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Morir a los 30: el ADN revela la dura vida de una familia de pastores de hace 3.800 años

El análisis genético de un enterramiento de los Urales muestra que los hombres permanecían en la tribu y las mujeres se iban con otros grupos

Shepherds ADN
Uno de los niños hallados en el enterramiento de Nepluyevsky, en los Urales, en la actual Rusia.SVETLANA SHARAPOVA

Que los hombres se quedaban en casa de sus padres y las mujeres se iban a la de otras familias parece ser una constante en la prehistoria. Hace unas semanas se publicaba el mayor árbol familiar del Neolítico con casi un centenar de miembros excavados en Francia. En los dos clanes estudiados, las mujeres llegaron de fuera. Ahora, en el extremo este del continente, han secuenciado el genoma de una familia de pastores formada por seis hermanos, sus siete mujeres, hijos y nietos. Sus parejas también eran ajenas a la comunidad. En este enterramiento colectivo hay un misterio: no hay mujeres genéticamente emparentadas con los hombres, salvo niñas pequeñas.

Los antropólogos lo llaman patrilocalidad, costumbre humana —también observada en otros grandes simios— en la que los hijos permanecen dentro del grupo familiar y se emparejan con mujeres de otros grupos, mientras que las hijas salen del hogar. Como su alternativa, la matrilocalidad, es un mecanismo para evitar la endogamia y sus efectos genéticos indeseados. Se desconoce la extensión de esta costumbre en los inicios de la historia humana, pero en los pocos yacimientos donde la ciencia, en particular la genética, ha permitido reconstruir el árbol familiar, parece lo más habitual. El último ejemplo viene desde el sur de los Urales, frontera natural entre Asia y Europa.

En un lugar llamado Nepluyevsky, en la actual Rusia, paleoantropólogos alemanes y rusos han excavado lo que se conoce como un kurgan, un túmulo funerario en el que se entierra bajo un montículo natural o artificial a una o varias personas. Eran una práctica habitual de muchas culturas de esta parte del mundo y los hay famosos, como el túmulo del padre del rey Midas. Pero también podían ser la última morada de una familia de pastores, como la encontrada en Nepluyevsky. Los científicos, cuyos resultados acaban de ser publicados en la revista científica PNAS, desenterraron restos de 44 personas. Se encontraron hendiduras seguidas en el terreno, donde descansaban uno o más cuerpos desde hacía unos 3.800 años. Gracias a la genética se ha podido saber cómo era aquella familia de pastores.

Túmulo funerario de kurgan, durante la excavación
Túmulo funerario de kurgan, durante la excavación SHETLANA SHARAPOVA

La familia estaba formada por tres generaciones. Aunque solo pudieron secuenciar el genoma de 33 personas, pudieron inferir la posición del resto en el árbol familiar rellenando los huecos. En la cúspide identificaron a seis hermanos ya adultos, pero no encontraron ni rastro de los padres fundadores. La mayoría de los demás son niños. Todas las mujeres adultas que hay allí enterradas son inmigrantes. Según sus genes, las hay procedentes incluso de Asia central, a miles de kilómetros de Nepluyevsky. Todas tuvieron al menos un hijo con alguno de los hermanos. Así que las mujeres del enterramiento o eran pareja de algún hermano o eran hijas. Pero no hay hermanas. Esto indicaría que era una familia patrilocal, en la que las chicas salían del grupo, emparejandose con chicos de otros grupos. El problema con esta explicación es que no despeja uno de los misterios de esta tumba colectiva: hay mujeres adultas enterradas y también hay niñas de corta edad (de menos de 5 años), sin embargo, no hay ninguna entre los 5 y los 20 años.

Sin chicas jóvenes

Los autores del estudio no están seguros de por qué no hay ninguna de estas jóvenes. Jens Blöcher, investigador de Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia (Alemania) y primer autor de la investigación, cree que el patrón observado en Nepluyevsky es probablemente el resultado de prácticas de enterramiento diferentes para niños y niñas: “Es muy posible que fueran enterrados en otro kurgan de la zona”, cuenta en un correo. “También consideramos la posibilidad de que la ausencia de niñas jóvenes se debiera a una forma extrema de exogamia femenina, con matrimonios acordados a una edad temprana”. Pero es un escenario improbable, añade, “ya que eso implicaría la presencia de niñas no emparentadas de ese grupo de edad”. Si había uniones concertadas de las niñas, debería de haber pequeñas que no estuvieran genéticamente relacionadas con los seis hermanos.

