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La última cena de los guerreros celtas en Hispania

El ensayo ‘Historia de los pueblos bárbaros en Europa’ disecciona las grandes migraciones que durante la Antigüedad cambiaron la forma de vida del Continente y cuyo rastro se mantiene en la cultura actual

´La muerte de Viriato' (1807), de José de Madrazo.
´La muerte de Viriato’ (1807), de José de Madrazo. MUSEO DEL PRADO (JOSÉ DE MADRAZO)

El ensayo Historia de los pueblos bárbaros de Europa(Almuzara, 2023), de Gonzalo Rodríguez García y Daniel Gómez Aragonés, es un excelente libro divulgativo. No porque desvele nuevos datos sobre las grandes migraciones indoeuropeas que se produjeron a partir del segundo milenio a. C hasta la Edad Media por todo el continente, sino porque clasifica, ordena, etiqueta, diferencia y cataloga ―con una prosa sencilla y amena― el maremágnum cultural e incluso étnico (los alanos, los hunos o los sármatas no eran de origen germánico como el resto de bárbaros) de los pueblos que hicieron frente a las legiones romanas durante seis siglos hasta el saqueo de Roma en el año 387 a. C.. “Es decir, de cómo la Europa bárbara de Viriato, Numancia, Boadicea o Breno formará parte fundamental de nuestras raíces premodernas. Y junto a Roma y su legado, y los propios episodios de esas guerras de conquista, con Roma asediando al líder galo Vercingétorix en Alexia o a los astures quitándose la vida en el monte Medulio antes que rendirse, decanta un patrimonio identitario y espiritual que atañe a todos los europeos. Sean de una latitud u otra”, escriben.

Los autores parten de la premisa de que “griegos, romanos, celtas y germanos son quizás los cuatro pilares más importantes de las raíces de Europa. Y los celtas y lo germanos son pueblos paradigmáticos de esa Europa bárbara que a lo largo de la Antigüedad se enfrentó a Roma en una dialéctica civilización versus barbarie”. En el siglo V a. C., en lo que se conoce como “Era Celta”, o momento de su máxima expansión, este mundo migró desde la Europa central, en dirección Este a Oeste, hasta alcanzar las islas británicas, la Galia interior y la fachada atlántica y Norte de Hispania. Su potencia militar desbordó, incluso, el valle del Po, en la actual Italia, y saquearon la mismísima capital del futuro imperio, “una humillación tan grande, que quedará tan honda en el recuerdo que Roma nunca lo olvidará y estará presente cuando siglos después los romanos golpeen el corazón de la Galia de la mano de Julio César”. Por el Oriente europeo, cruzarán los Balcanes, alcanzarán Macedonia y Grecia, atacarán el santuario de Apolo en Delfos en el año 279 a. C. y concluirán su marcha hacia el Este adentrándose en Turquía, donde serán conocidos como gálatas.

Pero la imparable expansión de Roma irá siempre en detrimento del mundo celta hasta su prácticamente desaparición, un pueblo que “sobrevivirá solamente en los finisterres atlánticos, y mayormente, como sustrato de un rico folclore y tradición popular”, que, a la postre, terminó calando en el imaginario popular con las leyendas medievales relativas al mundo artúrico, el mago Merlín, la Tabla Redonda, Morgana o la Dama del Lago. “Leyendas sin las cuales literalmente no se puede comprender el universo mítico de la tradición europea y su legado”.

Portada de 'Historia de los pueblos bárbaros de Europa', de Gonzalo Rodríguez García y Daniel Gómez Aragonés.
Portada de ‘Historia de los pueblos bárbaros de Europa’, de Gonzalo Rodríguez García y Daniel Gómez Aragonés.

Los autores hacen especial hincapié en el mundo céltico hispano, que compartía los mismos valores que el resto de los pueblos europeos con idéntica raíz histórica. Así, destacan la enorme y crucial importancia que para ellos representaban algunos valores, como el perdón o la libertad para sus enemigos, algo que el universo romano no compartía, provocando dantescas matanzas en ciudades ya indefensas, sin importar si se trataba de ancianos o niños. “Llegado el momento, sin embargo, [el general Galba] rodeó a los lusitanos [que habían depuesto las armas tras un pacto] con un foso y envió a sus soldados para que los aniquilaran a todos: hombres, mujeres y niños, aprovechando que estaban desarmados”, escribió escandalizado el historiador grecorromano Apiano.

El ensayo reconstruye, igualmente, los últimos momentos, antes de inmolarse, de numerosas tribus de toda Europa ante la posibilidad de una enorme derrota militar. Durante las guerras astur-cántabras, por ejemplo, “Roma sitiará la montaña misma [monte Medulio, en León] rodeándola con un foso descomunal de 23 kilómetros de largo (tan grande con el de César en Alexia). Desde ahí aislará y cercará la última resistencia astur, que había decidido refugiarse en lo alto del monte para resistir hasta quitarse la vida antes que rendirse. La escena misma de los astures cercados, celebrando el banquete final, en el que podemos imaginarlos despidiéndose unos de otros, muriendo juntos tras festejar su vida, y afirmando en dicha muerte que se dan a sí mismos su honor, comunidad y dignidad frente al poder de Roma en una escena de una fuerza poética arrolladora”.

