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Una ballena de hace 40 millones de años, el animal más pesado que haya habitado la Tierra

Encontrado en un desierto peruano, solo el esqueleto del ‘Perucetus colossus’ pesaba más de siete toneladas, el triple que el de la ballena azul

El ‘Perucetus colossus’ vivía en aguas costeras superficiales y podía pesar el doble que una ballena azulVídeo: MARCO MERELLA Y ALBERO GENNARI

Hoy es un desierto de arena, pero hace 39 millones de años el valle de Ica, en el sureste de Perú, era todo mar. Y en ese mar nadaba el animal más pesado del planeta. Solo se han encontrado unas vértebras, costillas y parte del hueso pélvico, pero las primeras pesan más de 100 kilogramos cada una y las segundas miden 1,4 metros. Los autores del hallazgo, publicado en la revista científica Nature, estiman que el esqueleto completo de esta ballena debería pesar hasta tres veces más que el de la ballena azul, el mayor animal de los conocidos hasta ahora. Apoyados en la ratio entre masa ósea y masa total de otras especies de ballenas, calculan que este cetáceo pudo pesar hasta 340 toneladas. Las ballenas azules rara vez superan las 150 toneladas. A la nueva criatura la han llamado Perucetus colossus, de Perú y ballena (cetus, en latín). Colossus no hace falta traducirlo.

El primer hallazgo, el de una vértebra fosilizada, se produjo en una loma a pocos kilómetros del oasis de Samaca y a 15 kilómetros de la actual línea de costa. Su autor fue Mario Urbina, del Museo de Historia Natural de Lima, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Urbina llevaba años buscando en el tórrido desierto restos de grandes vertebrados marinos. Les costó excavar el primero, al que siguieron otras 12 vértebras, todas de lo que sería la parte baja del lomo y la zona lumbar, cuatro costillas y el hueso coxal derecho, que uniría la pelvis con una extremidad inferior que ya, como animal marino, no tenía. Por la posición en el estrato, los paleontólogos estiman que este ejemplar de P. colossus vivió y murió hace entre 39,8 y 37,8 millones de años. Pertenecería a la familia de los basilosáuridos, los primeros cetáceos exclusivamente marinos, mamíferos que cambiaron la tierra por el mar hace unos 50 millones de años.

Como recuerda Giovanni Bianucci, de la Universidad de Pisa (Italia) y uno de los autores del trabajo publicado en Nature, el P. colossus no es el animal más grande de los descubiertos hasta ahora. “Los más grandes son la ballena azul (Balaenoptera musculus) entre los vertebrados marinos y algunos saurópodos extremos (como el Argentinosaurus) entre los vertebrados terrestres”, recuerda. Pero sí debía ser el más masivo. Partiendo del tamaño y peso de los huesos encontrados, los científicos estiman que el esqueleto completo debería pesar entre 5,3 y 7,6 toneladas. Y con este rango y sabiendo la masa esquelética de otros cetáceos, que ronda entre el 2,2% y el 5% de su masa total, calculan que este coloso pesaría entre 80 toneladas como mínimo y 340 toneladas como máximo. El valor medio que obtienen en todas las comparaciones arroja un peso medio de 170 toneladas, superando así a la ballena azul, que muy rara vez supera las 150.

La clave para todos estos cálculos está en los huesos. No se trata solo de que con ellos se pueda estimar el peso, la forma y el volumen del animal. Es que con solo esas pocas vértebras y costillas se pueden saber detalles claves de la vida de esta enorme ballena. Y es que, como dice Bianucci, no son unos huesos habituales: “Ningún cetáceo, vivo o extinto, tiene huesos tan pesados y voluminosos”. Todos los cetáceos existentes, incluidas las ballenas más grandes, comparten una característica: las apófisis, esos trozos de hueso que sobresalen de las vértebras, son relativamente delgadas. Pero las apófisis vertebrales de la P. colossus son comparativamente enormes, muy gruesas. En medicina, a esto se le llama paquiostosis, pero no es una patología, en este caso forma parte del diseño evolutivo del animal.

Parte del equipo de excavación, aflorando parte de una de las gigantescas vértebras.
Parte del equipo de excavación, aflorando parte de una de las gigantescas vértebras.GIOVANNI BIANUCCI.

