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La última cena de los guerreros celtas en Hispania

El ensayo ‘Historia de los pueblos bárbaros en Europa’ disecciona las grandes migraciones que durante la Antigüedad cambiaron la forma de vida del Continente y cuyo rastro se mantiene en la cultura actual

´La muerte de Viriato' (1807), de José de Madrazo.
´La muerte de Viriato’ (1807), de José de Madrazo. MUSEO DEL PRADO (JOSÉ DE MADRAZO)

El ensayo Historia de los pueblos bárbaros de Europa(Almuzara, 2023), de Gonzalo Rodríguez García y Daniel Gómez Aragonés, es un excelente libro divulgativo. No porque desvele nuevos datos sobre las grandes migraciones indoeuropeas que se produjeron a partir del segundo milenio a. C hasta la Edad Media por todo el continente, sino porque clasifica, ordena, etiqueta, diferencia y cataloga ―con una prosa sencilla y amena― el maremágnum cultural e incluso étnico (los alanos, los hunos o los sármatas no eran de origen germánico como el resto de bárbaros) de los pueblos que hicieron frente a las legiones romanas durante seis siglos hasta el saqueo de Roma en el año 387 a. C.. “Es decir, de cómo la Europa bárbara de Viriato, Numancia, Boadicea o Breno formará parte fundamental de nuestras raíces premodernas. Y junto a Roma y su legado, y los propios episodios de esas guerras de conquista, con Roma asediando al líder galo Vercingétorix en Alexia o a los astures quitándose la vida en el monte Medulio antes que rendirse, decanta un patrimonio identitario y espiritual que atañe a todos los europeos. Sean de una latitud u otra”, escriben.

Los autores parten de la premisa de que “griegos, romanos, celtas y germanos son quizás los cuatro pilares más importantes de las raíces de Europa. Y los celtas y lo germanos son pueblos paradigmáticos de esa Europa bárbara que a lo largo de la Antigüedad se enfrentó a Roma en una dialéctica civilización versus barbarie”. En el siglo V a. C., en lo que se conoce como “Era Celta”, o momento de su máxima expansión, este mundo migró desde la Europa central, en dirección Este a Oeste, hasta alcanzar las islas británicas, la Galia interior y la fachada atlántica y Norte de Hispania. Su potencia militar desbordó, incluso, el valle del Po, en la actual Italia, y saquearon la mismísima capital del futuro imperio, “una humillación tan grande, que quedará tan honda en el recuerdo que Roma nunca lo olvidará y estará presente cuando siglos después los romanos golpeen el corazón de la Galia de la mano de Julio César”. Por el Oriente europeo, cruzarán los Balcanes, alcanzarán Macedonia y Grecia, atacarán el santuario de Apolo en Delfos en el año 279 a. C. y concluirán su marcha hacia el Este adentrándose en Turquía, donde serán conocidos como gálatas.

Pero la imparable expansión de Roma irá siempre en detrimento del mundo celta hasta su prácticamente desaparición, un pueblo que “sobrevivirá solamente en los finisterres atlánticos, y mayormente, como sustrato de un rico folclore y tradición popular”, que, a la postre, terminó calando en el imaginario popular con las leyendas medievales relativas al mundo artúrico, el mago Merlín, la Tabla Redonda, Morgana o la Dama del Lago. “Leyendas sin las cuales literalmente no se puede comprender el universo mítico de la tradición europea y su legado”.

Portada de 'Historia de los pueblos bárbaros de Europa', de Gonzalo Rodríguez García y Daniel Gómez Aragonés.
Portada de ‘Historia de los pueblos bárbaros de Europa’, de Gonzalo Rodríguez García y Daniel Gómez Aragonés.

Los autores hacen especial hincapié en el mundo céltico hispano, que compartía los mismos valores que el resto de los pueblos europeos con idéntica raíz histórica. Así, destacan la enorme y crucial importancia que para ellos representaban algunos valores, como el perdón o la libertad para sus enemigos, algo que el universo romano no compartía, provocando dantescas matanzas en ciudades ya indefensas, sin importar si se trataba de ancianos o niños. “Llegado el momento, sin embargo, [el general Galba] rodeó a los lusitanos [que habían depuesto las armas tras un pacto] con un foso y envió a sus soldados para que los aniquilaran a todos: hombres, mujeres y niños, aprovechando que estaban desarmados”, escribió escandalizado el historiador grecorromano Apiano.

El ensayo reconstruye, igualmente, los últimos momentos, antes de inmolarse, de numerosas tribus de toda Europa ante la posibilidad de una enorme derrota militar. Durante las guerras astur-cántabras, por ejemplo, “Roma sitiará la montaña misma [monte Medulio, en León] rodeándola con un foso descomunal de 23 kilómetros de largo (tan grande con el de César en Alexia). Desde ahí aislará y cercará la última resistencia astur, que había decidido refugiarse en lo alto del monte para resistir hasta quitarse la vida antes que rendirse. La escena misma de los astures cercados, celebrando el banquete final, en el que podemos imaginarlos despidiéndose unos de otros, muriendo juntos tras festejar su vida, y afirmando en dicha muerte que se dan a sí mismos su honor, comunidad y dignidad frente al poder de Roma en una escena de una fuerza poética arrolladora”.

Imágenes semejantes se repiten en Numancia, Sagunto (en esta ocasión ciudad íbera cercada por el cartaginés Aníbal Barca), la batalla de Watling Street (60 d. C), entre celtas britanos y romanos. De esta última, las fuentes clásicas describen a la reina britana (Boadicea o Boudica) ―una mujer que encabezó el levantamiento contra Roma y que terminó por arrastrar a decenas de miles de descontentos― como de “apariencia terrible, mirada fiera y voz áspera; una gran melena rubia le caía hasta las caderas, y en torno a su cuello un torque de oro”.

A punto de expulsar a las legiones de Britania, Boudica se topó, en el último y decisivo momento, con la genialidad y la tecnología romana. Perdió la fundamental y última batalla, y Boadicea, siguiendo la tradición celta, se suicidó; no sin antes ―tal y como recoge el historiador Tácito― pronunciar un discurso. “Habéis aprendido mediante la experiencia cuán distinta es la libertad de la esclavitud. Habéis probado lo uno y lo otro, habéis aprendido qué gran error cometisteis al preferir una tiranía importada a vuestro modo de vida tradicional, y habéis llegado a dar cuenta cuán mejor es la pobreza sin amo, a la riqueza en la esclavitud”.

Para los autores del ensayo, los íberos, el otro gran pueblo “peculiar y misterioso” que ocupaba la franja mediterránea peninsular, “encajan perfectamente en las culturas europeas de la Edad del Hierro y están imbuidos así de los paradigmas heroicos y de la tradición guerrera propios de las culturas del Hierro. Su cultura y su lengua, sin embargo, no puede ser incluidas en la gran familia de las lenguas indoeuropeas. Del mismo modo que su cultura material y religiosa no es la de los celtas, ni de tampoco de ningún otro pueblo bárbaro, ni puede ser considerada sin más en un tronco común de pueblos mediterráneos no indoeuropeos; etruscos, minoicos, pelasgos…”.

Yacimiento arqueológico de Numancia (Soria), la ciudad celtíbera destruida por los romanos en el 133 a. C.
Yacimiento arqueológico de Numancia (Soria), la ciudad celtíbera destruida por los romanos en el 133 a. C.ULY MARTÍN

Para Rodríguez García y Gómez Aragonés, los íberos no son, por tanto, “asimilables ni a celtas, ni a germanos, pero tampoco a griegos, romanos, fenicios, etruscos o númidas norteafricanos. “Todo ello cuando a día de hoy, la ciencia genética, parece seguro que puede incluir a los íberos entre los pueblos protoindoeuropeos del Occidente europeo. Pueblos caracterizados por el marcador genético R1b. Elemento secuencial típico del mundo céltico y en general de indoeuropeo de la fachada atlántica de Europa”. Es decir, mantienen los autores, su linaje en apariencia no sería muy distinto del de los protoceltas del noreste de Hispania o de Britania (emigrantes provenientes de las primeras oleadas del segundo milenio a. C. ), aunque su lengua no se indoeuropea y su cultura posea rasgos propios sin paralelo en el mundo celta. “Por ejemplo, el culto a la mujer de poder, con esculturas como al Dama de Elche o Baza”.

