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Las 73 guaridas mágicas donde brilla el Oro de Dragón

Un equipo de biólogos recopila todas las cuevas, minas y pozos de la Península Ibérica en los que confirma que sobreviven poblaciones de ‘Schistostega pennata’, un musgo luminoso amenazado

La búsqueda partió de un flechazo amoroso. El biólogo asturiano Jairo Robla caminaba por la pista Finlandesa de Oviedo, una senda peatonal que discurre por la falda sur del Naranco, cuando un brillo fascinante lo atajo hacia una pequeña oquedad en la roca. Robla cree que esa diminuta cueva “ni siquiera tiene nombre”, pero para él quedó grabada como el primer lugar mágico donde se encontró, y se dejó cautivar, con el Oro de Dragón. El brillo dorado y verdoso que refleja el musgo Schistostega pennata, amenazado en España, es en realidad la propia luz natural, aprovechada y multiplicada hasta la extenuación por este diminuto ser vivo que es incapaz de competir por el espacio con otras especies. Para sobrevivir se esconde en lugares penumbrosos y húmedos como las bocas de algunas grutas, pozos, minas, grietas, viejos árboles huecos, túneles o madrigueras donde, a veces, entra un tímido rayo. Los poéticos nombres populares de la schistostega, el agazapado “oro de dragón” u “oro de duende”, hablan de la atmósfera irreal, fantástica, que genera su protonema verde esmeralda, con células especializadas que tienen una única vacuola gigante que hace la función de una lente. Esta especie de lupa no produce, sino que proyecta y potencia la escasa luz solar que penetra a alguna hora del día en la entrada de las oquedades que el musgo habita.

Aunque en otras latitudes del hemisferio norte está más presente, la Península Ibérica marca el límite en Europa y, más al sur de Cáceres, este musgo —que en España está considerado raro y vulnerable— no existe. Los registros publicados hasta ahora sobre poblaciones de Schistostega pennata en la Península Ibérica eran parciales y tenían muchos años. Decidido a investigarlos tras su enamoramiento instantáneo, Jairo Robla y otros biólogos a los que embarcó en la aventura comprobaron que alguno de esos reductos del musgo luminoso que aparecían en los compendios ya había desaparecido de la faz de la tierra. El equipo, sin embargo, ha logrado ampliar considerablemente el mapa de enclaves y localizar un total de 73 puntos donde se puede contemplar el Oro de Dragón: son 26 más que aquellos de los que se tenía alguna noticia.

Con los resultados de su estudio, el mayor repaso llevado a cabo hasta el momento en este territorio, acaban de publicar el artículo Desvelando los motores ecológicos de la Schistostega pennata en la Península Ibérica: distribución y conservación,(Unravelling the ecological drivers of Schistostega pennata on the Iberian Peeninsula: distribution and conservation) en la revista británica Journal of Bryology, especializada en la rama de la botánica que investiga las plantas briófitas, las que todos identificamos como musgos. Para destapar todos estos lugares en los que a determinadas horas se puede observar la luz mágica que atrapa y refleja el protonema esmeralda, los cuatro investigadores se valieron de su propio trabajo de campo, de literatura científica anterior, de plataformas de “ciencia ciudadana” y también de los avisos de particulares.

Este último fue, por ejemplo, el caso de la alerta lanzada hace un año por vecinos del barrio de Beade, en Vigo, que descubrieron el característico brillo de la schistostega en una mina de agua de 200 años, dentro de una finca privada sobre la que pende la amenaza de expropiación. Si la contestación social no logra parar el empeño del Ayuntamiento, aquel terreno (y otras propiedades, incluidas casas) acabará sepultado por el asfalto del vial PO-010 que conectará la Zona Franca donde opera Stellantis (Citroën, Peugeot) con la autovía que enlaza con los polígonos donde se asientan empresas auxiliares de la automoción. Tal y como recoge el artículo que dirige Robla, este musgo que brilla como un ejército de luciérnagas está clasificado como amenazado o casi amenazado en las listas rojas ibéricas. En el proyecto coordinado por este especialista que actualmente trabaja en la Estación Biológica de Doñana (EBD – CSIC), participaron también Víctor González García (Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad, Universidad de Oviedo–CSIC); la doctora por la Universidad de León Sara Santamarina; y Mikel Artazkoz, biólogo en la Sociedad Pública de Gestión Ambiental de Navarra.

De los 73 registros que reúne en una tabla anexa el último artículo publicado por Journal of Bryology, 34 están en Portugal, 33 en España y seis en los Pirineos franceses. El trabajo revela que existen poblaciones en provincias como Ourense y Zamora donde nunca se había identificado la schistostega. Junto a estas dos, se ha localizado el musgo luminoso en diversos escondites de Pontevedra, A Coruña, Lugo, Asturias, Ávila, Cáceres, Navarra y Gipuzkoa.

En los departamentos franceses se hallaron colonias en Haute-Garonne y Pirineos Atlánticos, mientras que en Portugal el musgo está presente en Braga, Coimbra, Porto, Viseu, Viana do Castelo, Vila Real y, sobre todo, Guarda. El 93% de los registros se corresponden con la entrada de cavidades del terreno, naturales o artificiales. Solo dos registros tuvieron lugar en ambientes no cerrados: una ladera sombreada en Langreo (Asturias) y el sistema radicular de un castaño en Muñís (Navia de Suarna, Lugo).

En desventaja frente a otros musgos y plantas, la schistostegabusca sus propios refugios —preferentemente sobre sustratos silíceos y suelos ácidos, de granito, gneis o arenisca—, adonde, según se apuntó en investigaciones de otros países, es capaz de viajar incluso en las patas de los murciélagos y otros animales con los que comparte guarida. Son, por lo general, cuevas u oquedades naturales o artificiales, en zonas de temperaturas suaves, abundantes precipitaciones y, según observaron los biólogos españoles, “alguna influencia oceánica”. El equipo recalca que es necesario el inicio y seguimiento de “campañas exhaustivas de muestreo” para “promover su conservación, dada la fragmentación de sus poblaciones”, muy vulnerables a la presión humana, y las peculiaridades de los refugios donde logra prosperar.