Otro de los aspectos más llamativos que desvela el enterramiento sobre aquellos pastores es que la vida debía ser muy dura: el 39% de los enterrados tenían menos de cinco años cuando murieron y el 57%, lo hicieron antes de superar los 15 años. Una elevada tasa de mortalidad infantil es propia de las sociedades del pasado, pero no tanto. Estos números no se pueden considerar como normales, dice Blöcher, “incluso en comparación con los enterramientos de la época en la región”, añade.

“Las sociedades pastoriles suelen mostrar algún grado de desigualdad, como vemos con nuestro hermano mayor”

Joachim Burger, investigador de Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia, Alemania

Los mayores no lo tuvieron mejor. Svetlana Sharapova, del Instituto de Historia y Arqueología de la Academia de Ciencias de Rusia y directora de las excavaciones, recuerda en una nota que hace 3.800 años, “la población del sur de Trans-Urales conocía la ganadería y la metalurgia, subsistiendo principalmente a base de productos lácteos y cárnicos”. Pero en el caso de estos pastores,“el estado de salud de la familia enterrada aquí debió de ser muy mala. La esperanza de vida promedio de las mujeres era de 28 años, la de los hombres de 36 años”, añade.

La genética también ha permitido detectar una sutil pero clara señal de desigualdad entre los hermanos. El primogénito, que murió a los 55 años, tuvo sus ocho hijos con dos mujeres diferentes. Joachim Burger, también de la Johannes Gutenberg y autor sénior del trabajo, recuerda que “las sociedades pastoriles suelen mostrar algún grado de desigualdad, como vemos con nuestro hermano mayor en comparación con los demás, y son predominantemente patrilineales y patrilocales”. En cuanto a si era la norma, Burger añade que “viendo los pocos estudios que existen para la Europa central y occidental prehistórica, no hay muestras claras de desigualdad, pero sí fuertes señales de patrilocalidad y exogamia femenina”.

Otro de los misterios que quedará es la corta historia de este enterramiento. No es que murieran todos a la vez. De hecho, no hay marcas de violencia o enfermedad. Pero todos los enterrados lo fueron en un lapso de no más de 15 años. Algo debió suceder para que abandonaran el lugar. Además del kurgan de los seis hermanos y sus siete esposas, en Nepluyevsky hay otros 37 túmulos funerarios. Solo otro ha sido excavado y en ninguno se ha usado la genética para conocer su historia que está por desenterrar.

Fuente: El País/ Miguel Ángel Criado.

Que los niños tengan libros, aunque sean tan poca cosa

A mi hija Candela le gusta mucho que le leamos o, mejor dicho, le mostremos los cuentos; esos artefactos con páginas rígidas que, cuando adquirió algo de lenguaje, llamaba ‘pentos’, y que, alejada aún de las pantallas, son su principal fuente de entretenimiento y aprendizaje

“Que todos los niños reciban un regalo, aunque sea un libro”, dijo en célebre patinazo la alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca, recibiendo a los Reyes Magos. Pobres niños que solo tienen libros, pudiendo tener movidas de plástico y de colores. En realidad, lo que dijo la alcaldesa no es tan descabellado: leer es lo que hacemos cuando no hay nada mejor que hacer, por eso la gente leía en la sala de espera del dentista, en el vagón de metro, en la cola del supermercado, como un remedio contra el tedio cotidiano. Ahora que hay teléfonos más inteligentes que sus dueños ya siempre hay algo mejor que hacer, por eso donde antes se veía a gente leyendo se suele ver a gente abismada en la pantalla del smartphone, haciendo scroll como quien reza el rosario. Empieza a haber wifi en los aviones, los últimos templos de la lectura.

La lectura, sin embargo, se recomienda mucho a los niños, se lo dirá cualquier pedagogo o pediatra. La relación de mi hija Candela, de dos años y pico, con los libros es estrecha. En general, la relación de los niños con los libros nos parece más estrecha que la de los adultos. Al crecer, dejamos esa actividad primordial de la lectura para ocuparnos en otras más interesantes y maduras, como las redes sociales, el fútbol o el alcohol. A Candela le gusta mucho que le leamos o, mejor dicho, le mostremos los cuentos; esos artefactos con páginas rígidas que, cuando adquirió algo de lenguaje, llamaba “pentos”, y que, alejada aún de las pantallas y otras distracciones, son su principal fuente de entretenimiento y aprendizaje.