Un estudio genético de la Universidad de Oxford desveló que la “huella genética de los españoles del siglo XXI viene caracterizada por el factor R1b, con una media del 70% para el conjunto del país, un marcador genético característico de Gales, Escocia e Irlanda, siendo inexistente en otras poblaciones asentadas en la península Ibérica como godos o árabes. “Desde el punto de vista genético, somos fundamentalmente descendientes de ellos, de los celtas. Siendo así que en gran medida aquellas gentes de la Dama de Elche, de los toros de Guisando, del monte Medulio o de las huestes de Viriato no han dejado de ser nuestros abuelos. Y, sin lugar a dudas, nadie estrena la vida y el mundo, y todos somos fututo de un largo linaje”, aunque este sea un inmenso mar donde confluyeron todo tipo de razas y culturas, la celta la primera, dicen.

‘Historia de los pueblos bárbaros de Europa’

Gonzalo Rodríguez García y Daniel Gómez Aragonés.

Editorial Almuzara (2023).

400 páginas.

Precio: 20,85 euros.

Fuente: El País/ Vicente G. Olaya.

Fredrijk Sjöberg, el señor de las moscas en una remota isla de Suecia: “Coliteccioné sírfidos para olvidar que algún día voy a morir”

El escritor y entomólogo publica en España un exitoso texto híbrido que relata su pasión por recopilar insectos mezclada con otros mimbres literarios y autobiográficos

Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo.
Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo. ÓSCAR CORRAL

Lo que se ve por la ventana es lo que se podría imaginar si alguien habla de un idílico escenario campestre y nórdico. Las escaleras bajan al embarcadero, donde descansa una pequeña barca, luego se tiende el lago como una lona de espejo, hasta llegar a la fronda de coníferas y a las casas pintadas de alegres colores en la otra orilla. La suerte ha traído el sol, a finales de septiembre, a una latitud de 59 grados norte. En las escaleras un enigmático hombre vestido con camisa de cuadros observa los pájaros a través de unos prismáticos. Luego ese hombre se da la vuelta y dice: “Esto es el paraíso”.

Runmarö es una apartada isla del archipiélago de Estocolmo (Suecia) donde apenas se encuentran unos 300 habitantes en invierno. El hombre que se gira es Fredrik Sjöberg (Västervik, 65 años), escritor, entomólogo y, durante mucho tiempo, coleccionista de moscas. Vive aquí desde hace 40 años, ahora con su pareja, la poeta Aase Berg. Hace dos décadas escribió el libro El arte de coleccionar moscas, que, después de una edición subterránea en España, regresa de la mano de Libros del Asteroide en una nueva traducción de Marc Jiménez y Petronella Zetterlund. El libro cosechó en sus inicios gran éxito en Alemania, llegó a Italia, Países Bajos, Estados Unidos, etc. Y el autor fue requerido por doquier. “Este libro es como una agencia de viajes, y yo soy el pasajero”, bromea. “Otras veces aparecen por la isla tipos como vosotros, que vienen de lejos, y me lo vuelven a traer a la cabeza”.

Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.
Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.ÓSCAR CORRAL
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa.
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte. ÓSCAR CORRAL
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado.
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado. ÓSCAR CORRAL
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras.
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección.
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección. ÓSCAR CORRAL

El título original del libro, en sueco, es La trampa de moscas, y condensa muy bien su contenido: igual que una trampa de moscas, que atrapa ejemplares variopintos, en el volumen se congregan gran variedad de asuntos. Desde el conocimiento científico sobre los sírfidos (las moscas que coleccionaba Sjöberg y que, con sus bandas amarillas y negras, pueden parecer abejas al profano), hasta la biografía de grandes científicos del ramo (como el creador de una efectiva trampa, René Malaise, que vertebra el libro), pasando por anécdotas de la vida de Sjöberg, como sus experiencias en la escena teatral o sus viajes por el mundo durante su inquieta juventud. “Me puse a escribir sobre moscas, pero lo que quería en realidad era escribir sobre mí mismo”, dice sentado en la gran mesa de madera de su comedor, donde ahora ofrece café y más tarde el almuerzo, un apaño de pasta con cosas, también muy variopintas.

Esta mezcla de géneros literarios es muy contemporánea. “Eso me dicen, que es una forma de escribir cada vez más común. Pero no lo era tanto hace 20 años”, presume. Los libreros no saben dónde colocar su obra, si es una novela, divulgación científica, ensayo, biografía, autobiografía o eso que llaman en inglés nature writing (escritura sobre la naturaleza). “Es solo un libro”, resume Sjöberg, “yo digo que lo coloquen en el mejor sitio: el escaparate”.

La metáfora de la trampa para moscas también tiene para Sjöberg otros significados, cuenta mientras muestra cómo conseguir unos ejemplares en su asilvestrado jardín: la mayor parte de las 200 especies de su colección las encontró al lado de la puerta de casa, porque la biodiversidad de la isla, asegura, es una de las mayores de Europa. “El texto habla de la trampa que supone la pasión del coleccionismo, cuando te obsesionas por acumular cualquier mierda. De vivir en una isla, que también una trampa. Y, claro está, de atrapar al lector”.

La torturada psicología del coleccionista

Aunque había recopilado insectos desde los seis años, la afición por los sírfidos le llegó a Sjöberg cuando sus tres hijos eran pequeños y había mucho jaleo en el hogar familiar. Esa nueva misión fue alimentada por algunos manuales recién publicados que le permitían identificar las especies. Con esas publicaciones se generó un boom en el coleccionismo de sírfidos: un boom que incluía a unas 10 personas, más o menos. Pero le abría una vía de escape. “Necesitaba tener algo mío, algo que hacer en soledad”, cuenta. “Coleccionar moscas es emocionante y relajante. Es como emborracharse, pero más barato”. Curiosamente, en el libro despliega una diatriba contra el movimiento slow, muy en boga en aquellos años, y defiende la rapidez tecnológica: mejor un mundo cada vez más rápido que uno cada vez más lento. Dos decenios después no lo tiene tan claro. “La verdad es que he cambiado de opinión, ahora la velocidad a la que todo cambia es muy loca”, reconoce.

La dimensión psicológica del coleccionismo es central para Sjöberg. La afición combate la ansiedad y no importa tanto su resultado, el acumular ejemplares, como el mero hecho de coleccionar. “Cuando coleccionas te olvidas del paso del tiempo, te olvidas de que vas a morir”, dice el autor. “Cuanto más tiempo pasa, más asusta la vida, por motivos obvios”. Nada es eterno: la acumulación de moscas se terminó después de la publicación del libro; también cuando en 2009 fue expuesta como una obra de arte en la Bienal de Venecia. “Entonces tuve que buscar otra cosa que hacer con mi vida: me puse a coleccionar arte”, cuenta el autor, “es notablemente más caro”.

Ahora su escritura versa más sobre cuestiones artísticas; aunque siempre vuelve a los insectos. Juntarlos, además, tiene un aliciente especial: hay muchísimas especies. Se reproducen rápido, veloces pasan las generaciones y se adaptan con facilidad a los diferentes hábitats (y al cambio climático). La evolución biológica despliega su abanico con prisa y en todo su esplendor. No hay muchas especies de elefante, pero hay muchísimas de moscas. La gran mayoría de las especies de insectos aún son desconocidas. Es el paraíso del coleccionista.

Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago.
Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago. ÓSCAR CORRAL

Al pasear por la isla de Runmarö, de solo 1.500 hectáreas, toma uno conciencia de su tamaño, también cuando los vecinos se asoman a ver quién es el forastero y ofrecerle conversación. “¿Venís de muy lejos?”. E incluso a enseñarle, orgullosos, enormes colmenas de abejas que descolgaron del tejado de casa. Luego el mar está por todas partes. Sjöberg dio la vuelta al mundo por esos mares, harto de la carrera de Biología, al poco de entrar en la veintena. También lo relata en el libro. “Viajar solo cuando uno es joven y no tiene claro qué quiere hacer en la vida puede ser una buena idea. Se conoce uno a sí mismo. Luego ya pensé que no era tan buena idea, hice muchas locuras”. En Nueva Zelanda acabó en el hospital, hizo senderismo por el Himalaya, cogió la malaria, y regreso más de un año después sin ganas de viajar más. “Ahora lo que me gusta es esta isla. O ir a festivales literarios, pero muy bien organizados”, cuenta.

