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Tras siglos estudiándolo, nadie sabe qué es ni para qué sirve este objeto: el misterio de los dodecaedros ‘romanos’

Unos 120 diseños metálicos, de origen impreciso, desconciertan y fascinan a arqueólogos desde 1739: las explicaciones que dan hablan más de nosotros mismos que de las propias piezas

Un investigador francés sostiene en sus manos un dodecaedro romano hallado en Metz, al este de Francia, en diciembre de 2020.
Un investigador francés sostiene en sus manos un dodecaedro romano hallado en Metz, al este de Francia, en diciembre de 2020.JEAN-CHRISTOPHE VERHAEGEN (AFP VIA GETTY IMAGES)

Es una pequeña pieza de bronce, no más grande que una bola de billar. Un poliedro de 12 caras que, en cada vértice, luce un pequeño remate redondo, como una esfera. En cada uno de sus planos hay tallado un agujero, y cada uno de estos agujeros resulta de distinto tamaño. Suena misterioso, y lo es. De los llamados dodecaedros romanos, de hecho, ni siquiera se sabe si tienen su origen en Roma. Ninguna referencia escrita alude a ellos, lo cual dificulta muchísimo interpretar qué lugar ocuparon en la sociedad cuando estos fueron aleados.

Los dodecaedros se encontraron por primera vez a principios del siglo XVIII y se presentaron al mundo en 1739. Como confirma el arqueólogo Néstor F. Marqués, hasta la fecha habrán aparecido unos 120. “Esos, más los que habrá en alguna colección privada y de los que no tengamos noticias. Este no es un objeto común, pero tampoco raro”, sostiene el también director de Antigua Roma al Día, un proyecto de divulgación en redes. Tras estudiar las decenas de teorías que se han escrito sobre el dodecaedro durante 300 años, el historiador alberga alguna certeza: no eran elementos meramente decorativos, por la precisión con que se habían fundido. “¿Y para qué los agujeros de diferentes tamaños, entonces?”, agrega el autor. Más otra revelación importante: el significado que se ha dado a estas figuras a lo largo de la historia habla más de nosotros que de ellas.

“Al principio, se creyó que podrían ser armas o algún objeto bélico de otra suerte, como parte de un estandarte. A finales del siglo XIX e inicios del XX se pensaba, por ejemplo, que los agujeros podrían medir la trayectoria de un proyectil. Pero esto refleja, más que nada, los intereses de los historiadores en aquel momento. La arqueología militar era abundante y todo lo encontrado se orientaba hacia allí”, reflexiona Marqués. Huelga contar cómo andaba Europa cuando se formularon aquellas teorías. De hecho, la mayoría de estas piezas han aparecido en las actuales Francia, Alemania o Gran Bretaña. Yendo más allá: Galia, Germania y Britania. Por todo ello, hay quienes creen que el dodecaedro romano era en realidad celta. Ninguno de estos objetos ha aparecido en Italia, ni al norte de África, ni en la península Ibérica, algunos de los territorios clave de la Roma antigua.

Dodecaedro 'romano' hallado en una zona que actualmente pertenece a Holanda.
Dodecaedro ‘romano’ hallado en una zona que actualmente pertenece a Holanda.ALAMY STOCK PHOTO

¿Serán objetos mágicos, entonces? Probablemente. “En el simbolismo pitagórico y de Platón, los poliedros tienen mucho significado. El tetraedro simboliza el fuego y el octaedro, el aire. El icosaedro, una figura de 20 lados, representa el agua. El hexaedro es la tierra. En este sentido, el dodecaedro podría aludir al todo, lo que los engloba; al universo. Esta teoría es interesante, pero es difícil demostrarla. En estos objetos no hay ninguna marca que se refiera al cosmos o la medición de las estrellas”, arguye Marqués. Aunque aún hoy aparecen algunos de estos objetos, el misterio nunca se desvanece. A finales de los ochenta, en Alemania apareció un dodecaedro que formaba parte del ajuar en la tumba de una mujer. ¿Un amuleto? Quizá. Junto a él había restos de cera. “¿Valían para sujetar velas, entonces? Parece improbable”, sentencia el experto. “También se ha planteado que fueran instrumentos de medida, pero hay dodecaedros de tamaños muy dispares. Al tiempo, la diferencia en la talla de los agujeros no parece seguir ningún patrón”, prosigue Marqués.

