en juego muchos matices. No es lo mismo las evidentes diferencias entre sapiens y neandertales que la identidad como especie del Homo luzonensis, del que solo se conocen unos pocos huesos y dientes, o de los denisovanos, de los que la mayoría de información se desprende del ADN extraído de fósiles diminutos.

“Curiosamente, a pesar de los cruces frecuentes”, explica Martinón-Torres, tanto sapiens como neandertales han sido especies perfectamente reconocibles y distinguibles hasta el final”. “Los rasgos del neandertal tardío son más marcados que los de los anteriores, en vez de haberse difuminado como consecuencia del cruce. Hubo intercambios biológicos, y es posible que también culturales, pero ninguna de las especies dejó de ser ella, distintiva, reconocible en su biología, su aspecto, sus adaptaciones específicas, su nicho ecológico a lo largo de su historia evolutiva. Creo que este es el mejor ejemplo de que la hibridación no colisiona necesariamente con el concepto de especie”, concluye. Su colega Hershkovitz advierte de que el debate continuará: “Estamos excavando en otras tres cuevas en Israel donde hemos encontrado fósiles humanos que van a aportar una nueva perspectiva sobre la evolución humana”.

Fuente : El País / Nuño Domínguez .

Hallado un símbolo tallado por un neandertal hace 51.000 años

Arqueólogos alemanes sostienen que esta especie desarrolló dibujos lineales con los que comunicaban ideas o narraciones

La falange de ciervo, de unos cinco centímetros de largo, con el grabado en forma de galones.
La falange de ciervo, de unos cinco centímetros de largo, con el grabado en forma de galones. V. MINKUS

Un equipo de arqueólogos ha desenterrado en una cueva del centro de Alemania un hueso de ciervo gigante con unos extraños grabados hechos hace unos 51.000 años. Aseguran que el hallazgo es una prueba definitiva de que los neandertales eran capaces de un pensamiento complejo y simbólico similar al de nuestra propia especie, Homo sapiens.

El fósil apareció en Einhornhöhle, o cueva del Unicornio, al suroeste de Berlín, que durante siglos fue un sitio de peregrinación para aquellos que querían hacerse con un hueso de ese animal fantástico. Ahora el lugar se ha convertido en un epicentro para entender uno de los momentos más interesantes de la historia del género humano: el tiempo en el que miembros de nuestra especie salidos de África llegaron a Europa y encontraron a los neandertales, que llevaban ahí ya cientos de miles de años. Sucedió hace unos 45.000 años. Apenas 5.000 años después, los neandertales se habían extinguido y los sapiens se apoderaron del planeta.

Transcurridos unos pocos milenios sucedió la explosión del arte con las primeras esculturas de mujeres y seres mitológicos, excepcionales pinturas rupestres de animales y también instrumentos musicales hechos de hueso. Una de las mayores preguntas sobre evolución humana es si en aquellos tiempos solo los sapiens eran capaces de desarrollar símbolos, cultura y probablemente religiones o si los neandertales también crearon las suyas.

En 2019, un equipo liderado por investigadores de patrimonio cultural del Estado de Baja Sajonia encontró en Einhornhöhle una falange de ciervo gigante, un imponente animal de más de dos metros de alto que tenía una de las cornamentas más amenazadoras de aquella época.

“En un primer visetazo solo se apreciaba una marca de corte”, explica a este diario Dirk Leder, primer autor del hallazgo. “Pero cuando limpiamos el hueso apareció un patrón con forma de cuñas o galones enlazados y nos convencimos de que era un dibujo intencionado que probablemente esconde un significado simbólico”, resalta.

Representación de la falange con los trazos en forma de galón destacados en rojo y las muescas abajo en azul.
Representación de la falange con los trazos en forma de galón destacados en rojo y las muescas abajo en azul. R. HERMANN

Aquel día algunos miembros del equipo opinaron que ese hueso lo tenía que haber tallado un sapiens mientras otros apoyaron que fue un neandertal. El “momento eureka”, relata Leder, llegó con la datación del hueso y de restos de hogueras hallados junto a él: tenía al menos 51.000 años y por entonces en esa zona de Europa solo habitaban los neandertales.