Primero reír y luego pensar

Sjöberg tiene en su haber el premio Ig Nobel de Literatura de 2016. Estos galardones, que se dan en la Universidad de Harvard, premian iniciativas alocadas o absurdas (que “primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”): el coleccionismo de moscas del sueco fue tenido en cuenta. Viajó a Estados Unidos, dio un discurso de un minuto (el tiempo máximo permitido) y recibió un millón de dólares de Zimbabue (en aquel tiempo, con la hiperinflación en el país africano, casi no valían nada). Aunque el humor en la literatura no suele estar bien visto, es fundamental para Sjöberg, tanto en su vida cotidiana como en su escritura. “Creo que mis libros son divertidos”, afirma.

Después de almorzar, el coleccionista de moscas nos conduce en su viejo automóvil (“esta isla es un cementerio para coches viejos”) al ferry que recorre esta parte del archipiélago de Estocolmo, un laberinto acuático formado por 221.800 islas e islotes, que nos llevará hasta un autobús, que, a su vez, nos llevará de vuelta a la capital, y luego a un avión desde el que apreciaremos por última vez y desde el cielo el laberinto isleño. “La gente está perdiendo su conexión con la naturaleza, incluso en Suecia, donde había mucha. Los jóvenes ya no van al bosque. Y cuando no se conoce a la naturaleza, se le tiene miedo”, cuenta mientras maneja el volante y por la ventanilla va mostrando los hitos del lugar, el centro comunitario, una pequeña iglesia o el único restaurante de la isla. Entretanto, reflexiona sobre el cambio climático: “No me gusta que la gente tenga miedo del futuro. Creo que hay cambio climático, claro, pero prefiero ser optimista. Aún hay esperanza. Lo percibo en la biodiversidad que permanece en esta misma isla: todavía tenemos una oportunidad”.

Fuente: El País/Sergio C. Fanjul.

Caminar nos arruina la vida. Es la peor de las vidas mejores

En el paseo, también emerge la verdad: éramos más felices antes, cuando no cumplíamos las recomendaciones médicas

Caminar
ENRIC EJARQUE

Como tantísimos otros ciudadanos, camino a diario. Lo hago al estilo Rajoy, a paso ligero y por prescripción médica. Mi reumatóloga me ha persuadido, con bibliografía y una tonelada de consejos, de que ese ejercicio moderado me va a mejorar la vida. Si persisto, puedo hacer que la enfermedad degenerativa que ya me ha fusionado varias vértebras avance muy despacio o, incluso, se detenga en esta fase, sin amargarme más. No ha sido fácil romper el sedentarismo: el dolor de los primeros días de actividad fue atroz, pero confié en la bibliografía que aseguraba que, si apretaba los dientes y aguantaba, pronto notaría mejoras. Menos mal que hice caso. Hoy, caminar es un placer, casi una necesidad, un hábito que extraño mucho los días en que no puedo hacerlo. Me calzo las zapatillas, me pongo los auriculares y salgo a la calle feliz, a enfilar mi ruta por parques, bosquecillos y cursos de agua.

No quiero negarlo: soy otra persona, una persona mejor. He perdido unos kilos, he recuperado cierta movilidad y ya no sufro esos dolores infernales. Vivo más cómodo y seguramente soy una compañía menos latosa ahora que no tomo analgésicos y puedo agacharme para recoger cosas del suelo sin pedir ayuda, pero me resisto a engañar a los amigos que me celebran el cambio: esta vida mejor es una vida mejor de mierda.

Quizá sea porque camino aislado sonoramente, escuchando podcasts de Radio Clásica que me explican un cuarteto americano de Dvorák, pero mis paseos tienen una consistencia astral. A los pocos pasos, la conciencia flota libre y contempla el mundo con el volumen al cero. A las horas de mis caminatas, en el parque y el bosquecillo solo hay gente que hace ejercicio. Destacan los aristócratas de este reino, los runners, que subrayan su sangre azul llamándose a sí mismos en inglés, renunciando al prosaico corredores. Van equipados con armaduras de Decathlon, lucen escudos heráldicos de Nike y se saben tan dueños del parque que jamás se desvían de su ruta, milimétricamente calculada para sus marcas y objetivos. Como no les oigo venir por detrás, me suelen pasar rozando, y algún día me tararán y me pisotearan, con el mismo desprecio con el que el señor feudal arrollaba a sus villanos con su caballo. Los ciclistas son otra orden nobiliaria del ejercicio, de hábitos y arrogancias muy parecidos. Tienen en común la forma en que nos desprecian, como los alpinistas a los senderistas. Para ellos, los andarines somos la base de la cadena trófica, una especie que no merece ni ser depredada porque es insípida y sin nutrientes. Prefieren comer barritas energéticas.

No es su desprecio lo que hace de esta vida una mierda. Contaba con él y asumo su clasismo: sin duda lo merezco, pues represento todo aquello que detestan. Si viviéramos en un sistema de castas eficaz, no tendrían que cruzarse conmigo, pero la maldita democracia nos da el mismo derecho a usar los parques, así que procuro hacerlo sin estorbarles. Me acongojan los andariegos como yo, que somos muchos. La mayoría, todo he de decirlo, más viejos. A mis 43, soy el alevín de la tribu. Mis congéneres caminantes me sacan de media 15 o 20 años, y la mayoría lucen tristes y cascados. No sé qué contarán a sus amigos y familias cuando estos les celebren la persistencia en el andar y el tipín que se les está poniendo, pero en el parque no se puede disimular el ánimo. Con la séptima de Shostakóvich en los auriculares, sus caras dicen: vaya mierda.

Quizá con Mozart o con un aria de Tosca, sus caras me parecerían más alegres. Al fin y al cabo, la séptima de Shostakóvich, dedicada al cerco de Leningrado, habla de muerte y canibalismo, pero precisamente por eso me da la medida justa de la verdad. Nadie está contento. Puedo adivinar que muchos andadores (por razones de estadística cardiológica, la mayoría son hombres) han pasado por su primer infarto y están intentando conjurar el segundo. A la vida ya solo le piden un poco más de vida. Saben que su posición negociadora con el destino es débil, que no están para pedir amores arrebatados ni ser estrellas del trap y perrear con Nathy Peluso. Con un poquito más de eso, un poquito más de ese sol de invierno y de ese alivio leve de endorfinas, les vale. Como me vale a mí poder asentir o negar con la cabeza sin que me crujan las vértebras. De ahí nuestra tristeza, de la conciencia aguda del final. Nos quedan pocos memento vita. Hay que conformarse con los memento mori, que son más interesantes en términos literarios, pero maldita sea la literatura.

Me gustaría guardarles el secreto. En un mundo obsesionado por la salud y el cuerpo, la hipocresía social nos obliga a mostrarnos agradecidos y a predicar cuales Saulos de Tarso la buena nueva de la vida activa, pero si yo escucho a Shostakóvich es para evitar la tentación de ponerme esa canción ratonera y elegiaca de Los Enemigos en la que se despide de los bares (“adiós, venteros; / adiós, mármol grasiento. / Salud, caballeros, / yo les cedo mi asiento”). Me siento mejor con esta vida ordenada, baja en grasas y casi abstemia, pero mi vida era mucho más interesante cuando incumplía todas las recomendaciones de la OMS. Con mirada de perro encerrado y triste, mis compañeros de caminata me lo dicen también. El humo de aquellos cigarros y los posos de la última copa de vino tal vez abrieran una vía de alta velocidad hacia la tumba, pero qué tumba tan rica, sutil y acogedora. Se marchaba más feliz en esos vagones de mugre y trasnoche que avanzando paso a paso por la senda arbolada del bienestar.

Lo sabemos nosotros, los andariegos, los que vivimos porque hay que vivir, porque lo contrario sería estúpido, pero caminar, desde Sócrates hasta hoy, pasando por todos los filósofos de los que habla Ramón del Castillo —otro andariego— en su ensayo Filósofos de paseo, es un acto prestigioso, no solo compatible con el pensamiento, sino propiciador del mismo. Y como pensadores que caminan comprendemos que la única forma de acompasar la mente y el cuerpo es mediante el engaño. En el paseo, la verdad aparece molesta e inevitable, y todas las fantasías sobre la juventud eterna y la perfección corporal se vuelven vanas. Uno lo hace porque hay que hacerlo, porque la alternativa aterra, pero no nos infantilicen con autoengaños impropios de un adulto. Éramos más felices antes. Vivir sabiendo que todo aquello acabó quizá nos haga más sabios y quién sabe si ejemplares, pero también un poco sísifos y un poco mecánicos. De algún modo, somos menos humanos, y como la pirámide de la población se invierte y pronto seremos casi todos ancianos que caminan por los parques, la Europa que viene será menos humana, con un tono más pálido, con músicas elegiacas, más tirando a penitas de Shostakóvich que a arrebatos de Beethoven. Seremos más sabios también. Es decir, seremos una mierda.