Imágenes semejantes se repiten en Numancia, Sagunto (en esta ocasión ciudad íbera cercada por el cartaginés Aníbal Barca), la batalla de Watling Street (60 d. C), entre celtas britanos y romanos. De esta última, las fuentes clásicas describen a la reina britana (Boadicea o Boudica) ―una mujer que encabezó el levantamiento contra Roma y que terminó por arrastrar a decenas de miles de descontentos― como de “apariencia terrible, mirada fiera y voz áspera; una gran melena rubia le caía hasta las caderas, y en torno a su cuello un torque de oro”.

A punto de expulsar a las legiones de Britania, Boudica se topó, en el último y decisivo momento, con la genialidad y la tecnología romana. Perdió la fundamental y última batalla, y Boadicea, siguiendo la tradición celta, se suicidó; no sin antes ―tal y como recoge el historiador Tácito― pronunciar un discurso. “Habéis aprendido mediante la experiencia cuán distinta es la libertad de la esclavitud. Habéis probado lo uno y lo otro, habéis aprendido qué gran error cometisteis al preferir una tiranía importada a vuestro modo de vida tradicional, y habéis llegado a dar cuenta cuán mejor es la pobreza sin amo, a la riqueza en la esclavitud”.

Para los autores del ensayo, los íberos, el otro gran pueblo “peculiar y misterioso” que ocupaba la franja mediterránea peninsular, “encajan perfectamente en las culturas europeas de la Edad del Hierro y están imbuidos así de los paradigmas heroicos y de la tradición guerrera propios de las culturas del Hierro. Su cultura y su lengua, sin embargo, no puede ser incluidas en la gran familia de las lenguas indoeuropeas. Del mismo modo que su cultura material y religiosa no es la de los celtas, ni de tampoco de ningún otro pueblo bárbaro, ni puede ser considerada sin más en un tronco común de pueblos mediterráneos no indoeuropeos; etruscos, minoicos, pelasgos…”.

Yacimiento arqueológico de Numancia (Soria), la ciudad celtíbera destruida por los romanos en el 133 a. C.
Yacimiento arqueológico de Numancia (Soria), la ciudad celtíbera destruida por los romanos en el 133 a. C.ULY MARTÍN

Para Rodríguez García y Gómez Aragonés, los íberos no son, por tanto, “asimilables ni a celtas, ni a germanos, pero tampoco a griegos, romanos, fenicios, etruscos o númidas norteafricanos. “Todo ello cuando a día de hoy, la ciencia genética, parece seguro que puede incluir a los íberos entre los pueblos protoindoeuropeos del Occidente europeo. Pueblos caracterizados por el marcador genético R1b. Elemento secuencial típico del mundo céltico y en general de indoeuropeo de la fachada atlántica de Europa”. Es decir, mantienen los autores, su linaje en apariencia no sería muy distinto del de los protoceltas del noreste de Hispania o de Britania (emigrantes provenientes de las primeras oleadas del segundo milenio a. C. ), aunque su lengua no se indoeuropea y su cultura posea rasgos propios sin paralelo en el mundo celta. “Por ejemplo, el culto a la mujer de poder, con esculturas como al Dama de Elche o Baza”.

Un estudio genético de la Universidad de Oxford desveló que la “huella genética de los españoles del siglo XXI viene caracterizada por el factor R1b, con una media del 70% para el conjunto del país, un marcador genético característico de Gales, Escocia e Irlanda, siendo inexistente en otras poblaciones asentadas en la península Ibérica como godos o árabes. “Desde el punto de vista genético, somos fundamentalmente descendientes de ellos, de los celtas. Siendo así que en gran medida aquellas gentes de la Dama de Elche, de los toros de Guisando, del monte Medulio o de las huestes de Viriato no han dejado de ser nuestros abuelos. Y, sin lugar a dudas, nadie estrena la vida y el mundo, y todos somos fututo de un largo linaje”, aunque este sea un inmenso mar donde confluyeron todo tipo de razas y culturas, la celta la primera, dicen.

‘Historia de los pueblos bárbaros de Europa’

Gonzalo Rodríguez García y Daniel Gómez Aragonés.

Editorial Almuzara (2023).

400 páginas.

Precio: 20,85 euros.

Fuente: El País/ Vicente G. Olaya.