En uno de ellos, un conocido oso amarillo se empacha de miel hasta que le duele la tripa. Así que su grupo de amigos más íntimos (un cerdito, un tigre, un búho) busca la miel por su casa, encuentra el alijo almacenado bajo su cama y lo esconde, porque, según observan, el oso no es dueño de sí mismo. El cuento habla sin tapujos de la adicción: me llama la atención que los amigos del oso se vean obligados a una decisión tan radical, allanando su morada sin permiso y robando la miel. Aunque sea por su bien. En otro cuento, un grupo de animales colabora formando una torre con sus cuerpos, desde el más grande, el elefante, hasta el más pequeño, el ratón, para llegar a la Luna y darle un mordisco. Nos gusta el mensaje, que promueve la colaboración entre todos los animales del bosque sin importar las diferencias y, es más, sacando partido de ellas. Aunque la pobre Luna, al final, se queda triste y lisiada por el mordisco del ratón, que ha dejado su pequeña dentadura marcada en su borde.

Otros de los libros preferidos de Candela forman la colección De la cuna a la lunade la editorial Kalandraka, obra del poeta Antonio Rubio y el dibujante Oscar Villán. Son muy bonitos, en formato cuadrado, y muy sencillos; se pueden leer cantando. Uno, titulado Violín, trata sobre los instrumentos musicales y termina con un beso a papá; otro, titulado Animales, está protagonizado por caracoles, cocodrilos y elefantes; otro, Luna, el gran éxito de la colección, versa sobre el melancólico satélite de la Tierra, ya que la Luna y los animales parecen protagonizar buena parte de la producción editorial para niños. Es una pena que la mayoría de los adultos no seamos conscientes de las maravillas de la literatura infantil y juvenil hasta que somos padres, cuando descubrimos que es un territorio fantástico y diverso, y, por lo visto, un buen negocio.

Candela pide una y otra vez que le contemos los “pentos”, nunca se cansa, aunque se los hayamos contado 40 veces y se los sepa de memoria (una noche que no se dormía le conté uno 40 veces exactas, para su deleite). De hecho, parece que lo que le gusta es saberlos de memoria, conocer las melodías y poder predecir lo que va a pasar: el disgusto por el spoiler es algo también muy adulto y muy contemporáneo; tradicionalmente lo gustoso de las narraciones era saber cómo discurrían y acababan, no vivir en la cruel incertidumbre del cliffhanger. Tal es la pasión de Candela por esa colección que la llevamos, poco antes de cumplir dos años, a la Feria del Libro de Madrid, en el parque del Retiro, que yo estaba cubriendo ese verano, para que en la caseta de Kalandraka pudiera conocer a Antonio Rubio y este le cantara uno de sus libros y le firmara otro. Candela no sabía demasiado bien quién era Antonio Rubio, ni qué hacía en aquella caseta, encerrado dentro de ese zoo de escritores amaestrados que es la Feria, pero nos resultó amable y divertido, y guardamos la anécdota para siempre: los inicios de la niña en las firmas de libros. Tenemos foto.

Los libros no solo se leen o se miran. Para Candela, un libro es un mecano: no le importa la tesis que defiende o las facetas más poéticas del estilo, sino los colores de su portada, su tamaño, apilarlos de una u otra manera, como una arquitecta pequeña y delirante. Tiene especial preferencia por los volúmenes de la editorial argentina Caja Negra que, aunque se dedican a las facetas más disruptivas del pensamiento contemporáneo (aceleracionismo, neoperaísmo, xenofeminismo), ejercen especial embrujo sobre la niña, con colores vivos y diseños geométricos. Con la filosofía más vanguardista Candela hace torres y montañas, como si tal cosa. Pasamos el día reordenando las baldas más bajas de la biblioteca, donde la niña alcanza y hace de las suyas, y a veces nos resulta irritante el desorden que genera, pero no le impedimos el acceso, porque pensamos que el roce con los libros desde pequeña quizás la convierta en una gran lectora en el futuro. Quién sabe.