Fuente: El País/Sergio del Molino.

Piratas: mucho más que garfios, patas de palo, parches en el ojo y abordajes en el Caribe

El estudioso de la violencia marítima Peter Lehr desmonta tópicos y traza una historia global de la piratería desde los vikingos hasta los actuales ataques en aguas somalíes

Tres cosas quedan muy claras tras leer Piratas, una historia desde los vikingos hasta hoy (Crítica, 2021), de Peter Lehr: una, la piratería es mucho más que garfios, patas de palo, parches en el ojo y abordajes en el Caribe; dos, ser pirata nunca ha sido un chollo, ni en tiempo de Barbanegra esgrimiendo un sable ni ahora en las aguas de Somalia con un rifle de asalto o un lanzagranadas RPG; y tres: pese a lo que pudiera parecer, el de pirata es un oficio al alza. En su libro, una apasionante y reveladora singladura bajo la enseña de la calavera y las tibias (aunque también se explica que esa es sólo una de las muchas banderas piratas), el estudioso de la violencia marítima y profesor de estudios sobre terrorismo en la Universidad de St. Andrews (Escocia) desmonta tópicos, traza una historia global de la piratería ampliando horizontes hasta el Extremo Oriente y la época actual, y pone en inesperada relación a las víctimas de Calico Jack, Henry Morgan o Long Bean Avery con el secuestro de Richard Phillips, capitán del portacontenedores MV Maersk Alabama que encarnó en el cine Tom Hanks.

Todo ello contando episodios sorprendentes y estremecedores, tácticas y carreras famosas (y sus finales: el Olonés, bucanero nacido muy predestinadamente en Sables d’Olonne, despedazado vivo; Barbanegra con las tripas fuera, tantos ahorcados). Y con datos como que los piratas hoy, lejos de la imagen de un Douglas Fairbanks, un Errol Flynn o un Tyrone Power, capturan barcos de recreo y yates en el Caribe para reutilizarlos en el tráfico de droga, lanzando previamente por la borda a los ocupantes; que la isla de Pulau, en Indonesia, es el equivalente contemporáneo de la legendaria Mompracem del Sandokán de Salgari, que al capitán francés Louis Le Golif lo apodaban Borgnefesse, Medioculo, porque una bala le había destrozado una nalga, o que un bucanero dilapidó una noche 500 reales de a ocho (el equivalente a 20.000 euros) en Port Royal sólo para ver desnuda a una prostituta.

¿Por qué tradicionalmente al pensar en piratería pensamos en la del Caribe de los siglos XVII y XVIII y sus villanos de pata de palo y parche ocular? “Hasta ahora”, responde Lehr (de 60 años y nacido en Berlín), “la investigación sobre el fenómeno de la piratería tendía a estar centrada en Occidente: realizada por académicos occidentales que se interesaban en las manifestaciones occidentales de la piratería, escrita para una audiencia igualmente occidental que quería leer sobre ese asunto y no otro. Los estudios sobre las manifestaciones no occidentales de la piratería eran comparativamente raros, y generalmente dirigidos a otros investigadores, lo que los hacía muy arduos. En mi opinión, lo que obstaculizaba la investigación de otras formas de la piratería era la creencia de que era un fenómeno de Occidente y que todos los demás tipos de incursiones no occidentales en el mar eran simplemente autodefensa contra la agresión en forma de colonialismo e imperialismo”.

¿El arquetipo de pirata lo fijó Stevenson en La isla del tesoro? “Comienza a formarse a finales del siglo XVI y principios del XVII, con autores de baladas y panfletos que viajan de ciudad en ciudad en Europa contando historias espeluznantes de riquezas que se pueden obtener en el mar, sobre los bucaneros en el Caribe y los barcos del tesoro españoles y portugueses. Luego vinieron los primeros libros sobre piratas, como la Historia general de los piratas de Daniel Defoe (primera edición en 1724), que desarrolló aún más el tema de los piratas como pícaros aventureros de capa y espada larger tan life. Stevenson tomó prestado de allí para su novela, y también lo hicieron otros como J. M. Barrie cuando inventó al Capitán Garfio para Peter Pan. El resto es historia, por así decirlo…”.

Cuáles son los mitos en torno a los piratas: ¿enterraban tesoros? “Normalmente no, el único de quien sabemos que lo hacía fue el Capitán Kidd: enterró parte de su tesoro en algún lugar cerca de Long Island antes de navegar hacia Nueva York. Estaba acusado de haber sobrepasado los límites de su comisión de corsario, y por lo tanto de ser un pirata. Así que su tesoro escondido fue concebido como una moneda de cambio para comprar, sobornando, su camino hacia la libertad. Pero fracasó. En cuanto a los demás piratas, todos parecen haber gastado sus riquezas tan rápido como las obtuvieron, disfrutando la codiciada vida alegre en tabernas y burdeles. O no lograron suficiente tesoro para que valiera la pena enterrarlo. Hay que tener en cuenta, para empezar, que solo muy pocos barcos de los que los piratas capturaron llevaban tesoros; la mayor parte transportaban cargas mucho más mundanas como grano, pescado, barriles de cerdo, azúcar, vino, etcétera. La consecuencia de que no hubiera tesoros enterrados de oro, plata, gemas y perlas era, claro, que tampoco había mapas para encontrarlos”.

Lo del parche, la pata de palo… “Bueno, ser un pirata era muy peligroso, y había un alto riesgo de morir o resultar gravemente herido en acción. Perder un ojo, un brazo o una pierna era parte de este riesgo. Sin embargo, dudo que hubiera muchos piratas con una pata de palo o un gancho de hierro por mano que todavía formaran parte de una tripulación: después de todo, necesitabas ser rápido y ágil para ser un pirata efectivo”. ¿Cantaban?, aquello de “cinco hombres sobre el cofre del muerto y una botella de ron…”. “No sé si precisamente eso, pero sin duda cantaban, cantar eleva la moral y era corriente en las Armadas regulares de la época. En cuanto a los verdaderos piratas del Caribe, algunos de ellos parece que incluso emplearon músicos para ese propósito”.

¿Eran alegres, democráticos, crueles, románticos y bribones espadachines como los presentan novelas y películas? “Eso es más un estereotipo, desde luego: los piratas como compañeros felices, románticos y swashbuckling [aventureros]. La piratería era (y sigue siendo) un negocio mortal y peligroso en el que todos aquellos que ingresaron en la profesión debido al romanticismo y otras nociones ingenuas fueron rápidamente eliminados. Por ejemplo, el “caballero pirata” Stede Bonnet, un rico y aburrido terrateniente de Barbados: se convirtió en pirata en 1717, compró su propio barco (conseguir una embarcación es uno de los requisitos más difíciles, además de indispensable, para hacerse pirata) y contrató una tripulación, y fue enseguida despojado del mando por el capitán Barbanegra (Edward Teach) cuando lo conoció en Nassau. Porque fuera lo que fuera Bonnet, lo que no era es un líder de hombres y un luchador duro. La carrera de pirata no es para blandos o tímidos”.

En cuanto a si fueron crueles los piratas, “ciertamente lo fueron. Algunos de ellos eran psicópatas y crueles porque sí. Pero la mayoría lo eran, crueles, más por consideraciones tácticas e instrumentales. Tenía que ver con el modelo de negocio: si tenían fama de despiadados la batalla psicológica estaba ganada, la probabilidad de que las tripulaciones de los barcos que encontraran se rindieran sin luchar era bastante alta, y también que esa tripulación o los pasajeros no se atrevieran a esconder objetos de valor por temor a ser horriblemente torturados. Además, la violencia fomentaba el espíritu de equipo y los hacía a todos cómplices, lo que evitaba las deserciones. ¿Democráticos? De hecho, los piratas reales del Caribe elegían y deponían capitanes. En cierto sentido, había algo de democracia involucrada, excepto durante la acción, cuando la autoridad del capitán era absoluta. Sin embargo, en las manifestaciones no occidentales de piratería, la democracia estaba notablemente ausente. Las flotas piratas chinas se organizaron tan jerárquicamente como la Armada china de la época, mientras que los piratas malayos activos en el Mar del Sur de China (los Iranun, Balangingi y Dayaks del Mar, por ejemplo) eran guerreros tribales que seguían a su líder de guerra. Por lo tanto, ver a los piratas como democráticos e incluso “protosocialistas” como a algunos escritores les gusta denominar es simplemente romantizarlos”.

