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Fredrijk Sjöberg, el señor de las moscas en una remota isla de Suecia: “Coliteccioné sírfidos para olvidar que algún día voy a morir”

El escritor y entomólogo publica en España un exitoso texto híbrido que relata su pasión por recopilar insectos mezclada con otros mimbres literarios y autobiográficos

Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo.
Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo. ÓSCAR CORRAL

Lo que se ve por la ventana es lo que se podría imaginar si alguien habla de un idílico escenario campestre y nórdico. Las escaleras bajan al embarcadero, donde descansa una pequeña barca, luego se tiende el lago como una lona de espejo, hasta llegar a la fronda de coníferas y a las casas pintadas de alegres colores en la otra orilla. La suerte ha traído el sol, a finales de septiembre, a una latitud de 59 grados norte. En las escaleras un enigmático hombre vestido con camisa de cuadros observa los pájaros a través de unos prismáticos. Luego ese hombre se da la vuelta y dice: “Esto es el paraíso”.

Runmarö es una apartada isla del archipiélago de Estocolmo (Suecia) donde apenas se encuentran unos 300 habitantes en invierno. El hombre que se gira es Fredrik Sjöberg (Västervik, 65 años), escritor, entomólogo y, durante mucho tiempo, coleccionista de moscas. Vive aquí desde hace 40 años, ahora con su pareja, la poeta Aase Berg. Hace dos décadas escribió el libro El arte de coleccionar moscas, que, después de una edición subterránea en España, regresa de la mano de Libros del Asteroide en una nueva traducción de Marc Jiménez y Petronella Zetterlund. El libro cosechó en sus inicios gran éxito en Alemania, llegó a Italia, Países Bajos, Estados Unidos, etc. Y el autor fue requerido por doquier. “Este libro es como una agencia de viajes, y yo soy el pasajero”, bromea. “Otras veces aparecen por la isla tipos como vosotros, que vienen de lejos, y me lo vuelven a traer a la cabeza”.

Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.
Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.ÓSCAR CORRAL
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa.
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte. ÓSCAR CORRAL
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado.
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado. ÓSCAR CORRAL
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras.
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección.
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección. ÓSCAR CORRAL

El título original del libro, en sueco, es La trampa de moscas, y condensa muy bien su contenido: igual que una trampa de moscas, que atrapa ejemplares variopintos, en el volumen se congregan gran variedad de asuntos. Desde el conocimiento científico sobre los sírfidos (las moscas que coleccionaba Sjöberg y que, con sus bandas amarillas y negras, pueden parecer abejas al profano), hasta la biografía de grandes científicos del ramo (como el creador de una efectiva trampa, René Malaise, que vertebra el libro), pasando por anécdotas de la vida de Sjöberg, como sus experiencias en la escena teatral o sus viajes por el mundo durante su inquieta juventud. “Me puse a escribir sobre moscas, pero lo que quería en realidad era escribir sobre mí mismo”, dice sentado en la gran mesa de madera de su comedor, donde ahora ofrece café y más tarde el almuerzo, un apaño de pasta con cosas, también muy variopintas.

Esta mezcla de géneros literarios es muy contemporánea. “Eso me dicen, que es una forma de escribir cada vez más común. Pero no lo era tanto hace 20 años”, presume. Los libreros no saben dónde colocar su obra, si es una novela, divulgación científica, ensayo, biografía, autobiografía o eso que llaman en inglés nature writing (escritura sobre la naturaleza). “Es solo un libro”, resume Sjöberg, “yo digo que lo coloquen en el mejor sitio: el escaparate”.

La metáfora de la trampa para moscas también tiene para Sjöberg otros significados, cuenta mientras muestra cómo conseguir unos ejemplares en su asilvestrado jardín: la mayor parte de las 200 especies de su colección las encontró al lado de la puerta de casa, porque la biodiversidad de la isla, asegura, es una de las mayores de Europa. “El texto habla de la trampa que supone la pasión del coleccionismo, cuando te obsesionas por acumular cualquier mierda. De vivir en una isla, que también una trampa. Y, claro está, de atrapar al lector”.