Un nuevo método logra extraer de un colgante el ADN de la mujer que lo llevó hace 20.000 años

Este sistema para obtener material genético permite vincular objetos arqueológicos con las personas que los tocaron

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El colgante, hecho de un diente de ciervo, antes y después de la técnica de limpieza. Tras el lavado con fosfato sódico, ADN humano y del animal se quedó en la solución sin dañar la pieza.
INSTITUTO MAX PLANCK DE ANTROPOLOGÍA EVOLUTIVA

Para los forenses, los objetos personales hallados en la escena de un crimen son claves porque pueden contener ADN que identifique a la víctima e incluso al asesino. Pero no es fácil recuperar material genético de hace 20.000 años y menos de una cosa que llevó alguien pegada a su cuerpo. Primero, porque la mayoría de las creaciones humanas, como la ropa, se han perdido en el tiempo. Segundo, porque los artefactos que se conservan son tan valiosos que no se pueden usar con ellos las técnicas de extracción de ADN, la mayoría agresivas, porque podrían ponerlos en peligro. Pero ahora, científicos alemanes han descubierto que se puede recuperar información genética de un colgante perteneciente a la persona que lo llevaba con solo lavarlo.

El colgante en cuestión fue descubierto por arqueólogos rusos en una de las cuevas de Denísova, en Siberia. Esta es la región donde vivieron los denisovanos, una especie de homínido que debió convivir con los ancestros de los humanos actuales y los neandertales (hay quienes sostienen que eran neandertales del este). En 2019, en una de las cuevas se descubrió el diente de un animal tallado y agujereado. Los investigadores tenían ante sí un adorno hecho probablemente de un ciervo que, por el estrato en el que lo hallaron, debió llevar alguien hace entre 20.000 y 30.000 años, es decir, cuando los denisovanos y los neandertales ya habían desaparecido en esta parte del mundo. Pero no pudieron indagar más allá y la cosa se quedó ahí, en una creación humana más para la colección. Sin embargo, en 2021, investigadores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva publicaron un nuevo método para extraer y aislar ADN de huesos y dientes que no los destruye. En esta ocasión, casi importa menos el colgante que la nueva técnica para su análisis genético.

Elena Essel, investigadora del Max Planck, participó en el desarrollo de esa técnica. “Para muestras de huesos y dientes, lo habitual es perforar un pequeño orificio en la muestra para recoger el polvo de hueso. Este polvo se usa luego para la extracción de ADN”, explica. Pero cuando se trabaja con artefactos confeccionados a partir de huesos y dientes, “en muchos casos no se puede hacer el muestreo destructivo, ya que arruinaría información valiosa que puede proporcionar la superficie de estos objetos”, añade.

Essel indica que la estructura de la superficie puede dar una idea de cómo se fabricaron y utilizaron estos objetos. Y añade: “Estos conocimientos son fundamentales para nuestra comprensión de las estrategias, el comportamiento y la cultura de subsistencia humana en el Pleistoceno. Por lo tanto, es crucial preservar la integridad de los artefactos durante la extracción. Así que nos propusimos desarrollar una técnica de extracción de ADN no destructiva”, completa.

Soluciones químicas y guantes

Tras ensayar el lavado con varias soluciones químicas en distintos objetos, encontraron que el fosfato sódico extraía el ADN sin dañarlos. Antes de probarlo con el colgante, lo usaron para reanalizar una serie de objetos de huesos de hace miles de años y recuperados el siglo pasado. Lograron extraer gran cantidad de restos genéticos, pero todo el ADN que identificaron era del propio animal o de humanos actuales: las muestras estaban contaminadas. Así que lo probaron con otros artefactos descubiertos en los últimos años, cuando ya los arqueólogos trabajan equipados como forenses, con guantes, gorros y mascarillas para evitar que sus manos, su sudor o incluso su aliento contamine algo que ha permanecido intacto durante milenios.

Tal y como detallan Essel y sus colegas en la revista científica Nature, usaron su nuevo método con cuatro colgantes de hueso que habían sido excavados con mucho mimo intentando evitar la contaminación. “En comparación con otras soluciones, el fosfato no disuelve la matriz ósea para liberar el ADN en la solución”, explica Essel. Lo que hace este compuesto es prestarle su fosfato al hueso y al agregar fosfato libre, les permite “liberar el ADN de la matriz ósea sin involucionar el hueso mismo”, termina la científica alemana.

Interpretación artística del colgante con un cordón de ADN.
Interpretación artística del colgante con un cordón de ADN.MYRTHE LUCAS

Tres de los colgantes analizados eran de la cueva de Bacho Kiro, en Bulgaria, y el otro era el de la cueva de Denísova. Los primeros son relevantes porque en Bacho Kiro se encontraron uno de los restos más antiguos de Homo sapiens en Europa. Las cuatro muestras fueron sumergidas en una solución con fosfato sódico y lavadas a diferentes temperaturas. Esto permitió obtener ADN de las cuatro. Dos de los colgantes de la cueva búlgara eran de algún tipo de oso ya extinguido y la otra de un bóvido. En cuanto al colgante denisovano, estaba hecho de un diente de un wapití, una especie de ciervo.