La Schistostega pennata es el “único miembro de la familia Schistostegaceae” y se considera en peligro de extinción en algunos países. Los cuatro biólogos y naturalistas españoles desarrollaron un modelo predictivo que puede servir de base para llegar a comprender e intuir la distribución de este “musgo intrigante” en el planeta. Así, identificaron distintas zonas “idóneas” para su desarrollo en las que podría existir aunque, de momento, no hayan salido a la luz poblaciones.

Las células especializadas del protonema del musgo luminoso “tienen una única vacuola grande y con forma de lente cuya superficie curva es capaz de redirigir y enfocar la luz hacia los cloroplastos”, explican en el artículo. “Cuando la luz procede de una única dirección, estos se desplazan al punto más intensamente iluminado del lado interno de la célula y se genera esa luminosidad característica”. Esta luz tal especial inspiró en los territorios donde habita “muchas historias fantásticas”, y una cueva con oro de dragón está declarada Monumento Natural en Hokkaido (Japón).

Mapa incluido en el artículo científico con las zonas de la Península Ibérica en las que el equipo investigador confirmó la existencia luminoso. Las estrellas señalan los puntos localizados por los biólogos o sus colaboradores; los cuadrados, los hallazgos ciudadanos; y los círculos blancos, las poblaciones conocidas históricamente.
Mapa incluido en el artículo científico con las zonas de la Península Ibérica en las que el equipo investigador confirmó la existencia luminoso. Las estrellas señalan los puntos localizados por los biólogos o sus colaboradores; los cuadrados, los hallazgos ciudadanos; y los círculos blancos, las poblaciones conocidas históricamente.JOURNAL OF BRYOLOGY

En España, las dos áreas donde más reductos habita son la provincia de Lugo (A Veneira de Roques, Castro de Viladonga, Cova das Choias, Pedrafita do Cebreiro, Valadouro, Val do Inferno, Xestido, Xistral, Rego de Loureiro, Navia de Suarna) y el Principado de Asturias (mina Excomulgada, Pista Finlandesa, ladera de Las Piezas en Sama de Langreo, Monte Naranco, cueva Xan Rata, cueva Espina, Villatresmil). En Ávila, la schistostega se encuentra en la sierra de Gredos, en Cáceres en la sierra de Gata, en Navarra en Aiako Harriak y, muy cerca, en Gipuzkoa, en los montes de Aia.

En la provincia de A Coruña, el musgo luminoso brilla en una mina próxima a la playa de Sabón (Arteixo) y junto al río Ulla en San Xusto (Arzúa). En Ourense, el último rastreo lo ha descubierto en la conocida como Cova da Moura (Laias) y en Pontevedra se encuentra junto a la playa en Baiona; en Fornelos de Montes; en las Covas do Folón, das Figosas y das Lagoas (Coruxo, Vigo) y en Beade (Vigo). En Zamora, el tesoro del dragón, hasta ahora desconocido, resplandece salpicando la roca, en pequeñas motas, en el pueblo de San Blas, ayuntamiento de Viñas, a la entrada de la mina Mari Carmen.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / SILVIA R. PONTEVEDRA

La invasión biológica: 3.500 especies exóticas introducidas por el hombre causan multimillonarias pérdidas y extinciones

Un exhaustivo informe internacional advierte de que los costes económicos causados por estas plantas y animales se disparan hasta alcanzar ya cerca de 400.000 millones de euros al año

Para combatir en los ríos españoles al camalote —también conocido como jacinto de agua— se ha tenido que movilizar hasta el Ejército. Porque esta planta, que se expande tan rápido como las llamas y es dificilísima de erradicar, se apodera periódicamente de cientos de kilómetros de agua en las cuencas del Guadiana y el Guadalquivir. El camalote, que causa estragos desde el lago Victoria, en África, hasta Indonesia o Florida, en Estados Unidos, encabeza la lista de las 10 especies exóticas invasoras más extendidas en todo el planeta. Es la punta de lanza de la invasión biológica que ha causado el ser humano, unas veces intencionadamente y otras sin querer, y que provoca importantes daños a la naturaleza y multimillonarias pérdidas económicas.

Esta invasión supone un coste anual en el mundo de 423.000 millones de dólares (más de 392.000 millones de euros al cambio actual), sumando las pérdidas económicas y los esfuerzos para su erradicación. Y está entre las cinco principales causas de la crisis de pérdida de biodiversidad que está azotando al planeta, según concluye el Informe de Evaluación sobre Especies Exóticas Invasoras y su Control, que se ha presentado este lunes. Se trata de una exhaustiva radiografía que ha elaborado la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, conocida por sus siglas en inglés, IPBES, y vinculada a la ONU, de la que forman parte 143 países. Los científicos de IPBES sostienen que estas especies “desempeñan un papel clave en el 60% de las extinciones mundiales de plantas y animales”. Además, son las únicas responsables en el 16% de las extinciones mundiales documentadas.

Pero, ¿cómo llegan a convertirse en una amenaza para la biodiversidad? De la mano del ser humano. “Las especies exóticas están siendo introducidas por actividades humanas en todas las regiones y biomas del mundo a un ritmo sin precedentes”, advierte IPBES. Estos expertos calculan que en estos momentos hay 37.000 especies exóticas establecidas que han llegado con el hombre de forma deliberada o accidental. Además, están aumentando a “un ritmo sin precedentes de aproximadamente 200 anualmente”. De todas ellas, hay 3.500 que está documentado que son dañinas y se clasifican como especies exóticas invasoras.

El estudio se centra en ellas y ha sido elaborado por 86 expertos de 49 países, que se han basado en más de 13.000 referencias científicas. “Las personas y la naturaleza están amenazadas por especies exóticas invasoras en todas las regiones de la Tierra”, advierten. Sus impactos negativos “están aumentando rápidamente y se prevé que continúen aumentando en el futuro”. “Incluso sin la introducción de nuevas especies, las poblaciones existentes de especies exóticas invasoras continuarán propagándose por todos los ecosistemas”, explican los autores.

Costes para la economía y la naturaleza

Una de las misiones de este análisis era cuantificar los daños que causan. Muchas de estas especies se introducen con fines comerciales, pero el IPBES es contundente: “Los beneficios para las personas que proporcionan algunas especies exóticas invasoras no mitigan ni deshacen sus impactos negativos, que incluyen daños a la salud humana (como la transmisión de enfermedades), medios de vida, seguridad hídrica y seguridad alimentaria”. “Los costes económicos mundiales de las especies exóticas invasoras se han cuadruplicado cada década desde 1970″, alertan los científicos.