La torturada psicología del coleccionista

Aunque había recopilado insectos desde los seis años, la afición por los sírfidos le llegó a Sjöberg cuando sus tres hijos eran pequeños y había mucho jaleo en el hogar familiar. Esa nueva misión fue alimentada por algunos manuales recién publicados que le permitían identificar las especies. Con esas publicaciones se generó un boom en el coleccionismo de sírfidos: un boom que incluía a unas 10 personas, más o menos. Pero le abría una vía de escape. “Necesitaba tener algo mío, algo que hacer en soledad”, cuenta. “Coleccionar moscas es emocionante y relajante. Es como emborracharse, pero más barato”. Curiosamente, en el libro despliega una diatriba contra el movimiento slow, muy en boga en aquellos años, y defiende la rapidez tecnológica: mejor un mundo cada vez más rápido que uno cada vez más lento. Dos decenios después no lo tiene tan claro. “La verdad es que he cambiado de opinión, ahora la velocidad a la que todo cambia es muy loca”, reconoce.

La dimensión psicológica del coleccionismo es central para Sjöberg. La afición combate la ansiedad y no importa tanto su resultado, el acumular ejemplares, como el mero hecho de coleccionar. “Cuando coleccionas te olvidas del paso del tiempo, te olvidas de que vas a morir”, dice el autor. “Cuanto más tiempo pasa, más asusta la vida, por motivos obvios”. Nada es eterno: la acumulación de moscas se terminó después de la publicación del libro; también cuando en 2009 fue expuesta como una obra de arte en la Bienal de Venecia. “Entonces tuve que buscar otra cosa que hacer con mi vida: me puse a coleccionar arte”, cuenta el autor, “es notablemente más caro”.

Ahora su escritura versa más sobre cuestiones artísticas; aunque siempre vuelve a los insectos. Juntarlos, además, tiene un aliciente especial: hay muchísimas especies. Se reproducen rápido, veloces pasan las generaciones y se adaptan con facilidad a los diferentes hábitats (y al cambio climático). La evolución biológica despliega su abanico con prisa y en todo su esplendor. No hay muchas especies de elefante, pero hay muchísimas de moscas. La gran mayoría de las especies de insectos aún son desconocidas. Es el paraíso del coleccionista.

Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago.
Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago. ÓSCAR CORRAL

Al pasear por la isla de Runmarö, de solo 1.500 hectáreas, toma uno conciencia de su tamaño, también cuando los vecinos se asoman a ver quién es el forastero y ofrecerle conversación. “¿Venís de muy lejos?”. E incluso a enseñarle, orgullosos, enormes colmenas de abejas que descolgaron del tejado de casa. Luego el mar está por todas partes. Sjöberg dio la vuelta al mundo por esos mares, harto de la carrera de Biología, al poco de entrar en la veintena. También lo relata en el libro. “Viajar solo cuando uno es joven y no tiene claro qué quiere hacer en la vida puede ser una buena idea. Se conoce uno a sí mismo. Luego ya pensé que no era tan buena idea, hice muchas locuras”. En Nueva Zelanda acabó en el hospital, hizo senderismo por el Himalaya, cogió la malaria, y regreso más de un año después sin ganas de viajar más. “Ahora lo que me gusta es esta isla. O ir a festivales literarios, pero muy bien organizados”, cuenta.

Primero reír y luego pensar

Sjöberg tiene en su haber el premio Ig Nobel de Literatura de 2016. Estos galardones, que se dan en la Universidad de Harvard, premian iniciativas alocadas o absurdas (que “primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”): el coleccionismo de moscas del sueco fue tenido en cuenta. Viajó a Estados Unidos, dio un discurso de un minuto (el tiempo máximo permitido) y recibió un millón de dólares de Zimbabue (en aquel tiempo, con la hiperinflación en el país africano, casi no valían nada). Aunque el humor en la literatura no suele estar bien visto, es fundamental para Sjöberg, tanto en su vida cotidiana como en su escritura. “Creo que mis libros son divertidos”, afirma.