Pero el objetivo de las científicas era encontrar ADN humano. Lo lograron en uno de los colgantes búlgaros, pero en una proporción y concentración que impedía saber mucho más. Tuvieron más suerte con el adorno ruso: había suficiente material genético exógeno que se había colado en el diente. Tanto los huesos como los dientes son porosos y, más importante aún, contienen hidroxiapatita. Este compuesto, que por ejemplo forma parte del esmalte de los dientes, es básicamente calcio. Está presente en la matriz ósea y absorbe el ADN extraño como si fuera el propio. Así que las células de las manos que lo hicieron o del cuello que lo portó (o incluso de su sudor) se colaron dentro del colgante y toda su información genética ha sido recuperada ahora.

De su análisis genético, los científicos han podido inferir que se trataba de una mujer sapiens, como los humanos modernos, y no una denisovana. Debió vivir en aquella cueva hace entre 18.500 y 25.000 años, La datación entre el ADN animal y el humano del colgante, que difiere en unos milenios, no permite afinar más. Para hacerlo habría que usar la técnica del carbono-14, que es muy destructiva. La genética de la mujer encaja con la de otros restos humanos encontrados en Siberia, aunque al compararla con las poblaciones actuales, a quien más se asemeja es a los indios americanos. Esto tiene lógica, ya que desde Siberia partirían poco después los primeros humanos modernos que colonizaron América.

“Hace 20.000 años, una mujer usó este diente perforado y su sudor entró en el colgante. 20.000 años después, liberamos el ADN de esta antigua mujer”

Marie Soressi, arqueóloga de Universidad de Leiden, Países Bajos

“Está emparentada con una población local de la época y miembros de esta población se trasladaron a América del Norte”, dice la arqueóloga experta en evolución humana de la Universidad de Leiden (Países Bajos) y coautora de esta investigación, Marie Soressi. Para ella, sin embargo, lo relevante de este trabajo es que se trata de “la primera extracción de ADN humano antiguo de un objeto de la Edad de Piedra”. Soressi destaca la relevancia del método sobre el análisis genético en sí: “Hace 20.000 años, una mujer en Siberia usó este diente perforado y su sudor entró en el colgante, la hidroxiapatita del diente se unió con su ADN y lo conservó en el colgante. 20.000 años después, liberamos el ADN de esta antigua mujer de su unión con la hidroxiapatita del diente del ciervo, elevando la temperatura y usando un líquido de fosfato de sodio que tiene una altísima capacidad de atracción y unión con las moléculas de ADN”, detalla.

La científica Elena Essel, una de las que han diseñado la nueva técnica de extracción de ADN, trabaja con la pieza arqueológica. El manejo se hace con extremo cuidado para no contaminarla con su propio ADN.
La científica Elena Essel, una de las que han diseñado la nueva técnica de extracción de ADN, trabaja con la pieza arqueológica. El manejo se hace con extremo cuidado para no contaminarla con su propio ADN.INSTITUTO MAX PLANCK DE ANTROPOLOGÍA EVOLUTIVA

Hay muchos restos humanos del Paleolítico y también muchos objetos. El problema es vincularlos. Lo explica Soressi: “Excavamos sitios con una gran cantidad de objetos, herramientas de piedra, de hueso, restos de fauna y, en ocasiones, adornos personales… Pero la resolución temporal es muy baja: a menudo decenas de años, a veces cientos o incluso miles de años colapsados en una capa arqueológica. Aplicando la misma resolución de tiempo al presente, confundiríamos objetos de la época medieval con los del siglo XXI. Una pregunta tan simple como si objetos específicos (por ejemplo, objetos para trabajar la piel) fueron usados por hombres o mujeres no puede ser contestada”. Para la investigadora, esta nueva técnica “abre enormes oportunidades para reconstruir mejor el papel de los individuos en el pasado según su sexo y ascendencia”.

El profesor Matthias Meyer, colega de Essel en el Instituto Max Planck, destaca esta recuperación de ADN humano de un objeto usado por una persona. “Actualmente, solo hay formas indirectas de vincular personas con objetos, por ejemplo, si se encuentran huesos humanos en la misma capa arqueológica”, dice. Pero esta investigación lo puede cambiar todo: “Sabiendo que los objetos en sí mismos pueden preservar el ADN humano, ahora podemos asignar objetos no solo a grupos de personas sino a individuos específicos. Con esto podemos saber si los colgantes y otros adornos fueron usados por hombres, mujeres o ambos”, añade. También esperan que el método funcione con herramientas de hueso y en los casos en que diferentes grupos, como los neandertales y los humanos modernos, habitaron el mismo lugar, “podríamos determinar qué objetos fueron utilizados por qué grupo”, termina.