Candela aprende muchas cosas en los libros, y lo más sorprendente es la facilidad con la que extrapola el mundo ideal y bidimensional de los dibujos de las historias de Teo a la realidad tridimensional, que tiene más esquinas y rugosidades y menos colores pastel. Es el paso del mundo de las ideas platónico al desagradable mundo material: Candela está obrando en su cabeza, sin saberlo, los fundamentos del pensamiento occidental. Qué haría Candela sin libros. Aunque sean solo libros.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / SERGIO C. FANJUL

Aventuras fascinantes o relatos de humor negro: 10 novedades de la literatura infantil y juvenil para estas vacaciones

Una selección de libros amenos y emocionantes, recomendados para lectores de entre 2 y 16 años, que harán mucho más divertidos los días de verano

Bosques encantados poblados por personajes que parecen sacados de la imaginación de J. R. R. Tolkien, aventuras fascinantes para salvar a una especie de oso en peligro de extinción en el parque nacional de los Abruzos (Italia), relatos cargados de humor negro, un libro para recuperar durante el verano habilidades olvidadas desde la irrupción de la tecnología… Todo eso y mucho más cabe en esta selección de 10 novedades del ámbito de la literatura infantil y juvenil. Títulos para leer en casa, en la playa o en la piscina y que harán más divertidos, si cabe, los días de vacaciones.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / ADRIÁN CORDELLAT

Nos caía tan bien

Excelente artículo de Manuel Jabois. Una suerte poder leerlo y más aún, poder aprender de el.

Qué hacemos con las personas que nos han protegido y cuidado desde que nacimos y de repente un día desaparecen, y hay que pasar enfermedades, penas y desgracias solos

Hace dos meses murió en Pontevedra, a los 82 años, Antonio Biempica. Lo hizo tras sufrir un cáncer que le hizo la vida penosa en sus últimos años, si bien lo disimuló como sólo lo hacen los maestros de la supervivencia; era uno de esos hombres con tanta vitalidad que, al despedirte de ellos, te palpabas estresado el cuerpo pensando que a ver si el cáncer lo ibas a tener tú. Fue un hombre muy bueno y muy generoso, y un padre omnipresente. También fue el abuelo de mi hijo, y de muchos nietos más, y el padre de Ana, mi exmujer, y de cuatro hijos más. Cuando su vida se apagaba sin remedio, se cerraron de golpe todas las salidas y ya no quedaba nada más que despedirse y esperar, Ana me dijo al teléfono, con la voz entrecortada, una frase impresionante: “¡Es que me cae tan bien!”.

Nunca le dije lo mucho que me impactó esa frase. Creo que se la he contado a todo el mundo y nunca he podido hacerlo sin que se me quiebre la voz. Cuando colgué el teléfono pensé que no había despedida más hermosa ni tampoco dolor más delicado; no sólo era tu padre, no sólo era el hombre al que ella admiraba por encima de todas las cosas. Es que además le caía muy bien, y eso, en el momento del adiós, era lo que la mataba de pena: que se lo pasaba bien con él, que se reía muchísimo con él, que era un tío que le caía aún mejor que el mejor de sus amigos.

El día del entierro la familia nos juntamos en una mesa para beber y contar historias. Sita, su mujer, chica de familia bien de Reinosa (Cantabria), recordó cómo su padre, implacable, encerró en un despacho al joven Antonio y le preguntó cómo tenía pensado mantener a su mujer y a sus hijos. Otra época. Antonio Biempica sacó unos papeles y empezó a hacer números de un lado a otro hasta, como era previsible, no decir absolutamente nada. Salió el señor de Reinosa de su despacho y dijo: “No tengo la menor idea de lo que va a hacer este muchacho para ganar dinero, pero eso sí: hace unos números muy bonitos, da gusto mirarlos, un trazo estupendo”.

Volví a acordarme del “es que me cae tan bien” de Ana cuando, este viernes, me la encontré pasando un resfriado de aúpa. Yo recogía al niño y ella se quedaba sola. Pregunté si necesitaba algo, le dije que viniese alguno de sus hermanos a casa para estar con ella. Entonces se abalanzó hacia mí, me dio dos besos y dijo: “El que siempre me cuidaba ya no está”. Qué hacemos con eso, pensé. Qué hacemos con las personas que nos han protegido y cuidado desde que nacimos y de repente un día desaparecen, y hay que pasar enfermedades, penas y desgracias solos, porque aunque nunca estemos solos sí estamos solos de ellos, solos de una forma que únicamente los solos entienden.