Llegados a este punto, aparece la llamada arqueología experimental: aventureros que se han lanzado a crear dodecaedros romanos gracias a impresoras en tres dimensiones. La era de las redes sociales hizo el resto. Algunos vídeos de YouTube, que acumulan más de 250.000 visitas, muestran que estos podrían emplearse para tejer. Los pequeños pivotes en los vértices ayudarían a tensar el hilo y los agujeros valdrían para crear formas con el punto, como los dedos de un guante. “Ya hay quienes han descartado esto, pero se ha abierto una puerta interesante: la de lo puramente doméstico. Quizá valdría para jugar, aunque no se parezcan mucho a un dado”, apunta Marqués.

Según cuenta este investigador, se han llegado a elaborar teorías muy descabelladas sobre ellos, como que ni siquiera pertenecieran al tiempo y el espacio donde fueron encontrados: “Rebatir teorías siempre ayuda a forjar un espíritu crítico. Lo fundamental es que sigamos estudiando la historia, revisar cómo nos la han contado hasta ahora y con qué intereses. Y que sigamos encontrando piezas nuevas, siempre en un contexto científico”. Esta reivindicación choca con la deriva del llamado expolio arqueológico. Esto es, que cualquier individuo armado con un detector de metales pueda acabar cavando la tierra y extrayendo un dodecaedro al azar, sin ningún tipo de procedimiento que permita fecharlo y ubicarlo con precisión. De nuevo, ese fenómeno guarda mucha relación la fiebre de las redes sociales, y llega de parte de quienes buscan por su cuenta crear contenido a lo loco.

Más objetos misteriosos

Los dodecaedros romanos no son los únicos objetos cuyo sentido permanece en el aire. Pedro Huertas, experto en arqueología militar romana y guía de museo, menciona los betilos, una suerte de ídolos prehistóricos con una forma alargada: “Hay quienes los atribuyeron a ritos sexuales sagrados, pero muchas teorías van por caminos distintos”. Su enigma favorito es el mecanismo de Anticitera, descubierto en Grecia hace un siglo. Este artefacto de varias piezas, de algún modo, recuerda al volante con el que se abriría la escotilla de un barco; también al mecanismo que encontraríamos en el interior de un reloj. Curiosamente, fue justo la arqueología experimental la que descubrió, hace un año, cuál era su cometido: predecir eclipses.

Por su parte, Marqués recuerda las termas de Caracalla, en la misma ciudad de Roma. Allí, el misterio lo ocupó un sillar con agujeros que resultó servir para colocar las fichas de un juego. A los romanos les gustaba echar alguna partida para entretenerse durante el baño. La incógnita aún sobrevuela, en cambio, cuatro huecos pequeños en el mostrador de una caupona (posada) de Pompeya. ¿Se utilizarían para guardar el cambio? O las spintriae, una suerte de monedas en las que se habían acuñado dibujos eróticos: “Hoy sabemos que están más relacionadas con los espectáculos que con la prostitución. Al principio se pensó que eran fichas con las que pagar en los lupanares”. Decíamos, estas interpretaciones nunca hablan tanto de los objetos estudiados como de nosotros mismos.

Fuente: El País/Francisco Pastor.

Los carros de los líderes íberos para viajar al otro mundo

Dos equipos de arqueólogos hallan en Valencia y Córdoba ruedas y partes de vehículos ceremoniales de 2.400 años

Llevaban enterrados 2.400 años y han sido encontrados con unas semanas de diferencia. Desde el verano, dos equipos de arqueólogos han encontrado en La Bastida de Moixent, Valencia, y en Montemayor, Córdoba, yacimientos situados a 450 kilómetros de distancia, cinco ruedas ibéricas y restos de los carros a los que iban conectados. Los hallazgos son doblemente excepcionales porque apenas hay documentadas piezas similares y ninguna se encuentra en tan buen estado de conservación. Los indicios señalan que los vehículos no sirvieron para hacer la guerra ni para transportar mercancías, sino que fueron colocados junto a las tumbas de personajes de alto rango para que viajaran con ellos al más allá. Los íberos daban a los carros ese sentido simbólico y, en ocasiones, los representaban tirados por caballos alados.

