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Fredrijk Sjöberg, el señor de las moscas en una remota isla de Suecia: “Coliteccioné sírfidos para olvidar que algún día voy a morir”

El escritor y entomólogo publica en España un exitoso texto híbrido que relata su pasión por recopilar insectos mezclada con otros mimbres literarios y autobiográficos

Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo.
Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo. ÓSCAR CORRAL

Lo que se ve por la ventana es lo que se podría imaginar si alguien habla de un idílico escenario campestre y nórdico. Las escaleras bajan al embarcadero, donde descansa una pequeña barca, luego se tiende el lago como una lona de espejo, hasta llegar a la fronda de coníferas y a las casas pintadas de alegres colores en la otra orilla. La suerte ha traído el sol, a finales de septiembre, a una latitud de 59 grados norte. En las escaleras un enigmático hombre vestido con camisa de cuadros observa los pájaros a través de unos prismáticos. Luego ese hombre se da la vuelta y dice: “Esto es el paraíso”.

Runmarö es una apartada isla del archipiélago de Estocolmo (Suecia) donde apenas se encuentran unos 300 habitantes en invierno. El hombre que se gira es Fredrik Sjöberg (Västervik, 65 años), escritor, entomólogo y, durante mucho tiempo, coleccionista de moscas. Vive aquí desde hace 40 años, ahora con su pareja, la poeta Aase Berg. Hace dos décadas escribió el libro El arte de coleccionar moscas, que, después de una edición subterránea en España, regresa de la mano de Libros del Asteroide en una nueva traducción de Marc Jiménez y Petronella Zetterlund. El libro cosechó en sus inicios gran éxito en Alemania, llegó a Italia, Países Bajos, Estados Unidos, etc. Y el autor fue requerido por doquier. “Este libro es como una agencia de viajes, y yo soy el pasajero”, bromea. “Otras veces aparecen por la isla tipos como vosotros, que vienen de lejos, y me lo vuelven a traer a la cabeza”.

Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.
Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.ÓSCAR CORRAL
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa.
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte. ÓSCAR CORRAL
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado.
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado. ÓSCAR CORRAL
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras.
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección.
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección. ÓSCAR CORRAL

El título original del libro, en sueco, es La trampa de moscas, y condensa muy bien su contenido: igual que una trampa de moscas, que atrapa ejemplares variopintos, en el volumen se congregan gran variedad de asuntos. Desde el conocimiento científico sobre los sírfidos (las moscas que coleccionaba Sjöberg y que, con sus bandas amarillas y negras, pueden parecer abejas al profano), hasta la biografía de grandes científicos del ramo (como el creador de una efectiva trampa, René Malaise, que vertebra el libro), pasando por anécdotas de la vida de Sjöberg, como sus experiencias en la escena teatral o sus viajes por el mundo durante su inquieta juventud. “Me puse a escribir sobre moscas, pero lo que quería en realidad era escribir sobre mí mismo”, dice sentado en la gran mesa de madera de su comedor, donde ahora ofrece café y más tarde el almuerzo, un apaño de pasta con cosas, también muy variopintas.

Esta mezcla de géneros literarios es muy contemporánea. “Eso me dicen, que es una forma de escribir cada vez más común. Pero no lo era tanto hace 20 años”, presume. Los libreros no saben dónde colocar su obra, si es una novela, divulgación científica, ensayo, biografía, autobiografía o eso que llaman en inglés nature writing (escritura sobre la naturaleza). “Es solo un libro”, resume Sjöberg, “yo digo que lo coloquen en el mejor sitio: el escaparate”.

La metáfora de la trampa para moscas también tiene para Sjöberg otros significados, cuenta mientras muestra cómo conseguir unos ejemplares en su asilvestrado jardín: la mayor parte de las 200 especies de su colección las encontró al lado de la puerta de casa, porque la biodiversidad de la isla, asegura, es una de las mayores de Europa. “El texto habla de la trampa que supone la pasión del coleccionismo, cuando te obsesionas por acumular cualquier mierda. De vivir en una isla, que también una trampa. Y, claro está, de atrapar al lector”.