Por dentro, los huesos de esta ballena también son muy diferentes. Hans Thewissen, de la Universidad Médica del Nordeste de Ohio (Estados Unidos), es experto en la morfología de las ballenas. No relacionado con el nuevo descubrimiento, ha escrito en Nature un artículo analizando el hallazgo, en el que realiza una comparación que ayuda entender la relevancia de la osamenta del coloso: “El corte transversal de un hueso de mamífero se parece a una baguette en cuanto que tiene una corteza dura y sólida (el hueso compacto) que rodea un interior esponjoso (el hueso trabecular)”. La mencionada paquiostosis se traduce aquí en que la parte compacta ha crecido a costa de la trabecular, con la consiguiente densificación del hueso. Las vértebras y costillas de la P. colossus tienen otra particularidad que en otros animales (y los humanos) es un problema: osteoesclerosis, donde el aumento de densidad de los huesos se hace a costa de la médula que llevan en el centro.

El resultado final de este desarrollo óseo particular es un esqueleto muy pesado. En tierra eso sería un problema y solo lo tienen animales con hábitos acuáticos, como el hipopótamo. En el mar, solo hay unas pocas especies de mamíferos con huesos tan grandes y pesados. Se trata de los sirenios, lejanamente emparentados con los elefantes. Solo quedan cuatro especies vivas, tres manatíes y el dugongo. Su hábitat y forma de nadar sería, según los autores del estudio, sería muy similar al de estos animales, llamados popularmente vacas marinas.

“Ningún cetáceo, vivo o extinto, tiene huesos tan pesados y voluminosos”

Giovanni Bianucci, paleontólogo de la Universidad de Pisa, Italia

“El esqueleto de P. colossus muestra una adaptación típica de los animales buceadores de aguas costeras poco profundas, como es el aumento de la masa ósea”, cuenta el investigador del Museo de Historia Natural de Stuttgart (Alemania) y autor sénior de la investigación, Elí. “Esto implica que el esqueleto es más pesado en este animal en comparación con sus parientes cercanos. Tenemos la combinación de un aumento de la compacidad (todas las cavidades internas de los huesos se llenan con más tejido óseo) y cada hueso también engrosa, debido a las capas adicionales de tejido óseo depositadas en la superficie externa de los huesos. Esto le da a los fósiles esta apariencia increíblemente hinchada”, añade. Así que a diferencia de las grandes ballenas actuales que viven en mar abierto, “el peso óseo extra debe haber afectado a la flotabilidad general del animal (como el cinturón de plomo de los buceadores), dándole la densidad global adecuada para permanecer en aguas poco profundas”, termina Amson.

El descubrimiento de esta ballena en el desierto peruano abre también otra vía de investigación. Aunque desde sus inicios en el mar hubo cetáceos grandes, especialmente alargados, el gigantismo de animales como el cachalote o la ballena azul es relativamente reciente (hace unos cinco millones de años). El nuevo coloso, con sus 20 metros y sus posibles 340 toneladas, supone retrasar en casi 35 millones la aparición del gigantismo en el mar. En cuanto a su dieta, al no haber encontrado aún la cabeza, el misterio se mantiene. Los autores sugieren que podría ser un carroñero, atrapando todo lo que caía al fondo. Consultado por email, Thewissen coincide: “Dado que debe haber pasado mucho tiempo en el fondo del océano, su comida probablemente se encontraba allí. Tal vez animales enterrados, camarones y peces. Las ballenas grises excavan en el fondo del océano en busca de alimento”.

Los paleontólogos peruanos han abierto una campaña de financiación para que Mario Urbina, quien encontró la primera vértebra de la P. colossus, termine de rastrear en el desierto lo que falta de esta y otras ballenas, para poder alojar como se merece al animal más pesado del mundo.

Fuente: El País/ Miguel Ángel Criado.

Descubierta la flor más grande atrapada en ámbar

El análisis del polen de hace unos 38 millones de años permite identificar la planta a la que pertenecía

Flor atrapada en ámbar, descubierta por un farmacéutico en 1872 e identificada correctamente ahora gracias al análisis de su polen.
Flor atrapada en ámbar, descubierta por un farmacéutico en 1872 e identificada correctamente ahora gracias al análisis de su polen.CAROLA RADKE, MUSEUM FÜR NATURKUNDE BERLIN

Hace 150 años, un farmacéutico prusiano apellidado Kowalewski encontró una flor atrapada en ámbar cerca de la laguna del Vístula, en lo que hoy es oblast (departamento)de Kaliningrado, Rusia. Entonces, el botánico Robert Caspary la caracterizó, asignándola al género Stewartia, al que pertenecen apenas 20 especies de plantas actuales. De ahí que la llamaran Stewartia kowalewski. Ahora, dos investigadoras han redescubierto el ejemplar en un cajón de un instituto científico berlinés. La aplicación de la ciencia moderna ha permitido datar con relativa exactitud el espécimen e identificar a qué tipo de plantas pertenecía la flor más grande conservada en el ámbar.