De los 423.000 millones de dólares anuales que se calcula que costaron a la economía mundial en 2019, la gran mayoría (92%) se deriva del impacto negativo en “las contribuciones de la naturaleza a las personas o en la buena calidad de vida”. En concreto, “la reducción en el suministro de alimentos es el impacto más frecuentemente reportado”. El 8% restante “está relacionado con los gastos de gestión de las invasiones biológicas”.

El camalote (Pontederia crassipes) es de nuevo un buen ejemplo: “En el lago Victoria la pesca ha descendido debido al agotamiento de la tilapia, como resultado de la propagación del jacinto de agua”, señala IPBES. Esta especie también tiene consecuencias negativas para la energía (ya que interfiere en la producción hidroeléctrica) y en la calidad del agua. De hecho, el camalote encabeza también la lista de las especies invasoras con mayor número de impactos negativos documentados.

La invasión biológica está detrás además de importantes daños a la salud, con enfermedades como la malaria, la fiebre del Zika o del Nilo Occidental, propagadas por especies exóticas invasoras de mosquitos como las de los géneros Aedes albopictus y Aedes aegyptii. “Las especies exóticas invasoras suponen una grave amenaza para la biodiversidad y pueden causar daños irreversibles en la naturaleza, incluida la extinción de especies a escala local y mundial, además de amenazar el bienestar humano”, ha recalcado este lunes a través de un comunicado Helen Roy, una de las coordinadoras el informe.

Pérdida de biodiversidad

Hace cinco años, el IPBES elaboró un estudio sobre la extinción de especies planetaria que disparó las alarmas. En aquel análisis se fijaron cinco grandes impulsores de la pérdida de biodiversidad mundial: los cambios en los usos del suelo, la crisis climática, la sobreexplotación de los recursos, la contaminación y las especies exóticas invasoras. Los gobiernos que forman parte de esta plataforma pidieron a los científicos que elaboraran un estudio monográfico, que es el presentado ahora.

Los expertos apuntan que, del total de especies exóticas, son invasoras alrededor del 6% de las plantas, el 22% de los invertebrados, el 14% de los vertebrados y el 11% de los microbios. Los autores afirman también que al menos 218 especies exóticas invasoras han sido responsables de más de 1.200 extinciones locales. Tras el camalote, la lantana (un arbusto, Lantana camara) y la rata común (Rattus rattus) son la segunda y la tercera especies más extendidas en el mundo, con repercusiones de gran alcance sobre las personas y la naturaleza.

Difícil erradicación

Además de radiografiar el problema, los expertos del IPBES tenían el encargo de explicar las soluciones a este problema creciente. Porque los científicos señalan que, si todo continúa como hasta ahora, para 2050 se espera que “el número total de especies exóticas a nivel mundial sea aproximadamente un tercio más alto que en 2005″.

Los especialistas advierten de que “a menudo” son “ignoradas hasta que es demasiado tarde”, por eso es necesario actuar de forma temprana. El documento señala que la experiencia hasta ahora ha demostrado que “la erradicación ha sido exitosa y rentable” cuando “sus poblaciones son pequeñas y de propagación lenta, en ecosistemas aislados como las islas”. Por ejemplo, en los últimos 100 años, “ha habido 1.550 ejemplos documentados de erradicación en 998 islas, con un éxito citado en el 88% de los casos”. Uno de los muchos ejemplos es la Polinesia Francesa, donde Rattus rattus (rata negra), Felis catus (gato), Oryctolagus cuniculus (conejos) y Capra hircus (cabras) han sido erradicadas con éxito.

La cosa se complica cuando no son islas y, sobre todo, en los ecosistemas marinos. También, cuando se trata de plantas exóticas, ya que “las semillas pueden permanecer latentes en el suelo durante mucho tiempo”.

Los analistas añaden que “cuando la erradicación no es posible” las especies exóticas invasoras “pueden ser contenidas y controladas, particularmente en sistemas terrestres y de agua cerrada”. Esta contención “puede lograrse con medidas de control físico, químico y biológico” o combinando varias. En el caso de los métodos químicos, los expertos advierten de que deben “implementarse bajo requisitos de cumplimiento regulatorio” y que cada vez tienen menos aceptación social. Por su parte, “el control biológico ha sido muy eficaz para controlar algunas plantas exóticas invasoras, invertebrados y, en menor medida, microbios vegetales y unos pocos vertebrados”, aunque también puede tener efectos no deseados “si no está bien regulado”. En cualquier caso, los autores de IPBES señalan que, en general, “las medidas adoptadas para hacer frente a estos retos son insuficientes”. “Si bien el 80% de los países cuentan con objetivos relacionados con la gestión de las especies exóticas invasoras en sus planes nacionales de biodiversidad, únicamente el 17% dispone de leyes o normativas que abordan específicamente estas cuestiones”, añade. Además, el informe revela que el 45% de los países no invierte en la gestión de invasiones biológicas.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / MANUEL PLANELLES

El grito de auxilio de los últimos urogallos

Tras días de espera, el ave, reliquia de la era glaciar, se dejó ver en el Alto Sil, donde todavía sobrevive a pesar del abandono del monte, la fragmentación del hábitat o el cambio climático

Macho de urogallo durante el ritual de celo en un cantadero cantábrico, en el Alto Sil (León) este mayo. Foto: ANDONI CANELA (EL PAÍS) |

Noche cerrada. Cinco de la madrugada. El todoterreno se bambolea pendiente arriba, en curvas imposibles hacia las dehesas del Alto Sil (León), uno de los pocos lugares de la cordillera Cantábrica donde el urogallo todavía resiste al tremendo declive que está diezmando su población. Media hora más tarde, envueltos en el silencio y oscuridad de la noche, la patrulla de seguimiento de la especie comienza el ascenso por una diminuta senda hacia uno de los cantaderos —­lugares donde, año tras año, los machos intentan atraer a las hembras—. Con la linterna apagada para no molestar, el camino se complica. La hojarasca, muy húmeda, resbala y, en la oscuridad, los troncos del camino desconocido se vuelven invisibles y tramposos. Evitar una caída se convierte en el único objetivo a cumplir —con poco éxito— y el urogallo se difumina. Hasta que Pedro García, miembro de la patrulla, para en seco.