La torturada psicología del coleccionista

Aunque había recopilado insectos desde los seis años, la afición por los sírfidos le llegó a Sjöberg cuando sus tres hijos eran pequeños y había mucho jaleo en el hogar familiar. Esa nueva misión fue alimentada por algunos manuales recién publicados que le permitían identificar las especies. Con esas publicaciones se generó un boom en el coleccionismo de sírfidos: un boom que incluía a unas 10 personas, más o menos. Pero le abría una vía de escape. “Necesitaba tener algo mío, algo que hacer en soledad”, cuenta. “Coleccionar moscas es emocionante y relajante. Es como emborracharse, pero más barato”. Curiosamente, en el libro despliega una diatriba contra el movimiento slow, muy en boga en aquellos años, y defiende la rapidez tecnológica: mejor un mundo cada vez más rápido que uno cada vez más lento. Dos decenios después no lo tiene tan claro. “La verdad es que he cambiado de opinión, ahora la velocidad a la que todo cambia es muy loca”, reconoce.

La dimensión psicológica del coleccionismo es central para Sjöberg. La afición combate la ansiedad y no importa tanto su resultado, el acumular ejemplares, como el mero hecho de coleccionar. “Cuando coleccionas te olvidas del paso del tiempo, te olvidas de que vas a morir”, dice el autor. “Cuanto más tiempo pasa, más asusta la vida, por motivos obvios”. Nada es eterno: la acumulación de moscas se terminó después de la publicación del libro; también cuando en 2009 fue expuesta como una obra de arte en la Bienal de Venecia. “Entonces tuve que buscar otra cosa que hacer con mi vida: me puse a coleccionar arte”, cuenta el autor, “es notablemente más caro”.

Ahora su escritura versa más sobre cuestiones artísticas; aunque siempre vuelve a los insectos. Juntarlos, además, tiene un aliciente especial: hay muchísimas especies. Se reproducen rápido, veloces pasan las generaciones y se adaptan con facilidad a los diferentes hábitats (y al cambio climático). La evolución biológica despliega su abanico con prisa y en todo su esplendor. No hay muchas especies de elefante, pero hay muchísimas de moscas. La gran mayoría de las especies de insectos aún son desconocidas. Es el paraíso del coleccionista.

Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago.
Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago. ÓSCAR CORRAL

Al pasear por la isla de Runmarö, de solo 1.500 hectáreas, toma uno conciencia de su tamaño, también cuando los vecinos se asoman a ver quién es el forastero y ofrecerle conversación. “¿Venís de muy lejos?”. E incluso a enseñarle, orgullosos, enormes colmenas de abejas que descolgaron del tejado de casa. Luego el mar está por todas partes. Sjöberg dio la vuelta al mundo por esos mares, harto de la carrera de Biología, al poco de entrar en la veintena. También lo relata en el libro. “Viajar solo cuando uno es joven y no tiene claro qué quiere hacer en la vida puede ser una buena idea. Se conoce uno a sí mismo. Luego ya pensé que no era tan buena idea, hice muchas locuras”. En Nueva Zelanda acabó en el hospital, hizo senderismo por el Himalaya, cogió la malaria, y regreso más de un año después sin ganas de viajar más. “Ahora lo que me gusta es esta isla. O ir a festivales literarios, pero muy bien organizados”, cuenta.

Primero reír y luego pensar

Sjöberg tiene en su haber el premio Ig Nobel de Literatura de 2016. Estos galardones, que se dan en la Universidad de Harvard, premian iniciativas alocadas o absurdas (que “primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”): el coleccionismo de moscas del sueco fue tenido en cuenta. Viajó a Estados Unidos, dio un discurso de un minuto (el tiempo máximo permitido) y recibió un millón de dólares de Zimbabue (en aquel tiempo, con la hiperinflación en el país africano, casi no valían nada). Aunque el humor en la literatura no suele estar bien visto, es fundamental para Sjöberg, tanto en su vida cotidiana como en su escritura. “Creo que mis libros son divertidos”, afirma.