El genetista Carles Lalueza-Fox es uno de los mayores expertos en ADN antiguo y fue revisor de esta investigación antes de su publicación. Sobre el alcance del método y la posibilidad de aplicarlo a otros restos del pasado dice: “Se publican muchos métodos que después no se emplean más allá de sus proponentes, bien porque solo se han reportado resultados positivos o bien porque no hay muchos especímenes donde aplicarlos”. Pero sí cree que podría usarse en objetos parecidos, “por ejemplo para determinar si hombres y mujeres empleaban adornos corporales, pero el entorno de la cueva de Denísova parece ser muy especial para la conservación del ADN; ya veremos si se puede aplicar a otros yacimientos y bajo qué circunstancias”, concluye el científico del Instituto de Biología Evolutiva (UPF-CSIC).

Fuente: El País/Miguel Ángel Criado.

El Argar, la enigmática cultura que intercambiaba mujeres entre ciudades

El análisis de 68 cuerpos de esta civilización de hace 3.500 años del sureste peninsular desvela que ninguno de los restos femeninos adultos investigados tenía relación genética entre sí

Vista aérea del asentamiento argárico de La Almoloya (Murcia).
Vista aérea del asentamiento argárico de La Almoloya (Murcia). UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA

La cultura argárica ―formada por más de un centenar de asentamientos, algunos de ellos verdaderas ciudades fortificadas― se extendió entre los años 2200 y 1550 a. C. por unos 35.000 kilómetros cuadrados en el sureste peninsular. Las ciudades más importantes, como La Bastida de Totana (Murcia), ocupaban una media de cinco hectáreas e incluían obras públicas para la gestión y aprovechamiento del agua (cisternas, diques, canales), edificaciones para la toma de decisiones políticas (salas de audiencias), viviendas, talleres y almacenes, además de zonas alfareras especializadas y otras de producción metalúrgica. Administraban un territorio parcelado en áreas destinadas a la agricultura de secano y regadío. Pero hace unos 3.500 años, y tras violentas rebeliones seguidas de incendios, esta cultura desapareció sin más. Los expertos debaten sobre las causas, lo que no es óbice para que sigan investigando sus enigmáticas costumbres sociales. Ahora la revista Scientific Report ha publicado el estudio Prácticas de parentesco en la sociedad estatal temprana de El Argar, en la Iberia de la Edad del Bronce, donde se desvela otro de sus sorprendentes aspectos: se intercambiaban mujeres entre los poblados y cuando estas tenían descendencia femenina volvían a repetir el proceso con las hijas. Lo demuestra el análisis de 68 cuerpos donde no se ha encontrado a ninguna mujer adulta emparentada genéticamente con otra, a excepción de madres con sus niñas muertas prematuramente.

“Los sitios argáricos ofrecen una oportunidad única para abordar cuestiones de relación biológica y parentesco, ya que una proporción sustancial de la población fue enterrada en tumbas simples o dobles, colocadas debajo de las áreas habitadas [casas o edificios públicos]”, señala el estudio. En 2013, por ejemplo, bajo el Parlamento argárico de La Almoloya (Pliego, Murcia), se encontró la tumba de una princesa con un espectacular ajuar compuesto por una diadema de plata, cuatro dilatadores de oreja de oro y plata, anillos, un puñal, brazaletes y piedras semipreciosas. Estas prácticas funerarias, diferentes según los grupos sociales a los que pertenecían los individuos enterrados, permiten a los expertos vincularlos entre sí, estudiar su extracción social, conocer las causas de sus muertes e, incluso, descubrir sus lugares de origen.

Tumba de un alabardero argárico enterrado con su pareja en La Almoloya.
Tumba de un alabardero argárico enterrado con su pareja en La Almoloya. UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA

Para conocer más de este pueblo, los investigadores del Instituto Max Planck de Leipzig y de la Universidad Autónoma de Barcelona seleccionaron 86 individuos del yacimiento de La Almoloya, de los que solo 68 conservaban perfiles idóneos para ser estudiados. Los análisis de ADN antiguo confirmaron que entre ellos existían 13 relaciones de primer grado (padre, hijos y hermanos) y 10 de segundo grado (nietos, sobrinos, abuelos, medio hermanos o primos). Lo llamativo de los datos obtenidos es que había más individuos de primer grado que de segundo, lo cual no resulta lógico en una pirámide generacional. Por lo general, siempre habrá más nietos que abuelos en una familia. La única respuesta posible a esta situación es que los integrantes del segundo grupo no fueron enterrados en el lugar.

La relación biológica entre los cuerpos resulta también muy curiosa. Se hallaron descendientes de un mismo linaje de varones de hasta cinco generaciones, pero ninguno correspondiente a una hija, hermana, hermano o medio hermano, aunque sí a sobrinos y nietos. Y lo más llamativo: ninguna de las 30 mujeres analizadas tenía relación genética con el resto de adultas. Por lo tanto, ni eran hermanas, ni hijas, ni sobrinas, ni tías, ni abuelas.