—¡Schhhh! ¿Lo habéis oído? —susurra.

—¿El qué? —responde un murmullo tratando de recuperar el aliento.

Y allí, parados en medio de las fantasmagóricas siluetas de los abedules, cubiertos de líquenes de bosque viejo, el canto nupcial del urogallo, la más madrugadora de las aves del bosque, se abre paso. La estrofa comienza con varios secos tac, tac, tac, que acaban con un taponazo que recuerda al descorche de una botella de champán, para continuar con la seguidilla (una especie de siseos agudos), y vuelta a empezar, en bucle. Identificada la tonada, el resto de los sonidos del bosque, que a esa hora comienza a desperezarse, se amortigua.

El camino continúa, avanzando con la delicadeza que los continuos resbalones permiten, y solo cuando el urogallo inicia la parte de la seguidilla —momento en el que su oído se debilita—. “¡Ahora!”. Uno, dos, tres pasos y parada inmediata sin mover un músculo, imitando el juego del escondite inglés. Casi reptando por el suelo y parapetados tras unos troncos, la negra silueta del urogallo se percibe en una rama. No es prudente acercarse más. Al rato, una pita (hembra) sobrevuela el lugar. El macho no se lo piensa dos veces y un vigoroso aleteo anuncia su partida tras ella. ¿Se ha ido?, aparece el pensamiento incrédulo. Sí, ha volado. La magia desaparece y la mente retorna al bosque envuelto en jirones de niebla, a los trinos de otras aves, al suelo húmedo que cala la ropa, a la realidad también bella, pero sin urogallo.

Fue al día siguiente, en el regreso por el mismo bosque después de una espera de varias horas en un hide (pequeña tienda camuflada para observar animales), sin que ningún ejemplar se acercara, cuando un macho se dejó ver de forma inesperada. El oído entrenado de Pedro García, miembro de la patrulla, detectó su presencia. “Despacio”, lanzó la advertencia antes de reanudar la marcha, cada vez más silenciosa. Y al doblar un recodo, a unos metros, apareció un macho en el borde del camino, que, ojo avizor enmarcado en su ceja roja, no tardó un segundo en levantar el vuelo regalando durante unos preciosos instantes su imagen, negra y poderosa, en forma de flecha, hasta desaparecer entre los abedules protectores.

Quizá fuera el mismo de la jornada anterior, u otro de los pocos que todavía sobreviven a la debacle, de momento imparable, que padecen las dos poblaciones de urogallo (Tetrao urogallus) que habitan en España. La cantábrica, con 200 ejemplares —el 80% en Castilla y León, y el 20% en Asturias—, y la pirenaica, con 655 —el 90% en Cataluña, el 9% en Aragón y el 1% en Navarra—. Ambas están declaradas en peligro de extinción, pero el golpe más duro impacta en la cordillera Cantábrica, donde el peligro es crítico y ya no existe en el 86% del territorio que ocupaba en los años setenta, señala el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (Irec-CSIC).

En Cataluña se ha extinguido en el Prepirineo occidental y en la comarca del Ripollès, y en el Pirineo aragonés ha desaparecido de casi la mitad del territorio que ocupaba. “Los urogallos bajan un 4% anual y lo más llamativo es que el 40% de las hembras no realizan puesta”, expone Iván Alonso, responsable del Medio Natural del Consejo General de Arán y asesor de la Generalitat de Cataluña. A este ritmo, la especie se extinguirá en Cataluña en 70 años, y mucho antes se prevén pérdidas completas locales, como ya está ocurriendo. Con este negro panorama, oír o ver a uno de los majestuosos ejemplares entre abedules, pinos, serbales, retamas… es un privilegio que se extingue al mismo ritmo que la especie.

—¿Qué está fallando?

—Es un cóctel de muchos ingredientes y todavía no se ha dado con la tecla —responde Manuel Antonio González, doctor en Biología y experto en la especie.

Entre ellos, enumera la caza hasta su prohibición en 1979; el furtivismo; la competencia por la alimentación con herbívoros, salvajes (ciervos, corzos…) y domésticos (ganado), cuando su número es elevado; la endogamia; actividades humanas como la observación en grupos, y la destrucción y fragmentación del hábitat con pistas forestales o parques eólicos. Todo ello unido al cambio global que afecta al clima y al paisaje. González es especialmente crítico con los molinos de viento. “Para su construcción se abren caminos y ya han muerto dos ejemplares al chocar con ellos. Dada la situación, perder a un solo un individuo es un drama”, puntualiza.

El biólogo pertenece a una corriente de científicos que aboga por dejar a la especie lo más tranquila posible. Para ello, expone, es imprescindible reducir el manejo de los hábitats, evitando talas y desbroces. Javier Castroviejo, doctor en Biología que describió la subespecie cantábrica, es un fiel seguidor de esta forma de actuar. Vivió la época en la que el urogallo se cazaba “de una forma desaforada”. Cuenta cómo los cazadores aprovechaban la época de celo, en la que no oyen, para abatirlos, sin que diera tiempo a que cubrieran a las hembras. Él les decía, “horrorizado”, que pararan. Luego llegó la época de apertura de pistas forestales, “incluso por cantaderos”.

La posición de la Junta de Castilla y León en la conservación de la especie discurre por otros derroteros. Apuestan por gestionar el territorio llevando a cabo desbroces y talas, “para facilitar su uso a los urogallos”, capturar depredadores, radiomarcar ejemplares y sacar algunas puestas de huevos, que envían al centro de cría en cautividad abierto en 2022 en Valsemana (La Ercina, León). En Asturias, en Sobrescobio, se construyó otra instalación semejante, que fracasó y no consiguió reintroducir ningún pollo en la naturaleza.