Después de almorzar, el coleccionista de moscas nos conduce en su viejo automóvil (“esta isla es un cementerio para coches viejos”) al ferry que recorre esta parte del archipiélago de Estocolmo, un laberinto acuático formado por 221.800 islas e islotes, que nos llevará hasta un autobús, que, a su vez, nos llevará de vuelta a la capital, y luego a un avión desde el que apreciaremos por última vez y desde el cielo el laberinto isleño. “La gente está perdiendo su conexión con la naturaleza, incluso en Suecia, donde había mucha. Los jóvenes ya no van al bosque. Y cuando no se conoce a la naturaleza, se le tiene miedo”, cuenta mientras maneja el volante y por la ventanilla va mostrando los hitos del lugar, el centro comunitario, una pequeña iglesia o el único restaurante de la isla. Entretanto, reflexiona sobre el cambio climático: “No me gusta que la gente tenga miedo del futuro. Creo que hay cambio climático, claro, pero prefiero ser optimista. Aún hay esperanza. Lo percibo en la biodiversidad que permanece en esta misma isla: todavía tenemos una oportunidad”.

Fuente: El País/Sergio C. Fanjul.

Cinco grandes mujeres ilustradas

Coinciden en las librerías las biografías en formato de novela gráfica de María Callas, Georgia O’Keeffe, Anaïs Nin, Eileen Gray y Hannah Arendt

Detalle de una viñeta de 'Yo soy Maria Callas', de Vanna Vinci, editado por Planeta Cómic.
Detalle de una viñeta de ‘Yo soy María Callas’, de Vanna Vinci, editado por Planeta Cómic

Opinaban todos. Su madre, su primera profesora de canto, directores, críticos, compañeros de reparto y, cómo no, sus dos maridos. Sin embargo, puede que nadie supiera de verdad quién era María Callas. Ni siquiera ella misma. “Apenas me dejaba conocer”, confiesa la diva hacia el final de Yo soy Maria Callas (Planeta Cómic), de Vanna Vinci, un viaje de 184 páginas entre ovaciones y dolor. A esas alturas, el lector ya ha escuchado a todo su entorno. A quien la amó, la odió, la envidió o la usó. Ha asistido a los triunfos y las caídas de una carrera extraordinaria. Pero, ahora, en el centro de un folio negro, la cantante se ha quedado sola. Cansada, apoya la cabeza en las manos, como en una de sus fotografías más célebres. Y agrega: “¿Una leyenda? ¿Qué es una leyenda? En el fondo, creo que solo fui un ser humano”.

Vinci asegura que buscaba justamente eso. “Intenté excluir la parte ligada a la música, porque de ese aspecto no sé nada. Quise entrar en contacto con la persona”, afirma la autora de la biografía de la cantante. Una receta parecida a la que María Herreros empleó para Georgia O’Keeffe (Astiberri), novela gráfica dedicada a la vanguardista pintora de las flores y los rascacielos: “Quería poner el foco en su personalidad magnética y en cómo afrontó los retos de su vida”. Y no solo: estos días, en las librerías se dibujan más retratos de grandes creadoras del siglo XX. Anaïs Nin en un mar de mentiras (Garbuix Books), de Léonie Bischoff, parte de los famosos diarios de la escritora para bucear en su valentía y su literatura desbordante. En Eileen Gray. Una casa bajo el sol (Aloha), Charlotte Malterre-Barthes y Zosia Dzierżawska arrojan luz sobre una eclipsada pionera de la arquitectura y el diseño moderno. Y Las tres vidas de Hannah Arendt (Salamandra Graphic),de Ken Krimstein, relata la historia y las ideas de una filósofa que siempre pensó por delante de su tiempo.

Página de 'Georgia O'Keeffe', de María Herreros, editado por Astiberri.
Página de ‘Georgia O’Keeffe’, de María Herreros, editado por Astiberri.