Por su posición en el sustrato geológico, la S. kowaleski debió de verse rodeada por la resina de algún árbol, probablemente una conífera, hace entre 34 y 38 millones de años, según estiman las dos científicas que la han analizado. Impresionantemente conservada, la flor mantiene todas sus partes: corola, pétalos, sépalos, estambres, pistilo… y polen. No está aplastada ni fosilizada. El ámbar la ha mantenido en sus tres dimensiones. Con la ayuda de un escalpelo y mucho cuidado, la investigadora del Museo de Historia Natural de Berlín Eva-Maria Sadowski y su colega de la Universidad de Viena Christa-Charlotte Hofmann le arrebataron unos pocos granos de polen a la resina fosilizada. Su análisis, cuyos resultados han sido publicados en la revista científica Scientific Reports, les ha llevado a colocar el espécimen en el árbol de la vida.

El detalle de la imagen permite observar la conservación en tres dimensiones de las partes de la flor, como los estambres y el propio polen.
El detalle de la imagen permite observar la conservación en tres dimensiones de las partes de la flor, como los estambres y el propio polen.CAROLA RADKE, MUSEUM FÜR NATURKUNDE BERLIN)

“La describieron como una Stewartia y hemos podido demostrar que el espécimen en realidad pertenece a las Symplocos, que es de una familia diferente (Symplocaceae, familia de las hojas dulces) que las Stewartia (Theaceae, la familia de las plantas del té)”, cuenta Sadowski, especializada en el estudio de vegetales en ámbar. Así que han propuesto que la flor sea clasificada como Symplocos kowalewski. Más allá de la mera clasificación, la identificación correcta les permite saber más de cómo era el entorno en el que floreció.

Para empezar, ni las Stewartia ni las Symplocos se dan hoy en Europa, así que hace una treintena de millones de años, la vegetación y el clima debían de ser muy diferentes. “Los ejemplos fósiles y existentes de Symplocaceae indican que la familia prospera en bosques húmedos mesofitos [un tipo de hoja] mixtos en climas templados cálidos a subtropicales, evitando las regiones áridas”, explica Sadowski. Gracias a esta flor y restos de otros vegetales también atrapados en ámbar, las autoras del estudio pintan un paisaje de esta zona del norte europeo “heterogéneo, que incluía pantanos costeros, ciénagas, bosques ribereños y bosques mixtos de coníferas y angiospermas [plantas con flores] entremezclados con áreas abiertas”. Y termina la científica alemana, “la Symplocos kowalewskii probablemente creció en los hábitats boscosos de este bosque de ámbar, pero también podría haber estado asociado con hábitats pantanosos”.

El misterio que no pueden resolver las investigadoras es cómo se ha podido conservar en tan buen estado una flor tan grande. Casi todas las flores atrapadas en ámbar tienen un diámetro de unos pocos milímetros, las demás se han conservado rotas. La corola de la S. kowalewskii alcanza los 28 milímetros. Hay flores más antiguas, de hace 130 millones de años, como las halladas en las serranías de Cuenca y Lleida, pero estas eran minúsculas. Aunque tres centímetros de diámetro puede que no parezcan mucho, no hay otra flor más grande conservada en el registro fósil, y menos en ese estado de conservación excepcional.

“La excepcional conservación [de la flor] pudieron provocarla las propiedades biocidas de la resina que la envolvió

Eva-Maria Sadowski, investigadora del Museo de Historia Natural de Berlín

Las investigadoras han intentado identificar el origen del ámbar sin éxito. Aparte de las coníferas, árboles presentes en la región cuando floreció la S. kowalewskii, hay pocas especies de plantas que secreten resina vegetal que mineralicé y cristalice de esta manera. Esto facilita la identificación, por ejemplo, al comparar el ámbar fósil con el de especies actuales. Pero, como dice Sadowski, “el árbol originario de ámbar podría ser un género extinto que ya no existe”. Además, “durante la formación del ámbar, la resina cambia sus propiedades, por lo que las comparaciones con las resinas existentes son un desafío”, añade.

Para las autoras del estudio, la preservación de la flor solo ha sido posible por la confluencia de varios factores. Por un lado, como escriben en el estudio, “la excepcional conservación pudieron provocarla las propiedades biocidas de la resina que la envolvió, lo que inhibiría el proceso de degradación”. En cuanto a su conservación en el espacio, debieron desempeñar un papel tanto la viscosidad como la necesaria, pero no excesiva tensión de la resina para que no aplastara o rompiera la flor. Además, el ámbar encapsuló la flor justo en el momento de la antesis, es decir, durante la floración. Sin ese azar, no habría habido polen para identificar a la Symplocos kowalewski.

Fuente: Miguel Ángel Criado.