Daniel Pinto, coordinador de la patrulla urogallo y oso de Castilla y León, responde que no deben “estar haciéndolo tan mal”, porque en el Alto Sil, donde gestionan el territorio, se mantiene la población de urogallo. “A pesar de que arrastraba la fama de ser un hábitat hostil, con furtivismo, minas a cielo abierto…, pero en otros lugares, con mayor protección y en apariencia perfectos para la especie, en la parte occidental, han desaparecido”, aclara. No quedan ejemplares en zonas emblemáticas y con alto nivel de protección como la reserva integral de Muniellos, el parque regional de Riaño o en los parques naturales de Redes, de Ponga o de Somiedo. Así se desvanece la fascinante presencia del urogallo que ha inspirado a escritores como Julio Llamazares. “El grito del urogallo en el fondo del bosque siempre ha poblado mi fantasía, porque en la zona donde soy yo, en la montaña de León, el urogallo como los osos son los elementos mágicos, simbólicos de una naturaleza todavía sin domesticar”, dice el autor en el documental Memorias del urogallo cantábrico. El secreto del bosque.

En lo alto del monte, dentro de un bosque de pinos repoblados, Pinto muestra el efecto de eliminar el brezo, una de las medidas rechazadas por científicos como González o Castroviejo. El verde brillante de varias arandaneras, vitales en la dieta del urogallo y que también escasean desde hace años, llama la atención. Es mayo y hasta el verano no dan fruto. Ahora el urogallo come brotes de arándano, de abedul, de serbal… La intención de Castilla y León es que el urogallo pueda contar con espacios más abiertos, donde puedan vivir, porque el bosque se está cerrando debido al abandono de la agricultura y la ganadería. “Aquella zona no es buena”, dice Pinto señalando a un área de vegetación muy espesa, donde no retiraron el brezo. “Quizá una gallina ponga los huevos en el borde, pero dentro sería un suicidio, puede llegar una marta y no tiene salida de vuelo”, sostiene. Las hembras, de plumaje pardo jaspeado en negro, pesan entre 1,5 y 2,5 kilos, la mitad que los machos.

No se creen “con la verdad absoluta” y dejan partes sin tocar “para no pasarse”, añade Pinto. Quitan dos o tres abedules para lograr espacios de camperas (áreas más abiertas), “que es lo que le gusta al gallo”. Al biólogo Castroviejo le resulta “inconcebible” que la solución sea adehesar los cantaderos. “La única forma de abrir zonas como las brañas [lugar donde pasta el ganado], que se han abandonado y a las que iban las urogallinas con los pollitos a comer insectos, es el retorno de una ganadería respetuosa y en un número equilibrado”, mantiene.

Pinto muestra una jaula encima de la hojarasca con la que capturan a los potenciales depredadores de los urogallos: martas, ginetas, azores… Otro de los puntos de fricción con investigadores que lo consideran una acción inútil, porque, en cuanto se atrapa a uno de estos animales, llega otro congénere a ocupar el territorio vacío. Castilla y León ha sacado 275 martas —la especie que más urogallos depreda— en cinco años, concluye el último informe de actuaciones de 2022. Están convencidos de que es una medida imprescindible: este tipo de depredadores ha acabado con casi la mitad de los 50 urogallos a los que han colocado un transmisor desde 2006. En la actualidad, hay 12 marcados.

También seguían la pista hace años al urogallo en época de celo los furtivos, cuando era fácil cazarlos. Sin radiotransmisor, con el oído y siempre con el “fierro [escopeta]” a cuestas. Los hermanos Tomás y Julián Mantecas abren la puerta de su cabana en la braña de Rioscuro de Laciana, en el municipio de Villablino (León). Invitan a compartir el abundante almuerzo, queso, chorizo, café de sobre a su estilo (con mucha espuma de tanto batirlo “con maña, más que con fuerza”), orujo en una botella rematada por un urogallo…

“Éramos unos guajes de 15 años, salíamos de noche de aquí parriba e igual veníamos sin nada o teníamos suerte y cogíamos uno cada uno”, relata. En su caso, se trataba de una cuestión de supervivencia, una forma de llevar comida a casa, aunque también se disecaban algunos ejemplares. Eran ocho de familia con un padre retirado de la mina, “ganando cuatro perras”, que murió a los 55 años afectado por la silicosis.

“Aquí nos llamaron furtivos toda la vida”, dice Julián. “Hombre, éramos”, aclara su hermano. Recuerdan que acudían personas de “todos los sitios” a cazar porque se daban permisos por sorteo. “Venía gente gorda, médicos, ingenieros…, y las licencias acababan en los mismos, a nosotros ni una”, se ríen. Mataron urogallos hasta 1979, cuando se prohibió. Ir al faisán, lo llamaban. “Aunque algún furtivo quedó hasta los ochenta y más adelante”, se miran cómplices.

—¿Cuántos urogallos cazaron?

—No sé, puede que 100, muchos —responde Tomás.

También cogían animales con lazo, zorros, garduñas… “Si me apuras, éramos depredadores de animales”. Se lamenta de que “ahora no van bien las hembras”. Antes disparaban a un urogallo, pero quedaban 20 gallinas. “Ahora ves una, dos…”. La percepción de que era mejor no cazar urogallos cambió cuando vieron que “si te apañaban, era peor que matar a un paisano, no salía a cuenta”. Con 19 años ya estaban picando carbón en la mina. “Ahí fue donde ganamos el dinero, la verdad, y a los 41 a casa, prejubilados”, explica. Tomás quiere dejar claro que “eran otros tiempos”. Hoy es diferente. “Nadie puede decir que me vieron cazando urogallo. Escuchándolo quizá sí, porque esa afición no se me quita y ni siquiera le entro para echar una foto”, dice pensativo.

En Valsemana (León), en el centro de cría inaugurado el año pasado, un imponente urogallo boreal asoma la cabeza tras la malla de la jaula donde se ha recreado lo más fielmente posible su espacio natural. En pleno celo, con la cola extendida, su mirada fija advierte de que es mejor mantener las distancias. “Cuando están en celo, pierden el miedo y pasan de ser esquivos a que les da igual lo que tienen por delante”, comenta Sonia Domínguez, bióloga del centro. Un criador privado trajo este ejemplar, no para soltar, sino para perfeccionar los métodos de cría, porque pertenece a la población centroeuropea (diferente de la española). Al urogallo le va bien en Escandinavia y Rusia; en el resto de Europa se encuentra estable o en declive.