Todas, en realidad, vivieron adelantadas a su época. Una cosa las une: su talento trascendió escándalos y resistencias. “Anaïs se atrevió en un territorio presuntamente solo masculino, el de la sexualidad, el placer y el deseo. Escribió como sujeto, y no como objeto, sobre un tema tan tabú”, reflexiona Bischoff. “El hilo rojo que las conecta es que, por más que sufrieran presiones y problemas sociales, profesionales o incluso matrimoniales, han sido al menos en cierta medida libres, al igual que sus cerebros”, agrega Vinci, que ha trazado en otros tebeos la vida de Frida Kahlo o Tamara de Lempicka.

Aunque también pagaron un precio por ser fieles a sí mismas. O’Keeffe lamentaba que sus arriesgadas pinturas se interpretaran bajo una perspectiva de género. “Nunca quiso representar nada, ningún movimiento. Quería ser artista, no mujer artista. Nos hace recordar que, por encima de todo, es importante el feminismo de acción, el que empieza en tu casa”, sostiene Herreros. Y solo muchos años después los manuales de arquitectura aceptaron que Gray resultaba más brillante que muchos de sus compañeros y que su casa E-1207 suponía todo un hito del diseño.

Una página de 'Eileen Gray. Una casa bajo el sol', de Charlotte Malterre-Barthes y Zosia Dzierżawska, editado por Aloha.
Una página de ‘Eileen Gray. Una casa bajo el sol’, de Charlotte Malterre-Barthes y Zosia Dzierżawska, editado por Aloha.

Las autoras dibujadas comparten también una difícil relación con los hombres: de Martin Heidegger a Henry Miller, pasando por Aristóteles Onassis, maridos y amantes son una obsesión, pero también, a menudo, un obstáculo hacia el triunfo. “Anaïs Nin sabía que los hombres se sentían amenazados por las mujeres poderosas, así que siempre escondió las partes de ella que pudieran herirlos. Es una estrategia femenina que todavía existe en muchos casos, conscientes o no”, considera Bischoff. “Maria Callas era un tigre y, a la vez, una niña”, lo resume Vinci, que también narra en el cómic la tormentosa relación de la artista con su cuerpo.

Tal vez para estar a la altura de tamañas protagonistas, los propios cómics se han atrevido a romper esquemas. Yo soy Maria Callas es una larga tragedia griega, con prólogo, estásimos, éxodo y un coro de voces, de Pier Paolo Pasolini a Onassis, que acompaña el relato de la diva. “Quería que saliera de la página y atacara al lector. El tebeo permite crear un mundo muy grande en un espacio muy pequeño. Y ofrece una libertad extrema”, afirma Vinci.

Bischoff, en cambio, ha esbozado la historia de Anaïs Nin con un lápiz de múltiples colores. Tantos, explica, como las “facetas de su personalidad”. Georgia O’Keeffe fía buena parte de su relato a sombras, matices y silencios, mientras que ciertas páginas de Eileen Gray. Una casa bajo el sol parecen diseñadas por la propia arquitecta. Y Las tres vidas de Hannah Arendt, pese a una estética menos sorprendente, juega a mezclar los registros, resumiendo con ironía teorías filosóficas sesudas o sucesos trágicos.

Viñeta de 'Las tres vidas de Hannah Arendt', de Ken Krimstein, editado por Salamandra Graphic.
Viñeta de ‘Las tres vidas de Hannah Arendt’, de Ken Krimstein, editado por Salamandra Graphic.

Detrás de las páginas, eso sí, no hay ninguna receta revolucionaria. Más bien, un método tan antiguo como eficaz: documentación. Tanto que algunas de las obras terminan con una desmesurada bibliografía. Krimstein confiesa que todavía sigue leyendo sobre Arendt, a la que considera inabarcable: “Creo que fue una de las personas más interesantes, fascinantes y provocativas de la historia”.

Vinci empezó con la colosal biografía de Callas que escribió Jean-Jacques Hanine-Roussel, siguió con otros libros, y añadió decenas de documentales y entrevistas, para reconstruir la voz de la diva y la de quienes la rodearon. Y Herreros contó con el apoyo y el conocimiento de las expertas del museo Thyssen, coeditor del cómic, además de con las miles de cartas de O’Keeffe. Tanto, que decidió que la artista hablara solo a través de lo que dejó escrito. “No le gustaba que nadie pusiera palabras en su boca, porque a menudo la malinterpretaban”, agrega.