Parlamento argárico en La Almoloya.
Parlamento argárico en La Almoloya. UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA

Sin embargo, los expertos sí descubrieron que un hombre inhumado en La Almoloya estaba relacionado genéticamente con una mujer del yacimiento de Madres Mercedarias, en Lorca, a unos 50 kilómetros. “Esto podría sugerir, junto a que no existen relaciones consanguíneas entre mujeres adultas, la práctica de la exogamia femenina y de la patrilocalidad”, indican los autores. Es decir, las mujeres jóvenes abandonaron sus hogares (exogamia) en otras ciudades para vivir junto a su marido en La Almoloya (patrilocalidad). “Las mujeres adultas enterradas en tumbas dobles [principalmente con sus maridos] apoyan estas prácticas, ya que no cuentan con padres ni madres en el mismo asentamiento y, aparte de sus retoños, tampoco tienen otros parientes adultos, lo que sugiere que vinieron de fuera de la comunidad y que se integraron en ella a través de su unión con hombres locales”, explican.

“Hay que destacar que el hecho de que no encontremos relaciones de primer o segundo grado entre mujeres adultas en La Almoloya”, incide Vicente Lull, catedrático de Prehistoria de la UAB y codirector de las excavaciones de La Almoloya, junto a Rafael Micó y Cristina Rihuete, “sugiere que esta práctica pudo ser recíproca entre asentamientos, y que las mujeres jóvenes nacidas en La Almoloya también se mudaron a otros sitios. Pero la patrilocalidad no implica necesariamente la ausencia de movilidad de los hombres. De hecho, nuestros resultados también confirman la movilidad de estos últimos, como lo demuestra la presencia de menos parientes de segundo grado [nietos] que de primer grado [hijos] en el sitio”. Sin embargo, la total ausencia de cuerpos de hijas y nietas muestra que la patrilocalidad, con excepciones, era un hecho evidente. Además, si llegaban más mujeres que hombres, a la postre provocaría la aceptación tanto de la monogamia como de la poligamia.

Los investigadores se centraron también en el caso de dos niñas enterradas juntas (una de entre 14 y 17 meses y otra de 8 o 9 años), que eran medio hermanas por parte de padre. Su progenitor fue enterrado junto a una mujer que solo era madre de una de ellas. “El contexto arqueológico no proporciona pistas sobre si las dos madres vivieron al mismo tiempo o no, ni si este caso representa un ejemplo de monogamia en serie o de poligamia”. Sin embargo, el hecho de que las medias hermanas fueran sepultadas juntas refleja la conciencia (por parte de las personas que las enterraron) de la relación de parentesco entre las dos niñas, independientemente de sus diferentes madres biológicas, “y muy probablemente también significa el reconocimiento de la paternidad y que las uniones matrimoniales fueran temporales y solubles”. Es decir, que la sociedad aceptase la separación o el divorcio.

Tumba de guerrero de élite argárico antes de ser desenterrada.
Tumba de guerrero de élite argárico antes de ser desenterrada. UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA

La desigualdad social es otra característica sobresaliente del período argárico que los enterramientos analizados confirman. Los expertos han identificado tres clases sociales: una poderosa (10% de la población), otra con derechos político-sociales (50%) y una tercera de esclavos o servidumbre (40%). En el caso de La Almoloya, se han documentado cuatro tumbas de élite. La primera es una impresionante cista de lajas de piedra que contiene los restos de un hombre con una alabarda de cobre y una daga enterrado sobre una mujer. Otro de los enterramientos hallados corresponde también a la tumba principesca “lujosamente amueblada” para dos individuos que comparten riqueza y espacio simbólico, pero que no tienen ningún ancestro genético en el asentamiento, “lo que aumenta la posibilidad de que se trate de integrantes de una élite gobernante externa” que dirigió o se asentó en la ciudad en momento de crisis. La mujer estaba tocada con una diadema de plata que ceñía su cabeza.

Por lo tanto, concluyen los investigadores: “El número sustancial de individuos genéticamente no relacionados en las tumbas argáricas se explicaría por factores políticos y económicos, muy probablemente incrustados en un marco general de alianzas y conflictos”, en el que la consanguinidad y el matrimonio jugaron un papel destacado en esta enigmática cultura.

Fuente: El País/Vicente G.Olaya.

Qué es el holobionte y por qué puede cambiar nuestra forma de entender el mundo

Una entidad formada por la asociación de diferentes especies que se transforman en una unidad ecológica muestra la importancia de la simbiosis en nuestra salud y el planeta, y lleva a algunos expertos a cuestionar la existencia del individuo

En la naturaleza reina la competencia y el más fuerte sobrevive. O al menos eso hemos escuchado con frecuencia. Sin embargo, el planeta es mucho más complicado que eso, pues los terrícolas nos relacionamos con otras especies a niveles que, muchas veces, no sospechamos. Como dijeron alguna vez Lynn Margulis y Dorion Sagan, para comprender la verdadera complejidad de la vida se debe entender cómo los organismos se unen de formas nuevas y fascinantes.