En ese punto los arqueólogos hicieron un experimento: tomaron huesos de vaca, fabricaron herramientas de piedra con guijarros del río tal y como hicieron los neandertales y se pusieron a intentar reproducir el dibujo. La labor resultó muy complicada o imposible si antes no se cocía una o dos veces. Tras varios intentos los arqueólogos experimentales comprobaron que la forma de redibujar el símbolo era hacer primero la incisión vertical y después hacer las líneas perpendiculares. En total hace falta una hora y media de trabajo. Rafael Hermann, investigador de la Universidad de Gotinga y coautor del estudio explica que es “un auténtico dolor conseguir extraer el hueso de la falange, pues va literalmente encajado en la pezuña”, resalta,

“El patrón en el hueso nos indica que quien lo dibujó seguía un plan”, explica Leder. “Representa una imagen abstracta, un símbolo que puede representar una idea o incluso una narración expresada de forma abreviada. Este símbolo podía ser leído probablemente por otros neandertales que entenderían su significado, algo que ninguno de nosotros, humanos actuales, podemos hacer. Estamos claramente ante lo que suele llamarse pensamiento simbólico, comunicación con símbolos”, añade.

Uno de los investigadores durante el experimento de reproducir el grabado usando una falange de vaca.
Uno de los investigadores durante el experimento de reproducir el grabado usando una falange de vaca. R. HERMANN

Otro argumento a favor del simbolismo es que en aquella época había muy pocos ciervos gigantes en esta zona por lo que eran probablemente un trofeo apreciado.

El hallazgo se suma a otras pruebas de que la mente neandertal no era tan bruta o básica como pensaban los arqueólogos hace decenios. En los últimos años se han hallado dibujos geométricos hechos por neandertales en piedras y huesos. En la cueva de La Pasiega, en Cantabria, hay una escalera que podría haber sido pintada por los neandertales hace unos 64.000 años, aunque su datación sigue a debate. Ninguna de estas pruebas ha conseguido disipar las dudas de si esos comportamientos eran genuinamente neandertales o si fueron los sapiens los que se los enseñaron. El hueso de la cueva del Unicornio descarta que la cultura neandertal provenga de los sapiens, aseguran los autores del hallazgo en un estudio publicado hoy en Nature Ecology and Evolution.

“Los neandertales eran cognitivamente muy parecidos a los sapiens, por lo menos no inferiores”, mantiene Leder. “Lo que me parece más intrigante de todo”, continúa, “es que antes de hace 45.000 años no se conoce ni un solo dibujo que represente la naturaleza, por ejemplo animales, como sí los vemos después en las famosas cuevas de España y Francia o en las pequeñas esculturas unos cuantos miles de años después, todas asociadas al Homo sapiens. Parece como si antes de esa fecha las únicas representaciones artísticas de los humanos, fueran de la especie que fueran, fuesen solo patrones abstractos y símbolos”, añade.

La investigadora del Museo de Historia Natural de Londres Silvia Bello opina que no se puede descartar que sapiens y neandertales intercambiasen este tipo de manifestaciones en fechas anteriores a los 51.000 años. El análisis del ADN de una calavera de Homo sapiens hallada en República Checa, a unos 400 kilómetros de Einhornhöhle, muestra que hubo un cruce entre ambas especies hace más de 50.000 años, razona. Otros estudios apuntan a cruces más antiguos, hace unos 100.000. Es posible por tanto que los autores del hueso alemán fuesen mestizos nacidos de aquellos cruces que reproducían una práctica aprendida de los sapiens por sus antepasados y transmitida de generación en generación.

Esta posibilidad “no minusvalora las capacidades cognitivas de los neandertales”, escribe Bello en un comentario al estudio. “Es al contrario. La capacidad de aprender e integrar una innovación en tu propia cultura, de adaptar conceptos abstractos es una muestra de complejidad mental. El hueso de Einhornhöhle acerca el comportamiento neandertal al del Homo sapiens”, concluye.

“El hallazgo es convincente”, opina Antonio Rodríguez-Hidalgo, prehistoriador de la Universidad Complutense de Madrid. Hace unos años su equipo descubrió en Tarragona una garra de águila imperial con una serie vertical de muescas hechas por neandertales. Parece que las rapaces eran uno de los animales predilectos para estas prácticas, pues se han hallado más de 20 en 10 yacimientos diferentes que van desde hace 130.000 años a hace 42.000, explica Bello.

“Una pregunta que tengo en mente cuando trato de comprender el posible mundo simbólico de los neandertales es, ¿por qué la evidencia es tan escasa?”, comenta Rodríguez-Hidalgo. “Si las falanges de ciervos gigantes talladas en forma de galón tenían una función simbólica en el mundo neandertal, ¿por qué solo hemos encontrado una? Deberíamos hallar bastantes, pero este no es el caso”, resalta.

Fuente : El País / Nuño Domínguez .