Los descubrimientos han abierto investigaciones a las que se dedicarán años. Las hipótesis de trabajo son que las ruedas y el resto de elementos fueron enterrados en tumbas o en depósitos funerarios de líderes íberos, de momento no está claro si hombres o mujeres. La rueda de Moixent, de mediados del siglo V antes de Cristo, es de hierro, mide 90 centímetros de diámetro y ha aparecido apilada en tres segmentos idénticos. Al lado, explica Jaime Vives-Ferrándiz, director del proyecto y conservador del Museo de Prehistoria de Valencia, también han sido hallados, hasta ahora, un bocado de caballo, restos de cerámica y una extraordinaria arracada de oro.

Las cuatro imponentes ruedas de Montemayor, de seis radios, fueron hechas también en hierro. Las dos más grandes de 120 centímetros, por las que casi podría decirse que no ha pasado el tiempo, fueron encontradas en lo que parece un cementerio íbero sobre el que los romanos construyeron siglos más tarde un campamento militar para el asedio de Ulia. Los textos clásicos relatan que la antigua ciudad fue escenario de feroces batallas en la guerra civil que enfrentó a Julio César con Pompeyo y sus hijos.

Conjunto sin parangón

El equipo de Fernando Quesada, de la Universidad Autónoma de Madrid, bajo la dirección de campo de Javier Moralejo, iba tras las huellas de aquel conflicto bélico cuando se toparon con un hallazgo ibérico que no tiene parangón en la península por la complejidad del conjunto y su estado de conservación, aseguran. Todo apunta a que el carro es del siglo IV, aunque todavía debe confirmarse mediante la prueba del carbono 14.

Las ruedas de ambos yacimientos son muy distintas. La encontrada en el antiguo oppidum rodeado de viñas de Valencia, una idílica colina desde la que sus gobernantes controlaban el antiquísimo camino que los romanos llamaron más tarde Vía Augusta, que conectaba el norte de la península con el valle del Guadalquivir, y también el paso de la meseta al Mediterráneo, ha obligado a adelantar unas décadas la cronología del yacimiento de La Bastida de les Alcusses, ubicado en el término de Moixent.

El descubrimiento ha revelado que antes de la edificación del poblado, rodeado de altas murallas, donde vivieron unas 800 personas, hubo una construcción previa que no parece residencial. Quizá fue la tumba de un héroe o un espacio de culto. En todo caso, el lugar en que se depositó rueda fue arrasado para erigir la nueva ciudad. “El proyecto puede contribuir a dar respuestas a los procesos de urbanización en esta zona del Mediterráneo en el primer milenio antes de Cristo”, comenta Vives-Ferrándiz. “Una urbanización que responde a procesos políticos, en los que vemos que las personas instauran las ciudades encima de algo que había previamente. A veces incorporan lo anterior al nuevo lugar, como ancestros, y otras veces esa memoria es destruida con violencia”, añade.

La cultura ibérica se desvaneció ante el empuje romano hacia el siglo I después de Cristo, como resultado de la violencia de los invasores y de la asimilación cultural. Los detalles sobre la destrucción de La Bastida de Moixent, que brilló durante un siglo para caer después en un olvido que duró dos milenios, siguen siendo un enigma. “Lo que está claro es que no fueron los romanos. Fue violencia entre vecinos. Si estaban más cerca o más lejos no lo sabemos, y es posible que nunca lo sepamos”, afirma el arqueólogo.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / IGNACIO ZAFRA .

Emerge en Pompeya la Casa de Júpiter y sus frescos de estilo arcaico

Las cenizas solidificadas con el paso de los siglos han conservado las impresionantes pinturas que decoraban los muros de la próspera urbe frente al Golfo de Nápoles

Frescos recién descubiertos en la Casa de Júpiter. CESARE ABBATE | EFE / EL PAÍS

Casi dos milenios después de que el Vesubio arrasara Pompeya, las excavaciones siguen regalando tesoros que ayudan a entender cómo era la vida en el apacible golfo de Nápoles —y por extensión, en la antigua Roma— antes del desastre. Aquel día de agosto del año 79 d. C. el calendario se detuvo por completo a los pies del imponente volcán y, ahora, gracias a las nuevas tecnologías y al minucioso trabajo de técnicos y obreros, las maravillas van saliendo a la luz. Las investigaciones han permitido descubrir un espléndido palacio que traslada a los arqueólogos y pronto a los visitantes a la Pompeya más próspera y fastuosa.