De eso trata justamente el holobionte, un concepto que se refiere a una entidad formada por la asociación de diferentes especies que se transforman en una unidad ecológica. En otras palabras, cuando un animal o planta (anfitrión) vive en simbiosis con los microorganismos que hospeda (huéspedes o simbiontes), es un holobionte. Algo así como un conjunto de seres fusionados o un complejo multi-especie.

Scott F. Gilbert, biólogo evolutivo del desarrollo, profesor emérito de la cátedra Howard A. Schneiderman en el Swarthmore College y profesor emérito y distinguido en la Universidad de Helsinki, lo explica así: “Todos los organismos parecen ser holobiontes, y nosotros estamos compuestos no solo de las células derivadas del cigoto, sino también de bacterias, hongos y virus simbióticos. Cada animal es un bioma, un conjunto de ecosistemas interactivos. Además, estos microbios simbióticos no solo viajan con nosotros. Ayudan a crear nuestros cuerpos, regulan nuestros procesos metabólicos y generan nuestras capacidades inmunitarias. Esto tiene muchas implicaciones para nuestra forma de ver la vida”.

«Todos los organismos parecen ser holobiontes, y nosotros estamos compuestos también de bacterias, hongos y virus simbióticos. Cada animal es un bioma, un conjunto de ecosistemas interactivos

De hecho, nuestro vínculo con los microorganismos es tan profundo, que nos convertimos en el ecosistema donde viven, mientras ellos influyen en nuestro desarrollo, salud e incluso comportamiento.

Para la ecóloga microbiana y académica de la Universidad de Antofagasta Cristina Dorador, “el holobionte nos invita a pensar en distintas magnitudes. Pareciera que lo microscópico y lo inmenso no conversan, pero en realidad sí”. Así lo ha revelado el avance tecnológico. “El gran paso fue en la década del 2010 con las técnicas de secuenciación masiva de ADN, porque se descubrieron grupos microbianos completos que eran invisibles para las técnicas clásicas. Además, el Proyecto Microbioma Humano dio a conocer la diversidad microbiana en el cuerpo humano, echando por tierra algunas teorías que había en ese entonces”, agrega.

Humano microbiano

Quizá el ejemplo más conocido es la microbiota intestinal, la comunidad de microorganismos que nos permite degradar alimentos y que es clave para nuestro sistema inmune.

“Desde el punto de vista anatómico, aproximadamente la mitad de las células del cuerpo humano son microbianas. Además, cada especie de microbio no está asociada a nosotros al azar, sino que se encuentra en lugares concretos. Recibimos estos microbios al atravesar el canal del parto. Son regalos de despedida de nuestra madre. Estos microbios colonizan nuestro cuerpo, especialmente nuestro intestino, y ayudan a terminar nuestro desarrollo”, detalla Gilbert.

Como es de esperar, los microbios también juegan un rol en enfermedades que van desde la depresión hasta el cáncer. En efecto, los tumores tienen un microbioma asociado y la presencia de estos microorganismos explicaría por qué algunas personas son más sensibles a inmunoterapia.

En otro ámbito, hay estudios que muestran que el reemplazo de bacterias en el intestino ayudaría a disminuir el comportamiento de tipo autista en ratas. Dorador, quien participó en una investigación sobre autismo y microbiota, cuenta que “se ha reportado que alrededor del 40% de las personas en el espectro autista tienen algún problema gastrointestinal. Se ha determinado que ocurre un enriquecimiento de ciertos grupos de bacterias. Quisimos encontrar un modelo para explicar si este cambio a nivel microbiano, que no sabemos cómo ocurre, está generando unos metabolitos o productos que alteran de alguna forma la función neuronal”. Claramente, hay mucho por desentrañar aún.

Equipo más que individuo

El holobionte genera nuevas características morfológicas, fisiológicas, inmunológicas, entre otras, que no existen en las especies por separado.

El ejemplo favorito de la entomóloga Constanza Schapheer son los insectos que reciclan nutrientes, como las termitas. “Estos animales albergan en su sistema digestivo microrganismos como bacterias y protistas que contribuyen a que la termita absorba nutrientes que de otra manera no podría. La adquisición de simbiontes intestinales fue clave en la evolución de estos insectos. Ejemplos similares hay muchísimos en la naturaleza, dentro de los más paradigmáticos están los líquenes y corales”, precisa la también investigadora postdoctoral de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile.

Las vacas, en tanto, comen hierba, pero su genoma no produce enzimas capaces de digerir la celulosa u otros compuestos de su alimento. La buena noticia (para ellas) es que sus microbios simbióticos, ubicados en su rumen, se encargan de procesar lo que estos mamíferos no pueden.