Los restos de un niño con un pie amputado hace 31.000 años iluminan el origen de la cirugía

El esqueleto, hallado en las selvas de Indonesia, sugiere que los cazadores recolectores tenían conocimientos médicos y empatía

Un niño sobrevivió unos ocho años tras una intervención quirúrgica que le amputó el pie izquierdo hace unos 31.000 años, según los restos hallados en la remota cueva de Liang Tebo, en la isla indonesia de Borneo. Los huesos de la pierna cercenada indican que fue un corte intencionado, quirúrgico a su manera, con algo contundente y con el conocimiento suficiente para evitar la muerte del paciente desangrado o roto de dolor. La operación tuvo éxito y los cuidados posoperatorios se ejecutaron con la maestría necesaria como para mantener con vida al crío. La intervención quirúrgica más antigua conocida hasta ahora se llevó a cabo en Francia hace unos 7.000 años, según destaca el equipo del arqueólogo Tim Maloney, de la Universidad Griffith de Australia, que publica este miércoles el hallazgo de los restos del niño indonesio en la revista Nature.

Para la paleoantropóloga María Martinón Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh), se trata, probablemente, de “la evidencia más antigua de la figura del médico”, alguien con un conocimiento especializado respecto al resto. La científica, que no ha participado en este estudio, cree que es otra prueba de que el Homo sapiens, desde sus orígenes, ha “prestado auxilio y cuidado a aquellos que, comparativamente, tienen alguna discapacidad” dentro del grupo.

El lugar donde los científicos hallaron el enterramiento se encuentra en el interior de una zona montañosa de la selva tropical conocida como Sangkulirang–Mangkalihat, a la que solo se tiene acceso por barco en ciertos momentos del año. Es una formación de roca caliza que, al descomponerse por la erosión del agua, da lugar a cavernas “del tamaño de una catedral”, en palabras de los científicos. Lo primero que encontraron los investigadores fueron pinturas rupestres, en una zona del sudeste asiático que ya ha sido reconocida por albergar los primeros dibujos figurativos de la humanidad, trazados hace más de 40.000 años.

El equipo de arqueólogos excavó en la parte baja de la cueva a 1,5 metros de profundidad, donde halló los restos fósiles de la pierna derecha completa, más la tibia y el peroné izquierdos amputados. En el miembro cercenado se puede observar “en el colágeno que envuelve los huesos, lo que son señales características que indican que ya está cicatrizado”, señala la paleoantropóloga Laura Martín-Francés, otra investigadora afiliada al Cenieh que tampoco ha intervenido en el descubrimiento.

Martín-Francés califica de importante el hallazgo debido a que “el hecho de amputar requiere la capacidad de prever que, de no hacerse, el sujeto muere”. Los mismos autores de la investigación descartan que el corte fuera fruto del azar, de un accidente violento o de un mordisco de un animal. El médico que ejecutó la cirugía debió tener un “conocimiento previo” del cuerpo humano y quizá, incluso, hizo pruebas previas con otros animales para conocer la anatomía, según apunta Martín-Francés. En un artículo complementario publicado en Nature, la profesora Charlotte Ann Robert, de la Universidad de Durham (Reino Unido), subraya la complejidad de una amputación: evitar que el paciente se desangrara quizá requirió conocimientos de plantas medicinales de la zona, posiblemente un “tipo de musgo”.

Para las dos investigadoras españolas, el hecho más destacado del descubrimiento es la “empatía” que refleja el acto en sí, no solo la intervención, sino el cuidado posterior en una situación “extrema” como era la vida durante el Pleistoceno tardío, en plena era glacial. “El que los Homo sapiens hayan desarrollado la capacidad de cuidar a otros desinteresadamente no nos hace únicos, pero casi”, señala Martín-Francés. Y ahonda en ese punto Martinón Torres, autora del libro Homo Imperfectus (Destino, 2022): “En nuestra especie, el instinto de supervivencia abarca al grupo, no solo al individuo, e incluye actos premeditados, proactivos y organizados, como la institucionalización del cuidado”. Además, apunta la experta, el hecho de que fuera “cuidado durante años y enterrado evidencia, además, que hasta el final estuvo integrado en la vida de esa sociedad”.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / JON GURUTZ ARRANZ IZQUIERDO

Un grupo de niños descubre el fósil de una nueva especie de pingüino gigante

El esqueleto mide 1,38 metros y tiene una antigüedad de entre 27,3 y 34,6 millones de años

Ilustración de los pingüinos Kairuku waewaeroa
Ilustración de los pingüinos Kairuku waewaeroa SIMONE GIOVANARDI