Todo es un poco peor en la familia desde hace dos meses, y, sin embargo, todo sigue porque a eso nos han enseñado: que no hay muerte que haya parado alguna vez el planeta. Mi hijo, de nueve años, se quedaba los primeros días mirando el cielo y decía dramáticamente: “¡Abuelito!”. La semana pasada, al llegar al portal, se quedó mirando circunspecto el buzón y dijo: “Hay que sacar el nombre del abuelo de ahí”, con tono enloquecido de presidente de la comunidad.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / MANUEL JABOIS

Dos grandes vidas romanas bajo el volcán, y alguna ostra

La clasicista británica Daisy Dunn traza las biografías conjuntas del naturalista Plinio el Viejo y su sobrino Plinio el Joven, marcados ambos por la erupción del Vesubio que destruyó Pompeya

La muerte de Plinio en un cuadro de Pierre-Henri de Valenciennes.
La muerte de Plinio en un cuadro de Pierre-Henri de Valenciennes.

Grandes personajes de la realidad y la ficción han estado bajo el volcán, desde el alcoholizado cónsul Geofrey Firmin de Malcolm Lowry a Lord William Hamilton, el sufrido marido de Lady Hamilton, pasando por el vulcanólogo Haroun Tazieff sin olvidar al padre Doonan de El diablo a las cuatro y el capitán Hanson de Krakatoa: al este de Java. Pero si de alguien se puede decir que la sombra humeante de un volcán (y su piroclástica consecuencia) ha marcado completamente su vida es de los dos Plinios, el Viejo y su sobrino el Joven. A explicar a la vez sus dos extraordinarias carreras —fueron dos grandes romanos, altos cargos ambos del imperio y como escritores forman parte del acervo medular de la cultura clásica— dedica un libro apasionante y documentadísimo, Bajo la sombra del Vesubio (Siruela, 2021), la joven clasicista Daisy Dunn (Londres, 34 años), especialista en Catulo, sobre el que ha publicado dos obras.

Gaius Plinius Secundus, Plinio el Viejo, nacido hacia el año 23 y fallecido el 79, es la víctima más famosa no solo de la erupción del Vesubio sino de la curiosidad. Comandante de la flota romana del Miseno, Plinio acudió en rescate de la población de la zona afectada por el cataclismo pero también, gran naturalista aficionado (además de historiador y almirante), para ver el fenómeno de cerca; tanto que murió en la playa de Stabiae (Estabias), en la bahía de Nápoles, seguramente por la atmósfera irrespirable causada por el volcán, aunque una fuente sugiere que se hizo matar por un esclavo. En cuanto a su sobrino, Gaius Plinius Caecilus Secundus, Plinio el Joven (c. 61-c. 112), es especialmente conocido por haber sido él, que se encontraba en Miseno con su tío pero tuvo el acierto de no navegar con el pariente hacia la zona cero de la erupción (qué importante es no tomar decisiones malas), quien explicó para la posteridad, en dos cartas, una de ellas a su gran amigo el historiador Tácito, el destino de Plinio el Viejo y de paso el espectáculo de infernal esplendor del Vesubio vomitando espanto. De hecho, a Plinio el Joven le debemos la descripción de la nube de 33 kilómetros de alto en forma de hongo o pino que brotó del volcán y que ha caracterizado el tipo de erupción, denominada, por eso, pliniana (no confundir con la cereza pliniana en honor de su tío).

En su biografía dual, llena de detalles sensacionales, Dunn va explorando alternativamente la vida de los dos Plinios, a los que considera verdaderos hombres renacentistas adelantados, revelando la forma de pensar de ambos en lo que es una profunda inmersión en la mentalidad de la Roma imperial. El libro, que utiliza fuentes epigráficas y arqueológicas además de textos, se centra más en el Joven, del que hay más información (fue senador, se carteó con Trajano, fue su representante en provincias), y se basa especialmente en sus cartas —que son en realidad exquisitas piezas literarias— y en la gran obra enciclopédica de su hiperactivo tío materno (“Vita vigilia est”, decía, estar vivo es estar despierto), la Historia natural. Se trata de un delicioso cajón de sastre, de la luna al ciempiés, en el que su autor trató de recopilar (en 37 libros) todo el saber acumulado sobre la naturaleza, incluido que el elefante gusta del amor y la gloria, que los castores del Ponto se cortan ellos mismos los genitales si se sienten en peligro, que la ciudad de Aminclas, en el Tirreno, fue destruida por las serpientes o que en Roma se llegaba a pagar 8.000 sestercios por un salmonete.