Lo de arrojar a los cautivos por la borda desde un tablón… “Hubo algunos casos en que eso sucedió, pero fueron muy raros. La práctica es mucho más propia de piratas imaginarios, como los de la franquicia Piratas del Caribe, que de los piratas reales”. Peter Lehr también acota lo de la calavera y las tibias. “Tales banderas eran de hecho bastante comunes, pero solo en los piratas del Caribe (los de verdad). Los capitanes piratas Richard Worley (activo en 1718-1719), Emanuel Wynne (1700), Henry Long Ben Avery (1694-1695) y Christopher Condent (1719-1721) tenían banderas de calaveras y tibias cruzadas; otros enarbolaban banderas con esqueletos, calaveras y sables, esqueletos y relojes de arena. Sin embargo, fuera del fenómeno de la piratería occidental, tales banderas eran poco comunes: las banderas rojas o negras eran suficientes para infundir miedo. Algunos piratas chinos usaban banderas con los omnipresentes símbolos del yin y el yang”.

En algo que sí han ido parejas la ficción y la realidad es en la existencia de mujeres pirata: la Dragon Lady del comic Terry y los piratas, la capitana Prudencia Spitfire Stevens de Maureen O’Hara en La isla de los corsarios, o la Morgan de Geena Davis en La isla de las cabezas cortadas tienen sus equivalentes reales en la reina pirata china Zheng Yi Sao, que comandó una flota de 400 juncos, y las célebres Anne Bonny (que se burló de Rackham por cobarde) y Mary Read.

A la pregunta de cómo debería cambiar el imaginario popular sobre el pirata para conformarse a la realidad, el estudioso responde: “La gente es libre de mantener sus nociones románticas de los piratas como antihéroes de capa y espada, pero hay que entender que eso es ficción de Hollywood, no realidad. Los verdaderos piratas eran criminales duros que saqueaban, violaban y asesinaban. Creo que, bajo la impresión de la piratería somalí, y tal vez con la ayuda de la exitosa película Captain Phillips, la gente ahora es consciente de que la piratería real es un crimen atroz y no una aventura romántica”.

¿Cuál es la historia de la piratería que más le cautiva? “Hay un par, la primera la de Alonso de Contreras, que estrictamente hablando no era un pirata sino un corsario (es decir, un pirata con una licencia al servicio del rey o de los Caballeros de San Juan en Malta); la segunda es la de John Ward, que se convirtió en un corsario berberisco muy exitoso bastante tarde en su vida después de haber desertado de la Marina Real inglesa. La suya es una historia de pura audacia”. También le parece muy interesante la historia del pirata alemán Martin Wintergerst, que sale en su libro: un panadero que terminó como miembro de la tripulación de un corsario holandés por casualidad y luego siguió navegando donde el viento lo llevara como corsario, pirata o simple marinero durante unos veinte años, cruzando el Mediterráneo, navegando por las costas atlánticas, España, Portugal, Francia, los Países Bajos e Inglaterra, viajando al Mar del Sur de China a bordo de mercantes holandeses, para luego regresar a su ciudad natal y escribir sus memorias.

Codicia, agravio y ansia de aventura

A lo largo de Piratas, Lehr hace aparecer una y otra vez la avaricia, la necesidad y el ansia de aventuras entre las motivaciones principales para hacerse pirata. “Es principalmente la combinación de codicia y agravio lo que veo detrás de la carrera de un pirata: ninguna perspectiva en casa y sensación de agravio por ello, junto con la esperanza de enriquecerse rápidamente (codicia). Pero también se requiere un cierto sentido de aventura. Como dije antes, la carrera de pirata no es para los tímidos”.

Al observarse la piratería a través de la historia, ¿cuál es el rasgo que más sorprende? “Probablemente el que la combinación de codicia y agravio se puede encontrar a través de los siglos y básicamente en todas las regiones del mundo. Como he dicho, el sentido de aventura ayuda, y también lo hace una justificación religiosa como vemos que sucedió en el Mediterráneo, tanto en el bando musulmán como cristiano. Pero en mi opinión, prácticamente todo se reduce a la codicia y el agravio”.

¿Hay algo de Barbanegra o del Jack Sparrow de Johnny Depp en los actuales piratas somalíes? La ropa y las armas, y por supuesto los barcos, no, ¿verdad? “No, y en realidad no, no hay nada entrañable como en el caso del ficticio Jack Sparrow, y ningún elemento larger than life como en el caso de Barbanegra. Los piratas somalíes nos muestran lo que realmente han sido y son los piratas: criminales marítimos que se aprovechan de buques mercantes desarmados y aterrorizan a sus tripulaciones. ¿Qué hay de entrañable o divertido es eso? Además, Barbanegra o el Capitán Kidd eran personajes excepcionales incluso en su época: la mayoría de los piratas eran como los somalíes, simplemente criminales brutales, sin nombres ni otros rastros aparte de sus crímenes”.

Por lo que Peter Lehr explica en su libro, la piratería, histórica y moderna, muestra muchas similitudes con el terrorismo actual. También en la forma de combatirla. “Para ser honesto, las similitudes entre piratas y terroristas marítimos son bastante superficiales: desde la perspectiva de sus víctimas, ambos aterrorizan, pero los piratas lo hacen para beneficio personal, mientras que los terroristas lo hacen con objetivos políticos. Además, ningún pirata empotraría un barco suicida en el casco de un buque… Pero en lo que respecta a la lucha contra ambos, está claro que necesitamos esfuerzos multinacionales concertados que no sólo combatan tanto el terrorismo marítimo como la piratería en el mar, sino también en tierra, porque ahí es donde viven ambos: restablecer la ley y el orden en algunas partes del mundo afectadas por el terrorismo y la piratería sería un buen comienzo, seguido de algún tipo de políticas de bienestar, incluida la creación de empleo, para darles una opción a los habitantes de esos lugares y evitar que se conviertan en piratas o terroristas..”.

La isla Tortuga de hoy está en Indonesia

¿Dónde está el equivalente actual de la isla Tortuga o Port Royal? “Lo más cercano a esos famosos reductos piratas son guaridas actuales como Pulau Batam, en las islas Riau, o algunos de los puertos somalíes desde los que los piratas han actuado, como Eyl (región de Puntlandia) o Harardhere (provincia de Muduq en el sur de Somalia). Pero después de que la ola pirata somalí se disipara en 2013/ 2014, estos puertos han vuelto a ser puertos pesqueros nuevamente, seguro que no hay muchas juergas…”.

¿Cuál considera el caso más aterrador de piratería clásica? ¿Y moderna? “En cuanto a la piratería moderna, es probablemente el caso del MV Cheung Son de 1998: toda la tripulación de 23 personas fue asesinada por los piratas: a golpes, apuñalados, tiroteados y arrojados por la borda, algunos de ellos aún vivos. En cuanto a la piratería clásica, hay demasiados incidentes de tortura, violación en grupo y asesinato, violencia que se extiende a veces durante varios días, como para señalar uno de ellos. Tal vez la captura del Ganj i-Sawai por Henry Avery en 1695: la toma del barco fue seguida por una “orgía de horror” (según el historiador indio contemporáneo Muhammad Hashim Khafi Khan) que duró varios días, con los piratas yendo sistemáticamente de cubierta en cubierta violando en grupo, asesinando y saqueando. No hay que olvidar tampoco que algunas de las acciones más salvajes de los piratas se produjeron en ataques no en el mar sino en asaltos a la costa”.

Parece importante -Lehr señala que muchos navegantes ignoran hoy en día los riesgos que suponen los piratas- saber dónde están esas amenazas. ¿Quiénes son los peores piratas? ¿Nigerianos? “La piratería somalí permanece latente en este momento. Los piratas todavía están activos en el estrecho de Malaca y el mar del Sur de China como un punto caliente notorio (hay que ir con mucho cuidado si se navega por ahí), y en el golfo de Guinea como el segundo punto peligroso. De hecho, los nigerianos, sí, son los peores, ya que no parecen tener ningún escrúpulo en cuanto al uso de sus armas para salirse con la suya. Hay que tener en cuenta que los piratas somalíes rara vez mataban a los miembros de la tripulación porque para ellos eran rehenes y dinero contante y sonante. La mayor parte de los piratas nigerianos, en cambio, no está interesada en la toma de rehenes, sino en la carga del barco -el robo de petróleo es bastante común- y los objetos de valor de la tripulación. Por lo tanto, cualquiera que se interponga es asesinado a tiros”.