En el verano de 2006 un grupo de niños navegó en kayak por el puerto de Kawhia (Isla Norte, Nueva Zelanda) hasta llegar a un punto inaccesible por carretera para buscar fósiles de erizos, como parte de las actividades de un campamento infantil. Una vez allí, algunos de los más pequeños encontraron algo diferente a lo que habían visto. “Había formas de color naranja oscuro en la roca, como metal oxidado. Uno de los padres se inclinó y sopló el polvo y la arena para que pudiéramos distinguir mejor su forma. Todavía no sabíamos de qué se trataba, pero era mucho más grande que cualquier otro fósil que hubiéramos encontrado antes”, explica Esther Dale, que entonces tenía 15 años y es una de aquellas niñas que se topó con este descubrimiento. La Universidad de Massey ha confirmado que se trata de un fósil de un pingüino gigante en una investigación publicada en la revista Journal of Vertebrate Paleontology. Este animal ha recibido el nombre de Kairuku waewaeroa y tiene una altura que alcanza 1,38 metros. La antigüedad se ha estimado entre 27,3 y 34,6 millones de años.

Este pingüino, en comparación con sus parientes cercanos, Kairuku waitaki y Kairuku grebneffi, tiene las patas significativamente más largas. Esa característica es la que ha dado nombre a la especie, ya que waewaeroa significa patas largas, según explica Daniel Thomas, profesor de Zoología en la Universidad de Massey en Nueva Zelanda y autor principal del estudio. A pesar de la destacada altura de este animal, se conocen otras especies también antiguas, como Kumimanu biceae, que son incluso 10 centímetros más altos. Esta cuestión plantea otros debates a los investigadores como las posibles razones de la “diversidad de tamaños corporales dentro de estos pingüinos gigantes”, ahonda Thomas.

Otra de las características distintivas de esta especie nueva es que tiene el codo ligeramente más redondeado. A pesar de que el cráneo no se conservó, los investigadores defienden la hipótesis de que el animal pudiera tener un pico largo en forma de lanza, al igual que en otros pingüinos gigantes. Para clasificar esta ave, se compararon las formas y longitudes de huesos de otros fósiles y especies más modernas. La mayoría de las veces se han utilizado escaneos 3D para ello.

En esta investigación resulta especialmente importante el lugar del hallazgo. Históricamente, la Isla Sur de Nueva Zelanda (Te Waipounamu) es una de las regiones más productivas para los fósiles de pingüinos. La Isla Norte (Te Ika-a-Māui), sin embargo, se ha limitado durante muchos años a unos pocos especímenes fragmentarios. Sobre la importancia regional, el investigador señala que esto es una demostración de que las aves y otros animales del entorno son descendientes de linajes “que se remontan a tiempos muy antiguos” y que se debe actuar como kaitiaki (guardianes) de estos descendientes para poder continuar con este linaje en el futuro.

Un estudio publicado en 2020 confirma, a través de genomas, que el origen del grupo de los pingüinos se sitúa entre Australia y Nueva Zelanda. Andrés Barbosa, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), sostiene que este descubrimiento reafirma los datos del estudio: “Es una buena noticia el hecho de que dos métodos suficientemente diferentes coincidan en estos resultados y, por tanto, no cabe prácticamente ninguna duda de que el origen de los pingüinos está en la zona de Nueva Zelanda y que posteriormente, a partir de ahí, distintas especies se fueron expandiendo”. Otro aspecto que el científico considera que se refuerza es que el tamaño de los pingüinos de aquella época es “bastante superior” a los que hay actualmente. El pingüino emperador es el más grande hoy en día y, según Barbosa, tiene una altura de entre 1,2 y 1,3 metros.

Los peligros climáticos para los pingüinos

Pese a que actualmente hay alrededor de 18 especies de estas aves, se han llegado a registrar más de 60 desde que, a finales del siglo XIX, Thomas Henry Huxley publicara el primer informe sobre el fósil de un pingüino. Actualmente, de las casi dos docenas existentes, cuatro se encuentran en una situación de vulnerabilidad y cinco en peligro inminente de extinción, según una lista realizada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

“En las aves marinas, en general, y en los pingüinos, en particular, una de las razones principales de la disminución generalizada de poblaciones de muchas especies es el cambio climático, sin lugar a dudas”, explica el científico español. En la Antártida, hay zonas en las que viven pingüinos como el Adelia o el barbijo que están sufriendo reducciones de su población de en torno al 60%, detalla, y añade que esto está “conectado con el cambio climático”, ya que este fenómeno ha provocado la reducción del kril, la principal presa de estos animales. El investigador del MNCN augura que si este fenómeno sigue avanzando y se siguen deshelando zonas es “muy probable” que emerjan nuevas zonas donde se puedan encontrar nuevos fósiles.

Fuente : El País / Laura Camacho.