Plinio el Viejo había escrito sobre volcanes, pero no sobre el Vesubio; si sabía que era un volcán, probablemente lo consideraba extinto. El descuido es comprensible porque llevaba 700 años sin dar señales de vida. Partió con su flota de cuatrirremes en una doble misión de objetivo científico y humanitario, para organizar un Dunkerque en la Campania. Dado su carácter indagador, debió disfrutar con la experiencia, al menos hasta que murió. “Tenemos un relato detallado de su sobrino del valor que mostró Plinio el Viejo mientras moría en la playa, probablemente asfixiado por la nube volcánica”, explica a este diario Daisy Dunn. “La mayoría de sus compañeros habían corrido para salvarse, así que él estaba solo con dos de sus esclavos. Era un estoico, asombrado del poder de la naturaleza, así que imagino que sus últimos momentos estuvieron marcados por el sentido de la maravilla y por la aceptación, con sólo un poco de miedo. Quizá pensó que era apropiado que un hombre que había pasado toda su vida estudiando los fenómenos naturales perdiese su vida en uno”.

Plinio el Joven y su madre en Misenum durante la erupción del Vesubio, por Angelica Kauffman.
Plinio el Joven y su madre en Misenum durante la erupción del Vesubio, por Angelica Kauffman. PICASA (PRINCETOWN UNIVERSITY ART MUSEUM)

Al preguntarle por el lugar que ocupan los Plinios en la literatura y la cultura romana en general y si su libro es un intento de reivindicarlos, la estudiosa responde: “Plinio el Viejo es único como el creador de la más antigua enciclopedia de la cultura grecorromana que se conserva. Plinio el Joven está más en la tradición de Cicerón porque dejó centenares de cartas y trabajó en los tribunales como orador. Mi libro es en parte una biografía de los dos hombres y en parte un intento de contar la historia de la Roma del primer siglo de nuestra época. Esos dos personajes juntos nos ofrecen un retrato redondo del periodo. Uno resume lo que era conocido o creído entonces sobre el mundo natural; el otro nos documenta la esfera política”.

Parafraseando La vida de Brian, ¿qué han hecho los Plinios por nosotros? Dunn no titubea: “Nos han mostrado la importancia de observar el mundo que nos rodea, de mirar de cerca las cosas. Su obra ha sobrevivido tanto porque fue considerada importante a través de los tiempos. Los escritos de Plinio el Viejo sobre remedios naturales eran muy apreciados en la Edad Media. Leonardo da Vinci y otros se inspiraron en sus capítulos sobre arquitectura. Y tenemos que agradecer a Plinio el Joven por nuestro conocimiento de lo que ocurrió exactamente cuando el Vesubio entró en erupción en el año 79”. Es curiosa la dependencia de la celebridad de ambos en relación con el volcán; una familia explosiva, dos vidas bajo el volcán. “Exacto, la fama de ambos está inextricablemente ligada al Vesubio. Pienso que su obra habría sobrevivido independientemente de la erupción, pero el hecho de que vivieran en ese tiempo explosivo definitivamente ayudó a cimentar sus nombres en la historia”.

Parece más fácil sentir simpatía por el tío, ávido lector hasta durante las comidas, autor de la frase que grabó Montaigne en su castillo, “solum certum nihil ese certi” (“la única certeza es que no hay certeza”), ardiente (!) jardinero, que por el algo pedante sobrino abogado. Diríase que hay más grandeza en el primero y la obsesión del Joven con la posteridad —eso de que le pedía a Tácito que le sacara en su Historias— parece algo patética. Y lo de perseguir a los cristianos de Bitinia y razonar su ejecución… “Siempre ha sido difícil para los hijos de famosos hacerse su propio camino, basta con ver el mundo de las celebridades actuales. En ese sentido siento simpatía por el sobrino y admiro sus esfuerzos por vivir más allá de la reputación de su tío mientras a la vez perpetuaba la fama de este. Pero creo que podemos decir que Plinio el Viejo poseía una mente más creativa. Y, sí, el tratamiento que dio Plinio el Joven a los cristianos es aborrecible e indefendible. Contrasta mucho cuando leemos sobre ello en el último de sus diez volúmenes de cartas que se conservan, en las que por otro lado trata de ser un hombre justo”. El sobrino llegó a ser prefecto del tesoro de Saturno, augur de los signos de las aves y responsable del mantenimiento de las cloacas de Roma, amén de legado de Trajano para el gobierno de la provincia de Bitinia-Ponto.