¿Tiene futuro la piratería? “Ha parecido varias veces que se acababa con ella a lo largo de la historia y ayudó que se prohibiera el corso en 1856, pero es una verdadera hidra. Mientras haya comercio marítimo, habrá piratería. Incluso si se despliegan en el futuro naves robot no tripuladas, la piratería simplemente se desplazará a otras regiones. Los barcos robot no tripulados pueden ser víctimas de otra variante de piratas que son los expertos en ataques de piratería que anulan los sistemas del barco. Basta con echar un vistazo a la criminalidad en la tierra: ¿parece que tenemos éxito en erradicarla? ¿Verdad que no? Pues no creo que tengamos más éxito en el mar…”.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / Jacinto Antón

Juzgar un libro por su portada: las mejores cubiertas del otoño

Un acercamiento desde el diseño gráfico a los últimos lanzamientos editoriales, de los últimos libros de Fernando Aramburu y Sally Rooney a los de Joaquín Reyes y Claudio Magris

Que tamaño y calidad estén o no directamente relacionados es asunto de enconados debates. En el mercado editorial, sin embargo, se ha asentado el principio de que lo pequeño resulta literariamente bueno y lo grande, comercial en un sentido un tanto desprestigiado de la palabra.

El código de diseño aceptado por editores y lectores españoles establece que las cubiertas de los libros de “alta literatura” tienen letras pequeñas. En el lenguaje paradójicamente no verbal de la tipografía, aumentar el tamaño de un título lo degrada de forma casi automática al terreno de la “literatura de consumo”. Un vistazo a las mesas de cualquier librería muestra que las editoriales más tradicionales —pongamos, por ejemplo, Anagrama, Alfaguara, Seix Barral o Tusquets— tienen en común una contención tipográfica que se ha convertido en estándar de la industria.

La relación entre cuerpo de letra y prestigio literario se aprecia bien en el gran lanzamiento de la estación: Los vencejos(Tusquets), de Fernando Aramburu, que aparece en las librerías por duplicado. En la edición rústica, lectores y autor se reconocerán en el diseño negro característico de la editorial, ilustrado con un fotomontaje evocador que aparece limpio y enmarcado. Todo es sereno y contenido. En la edición de tapa dura, la tipografía desborda la misma ilustración, que aparece “a sangre” (es decir, llenando por completo la superficie de la sobrecubierta). Hay bajo las letras (grandes, en mayúsculas y centradas) una sombra sutil que parece separarlas de la misma superficie impresa. Todo el conjunto, empezando por el cuerpo de texto más grande o el trampantojo de la sombra, respira códigos de diseño compartidos con otros libros superventas. En definitiva: el texto de la novela es el mismo en ambas ediciones, pero el público al que van dirigidas no.

Las cubiertas en el mercado anglosajón se diseñan con mayor libertad, y no respetan el principio de las letras pequeñitas y prestigiosas. La edición original norteamericana de Dónde estás, mundo bello(Literatura Random House), de Sally Rooney, usa colores suaves que tienen un punto cotidiano y feliz; los rostros están ocultos y eso añade un halo de inquietud y misterio. Habita ahí claramente una historia gráfica que precede al propio texto. La edición española recoge esos elementos en una clara apuesta contra el aburrimiento gráfico de nuestras librerías (¡bien!) pero cambia la tipografía y la adapta a la que es norma en los libros de la editorial (¡mal!). El título Beautiful World, Where Are You está cuidadosamente compuesto en Ronda, una tipografía de 1970 diseñada por Herb Lubalin; respira optimismo, elegancia. El título traducido, por su parte, tiene masas de negro un poco bruscas y un espacio entre las letras forzado que carece de equilibrio. “Traduttore, traditore” del diseño.

Para terminar con el asunto de las letras grandes, dos ejemplos excéntricos. Las últimas, la recopilación de textos teatrales de Lucía Carballal (La Uña Rota), usa los colores con habilidad: el azul brillante destaca a kilómetros de distancia, y el gris añade un eco de cuaderno de notas, casi de urgencia y contracultura. Las enormes letras, dibujadas para este título y este diseño, tienen un aroma constructivista (la S partida y geométrica, por ejemplo), pero también un aire desenfadado y postmoderno; son un despliegue de personalidad gráfica. Para nota: es interesante como los bloques de texto marcan con precisión matemática una estructura de página dividida en cuatro módulos horizontales. Esa disciplina se transforma en un juego de texturas impresas para la portada de Mear Sangre (Austsaider)de Dum Dum Pacheco. La autobiografía del boxeador se publicó originalmente en 1976, y el título de aquella edición se componía en letras rojas que se deshacían en un goteo sangriento. El código de cine gore se sustituye ahora con grandes letras impresas con tipos de madera, masas de color que se superponen y una foto cuya trama de puntos recuerda a las imágenes publicadas por la prensa de hace 40 años. El conjunto juega a transpirar lucha, calle y cárcel, pero es en realidad un artificio gráfico diseñado con delicadeza.

Dos de los diseños más llamativos de esta temporada tienen ojos. Los de Subidón(Blackie Books), la primera novela de Joaquín Reyes, se aprecian en la versión impresa. Son dos ojos de plástico que perforan la cubierta y se mueven según agitamos el libro. Es divertido, animado y refleja el espíritu humorístico de la novela. Sobre todo, hace uso de la gran ventaja de lo impreso: se puede tocar, y siempre será más graciosos dos ojos de plástico que esa misma mirada desde la pantalla de un libro electrónico. La apuesta de El loro de Budapest (Fulgencio Pimentel), de André Lorant es todavía más radical. No hay título. No hay autor. Solo el logo de la editorial, el número de serie dentro de la colección y una mirada de infinita tristeza. Es el propio Lorant, en una foto infantil, y el libro cuenta su infancia y juventud, primero bajo dominio nazi y luego en la Hungría socialista. La ausencia de letras es el no va más de ese principio de la tipografía pequeña: reducción hasta la desaparición. La limpieza del conjunto destaca muchísimo.

Aunque la apuesta por la ilustración es común a casi todas las editoriales, algunos sellos pequeños la usan de forma más libre y sorprendente. Vatio, de A. J. Ussía (Coba Fina) usa el color de una forma potente y llamativa, y la ilustración refleja el vértigo de la noche madrileña a principios del siglo XXI. El dibujo que presenta El matrimonio anarquista (Hurtado y Ortega), de Begoña Méndez y Nadal Suau, se integra limpiamente con el texto y con los autores, en la cubierta y en la vida real: los tatuajes son uno de los pilares del libro, y ese mismo dragón lo llevan cada uno en su espalda. Como nota de diseño: las sobrecubiertas de esta colección son fajas verticales que se pueden separar, y esa textura de capas sorprende y resalta que el libro es un objeto que se puede tocar. Por su parte, la apuesta ilustrada de Anatomía de la Traición (Círculo de Tiza), de Pedro G. Cuartango, es más esquemática, pero igual de efectiva. La persiana, la mirada oculta, la tipografía mecanografiada… Todo nos lleva directamente al turbio mundo del espionaje (tema del libro). En el debe: hubiera sido un detalle de calidad usar letras salidas realmente de una máquina de escribir clásica, y no una digitalización en serie.

José Manuel Lara, patriarca de la editorial Planeta, llamaba a los libros de Anagrama “la peste amarilla”. El color de la colección Panorama de Narrativas es reconocible a distancia, y tiene tanta personalidad que es complicado conjugarlo con las ilustraciones cuando no van recuadradas. Es un testimonio a la habilidad de los diseñadores algunos de los últimos aciertos gráficos de la colección, como la portada de Tiempo curvo en Krems (Anagrama), de Claudio Magris. La pequeña superficie de agua se fusiona con el fondo de forma limpia, y dan ganas de pasar un dedo por sus ondas. El color juega aquí a favor de la propuesta gráfica, porque añade un componente de irrealidad poética tremendamente atractivo. La propuesta de Vulnerario (Caniche), de Jon Mikel Euba resulta más arriesgada. El amarillo de este libro es duro, luminoso, casi agresivo; la tipografía más moderna y sus remates más pronunciados. Pero la ilustración (una sencilla palanca en negro, en la base del diseño) aparece extraña y amenazadora como una culebra. Es una portada inquietante que despierta mi curiosidad.