El Niño de Turkana, nuestro ancestro mejor conservado con 1,6 millones de años

También conocido como Niño de Nariokotome por el lago de Kenia en el que fue hallado hace 37 años, el fósil esqueleto casi completo pertenece a un ‘Homo ergaster’

El doctor Frederick Kyalo Manthi muestra un modelo en yeso del cráneo del "Niño de Turkana" que forma parte de una exposición en el Museo Nacional de Kenia.
El doctor Frederick Kyalo Manthi muestra un modelo en yeso del cráneo del «Niño de Turkana» que forma parte de una exposición en el Museo Nacional de Kenia. STEPHEN MORRISON / EFE

La dificultad, y también la satisfacción, que supone realizar un árbol genealógico familiar e ir remontándonos siglos atrás en nuestros antepasados puede dar una idea de la magnitud de lo que supuso el descubrimiento, hace 17 años, de nuestro antepasado mejor conservado: un fósil esqueleto casi completo de un niño de 12 años que vivió hace 1,6 millones de años y que dentro del género Homo es posterior al Homo habilis y anterior al Homo erectus y al antecessor.

Conocido con los apodos locales de Niño de Nariokotome o Niño de Turkana por la denominación del yacimiento y del lago de Kenia, respectivamente, donde se encontró, el nombre científico del fósil es KNM-WT 15000 (cifra de referencia por Kenya National Museum-West Turkana). Se trata de un esqueleto casi completo, ya que tan solo le faltan las manos y los pies, correspondiente a un joven que falleció alrededor de a los 12 años de edad hace aproximadamente 1,6 millones de años, al inicio del Pleistoceno.

Los restos fueron encontrados en la zona occidental de lo que era el lago Turkana, en la actualidad un desierto, al norte de Kenia y cerca de la frontera con Sudán y Etiopía. Dentro del árbol filogenético humano, en el género Homo, pertenecen al Homo ergaster (trabajador) y son posteriores al Homo habilis y anterior al Homo erectus y antecessor.

El Niño de Turkana representa el fósil más completo de los primeros humanos que se haya descubierto hasta el momento, pero el lago situado en Kenia contiene restos que abarcan cuatro millones de años de evolución humana. Hoy en día el lago Turkana se encuentra en medio de un ambiente desértico, pero hace dos millones de años era una gran extensión rodeada de verde y constituía un lugar ideal para que los humanos vivieran.

El lago, situado en una zona volcánica, era también el sitio perfecto para que sus restos se fosilizaran al morir, ya que la actividad tectónica movía la corteza terrestre y creaba nuevas capas. Así, los descubrimientos óseos y de herramientas pertenecen a distintos periodos de la evolución humana que, de forma casi natural y debido a la erosión por las fuertes lluvias, han dejado al descubierto los fósiles.

El esqueleto del bautizado como Niño de Turkana fue descubierto por el experto buscador y recolector de fósiles keniano Kamoya Kimeu, miembro del equipo de paleoantropólogos que entonces dirigían Richard Leakey, director del Museo Nacional de Kenia, y Alan Walker, de la Universidad Johns Hopkins de Washington.

La forma de la pelvis reveló de inmediato que el hallazgo se trataba de un varón, y el posterior análisis de los huesos, en especial los alargados fémures, dieron una estatura de 160 centímetros. Estudios posteriores ofrecieron el resultado de que el Homo ergaster, la especie a la que pertenece el Niño de Turkana, presentaba un desarrollo ontogenético más rápido que el Homo sapiens, por lo que a los 11-12 años de edad habría finalizado su crecimiento y su estatura de adulto no superaría esa talla de 160 centímetros.

Por otro lado, el estudio de los dientes continúa siendo el modo más fiable de aproximarnos al ciclo vital de estas especies extinguidas. Sin embargo, en este caso, la formación de las coronas dentales del fósil KNM-WT 15000, perteneciente en teoría a un joven inmaduro, nos ofrece datos distintos a su estudio óseo. Tomando como referencia las poblaciones humanas actuales, la estatura y el desarrollo de determinadas partes esqueléticas sugieren una muerte en torno a los 12 años de edad; pero los datos de su histología dental indican que este individuo falleció antes de cumplir los ocho años.

Estos datos permiten concluir que la duración del ciclo vital del Homo ergaster todavía está muy lejos del nuestro. El Niño de Turkana había alcanzado una estatura considerable y la osificación de las articulaciones estaba mucho más avanzada de lo que correspondería a un niño o niña actual de ocho años.

Los descubridores del fósil esqueleto también determinaron que los huesos son prácticamente iguales a los del hombre actual, con excepción del cráneo y la mandíbula, que tienen un aspecto más primitivo. Algunos paleoantropólogos también mantienen que la evolución es diferente según las partes del cuerpo analizadas, pero todos coinciden en que la mandíbula del Niño de Turkana fue, junto con el lugar del descubrimiento y los sedimentos, uno de los elementos decisivos para determinar su edad, ya que presentaba muelas de leche.