El responsable del centro, Gabriel de Pedro, es consciente de lo complicada que es su misión. “El centro de cría en Polonia funciona desde hace tres décadas y este año tienen 100 pollos, pero hay que aprender mucho, porque no son gallinas, son animales muy primitivos, salvajes y difíciles de mantener con vida”, dice. Su objetivo es conseguir que ejemplares nacionales críen en 2024 y crear stocks reproductores en tres o cuatro años.

—¿Para cuándo la suelta?

—Es mucho aventurar, igual se podría empezar en 2026 o 2027 —esboza.

Pero incluso si consiguen criarlos, la introducción en la naturaleza plantea grandes incógnitas, porque al no ser salvajes tienen un déficit de aprendizaje, y, además, son presas de otros animales. “Si sueltas un lince, que es un depredador, él caza y se las apaña, pero a un urogallo se lo comen”, explica De Pedro. El investigador Manuel González advierte de que introducir urogallos en un hábitat en el que están muriendo sin identificar las causas del problema no sirve de nada. De Pedro está convencido, sin embargo, de que el control de depredadores y manejo de hábitat funciona, porque han comprobado que la supervivencia aumenta. El éxito sería que salieran adelante tres o cuatro ejemplares de cada 10 reintroducidos.

El primer paso en el centro consiste en habituar a los urogallos, machos y hembras, a su presencia. Contactan con ellos cinco veces al día y siempre embutidos en un mono verde “para que no se estresen, si te cambias de jersey y te pones una sudadera roja la puedes liar”, explica. Si eso ocurre, es posible que se comiencen a golpear e, incluso, se pueden abrir la cabeza. Los machos están expuestos a sufrir paros cardiacos, al no poder soltar la adrenalina huyendo, como hacen en el campo.

Sacar a las crías adelante se convierte en otro quebradero de cabeza. El año pasado cogieron 12 huevos de dos puestas en el campo, de los que han salido adelante 10 pollos. “Es muchísimo, porque lo normal es que solo sobreviva la mitad”, comenta De Pedro. El primer mes, los pollitos necesitan un 80% de proteína viva. “Nos pasamos el verano cogiendo saltamontes, orugas y demás bichines”, comenta. Y tienen sus preferencias, gustan más de arañas y saltamontes de color verde. Cuando crecen, es clave que tengan a su alcance las ramas de especies autóctonas. “Comen mucho el enebro, el pino y el arándano”.

El centro bebe de la experiencia del naturalista Pepe Guillén, un apasionado de los animales, que ha criado urogallo en Cataluña, cuando había “unos 1.000 ejemplares en esa población”. En su opinión, para evitar que se repita el fracaso del centro de cría de Sobrescobio, los políticos deben tener paciencia. “No se puede escribir el cuento de la lechera con una especie tan delicada, se necesitan al menos 10 años de proyecto”, plantea. Entre tantas incógnitas y posturas encontradas, sobresale una certeza: el futuro del urogallo, una de las especies más salvajes y primitivas de los bosques, reliquia de la era glacial, se ennegrece año tras año. Su tiempo se acaba.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / Esther Sánchez

La extinción silenciosa del gato montés

En peligro por su hibridación con los felinos domésticos, un estudio en siete países europeos considera que las principales causas de muerte de esta especie son los atropellos y la caza furtiva

El gato montés (Felis silvestris) es un depredador desconocido que está desapareciendo de forma silenciosa. Esto ocurre en buena parte por su hibridación con el gato doméstico, pero un nuevo estudio sobre la situación de esta especie en siete países europeos, entre ellos España, incide ahora en dos causas principales de la muerte de ejemplares: los atropellos (57%) y la caza furtiva (22%). Como destaca Matteo Bastianelli, investigador de la universidad alemana de Friburgo y coordinador de este trabajo que lleva por título Supervivencia y causas específicas de la mortalidad del gato montés europeo (Felis silvestris)el crecimiento de las vías terrestres en el viejo continente —que tiene la densidad más alta del mundo— “interrumpe el flujo y la diversidad genética” de la especie, pues provoca el aislamiento de las diferentes poblaciones de gato montés.

Los investigadores han calculado que por cada kilómetro de carretera construido, la amenaza de muerte para estos animales aumenta nueve veces. Por ello, otro de los autores del estudio, Pablo Ferreras, del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC), incide en la necesidad de tener en mente la seguridad de los animales a la hora de diseñar estas infraestructuras, algo que “no supone un coste adicional significativo”.

La presencia del gato montés en tres continentes ―Europa, África y Asia― puede confundir a la hora de analizar su precario estado de conservación, a lo que tampoco ayuda la escasez de información sobre sus poblaciones, su natalidad o las causas de su mortalidad. “Tenemos una década para evitar su desaparición”, asegura María Jesús Palacios González, de la Dirección General de Medio Ambiente de la Junta de Extremadura. El felino está protegido por el Convenio de Berna y por la Directiva Hábitats de la Unión Europea y está incluido en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). En España figura como una especie de “interés especial”. Sin embargo, los especialistas consideran que sobran los motivos para incorporarlo a la lista de especies catalogadas como vulnerables o en peligro de extinción.

Paulo Célio Alves, del Centro de Investigación en Biodiversidad y Recursos Genéticos de la Universidad de Oporto, cuenta en una entrevista por Zoom que hace dos décadas durante una charla en un colegio portugués pidió a los alumnos que adivinaran el nombre de los animales en unas imágenes. Este pequeño experimento demostró que el gato montés era ya en aquel momento un gran desconocido. Su “extinción silenciosa” se explica también en gran medida con la proliferación de individuos hibridados con el gato doméstico, que recibe mucha más atención por parte de la sociedad que su variedad salvaje. “La gente confunde la protección de las especies domesticadas con la protección de la naturaleza”, se lamenta Alves. En países como Escocia este cruce genético está siendo combatido mediante esterilizaciones masivas del felino doméstico, pues allí el gato montés está “funcionalmente extinto”.