Después de almorzar, el coleccionista de moscas nos conduce en su viejo automóvil (“esta isla es un cementerio para coches viejos”) al ferry que recorre esta parte del archipiélago de Estocolmo, un laberinto acuático formado por 221.800 islas e islotes, que nos llevará hasta un autobús, que, a su vez, nos llevará de vuelta a la capital, y luego a un avión desde el que apreciaremos por última vez y desde el cielo el laberinto isleño. “La gente está perdiendo su conexión con la naturaleza, incluso en Suecia, donde había mucha. Los jóvenes ya no van al bosque. Y cuando no se conoce a la naturaleza, se le tiene miedo”, cuenta mientras maneja el volante y por la ventanilla va mostrando los hitos del lugar, el centro comunitario, una pequeña iglesia o el único restaurante de la isla. Entretanto, reflexiona sobre el cambio climático: “No me gusta que la gente tenga miedo del futuro. Creo que hay cambio climático, claro, pero prefiero ser optimista. Aún hay esperanza. Lo percibo en la biodiversidad que permanece en esta misma isla: todavía tenemos una oportunidad”.

Fuente: El País/Sergio C. Fanjul.

El primer ‘virívoro’: un organismo que se puede alimentar solo de virus, hasta un millón al día

La existencia de microbios con esta alimentación muestra el papel esencial de las partículas virales en el ciclo de la vida

La 'Halteria sp', aquí vista al microscopio, es un protista ciliado (esos hilos como pestañas) que se mueve por espasmos al ritmo de 100 por segundo.
La ‘Halteria sp’, aquí vista al microscopio, es un protista ciliado (esos hilos como pestañas) que se mueve por espasmos al ritmo de 100 por segundo.IMAGEN CEDIDA POR ROBERT BERDAN/ WWW.CANADIANNATUREPHOTOGRAPHER.COM

Hay plantas que digieren anfibios, algas que se alimentan de peces o virus que infectan a bacterias. Pero entre las relaciones entre depredador y presa hay una apenas conocida y que podría ser esencial en el ciclo de la vida: los seres que comen virus. Los virívoros. Aunque la palabra no exista aún, un grupo de investigadores estadounidenses han descubierto dos grupos de microorganismos que no son ni animales, ni plantas, ni hongos, pero tampoco bacterias, llamados protistas ciliados, y que se nutren de virus. Aunque no son los primeros organismos identificados que comen virus, sí han comprobado que estos pueden prosperar alimentándose exclusivamente de material viral.

Durante los últimos tres años, un grupo de investigadores de la Universidad de Nebraska en Lincoln (Estados Unidos) ha estado investigando a los virus desde un prisma diferente al habitual: no como entidades biológicas patógenas (no hay consenso sobre si son o no seres vivos), sino como nutrientes básicos en el ciclo de la vida. Junto a las bacterias acuáticas, los virus son los organismos más abundantes de la Tierra. Siendo tantos, es normal que los organismos filtradores, los que se alimentan filtrando el agua, ingieran todo tipo de materia orgánica que contenga, virus incluidos. Pero lo que ha hecho John DeLong, científico de la universidad estadounidense, ha sido demostrar que hay al menos dos tipos de seres realmente virívoros que pueden vivir solo de comer virus.

“Que sepamos, es la primera vez que se demuestra [el consumo de virus] en estas dos especies de protistas”

John DeLong, profesor de biología de la Universidad de Nebraska en Lincoln, Estados Unidos

“Varios estudios ya habían documentado el consumo de virus”, recuerda DeLong en un correo. “Pero, que sepamos, es la primera vez que se demuestra en estas dos especies”, añade. Se refiere a la Paramecium bursaria y a la Halteria sp., dos protistas ciliados acuáticos. Se sospechaba que comían virus, aunque se desconocía si de forma accidental. Lo que ha hecho el equipo de DeLong es observarlo en el laboratorio, en condiciones controladas. Así, liberaron en pequeñas gotas de agua obtenidas de un estanque cercano a la universidad grandes cantidades de clorovirus, un virus relativamente grande que infecta a la clorofila de las algas de los lagos y embalses de agua dulce de todo el planeta.