Las costillas también son sorprendentemente muy parecidas a las del hombre moderno, incluso la configuración raquídea, aunque el Niño de Turkana padecía una escoliosis producida, tal vez, por un accidente. Otra peculiaridad y elemento distintivo en este descubrimiento es la capacidad neurocraneal, que era de tan solo 880 cm³ cuando el promedio del ser humano actual es de 1.350 cm³; es decir, correspondía a la capacidad neurocraneal de un niño de un año en la actualidad.

El estudio de la morfología interna del neurocráneo también permite observar una concavidad para el área de Broca -dedicada al lenguaje articulado- bastante desarrollada; pero el pequeño hueco de las vértebras en relación a la del ser humano moderno también indica con altas probabilidades que no podía tener un lenguaje oral con un desarrollo ni por asomo próximo al moderno.

Los descubridores del fósil esqueleto del Niño de Turkana revelaron también que al poner la mandíbula del niño en el cráneo tuvieron la sensación de encontrarse ante los restos de un hombre de Neanderthal, que es mucho más posterior, lo que se explica por un proceso denominado neotenia, según el cual los adultos de especies posteriores se asemejan a los jóvenes de especies anteriores.

Junto al esqueleto del Niño de Turkana se encontraron también algunas hachas bifaciales, por lo que se cree que fueron de los primeros homínidos en utilizar herramientas ya elaboradas. Su alimentación también se volvió más carnívora por la falta de frutos del continente africano en esta época y ese cambio alimenticio supuso una reducción del tamaño de los molares.

Las causas de la muerte del joven de Turkana no están del todo claras y se barajan también varias hipótesis. Una dice que no presenta signos de una grave enfermedad ni otros daños que huesos partidos después de muerto, que podrían explicarse por hipopótamos que pasaron sobre él y lo fueron aprisionando en el barro, gracias a lo cual se ha conservado. La otra hipótesis revela como posible causa del fallecimiento una septicemia generalizada a partir de la infección de un molar.

Un estudio más reciente de un grupo de paleoantropólogos españoles ha sacado a la luz nuevos datos sobre el desarrollo del Niño de Turkana y de la especie Homo ergaster dentro de la evolución humana. La principal conclusión es que la forma estilizada del humano moderno, con tórax y pelvis estrecho (algo asociado con su habilidad para recorrer largas distancias), apareció más recientemente de lo que se pensaba, ya que el primer ancestro humano que se extendió por el Viejo Mundo, desde África hasta el sudeste asiático, y al que hasta ahora se consideraba esbelto y estilizado, en realidad era compacto, robusto y achaparrado. El trabajo, publicado en la revista Nature Ecology and Evolution ha reconstruido en 3D la forma de la caja torácica del ejemplar de Homo ergaster del Niño de Turkana, y tenía un tórax más profundo, más ancho y más corto que el de los humanos modernos.

Los estudios sobre cómo el Niño de Turkana caminaba y corría se han limitado en gran medida a las piernas y la pelvis. Sin embargo, para la carrera de resistencia, sus capacidades respiratorias también habrían sido relevantes, lo que supone una gran adaptación al medio.

Gracias al Niño de Turkana sabemos un poco mejor de dónde venimos y cómo hemos evolucionado, pero sin duda la historia que siguen revelando yacimientos como el de Nariokotome, en el extinguido lago Turkana de Kenia, continúan ayudándonos a entender mejor nuestra evolución.

Fuente : El País / Alberto López.

Un fósil de la era de los dinosaurios cuestiona el origen de las aves modernas

La especie que se encontró en Bélgica muestra grandes semejanzas con el gallo y el pato

Reconstrucción artística del ave moderno más antiguo del mundo.

En el interior de una piedra que no mide mucho más que la palma de una mano sigue intacto el cráneo de un ave de la era de los dinosaurios. Esta roca adornada por huesos rotos y diminutos, que a simple vista parecía poca cosa, fue descubierta hace 20 años en Bélgica y dejada en un cajón. Pero hace dos años el equipo de Daniel Field, investigador del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Cambridge, decidió escanearla sin muchas expectativas. De repente, bajo los ojos asombrados de los científicos se dibujó el cráneo de unos cinco centímetros del ave moderna más antigua que se ha registrado hasta hoy que vivió hace unos 66,7 millones de años. “Nuestro trabajo refleja la importancia que puede tener una roca y la paleontología para la historia de la evolución biológica. Este descubrimiento completa un vacío que teníamos sobre la diversificación de las aves debido a la escasez de fósiles registrados de esta era mesozoica”, explica Field.