La clave está en los genes

La hibridación es un problema en Escocia desde los años 70 del siglo pasado y, según el doctor Roo Campbell, de la Sociedad de Mamíferos del Reino Unido, el proceso se aceleró en 1995. Después de la II Guerra Mundial, la población del gato montés, antaño mucho más extendida, disminuyó con la fragmentación del hábitat, el desarrollo de la agricultura y el descenso de las presas con las que alimentarse. La genetista Helen Senn, de la Real Sociedad Escocesa de Zoología, añade que el descenso de una población determinada hace más común la hibridación que, en el caso de Escocia, se ha agravado con el emparejamiento entre híbridos. Senn trabaja con 156 gatos monteses a los que se enseña a vivir al margen del ser humano y luego se dejan progresivamente en libertad. Se les hacen pruebas genéticas, para considerarlos aptos para reproducirse entre ellos y mantener así la especie.

Con todo, todavía existen pequeños reductos de gatos monteses no afectados por la hibridación. Héctor Ruiz, del Instituto Mixto de Investigación de Biodiversidad (IMIB) de Asturias, destaca las ventajas del paisaje español, con más separación entre el pueblo y los espacios salvajes. En Escocia, existe una elevada presencia de hogares en las zonas naturales donde hay entre tres y cuatro gatos domésticos. No obstante, Ruiz ha contabilizado cerca de 20 ejemplares de gatos monteses en la Cordillera Cantábrica occidental sin que ninguno sea un híbrido. Entre las posibles explicaciones, está el “altísimo valor ecológico” de esta zona, la abundancia de la rata topera que compone el 90% de la dieta del gato montés, el miedo de los felinos domésticos a adentrarse en zonas salvajes por la presencia de otros depredadores o la preferencia del gato montés por un individuo de la misma especie para procrear. “El bicho encuentra aquí todo lo que necesita: la comida y el refugio”, asegura Ruiz.

Sin embargo, la verdadera densidad del gato montés sigue siendo un misterio. En España solo Andalucía tiene datos concretos gracias al investigador José María Gil-Sánchez. Los 800 ejemplares hallados a lo largo de esta comunidad autónoma han dejado al descubierto la escasa densidad de 0.07 individuos por kilómetro cuadrado. En el resto del país la situación no parece diferir mucho. A estos resultados poco halagüeños, se añaden las pesquisas de Pablo Ferreras en el Parque Nacional de Cabañeros, que presenta “la densidad más baja de las estudiadas en Europa”. La investigación, aún sin publicar, revela que por cada 100 kilómetros cuadrados se han encontrado tres o cuatro ejemplares. Fermín Urra, de la Asociación de Naturalistas Palentinos, que ha analizado la tendencia poblacional del gato montés en la Montaña Palentina desde 2016, cuenta que se trata de una especie “muy discreta y muy difícil de ver”, por lo que, es justo hablar de “una desaparición silenciosa” en el sur y el centro de España.

Según María Jesús Palacios González, que desde la Junta de Extremadura dirige el proyecto transfronterizo Biotrans con Portugal, en los últimos 20 años ha habido una reducción drástica del gato montés, por lo que se podría pedir que sea considerado “en peligro de extinción”. Sin embargo, señala que hay que presentar un estudio que lo justifique. “Con la experiencia con el lince Ibérico, Europa ha demostrado que tiene la capacidad económica para salvar cualquier especie”, destaca González. Queda por ver si el gato montés tiene la misma suerte.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / CLIMA Y MEDIO AMBIENTE / JAKUB OLESIUK

Lince ibérico: cómo conectar las poblaciones y que se expanda a Murcia y Granada

Carreteras, hábitats poco favorables o falta de conejos dificultan la unión natural entre núcleos consolidados, imprescindible para evitar una pérdida de diversidad genética que comprometería el futuro de la especie.

El video reportaje ‘La cadena del lince’. EPV

A pesar de las dificultades, la conexión de estas poblaciones, creadas a partir de un pequeño núcleo superviviente de 94 ejemplares en Andalucía, es vital, sostienen los expertos. Si los animales no se mezclaran entre ellos, la diversidad genética se perdería en cada lugar y podría comprometer el futuro de la especie, que salió del peligro crítico de extinción en 2015, aunque sigue amenazada. Es el reto al que hace frente el nuevo programa europeo Life Lynx Connect, dotado con 18,7 millones de euros en cinco años, que además prevé la creación de dos nuevas áreas linceras, una en Lorca (Murcia) y otra en Sierra Arana (Granada).

“Ya se sabe cómo recuperar las poblaciones de lince, pero ese éxito no debe hacer pensar que está todo hecho”, advierte Ramón Pérez de Ayala, responsable del programa del lince en la organización conservacionista WWF. Su objetivo es que en 20 años el felino logré contar con 750 hembras reproductoras viviendo en poblaciones conectadas. “La especie conseguirá así la categoría de preocupación menor para la UICN”, recalca.

Pero de momento, el único corredor que frecuentan los felinos es el que discurre por Sierra Morena y une las áreas andaluzas de Andújar-Cardeña, Guarrizas y Guadalmellato, y el núcleo de Castilla-La Mancha de Sierra Morena Oriental. Sin embargo, la otra población andaluza, la de Doñana-Aljarafe, está aislada desde hace décadas. Algún lince nacido allí ha llegado hasta Portugal, pero la zona no ha atraído a ningún ejemplar y ha sido necesario trasladar individuos de otros puntos como refuerzo genético. Comparten la soledad de Doñana el resto de los territorios linceros: Valle de Matachel, Montes de Toledo y el Vale Do Guadiana (Portugal).

Saltar hábitats poco favorables

Los hábitats poco favorables contribuyen al aislamiento del núcleo de Doñana o el de Extremadura. Pérez de Ayala explica que “los linces llegan a usar con normalidad olivares y viñedos, sobre todo si hay conejo. Pero es más complicado que atraviesen zonas cerealistas muy intensivas, que evitan sobre todo si son grandes distancias”. “Hay un claro corredor por toda Sierra Morena, pero supone saltar áreas agrícolas, como también pasa entre Extremadura y Doñana”, concreta. Estos posibles caminos parten de un estudio realizado por la Universidad Politécnica de Madrid en el que se analizaron 40.000 movimientos de 40 linces con GPS. “Vimos cómo eligen y elaboramos un mapa con rutas óptimas”, describe Aitor Gastón, profesor y miembro del equipo de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Montes, Forestal y del Medio Natural, que llevó a cabo la investigación. Concluyeron que la especie es más tolerante con los territorios en el momento de su dispersión [cuando busca lugares donde vivir], que cuando está asentada. “En las exploraciones se mueve de forma similar por terrenos muy favorables como zonas forestales de matorrales y árboles, que por otros peores como el olivar”, comenta Gastón. También pueden seleccionar “los típicos mosaicos de paisaje agrícola tradicional, que conservan algo de vegetación natural”.