«Lo que consideramos un ‘organismo’ es, en realidad, un conjunto de organismos integrados. Por ello, científicos y filósofos cuestionan la existencia del ‘individuo’ como lo entendemos usualmente

Además, algunos cambian cuando adquieren nuevos microorganismos. El biólogo estadounidense ejemplifica con el escarabajo rojo de la trementina: “Es una plaga menor en Estados Unidos, donde sus hongos simbióticos excavan agujeros en los árboles dañados. Sin embargo, cuando se exportó accidentalmente a China, el escarabajo obtuvo un nuevo conjunto de hongos simbiontes que le permitieron hacer agujeros en árboles sanos, matándolos”.

O sea, lo que consideramos un “organismo” sería, en realidad, un conjunto de organismos integrados. Por ello, científicos y filósofos, como Gilbert y sus colegas, han cuestionado la misma existencia del “individuo” como lo entendemos usualmente.

“Hemos evolucionado para esperar estos microbios simbióticos y sus señales. Así que cada uno de nosotros funciona como una comunidad o un equipo. Solo somos individuos en la medida que una comunidad se diferencia de otra comunidad o un equipo se diferencia de otro equipo. Yo soy el Equipo Scott Gilbert”, señala el científico, quien también ha participado en el libro Microhabitable.

Su importancia en la naturaleza

Entendernos como holobiontes no solo tiene implicaciones para nuestra salud, sino también para el medio ambiente.

Los seres humanos solemos conservar a especies o ecosistemas por separado, sin preocuparnos de mantener las relaciones y ciclos que sostienen los organismos en conjunto. Un bosque o desierto no pueden sobrevivir sin los vínculos que tejen sus macro y micro habitantes.

Esto inspiró a Schapheer junto a otras colegas a proponer el concepto de “holobionte ecosistémico” que se refiere a un holobionte que lleva a cabo procesos ecológicos clave para la conservación de la naturaleza.

«A ese fenómeno le llamamos propiedad emergente, ocurre gracias a un holobionte y es parte de un proceso ecosistémico clave. Nuestro planeta tiene sus condiciones gracias a estos procesos, es vital mantenerlos

Constanza Schapheer, entomóloga, Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile

Volvamos a las criaturas que descomponen materia orgánica, labor fundamental para tener suelos sanos que sostienen, por ejemplo, la agricultura. Si la degradación de dicha materia estuviera a cargo solo de microorganismos, sería muy lenta (debido a su diminuta talla), pero si poseen un compañero más grande —como un insecto— desarrollarán el proceso juntos con mayor rapidez y facilidad. Esto ocurre porque el animal, que los alberga en su tubo digestivo, tiene una mayor capacidad de desplazamiento y posee piezas bucales para fraccionar el material.

Schapheer explica que “a ese fenómeno le llamamos propiedad emergente, cuando esta propiedad ocurre gracias a un holobionte y es parte de un proceso ecosistémico clave, hablamos de un holobionte ecosistémico. Dentro de las razones por las que nuestro planeta tiene las condiciones que tiene es gracias a estos procesos, por lo cual es vital mantenerlos”.

Somos diversidad

Las crisis sanitarias, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático son algunos de los grandes problemas que enfrentamos actualmente. Entre las múltiples consecuencias está la ruptura de las relaciones simbióticas, como la degradación de los suelos que priva a las plantas de sus hongos y bacterias simbiontes, o el aumento de la temperatura del mar que estresa a los corales, los que en respuesta expulsan a sus microalgas, detonando el blanqueamiento.

Asimismo, el uso desmedido de biocidas (como antibióticos o desinfectantes) aniquila microbios con los que hemos evolucionado.

Gilbert subraya que “ser un holobionte significa que somos producto de nuestro entorno de formas que antes no imaginábamos. Un entorno sano es necesario para individuos sanos. Esto significa que el entorno debe ser sano para los microbios que necesitamos para que nuestro cuerpo funcione, así como para los microbios que ayudan a formar las plantas que comemos”.

Por ello, pensar en “modo holobionte” podría aportar tanto en la comprensión de los fenómenos como en posibles soluciones.

“Para la conservación de especies, más que conservar el individuo, deberíamos enfocarnos en conservar unidades funcionales, es decir, al conjunto de seres que componen al holobionte. De esa forma se consideraría a los organismos y procesos ecosistémicos para que el planeta siga funcionando”, asevera Schapheer.

Pero para Dorador también hay una lección de humildad: “Somos un ecosistema, donde también es importante compartir y cooperar. La simbiosis masiva que existe en el planeta y los holobiontes abren caminos para entender problemas complejos y nos ayudan a posicionarnos desde la diversidad”.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS – MATERIA / PAULA DÍAZ LEVI