La forma de los huesos de esta especie llamada Asteriornis maastrichtensis (fue descubierta en la formación Maastricht) muestra grandes semejanzas con los del pato y del gallo, según los resultados que se publican este miércoles en Nature. “Esta combinación nunca se había visto en otros fósiles y hace suponer que este ave forma parte del árbol genealógico de estos dos animales con los que vivimos a diario”, cuenta el experto británico manejando la piedra en su mano. Para confirmar dichas características, los investigadores han reconstruido el cráneo en tres dimensiones y el pico del nuevo fósil se asemeja claramente al de un gallo, mientras que la zona de la frente y tras los ojos se parece más al de un pato. La parte posterior de la mandíbula comparte características con ambas aves.

DANIEL FIELD

El ave, cuyo mote en inglés es wonderchicken (pollo maravilla en inglés, como si fuese un superhéroe), no debía pesar más de cuatrocientos gramos visto el grosor de sus patas. “En función de las patas podemos estimar el peso del animal gracias a una simple ecuación. Claramente estos huesos no podrían sostener un cuerpo más gordo”, confirma Field señalando un hueso largo de unos cinco milímetros de grosor en un lado de la roca color arena.

Se sabe cuando emergieron, pero no de dónde vinieron. Las hipótesis previas que dejaron los estudios sobre los fósiles más recientes sugerían que la evolución de las aves modernos más antiguos venían del hemisferio sur, de la Antártida. Ahora, este descubrimiento plantea nuevas preguntas. “¿Cómo podría ser, ya que se ha encontrado uno más antiguo en el hemisferio norte? Lo más increíble es que este fósil cuadra con todo lo que pensábamos nosotros de esa época”, asevera Juan Benito, autor del estudio e investigador especializado en la evolución de las aves.

Lo que pasó en esa era tan lejana dónde todavía andaban los dinosaurios fue la caída de un meteorito que acabó con todas las especies de más de un kilo mientras los bosques ardían. “Esta ausencia acabó con muchas especies, con todas las aves ligadas a los bosques”, relata Benito. Pero el wonderchicken se salvó mientras que todas las aves con las que competían desaparecieron de golpe. Estas conclusiones se presentan de nuevo gracias al aspecto de las patas y a su procedencia de sedimentos marinos. Field explica que las aves que tienen las patas cortas son las que viven en las alturas, en las ramas de un árbol y por lo tanto en los bosques, mientras que las que tienen las patas largas viven en el suelo, en la playa, en la zona costera.

Pájaros de la familia de los ‘galliformes’ como el gallo. DANIEL FIELD

Esto hace suponer que el tipo de morfología del A. maastrichtensis, cuyo nombre se deriva de Asteria, una diosa griega de las estrellas fugaces que se convierte en una codorniz, no desapareció. Pero quizás haya dado lugar a dos ramas de especies que evolucionaron, por una parte hacia el pato (anseriformes), por otra, hacia el gallo (galliformes). “No podemos confirmar que sea el ancestro más lejano de estos dos animales, pero está claro que comparten un ancestro común”, concluye Field. “Los fósiles de esa época no han sido bien preservados. Tenemos mucho que aprender de lo que hemos encontrado”, añade guardando en una caja roja el descubrimiento más increíble de su carrera hasta ahora.

Toni Gabaldón, experto en la evolución de las aves del Instituto de Investigación Biomédica en Barcelona (IRB), asegura que siempre es muy útil que la gente encuentre evidencias físicas y aporte información suplementaria y más cuando se trata de una época de la cual no tenemos muchos datos debido a la extinción. «Han construido una matriz de 297 datos morfológicos de este fósil y de otras especies para construir el árbol evolutivo. Nosotros con el ADN podemos cubrir la evolución temprana, de hace unos miles de años, pero el trabajo que han hecho permite ir mucho más allá”, explica.

Para él, el resultado más llamativo del estudio es el lugar dónde ha sido encontrado el fósil que, como lo confirma el estudio y sus autores, pone en cuestión las teorías previas sobre el origen de estas aves modernas. Además, en ese mismo estrato también han encontrado un fósil de un dinosaurio volador de la misma época que vivía con esas aves. Gabaldón se suma a la idea de que estar en la costa les ayudó a sobrevivir y la dieta que seguían también. “Las aves vivían de lo que le dejaban los otros y por lo tanto se alimentaban de cosas más diversas”, cuenta.

Este pequeño fósil da mucha información y permite a los expertos trazar nuevos caminos de investigación para entender de dónde vienen el pato y el gallo. La primera pista es que Gondwana, el supercontinente que al partirse dio lugar a tierras del hemisferio sur como Sudamérica, África, Australia, Madagascar y la Antártida, ya no parece la única opción.

Fuente : EL PAÍS / AGATHE CORTES .