Se trata de la denominada Casa de Júpiter, dedicada al soberano del panteón romano y cuyos muros rebosan de frescos característicos del primer estilo ornamental de la ciudad, inspirado en la época helenística. Toda una joya, teniendo en cuenta que no abundan los restos de pinturas que mantienen ese patrón antiguo, ya que los pompeyanos fueron dejando atrás esta estética y sustituyéndola por otra más moderna.

Según los arqueólogos, las pinturas de esta mansión, compuesta por un atrio central rodeado de habitaciones lujosamente decoradas y por un largo callejón con balcones y una columnata, se realizaron uno o dos siglos antes de la erupción. Por lo que eran prácticamente el tesoro vintage de su célebre dueño: el rico senador Marco Nonio Balbo. Un hombre culto y consciente del valor del arte centenario —que ya en la época de Augusto (27 a. C. – 14 d. C.) hacía las delicias de la aristocracia romana— a juzgar por la decoración de su residencia pompeyana. Un personaje importante en la vida de la ciudad que también estaba comprometido con la cultura en la vecina Herculano, también arrasada por la lluvia de cenizas y donde se sabe que sufragó varias restauraciones y la construcción de edificios públicos.

Pintura imitando el mármol

Un arqueólogo excava en el área del Regio V en el yacimiento arqueológico de Pompeya CESARE ABBATE EFE

Gracias al mecenazgo del senador y en parte al efecto conservador del material volcánico que lo cubrió todo, ahora se descubre una estética particular que no se encuentra en ninguna otra urbe romana de Italia. Se caracteriza por el uso de varias capas de estuco colocadas en la pared, en forma de rectángulos de colores vivos como el rojo, el azul, el negro, el amarillo o el verde, imitando el mármol policromado y otros elementos típicos de la estética griega. Como la representación de figuras geométricas, aves como el pavo real, helechos o ramas con flores.

Cerca de la Casa de Júpiter, también se ha descubierto un imponente mural, sorprendentemente bien conservado que recrea la escena de un sacrificio en el bosque en torno a una especie de olivo. Es una de las primeras escenas figuradas de cierta complejidad, según los expertos, junto a otra que se encontró en una estancia cercana y que representa a Adonis herido con Venus, diosa del amor.

Ambos están en la llamada Regio V, una zona en la que desde hace unos meses está emergiendo un mundo nuevo frente a las brochas y las palas de arqueólogos y excavadores, con la que el yacimiento vuelve a la vida. Numerosos tesoros que han ido manando en este sector, como parte de una nueva tanda de excavaciones. Son las primeras que se llevan a cabo en tres décadas únicamente con fines científicos y no para intentar salvar in extremis alguna zona en decadencia.

Las nuevas técnicas de excavación

Las primeras excavaciones de los siglos XVIII y XIX pasaron por Pompeya como un vendaval. Las rudimentarias e invasivas técnicas de la época priorizaban los descubrimientos de objetos. Se excavaba en horizontal por lo que para acceder de un ambiente a otro se destrozaban estructuras y muros contiguos para hacer túneles.

Las pinturas que aparecían se cubrían con una cera en un intento de protegerlas y conservarlas pero con el tiempo acababa fundiéndose con los pigmentos originales y se alteraban los colores. Ahora, se trabaja con técnicas de conservación que no alteran la obra y que son reversibles, para que se pueda volver al estado primario sin dificultad.

Fuente : EL PAÍS / LORENA PACHO.

 

 

El segundo crucificado de la historia

La arqueología solo ha identificado dos cuerpos de personas que hayan sufrido ese tormento en la antigüedad.

Por motivos sobre los que no es necesario extenderse mucho, sobre todo en los países de ámbito cristiano, la crucifixión es un tormento que aplicaban los antiguos romanos universalmente conocido. Sin embargo, las evidencias arqueológicas de esta dolorosa forma de ejecutar a un condenado son casi inexistentes. Hasta ahora solo se había descubierto un caso, un hombre llamado Yehohanan, que murió de esta forma atroz en el siglo I en Jerusalén, más o menos en la época de Jesús. Su cuerpo fue descubierto en 1968. Sin embargo, en Italia se ha identificado ahora un segundo esqueleto con muestras de haber sido crucificado.