A las 24 horas, estudiaron con detenimiento las gotas de agua. Los resultados de los experimentos, publicados en la revista científica PNAS, demostraron que en presencia de ambas especies, la cantidad de virus en el medio se reducían hasta 100 veces. Lo que necesitaban saber entonces era si se habían comido a los virus. Mediante una técnica de tinción (añadir colorante para hacer contraste), convirtieron varios de ellos en fluorescentes y vieron cómo las vacuolas de los protistas (que cumplen una función similar al estómago) se volvían de color verde brillante. Llegaron a estimar que cada Halteria sp. era capaz de ingerir entre 10.000 y un millón de clorovirus al día.

La imagen al microscopio muestra partículas virales del clorovirus infectando un alga microscópica. Este virus se ceba con la clorofila, descomponiéndola, liberando el carbono que contiene.
La imagen al microscopio muestra partículas virales del clorovirus infectando un alga microscópica. Este virus se ceba con la clorofila, descomponiéndola, liberando el carbono que contiene.KIT LEE Y ANGIE FOX

Pero había que relacionar lo mal que le fue a los virus con una mejoría para los protistas. Los científicos observaron que la población de parameciosse mantenía igual, comían virus, pero no parece que les sirviera de mucho. Sin embargo, a las 48 horas de exposición, vieron que la población de Halteria sp. aumentaba mientras se reducía drásticamente la cantidad de clorovirus. En cifras, la cantidad viral se desplomó hasta 100 veces en solo dos días, a la par que la población de la protista, sin nada que comer excepto el virus, creció en promedio unas 15 veces más durante ese mismo período de tiempo.

“Creemos que los virus son probablemente muy nutritivos, teniendo elevados niveles de proteínas y fósforo”, dice DeLong. Un estudio sobre la composición de los virus publicado hace unos años también menciona que contienen ácidos nucleicos, lípidos y aminoácidos. En el caso de los clorovirus, además, podrían contener el carbono que le roban a la clorofila de las algas.

El ecólogo Joshua Weitz fue coautor de este último estudio sobre lo que contienen los virus. Weitz, que dirige un grupo de investigadores del Instituto de Tecnología de Georgia (Estados Unidos) centrado en la ecología de los virus, también ha publicado varios trabajos sobre el papel de las entidades víricas en el ciclo de la vida, como su último libro, Quantitative Viral Ecology (no traducido aún al español). En un correo, Weitz, no relacionado con el estudio de los clorovirus y las dos especies de protistas, sostiene que “los virus son potencialmente nutritivos si se los traga un microbio que los digiere y no se ve infectado por el virus”. En general, los virus están formados por material genético (ADN o ARN) con una envoltura que lo protege. “Como los genomas virales están empaquetados de manera relativamente densa y dado que el material genético es rico en fósforo, los virus tienen un contenido de fósforo relativamente más alto que los microbios típicos y, por lo tanto, podrían tener un extra nutricional para lo que es su tamaño”, detalla Weitz.

“Los virus son potencialmente nutritivos si se los traga un microbio que los digiere y no se ve infectado por el virus”

Joshua Weitz, ecólogo del Instituto de Tecnología de Georgia de Estados Unidos

Que haya microorganismos que se coman a los virus obliga a los biólogos a repasar lo que se sabe sobre el ciclo de la vida. Se conocía que los virus son claves en la base. Al infectar a todo tipo de seres vivos provocan un proceso llamado derivación viral. En la fase en la que salen de la célula (o el organismo unicelular) infectada, la revientan, lo que libera en el medio materia orgánica y nutrientes que de otra manera se perderían. Ahora, como destaca Weitz, “esta investigación es un importante paso para avanzar en la comprensión de las formas en que las partículas virales intervienen en el movimiento de energía (y nutrientes) tanto hacia arriba como hacia abajo en las redes tróficas microbianas”. Es decir, el papel de los virus en la cadena alimenticia de los microorganismos.