La dibujante cree que el ejemplo de tantas creadoras icónicas puede servir de modelo para muchas niñas. Aunque subraya: “Me parece importante dejar de representarlas de forma idealizada y siempre en su juventud, poniendo el foco en su belleza. No se trata de canonizarlas, sino de permitirles tener sus contradicciones, ser reales”. Porque hoy se han convertido en leyendas. Pero fueron, sobre todo, seres humanos.

Una viñeta de 'Anaïs Nin en un mar de mentiras', de Léonie Bischoff, editada por Garbuix Books.
Una viñeta de ‘Anaïs Nin en un mar de mentiras’, de Léonie Bischoff, editada por Garbuix Books

CASI DOS SIGLOS DE BIOGRAFÍAS EN CÓMIC, POR ÁLVARO PONS

Es indudable que el género biográfico ha encontrado en el noveno arte un espacio natural en el que se encuentra cómodo. Pero la explosión que ha vivido el relato de la vida personal y ajena en viñetas en las últimas décadas se cimienta en una larga relación que se inicia hace casi dos siglos, cuando en 1840 Alfred de Musset se fijó en las “historias en estampas” que había popularizado Rodolphe Töpffer para contar con humor las frustrantes peripecias amorosas entre la cantante Pauline García y el escritor e hispanista Louis Viardot. Es cierto que desde esa fundacional ‘Mariage de Pauline García avec Louis Viardot’ el género no se prodigó en exceso, pero no dejó de aparecer en diferentes formas y desde perspectivas muy diversas: en los años treinta, Henry Kiyama contaba en ‘El manga de los cuatro inmigrantes’ sus experiencias como inmigrante en el San Francisco de los años veinte, dando entrada a la autobiografía en la historieta, mientras la biografía se expandía con facilidad ya en los años cincuenta a través de series que no escondían su vocación enciclopédica, como la recordada ‘Vidas ilustres’, de la editorial mexicana Novaro. A partir de los sesenta, la autobiografía se consolidará como el género de mayor recorrido, primero desde Japón a través de la obra de los primeros autores de ‘gekiga’ (imagen dramática, en japonés), Shinji Nagashima, Yoshihary Tsuge, Shinichi Abe o Tadao Tsuge, y más tarde en occidente con el cómic ‘underground’ americano, que trabaja sobre todo desde un desarrollo visual y simbólico que genera con facilidad una corriente de empatía y reflexión en la lectura, con Carlos Giménez como uno de sus pioneros más importantes con ‘Paracuellos’. Autores como Justin Green, Spain Rodriguez, Robert Crumb o Harvey Pekar sientan las bases de una forma de narrar la vida propia que tendrá en la década de los ochenta un espaldarazo definitivo con obras como ‘Maus’, de Art Spiegelman; ‘Pompeo’, de Andrea Pazienza; ‘Alec’, de Eddie Campbell, o ‘Historia de una niña’, de Phoebe Gloeckner. Obras fundamentales para entender la expansión del género que se popularizaría a finales del siglo XX y principios del XXI con las novelas gráficas de David B, Marjane Satrapi, Edmond Baudoin, Zeina Abirached, Craig Thompson, Guy Delisle, Lynda Barry, Alison Bechdel o Jeffrey Brown. Las obras de estos autores y autoras sientan una nueva forma de narrar la vida, que pronto será trasladada más allá de la propia a la narración del devenir ajeno rompiendo la dialéctica tradicional del género entre objetividad y subjetividad. El cómic biográfico abandona el didactismo más lineal para aprovecharse de la capacidad metafórica del dibujo, que permite tanto el acercamiento más historicista como la lectura más personal, pasando por la intención pedagógica desde una diversidad en auténtica ebullición.

Fuente : El País / Tommaso Koch .