Y para terminar, dos ejemplos de ilustración realizada con elementos cotidianos, una especialidad recurrente en las portadas de algunos libros y que funciona si se usa con habilidad. Una historia pop de los vampiros (Arpa), de David Remartínez somete su portada al limpio y frío diseño de la colección, pero hay algo humorístico, peligroso y magnético en la sonrisa de esos colmillos de plástico que flotan en el vacío. Quizá el encuentro de letras e imagen resulte levemente brusco, pero añade profundidad al conjunto. La portada de Madrid, 1983 (Libros del K.O.), de Arturo Lezcano, se limita a presentar un (falso) calendario de bolsillo de aquel año. Es una idea extremadamente sencilla y efectiva que atrae la mirada porque la nostalgia de las cosas pequeñas es irresistible, y porque el falso histórico está realizado con finura. Me pregunto si no hubiera sido mejor haber dejado el calendario a su tamaño real, rodeado de un enorme marco rojo. Hubiera sido más llamativo y radical… y con letras claramente pequeñas.

Algunos créditos: Los vencejos, diseño de Planeta Arte & Diseño e ilustración de Agustín Escudero. Beautiful world, Where Are You, diseño original de Jon Gray y adaptación de Penguin Random House Grupo Editorial. Las últimas, diseño de Clara Sancho. Mear sangre, diseño de Atta Lassalle. Subidón, diseño de Setanta. El loro de Budapest, diseño de César Sánchez. Vatio, ilustración de Silja Götz. El matrimonio anarquista, diseño de Silvio García Aguirre e ilustración / tatuaje de Bara. Anatomía de la traición, diseño de Miguel Sánchez Lindo. Tiempo curvo a Krems, ilustración de Diane Parr. Vulnerario, diseño de Setanta. Una historia pop de los vampiros, diseño de Anna Juvé. Madrid, 1983, diseño de Artur Galocha.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / Diego Areso

Jorge M. Reverte desvela la historia marroquí de Annual en su libro póstumo

El ensayo ‘El vuelo de los buitres’ ofrece un retrato completo de la cruenta guerra que libró España en el Rif al incorporar las versiones de ambos bandos

El general Dámaso Berenguer, alto comisario del Protectorado de Marruecos, inspecciona con otros oficiales militares la posición de Monte Arruit, en octubre de 1921. Ante los restos de los soldados muertos, se tapa el rostro con un pañuelo por el hedor.
El general Dámaso Berenguer, alto comisario del Protectorado de Marruecos, inspecciona con otros oficiales militares la posición de Monte Arruit, en octubre de 1921. Ante los restos de los soldados muertos, se tapa el rostro con un pañuelo por el hedor. EFE

Los buitres habían sustituido su habitual planeo, en el que parecen flotar, por rápidos vuelos hacia el suelo, a la caza del inesperado alimento que les proporcionaban los cadáveres de los miles de soldados españoles caídos en la árida zona donde había sucedido lo que quedaría para la historia como el desastre de Annual. Con esa imagen, del 22 de julio de 1921, de cuerpos sin vida pudriéndose al sol, comienza El vuelo de los buitres (Galaxia Gutenberg), libro póstumo del escritor Jorge Martínez Reverte, también historiador y periodista, fallecido en Madrid el 24 de marzo de este año, a los 72 años. La obra se publica el miércoles 28 de abril.

Mercedes Fonseca, viuda de Reverte, dice, en conversación telefónica, que “Jorge siempre quiso escribir sobre Annual”. Ya enfermo, “terminó el libro sobre septiembre, pero tenía tantas ganas que había escrito demasiadas páginas”. “Yo le decía: ‘¿Adónde vas con eso, novio?’. Nos llamábamos así”, añade Fonseca. Su editora en Galaxia Gutenberg y amiga, María Cifuentes, se congratula de que Reverte, columnista de EL PAÍS, “pudo ver maquetado el libro”, que ella encuadra en la no ficción narrativa. “Jorge era sobre todo un historiador militar que contó las grandes batallas de la Guerra Civil. Y ahora nos ha dejado un legado importante, porque la realización de esta obra ha sido muy complicada”.

Eso lo sabe bien la persona que, junto con Cifuentes, tuvo la labor de suprimir páginas y hacer correcciones, Sonia Ramos, que aparece como coautora del libro junto a M’hamed Chafih. Este ha aportado la visión marroquí del conflicto, “lo más novedoso del libro”, apunta ella. Chafih, nacido en Alhucemas, conocía a Reverte “desde hacía unos 30 años”. “Y como casi toda la bibliografía sobre Annual mostraba la visión española, Jorge quería conocer la otra parte”, señala. “Me dediqué a recopilar documentación autóctona y testimonios”. A Ramos le correspondió la tarea de unificar los nombres de personas y lugares marroquíes, así como rastrear las numerosas microhistorias de personajes reales, esos que no suelen estar en los libros de historia.

El líder rifeño Abd-el-Krim, fotografiado por Alfonso el 1 de agosto de 1922, en su casa de Axdir (Marruecos).
El líder rifeño Abd-el-Krim, fotografiado por Alfonso el 1 de agosto de 1922, en su casa de Axdir (Marruecos).ALFONSO / MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CULTURA/ARCHIVO GENERAL DE LA ADMINISTRACIÓN

Fueron estos los que hace 100 años sufrieron los errores y contraórdenes de los responsables militares, envalentonados por un espíritu imperialista que se agarraba al último reducto colonial de España. Lo que sucedió fue una derrota por capítulos: los puestos de Abarrán e Igueriben preceden al desastre de Annual y a este le siguen Nador, Monte Arruit… caídos en semanas como una fila de fichas de dominó, entre un caos al que contribuyeron las deserciones en masa de los policías indígenas, utilizados como fuerzas de choque. Reverte hace de aquellos acontecimientos un relato pormenorizado, cronológico, en el que señala en especial la responsabilidad de Manuel Fernández Silvestre, “un general tan valiente como pagado de sí mismo”, al mando del Ejército en la zona oriental del Protectorado, como se llamó a la parte que le correspondió a España en su reparto del norte de África con Francia en 1912.

Poemas árabes

Para su investigación, Reverte consultó archivos, prensa de la época, tesis doctorales y hasta poemas, algunos traducidos del árabe por primera vez para este libro por Chafid, que los rifeños dedicaron a sus victorias. El libro calcula que murieron entre 8.000 y 13.000 soldados españoles, a medida que las tropas, aterrorizadas, abandonaban, a veces en desbandada, los fuertes y posiciones. “Es imposible saber cuántos murieron en el bando rifeño”, apunta Chafid. “Lo seguro es que la guerra la perdieron los débiles, como siempre, el Manuel que dejó su pueblo en Extremadura reclutado o el Mohamed que dejó la era para luchar contra una agresión que no entendía bien”.

Soldados españoles trasladan los cadáveres de caídos en el desastre de Annual.
Soldados españoles trasladan los cadáveres de caídos en el desastre de Annual. ARCHIVO HISTÓRICO DE ALCALÁ DE HENARES

Un mensaje pacifista resuena en las páginas del libro, que incluye una cronología y un glosario con muchos términos de origen árabe. Reverte y sus dos colaboradores dieron forma a un relato con la tensión de una gran crónica periodística. Y en su fondo apuntan dos tesis: que esa guerra “la comenzó España cuando bombardeó Axdir en abril de 1921”, la capital de los rebeldes. Porque tras meses de tensión y refriegas, se quiso solucionar la cuestión a las bravas, con una masacre en esa localidad el día de mercado. Ahí brota un odio a los españoles que “acabaron pagando justos por pecadores”, dice Reverte, cuando las cabilas, en sus sucesivos triunfos, exhibieron “una crueldad infinita para vengar a sus muertos”. Esto engarza con la segunda tesis: que Abd el-Krim, el líder de los rifeños, “no controló esa situación”, con torturas hasta la muerte y atrocidades como cortar los genitales del enemigo para metérselos en la boca. Además, se incumplieron las condiciones de rendición en varias ocasiones: los soldados españoles, ya desarmados, eran aniquilados.