Pero cuantificar el papel de los virus como transmisores de energía y nutrientes no será fácil. Lo ejemplifica Delong en una nota de su universidad: “Si multiplicas una grosera estimación de cuántos virus hay, cuántos ciliados hay y cuánta agua hay, obtendríamos una cantidad enorme de movimiento de energía (en la cadena alimenticia)”. Delong estima que los ciliados de un pequeño estanque pueden devorar 10 billones de virus al día y añade: “Si esto está sucediendo a la escala que creemos que podría estar ocurriendo, debería cambiar por completo nuestra visión sobre el ciclo global del carbono”.

Fuente: El País/Miguel Ángel Criado.

¿Cuál es el número anterior a infinito?

El infinito no es un número, es un concepto, y además hay muchas clases

IMAGEN DE FAIZAL SUGI EN PIXABAY

Supongo que la pregunta viene de que te han explicado los números naturales: 1, 2, 3, 4, 5… y te han dicho que hay infinitos números naturales. Y claro, has pensado que el infinito es un número y que delante de él debe haber otro. Pero el infinito no es un número, es un concepto y además hay muchas clases de infinito.

El infinito es un concepto matemático. Y tienes que saber que en la vida real no hay nada infinito. Cuando a veces decimos que algo es infinito es porque usamos la metáfora del infinito para hablar de cosas muy grandes. Pero es un concepto que en la realidad no es material, es ideal, no se concreta en nada real. Nosotros solo convivimos con cosas finitas. Thanks for watching!

Los números naturales, que son los de contar: 1, 2, 3, 4, 5, 6…, no se terminan nunca, hay infinitos números naturales. Eso sí puedes entenderlo. Si fueran finitos habría un número que sería el último. Pero al último número natural siempre le puedes sumar 1 y ya hay otro más. Y así siempre, infinitas veces.

La aparición del concepto de infinito hizo que las matemáticas tuvieran una evolución enorme

Lo que quiero que entiendas es que el infinito no solo es un concepto sino que además es un concepto muy complejo. Para que te hagas una idea, la aparición del concepto de infinito hizo que las matemáticas tuvieran una evolución enorme. Por ejemplo, uno de los conceptos que necesita la noción de infinito en matemáticas es la idea de límite, de acercarme a algo aunque no lo alcance nunca, pero me puedo acercar indefinidamente y tan cerca como quiera. El concepto de límite de una función en matemáticas existe porque existe el concepto de infinito. Si no fuera por eso, no existiría. Lo finito no tiende a nada, no se acerca a nada.

También es importante que sepas que hay muchas clases de infinito. El infinito de los números naturales, los que te explicaba que son los de contar, no es el mismo que el infinito de los números reales, por ejemplo. Los números reales son los de la recta real: los naturales que como te he dicho antes son los de contar (1, 2, 3, 4…); los enteros que son los naturales, el 0 y los negativos, es decir, los naturales están contenidos en los enteros; después están los racionales que son un cociente entre un número entero y un número natural, son los que se escriben como p/q, por ejemplo ½ o ¾ son números racionales y los enteros están contenidos en los racionales porque si coges -5 partido por 1, cumple la regla por lo que es un número racional. En matemáticas parecía que esos podían ser todos los números. Pero hay sucesiones de números racionales que se acercan, con el concepto de límite del que hablábamos antes, a números que no son necesariamente racionales. Los números reales son, por tanto, los racionales y esos límites que no son racionales, por ejemplo √2 o el número π. Es fácil probar que esos números no son racionales porque no se pueden escribir como un cociente de un número entero y un número natural. Esos son los números reales, los racionales y los límites de los números reales a los que llamamos irracionales.