Una biografía de Galdós gana el Premio Comillas

En el año del centenario del autor, la catedrática Yolanda Arencibia se lleva el galardón por una «magistral narración de la vida y la obra de uno de los grandes creadores españoles»

Yolanda Arencibia, profesora de literatura española, ha visto recompensada «toda una vida dedicada a Galdós», como ella dice, con la concesión este lunes del Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, convocado por Tusquets Editores, que ha querido sumarse al año en que se celebra el centenario de la muerte del escritor canario. El libro Galdós. Una biografía, de casi 1.000 páginas, es una «magistral narración de la vida y la obra de uno de los grandes creadores españoles», según el fallo del jurado. A esta edición del Comillas, dotado con un anticipo sobre derechos de autor de 12.000 euros y una estatuilla de bronce diseñada por Joaquín Camps, se presentaron 62 manuscritos.

Arencibia (Las Palmas de Gran Canaria, de 80 años) ha sentido siempre de cerca al autor de los Episodios nacionales, ya que nació tres calles más arriba de donde lo hizo don Benito. De vecina pasó a acudir a los congresos sobre Galdós que empezaron a celebrarse en Las Palmas cada cuatro años desde los sesenta. «Además, tuve a mi disposición la riqueza de la Casa-Museo Pérez Galdós, con sus 7.000 cartas, los manuscritos; yo creía que de él se había dicho todo y me encontré haciendo la tesis sobre su figura, que me atrapó para siempre. Galdós, que no ha sido conocido como debiera, se formó muy bien, y llegó a la universidad ávido de conocimientos», ha explicado por teléfono.

El jurado destacó en su nota «la mirada cervantina» que siempre tuvo Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920) a la hora de contar la historia de España y «que entronca con la tradición novelística europea del XIX». Para Arencibia, «esa mirada supone ver las cosas con ironía, siempre desde el revés».

Al margen de los libros, exposiciones, actos y congresos que se celebrarán en 2020 al calor del año Galdós, «se trata de un autor que sigue vigente porque sus temas siguen interesando: el amor, la muerte, la soledad, el optimismo…», dice la premiada. «Tocaba la espita de los males de la sociedad y ponía su dedo en los desasistidos, las mujeres y los niños». En definitiva, «un gran renovador de la novela española, siempre atento a los nuevos impulsos culturales y sociales que venían de Europa», como apuntó el jurado.

Sobre el libro premiado, el fallo subrayó su «ambición de totalidad» por su «exhaustivo y riquísimo bagaje de conocimientos sobre la creación literaria y el contexto histórico y cultural del escritor». En palabras de su autora: «He condensado en mi libro el Galdós persona, con el escritor y el comprometido política y socialmente. Él era sobre todo un liberal y luego fue republicano, pero uno especial, atípico». Para armar esta gran biografía galdosiana, «totalmente cronológica», según Arencibia, esta se ha apoyado en los diversos registros del autor que mejor contó el Madrid más popular: novela, teatro, crítica, memorias…

Este amor de toda una vida por el autor de Miau o Fortunata y Jacinta le ha llevado a la profesora Arencibia a ser también la directora de la cátedra Benito Pérez Galdós en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. «Se trata de un acuerdo entre la universidad y la casa-museo para que esta ayude a los expertos de todo el mundo que acuden a investigar sobre él». Fue también la editora de los 25 tomos de la colección Arte, Naturaleza y Verdad. Obras completas de Pérez Galdós (2005-2013). Forma parte del Consejo de dirección de la revista Anales Galdosianos, la que se publica en torno a los congresos sobre el escritor y que edita la Asociación Internacional de Galdosistas, a la que también pertenece Arencibia y que está constituida por más de 150 profesores de universidades, sobre todo americanas. «Esto da una idea de lo importante y conocido que es Galdós fuera de España. Espero que este centenario supongo aquí también un acelerón».

El jurado del premio estuvo presidido por el historiador José Álvarez Junco y lo integraron el periodista Miguel Ángel Aguilar, Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional y articulista de ELPAÍS; el escritor y diplomático José María Ridao y, en representación de Tusquets , Josep Maria Ventosa. Como es habitual, la obra premiada se publicará en mayo en la colección Tiempo de memoria de Tusquets.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / MANUEL MORALES.