Las plazas españolas cayeron en semanas como fichas de dominó

Uno de los atractivos del libro es la parte sobre Abd el-Krim (1882-1963) y su familia. “Un increíble estratega, el más eficiente luchador anticolonialista de principios de siglo, referente para muchos guerrilleros”, describe el autor. Conocía a sus adversarios porque había sido un alto funcionario a sueldo de los españoles. De familia influyente, Abd el-Krim, un equilibrista, acabó decepcionado con los españoles porque las prometidas mejoras para su pueblo no llegaron. “La I Guerra Mundial lo precipita todo”, escribe Reverte. Su familia tiene tratos con los alemanes y eso no lo puede soportar Francia, que presiona a España para que rompa con él.

Abd el-Krim será quien, tres años después, reunirá a miles de rifeños para ir, plaza a plaza, derrotando a los españoles, a los que cerca y deja sin agua —los soldados llegan a beberse sus orines mezclados con azúcar—ni víveres para, debilitados, ser un blanco fácil.

Tras el desastre, España reconquistó poco a poco el territorio, gracias a los 30.000 hombres que desembarcaron en Melilla. “El desquite”, como lo llamó el entonces teniente coronel Millán Astray, “se convierte en tropelía”, continúa el autor. “Es cuando se producen bombardeos con químicos venenosos”, subraya Chafid, “un tema que aún hoy sigue doliendo en el Rif”. En Madrid, conocida la masacre de Annual, cae el Gobierno, en marzo de 1922. El frente se estabiliza y el informe del general Juan Picasso, encargado de investigar lo sucedido, pide el procesamiento de 39 militares. Los debates parlamentarios son agrios, los altos mandos del Ejército están divididos, ya que una parte no quiere que el poder civil los juzgue. Entre ellos, el general Miguel Primo de Rivera, que con su golpe de Estado, el 13 de septiembre de 1923, acaba con el parlamentarismo y con el proceso abierto por Picasso. “Fue una consecuencia directa de Annual”, asegura Reverte. El rey Alfonso XIII, salpicado por la tragedia, se apoya en Primo de Rivera y amnistía a los procesados.

La guerra la comenzó España cuando atacó Axdir en día de mercado JORGE M. REVERTE

Al final, la imprudencia de Abd el-Krim de atacar el Protectorado de Francia propició el desembarco hispano francés en Alhucemas (1925). El guerrero se rinde meses después a los franceses y el general Sanjurjo declara el fin de la guerra de Marruecos el 10 de julio de 1927. Acaba un episodio bélico, pero una de sus consecuencias abrirá, en menos de 10 años, otra guerra. Como apunta Reverte, en Marruecos “se formaron los militares africanistas, muchos de los cuales protagonizaron la sublevación de 1936, y ya en la Guerra Civil emplearon métodos y planteamientos aplicados en el Rif”.

Fuente : El País / Manuel Morales .

La historia del animal más misterioso del mundo

Objeto de teorías y leyendas, obsesión de Aristóteles o Freud, varias cuestiones sobre la anguila siguen sin resolverse. Patrik Svenson traza un fascinante relato de esos enigmas

Una anguila de tres años, todavía transparente, que forma parte de uno de los programas de repoblación que ha puesto en marcha Suecia.
Una anguila de tres años, todavía transparente, que forma parte de uno de los programas de repoblación que ha puesto en marcha Suecia.PICTURE ALLIANCE / DPA/PICTURE ALLIANCE VIA GETTY I

Bienvenidos al fascinante universo del animal más misterioso del mundo. Sabemos que la anguila europea (Anguilla anguilla) nace y muere en el mar de los Sargazos, aunque nadie haya podido verlo nunca. Durante su vida, que puede ser extraordinariamente longeva, pasa por cuatro fases tan distintas que se podría decir que son cuatro animales diferentes en uno. Es una larva milimétrica de agua salada que se traslada durante miles de kilómetros a Europa (o a EE UU en su otra versión) para convertirse en la angula, desplazarse al agua dulce y crecer como la anguila amarilla, con dientes y escamas, antes de cambiar al color plateado, destruir su estómago para acumular energía y emprender un viaje de regreso al mar donde empezó su vida para reproducirse y morir. “Por supuesto que sé que hay otros seres de los que conocemos aún menos, pero si tenemos en cuenta los esfuerzos que se han hecho para entender a la anguila, todos los científicos que han dedicado su vida a ello y lo difícil que ha sido, entonces sí puedes decir que es el ser más misterioso del mundo”, cuenta Patrik Svenson, autor de El evangelio de las anguilas (Libros del Asteroide).

El periodista y escritor Patrik Svensson.
El periodista y escritor Patrik Svensson. EMIL MALMBORG

Svensson (Kvidinge, 48 años) se refiere a la lucha que vivieron Aristóteles o un jovencísimo Freud, entre otros ilustres, para desentrañar los misterios de un animal del que hasta no hace tanto se creía, por ejemplo, que no tenía sexo. Una batalla científica contada con pulso por este periodista que ha visto cómo su primer libro se convertía en un superventas mundial: “Por supuesto que no me lo esperaba. Cuando lo estaba escribiendo creía que era un libro extraño sobre la fascinación que he tenido siempre con este ser. No imaginé que fuera algo que otros compartieran”, cuenta por videoconferencia desde su Suecia natal, inmerso en una gira de promoción.

El evangelio de las anguilas es una búsqueda del sentido del mundo a través de la vida estoica y misteriosa de un animal. “No he encontrado las respuestas a las preguntas esenciales, pero he aprendido algo sobre la necesidad de entender de dónde venimos”, reflexiona. Svensson hablaba poco con su padre —que murió hace 12 años y cuya figura sobrevuela el libro— pero la pesca de las anguilas, en un idealizado sur de Suecia, les sirvió de nexo vital. “Fue una lucha. Quería un libro serio desde el punto de vista científico. Pero también quería escribir sobre mi experiencia con las anguilas para hacer el asunto más cercano, más personal, y ahí es donde entran esas noches de verano con mi padre, en el río. Tengo recuerdos muy fuertes y vívidos sobre esos momentos. Y de repente las dos partes empezaron a reflejarse la una en la otra: la búsqueda de los orígenes de la anguila se convirtió en una búsqueda de mis propios orígenes, de mi propio mar de los Sargazos”.

Del 1 al 7, ilustración de las fases de crecimiento de la anguila. Gráfico realizado por Francesco Redi en 1684.
Del 1 al 7, ilustración de las fases de crecimiento de la anguila. Gráfico realizado por Francesco Redi en 1684.DEA / ICAS94 / DE AGOSTINI VIA GETTY IMAGES

Las anguilas han generado a lo largo de los siglos curiosidad y rechazo, fascinación y repugnancia a partes iguales. Es un pez, sí, pero es algo más. Un pez que se parece a un gusano, a una serpiente o a un monstruo marino que se mueve, sinuoso y viscoso, por las profundidades. Un ser hosco, o tímido, al que han intentado, sin éxito, rastrear con los aparatos más innovadores, que no se reproduce en cautividad, que puede aguantar años sin comer. Quizás todo eso hace que su extinción —acelerada por el cambio climático y el consumo masivo en Japón, entre otros factores— no genere grandes campañas. “Según los científicos, ha desaparecido un 90% de las anguilas desde la década de los setenta. Creo que es una buena idea dejar de pescarlas y de comerlas. Es un principio moral”, reflexiona Svensson, que dedica una parte del libro a recoger las comunidades que, de la costa de las anguilas en Suecia a Aguinaga pasando por el lago Neagh en Irlanda del Norte, viven de la pesca y consumo de este animal. “Tengo mucho respeto por estas tradiciones, pero la amenaza es tan grande que tenemos que hacer todo lo necesario para salvarla”, remata.

Una de las grandes influencias que recorre este libro cargado de erudición es la de la bióloga marina y ecologista Rachel Carson. “Era una mujer de ciencia, pero tenía la habilidad de escribir como una poeta y utilizar un lenguaje hermoso. Y ahora que está todo amenazado, creo que tenemos que recuperar este sentido poético de la naturaleza”, asegura Svensson sobre la autora de Primavera silenciosa.

Queda la gran pregunta. Si tuviera en su mano la respuesta a todas las cuestiones que siguen sin resolverse sobre la anguila, ¿le gustaría conocerla? “He pensado mucho sobre ello. Creo que mantendría el misterio. Es un dilema”, dice divertido. “Ser misteriosa es lo que la hace fascinante. No solo para mí, sino para muchos científicos. ¿Qué quiere decir que se reproducen en el mar de los Sargazos? Nadie ha visto nunca ninguna allí. Es alucinante. Desaparece en algún punto de ese mar y guarda todos sus secretos consigo”.

Fuente : EL PAÍS / JUAN CARLOS GALINDO .