Pues bien, la cantidad de números reales es también infinita pero es un infinito más grande que el de los números naturales. Los naturales se pueden numerar de una cierta manera pero los reales, no, son muchos más. Podríamos decir que hay diversos niveles de infinitos. El de los naturales es el infinito más pequeño que hay y el siguiente estadio de infinito es el de los números reales que es mucho mayor.

Marta Macho Stadler es matemática, profesora de Geometría y Topología en la Universidad del País Vasco y especialista en teoría geométrica de foliaciones y geometría no conmutativa.

Pregunta enviada vía email por Víctor Villa Coca (4º Primaria)

Nosotras respondemos es un consultorio científico semanal, patrocinado por la Fundación Dr. Antoni Esteve y el programa L’Oréal-Unesco ‘For Women in Science’, que contesta a las dudas de los lectores sobre ciencia y tecnología. Son científicas y tecnólogas, socias de AMIT (Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas), las que responden a esas dudas. Envía tus preguntas a nosotrasrespondemos@gmail.com o por Twitter #nosotrasrespondemos.

Coordinación y redacción: Victoria Toro

Fuente : EL PAÍS / MARTA MACHO STADLER .

Al-Juarismi

Del gran matemático persa vienen álgebra y algoritmo, dos de los pilares fundamentales de nuestro mundo.

El mismo año en que Carlomagno condenaba a muerte a todo sajón que rehusara el bautismo, el mismo en que la ciudad de Aldwych se imponía como el epicentro del comercio en lo que ahora es una mera calle del centro de Londres, y en el que moría el emperador León IV el Jázaro, el bizantino que sometió a búlgaros y árabes como si no hubiera un mañana cosmopolita, ese mismo año de 780, nació Al-Juarismi, lo que a la larga ha acabado siendo mucho más importante que todo lo demás. De Al-Juarismi vienen álgebra y algoritmo, dos de los pilares fundamentales de nuestro mundo.

El MIT de la época era Dar Al Hikma, la Casa de la Sabiduría de Bagdad, la mayor concentración de cerebros de la Edad de Oro del islam. Allí trabajó Al Juarismi codificando el álgebra en un libro que, tras su traducción al latín en el siglo XII, impulsó una brillante y eficaz rama de las matemáticas que, como casi todo en nuestra historia del conocimiento, había sido prefigurada por los mesopotámicos milenios antes. También desarrolló un procedimiento matemático que genera, paso a paso pero sin que los pasos sean infinitos, la solución de un problema intratable por otros métodos. De su libro El arte indio del cálculo por Al-Juarismi viene el nombre, y el concepto, de algoritmo que ahora rige nuestras vidas.

Cuando aprendes a multiplicar o dividir en el colegio, estás usando algoritmos. Coge tal número de cifras, divídelo por el de allá, apunta el resto en tal lugar y repite el procedimiento cuantas veces sea necesario. Un agregador de noticias actual —esas cosas que la mitad de la población usa para informarse— se basa también en los descubrimientos de Al-Juarismi: mira qué usuarios predicen mejor las noticias de futuro impacto, súbeles el karma y utiliza a los de mayor karma para llevar a primera página las noticias de impacto del futuro. Este algoritmo, por supuesto, consigue su objetivo de infectar la Red, aunque las cosas con las que la infecta son muy discutibles. Un alto karma no indica un mejor análisis de la realidad, sino un alto grado de mediocridad: una naturaleza previsible y con tanto poder hechicero como un rebaño de ovejas. El secreto del éxito.

Las inversiones de capital riesgo en inteligencia artificial superaron los 6.000 millones de euros en los primeros nueve meses de 2017. Casi todos los proyectos estimulados por esa pasta se basan en las ideas de Al-Juarismi. No culpemos al gran matemático persa de lo que haya de venirnos encima. Limitémonos a suspirar por otro Al-Juarismi más moderno y sofisticado.

FUENTE: DIARIO EL PAIS / Javier Sampedro .