La clasicista británica Daisy Dunn
La clasicista británica Daisy Dunn ALICE DUNN

En todo caso, los dos Plinios eran ambos representantes de la clase dirigente romana, que ostentaron posiciones militares y civiles importantes —el Viejo procurador en Tarraco, por cierto— y ejercieron en su medida el poder de la Roma imperial; millonarios con vastas propiedades y esclavos (el Joven más de 500 ). “En la cultura actual podríamos fácilmente desecharlos como privilegiados. Pero por lo mismo estaríamos menospreciando a la mayoría de la gente de la antigüedad de la que sabemos algo. Es decir, que sería un error. Ambos Plinios escribieron cosas relevantes para todos los seres humanos, independientemente de su estatus o riqueza, como de qué manera vivir sin miedo o reproche, y cómo existir en armonía con el mundo natural. Durante la pandemia, en particular, hemos aprendido realmente nuestro lugar en la naturaleza y la relación con ella. Somos todos, en el fondo, lo mismo”.

Sobre cuál es su pasaje favorito de la Historia natural, por cierto dedicada a Tito, del que era amigo, Dunn señala: “Encuentro la obra un fascinante y sorprendente compendio de datos, chismes y trivialidades, algunas exactas otras no. Mi favorita es la descripción de las ostras. Plinio asegura que algunas son pequeñas porque están tan tristes por la oscuridad del fondo marino que comen menos”. Vaya, si me perdona la broma y la cita cinematográfica de Espartaco, los Plinios ¿ostras o caracoles? “Ciertamente, caracoles”, responde la clasicista sin entrar al trapo de las connotaciones sexuales de la frase con la que Craso (Laurence Olivier) le tira los tejos a Antoninus (Tony Curtis). “Plinio el Joven los servía en las comidas con lechuga, huevos, remolacha y cebollas. Le desagradaba mucho cuando algún amigo llegaba a sus más bien frugales almuerzos y esperaba que le sirvieran algo más lujoso como erizos y ostras”. En todo caso, en los dos Plinios hay indicios de que podrían haber degustado ostras y caracoles.

Las mujeres, con alguna notable excepción, no parecen ocupar mucho espacio en las ideas y vidas de ambos personajes. ¿Signo de los tiempos o misoginia? “Signo de los tiempos, tristemente. Como autora siempre estoy interesada en recuperar tantas mujeres de la antigüedad como pueda. La segunda mujer de Plinio el Joven, Calpurnia [de la primera no sabemos ni el nombre], me fascina, no solo por su lealtad, sino por su independencia. Después de sufrir un aborto viajó al sur de Italia sin su marido. Me parece sorprendente que una mujer se sintiera cómoda viajando a un lugar que había sido devastado por el Vesubio apenas unas pocas décadas antes”.

Hay un gran énfasis en los dos Plinios en la relación del hombre con la naturaleza, ¿les podemos considerar unos avanzados de la ecología y el Nature Writing? “Creo que los dos iban muy por delante de su tiempo en lo concerniente a la naturaleza y el medio natural. Por ejemplo, Plinio el Viejo, el David Attenborough de su época, creía que cavar muy profundamente en busca de metales podía provocar terremotos. Vemos una preocupación parecida hoy con el fracking, la fracturación hidráulica, en busca de hidrocarburos. La creencia de Plinio el Viejo de que si respetamos la naturaleza ella nos proveerá es muy moderna. Y sí, el entusiasmo con el que escribía de las maravillas naturales parece un modelo para el moderno nature writing”. Hay que perdonarle en todo caso al Viejo que considerara a Cleopatra una ramera y al pulpo un animal estúpido.

Daisy Dunn reconoce que pese a toda su investigación hay cosas de los Plinios que siguen siendo un misterio. “Me encantaría saber más de la vida sentimental de Plinio el Viejo. ¿Se casó alguna vez? ¿Prefería a los hombres? ¿O nunca tuvo relaciones porque interferían con su labor? De hecho, era un adicto al trabajo. Que hiciera a su sobrino su heredero sugiere que no tenía familia propia, pero no sabemos prácticamente nada de sus relaciones personales. Me gustaría también saber qué pasó con el negocio de vinos de Plinio el Joven…”.

Fuente : El País / Jacinto Antón .