Un artículo publicado recientemente por la revista Archaeological and Anthropological Sciences narra la historia del segundo crucificado que ha llegado hasta nosotros: se trata del cuerpo de un hombre de unos 30 años, que fue encontrado por casualidad durante unas excavaciones preventivas antes de la construcción de un gasoducto en Gavello, una localidad del norte de Italia, situada cerca del Delta del Po. Durante una década, estos restos han sido analizados por un equipo científico multidisciplinar.

A diferencia del cadáver descubierto en Jerusalén, en este caso no existe ningún dato sobre la identidad del desdichado. Solo que se trata de un cuerpo descubierto en una necrópolis romana en la llamada tumba número 7. «No había ningún otro material ni ningún objeto en la tumba que permitiese una identificación más precisa. Solo se encontró el esqueleto», explican por correo electrónico Ursula Thun y Emanuela Gualdi-Russo, dos profesoras de la Universidad de Ferrara (Italia) que participaron en la investigación y que firman el artículo junto a otros tres autores. Thun es profesora del departamento de Humanidades, experta en prehistoria y antropología, mientras que Gualdi-Russo pertenece al departamento de especialidades biomédicas y quirúrgicas.

Los exámenes llevados a cabo en el cuerpo mostraron una herida en el talón derecho compatible con una crucifixión. Se trata de una lesión circular y transversal. «Como escribimos en el artículo, puede ser el segundo caso investigado que demuestra el uso de clavos en una crucifixión. Se trataba de un castigo muy complejo y no siempre se utilizaban los clavos», explican las profesoras Thun y Gualdi-Russo. «En numerosos casos los condenados eran atados a la cruz utilizando sogas en vez de clavos, pero de esto no hay evidencias arqueológicas», agregan.

Solo la movilización de un equipo multidisciplinar de dos universidades, las de Ferrara y Florencia, ha permitido llegar a esta conclusión porque era necesario mezclar los conocimientos históricos sobre la forma en que los romanos aplicaban este suplicio con los estudios antropológicos, para determinar qué puede causar ciertas lesiones en un hueso, en esta ocasión un clavo. En el caso del cuerpo descubierto en Jerusalén en 1968 todo fue mucho más claro porque entonces apareció no solo el clavo fundido después de 20 siglos con el hueso del talón, sino también pequeños restos de la madera de olivo con la que fue construida la cruz.

Rebelión de Espartaco

Aunque se han barajado muchas hipótesis, entre otras que se pensaba que los clavos de un crucificado tenían propiedades curativas y, por lo tanto, eran muy codiciados, sigue siendo un misterio el motivo por el que se han descubierto tan pocos cadáveres de víctimas de esta condena a muerte, tan común sin embargo en la antigua Roma. Como escribió en un artículo en la revista de Biblical Archeology Society Vassilios Tzaferis, el arqueólogo que descubrió el cuerpo de Yehohanan: «Si nos basamos en fuentes literarias antiguas, sabemos que decenas de miles de personas fueron crucificadas durante el Imperio romano. Sólo en Palestina, fueron miles. Sin embargo, hasta 1968 ni una sola víctima de esta horrible forma ejecución ha sido recuperada por la arqueología».

La crucifixión no era un castigo romano: fue ampliamente practicada por asirios, fenicios y persas durante el primer milenio antes de Cristo. «Al final del primer siglo antes de Cristo, Roma adoptó la crucifixión como pena oficial para ciudadanos no romanos para algunas transgresiones. Al principio no era una forma de ejecución, sino un castigo», escribe Tzaferis en el mismo artículo. Recuerda que Flavio Josefo habla de 800 víctimas crucificadas en un solo día durante la revuelta judía del año 7 de nuestra era y apunta que, en 71AC, 6.000 supervivientes de la rebelión de esclavos de Espartaco fueron sometidos al tormento de la cruz. Por no hablar, claro, de la muerte de Jesucristo. Sin embargo, la arqueología, hasta 1968 y 2018, había guardado un silencio sepulcral.

FUENTE: DIARIO EL PAIS / Guillermo Altares .