La escasez de conejos es uno de los problemas principales. “La especie puede sobrevivir con otras presas, pero la presencia de conejo facilita su supervivencia y hace que los linces escojan una ruta u otra”, explica Pérez de Ayala. Este problema se presenta sobre todo en la zona más occidental de Sierra Morena, donde, a pesar de que el hábitat es bueno, les falta comida. “Lo mismo sucede en el eje norte-sur entre Montes de Toledo, Valle de Matachel y Sierra Morena”, puntualiza. Cuando hay menos de un conejo por kilómetro cuadrado, “la alimentación suplementaria es estrictamente necesaria para retener al lince”, dice el CSIC.

Javier Salcedo, coordinador del Life Lynx Connect en la Junta de Andalucía, explica que parten de la investigación llevada a cabo por la Universidad Politécnica de Madrid, aunque todavía falta un estudio pormenorizado. “Es un modelo muy potente, que nos permitirá seleccionar parches con hábitats óptimos donde introduciremos unos pocos individuos, que asumimos que se moverán entre parches, y eso favorecerá la conexión entre los territorios con linces”, detalla.

Atropellos en puntos negros

Salcedo expone su preocupación por los puntos negros “de alta prioridad, los que están en los corredores de conexión”. El proyecto europeo anterior, el Life+Iberlince, señaló que entre 2002 y 2018 murieron atropellados 128 individuos, “lo que supone alrededor del 45% de la mortandad [en todo ese periodo] del felino”. El año pasado perdieron la vida por el impacto de vehículos otros 35. Un dato que hay que poner en perspectiva, advierten, porque a mayor población, más mortandad en las vías de circulación. En 2002, la superficie con presencia de linces era de 125 kilómetros cuadrados, mientras que en 2017 superaba los 1.500, lo que implica mayor movimiento. Estos expertos señalaron evidentes “puntos negros” donde es necesario actuar. En total, “hay seis tramos de carreteras que concentran el 68% de los atropellos: A-4 en Jaén y Ciudad Real; CM-410 en Toledo; N-420 en Córdoba, A-301 en Jaén y la EX-103 en Badajoz”, concretaron.

El Ministerio de Transportes informa de que están en proceso de ejecución de pasos inferiores en dos tramos de la N-420 en Córdoba. Además, ha finalizado la construcción de otro paso en la autovía A-4 en la provincia de Jaén, junto con una pasarela y colocación de tramos de malla. En el nuevo proyecto europeo, el ministerio instalará sistemas de detección remota de fauna para evitar atropellos en la N-432, en Badajoz, además de uso de repelentes químicos y vallados. En Castilla-La Mancha continuarán con el “encauzamiento de la fauna hacia pasos seguros, con señalización y con medidas de sensibilización para que se respeten los límites de velocidad”, indica la Dirección General Medio Natural y Biodiversidad. También intentarán capturar los conejos de las cunetas de las carreteras para que “dejen de ser atractivas como cazaderos”.

La abundancia de conejo de monte y estar alejado de vías de comunicación fueron determinantes para establecer la nueva población en Murcia. Está previsto que se comiencen a soltar ejemplares en 2023. “En Lorca cuentan con 20.000 hectáreas con una densidad media de tres conejos por hectárea”, explica un portavoz del Gobierno de Murcia. El objetivo inicial será establecer cinco hembras reproductoras, lo que supone liberar ocho individuos al principio y en los años siguientes unos 10. La presencia del lince el sureste peninsular será su vuelta “a paisajes en los que no estamos acostumbrados a verlo, sus hábitats futuros en Murcia podrán ser los pinares de pino carrasco, espartizales, bosquetes de enebros y matorral en zonas de yesos”. El Gobierno andaluz ha analizado también la densidad de conejos para elegir Sierra Arana en Granada. La reintroducción se iniciará con el mismo número de hembras reproductoras que irán aumentando hasta llegar a un mínimo de 15, lo que conformará un núcleo consolidado.

PROBLEMAS DE FERTILIDAD Y GENÉTICOS

Es imprescindible “no repetir en las poblaciones que se están creando y son pequeñas el problema que hubo en Doñana de consanguineidad”, explica José Antonio Godoy, científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) experto en la genética de la especie y asesor en el programa de cría en cautividad. La endogamia provoca, a corto plazo, problemas de fertilidad y taras genéticas como la criptorquidia (descenso incompleto de uno o ambos testículos) o epilepsia juvenil. Cuando nace un ejemplar con esas patologías “no se pueden utilizar ni para cría ni para soltar en el campo y el problema es que no sabemos qué individuos portan esos genes”, explica Antonio Rivas, técnico del centro de cría en cautividad del Acebuche (Huelva). Por este motivo, uno de los desafíos es “detectar esas variantes e intentar evitarlas”, plantea Godoy, “porque cuando se produce un episodio de epilepsia (sacudidas, temblores) en cautividad se puede salvar al cachorro, pero en el campo no”. A largo plazo, la pobreza de diversidad genética provoca una situación de debilidad que limita la capacidad de adaptación a cambios ambientales o a patógenos. «Ahora se controla la genética de los linces cautivos, pero no tanto cuando se liberan; deberíamos saber quien sobrevive y quien se reproduce», añade el científico. Una investigación que pretenden llevar a cabo con el nuevo proyecto. Pero, de momento, la solución mientras las poblaciones no se comuniquen de forma natural «será enviar ejemplares de unas zonas a otras», puntualiza Godoy.

Fuente : EL PAÍS / ESTHER SÁNCHEZ / VIRGINIA MARTÍNEZ (Vídeo) /JAIME CASAL (Vídeo).

La cueva donde vivían los linces hace 30.000 años

Científicos de la Universidad Complutense de Madrid y de la Universidad de Barcelona han analizado por primera vez un cubil de esta especie del periodo paleolítico en Sitges

La Cueva del Gigante de Sitges en Cataluña. M.SANZ / J.DAURA