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Del High Line de Nueva York a la Paz Waterfall Gardens, en Costa Rica: 10 sorprendentes jardines americanos

Uno de los mayores invernaderos de Sudamérica, paisajismo en California, vergeles salpicados de obras de arte y otras sorpresas verdes esperan en estos espacios al aire libre perfectos para cualquier pausa y para los amantes de la botánica

Excéntricas composiciones de cáctus y ágaves en medio del desierto, frondosos jardines tropicales en las islas del Caribe o un jardín lineal entre rascacielos de Manhattan. También cementerios ajardinados donde la belleza convive con la muerte. A continuación, proponemos un decálogo con ideas verdes y refrescantes para viajeros amantes de los jardines que desvelan espacios desconocidos en el continente americano. Gestionados por aficionados jardineros millonarios, por comunidades indígenas o por los propios municipios, todos estos espacios al aire libre tienen en común la belleza y la originalidad.

High Line (Manhattan)

Este jardín urbano no es realmente un jardín. En realidad, el High Line de Manhattan es el reflejo del espíritu de una comunidad, de un grupo de neoyorquinos que se movilizó para salvar de la demolición esta línea de ferrocarril en desuso del West Side, para reacondicionarla en beneficio de la naturaleza y de los habitantes de Nueva York. El recorrido, a nueve metros de altura sobre el tráfico, brinda a los vecinos y turistas la oportunidad de hacer una pausa en medio del bullicio. Inaugurada en 2009, ha sido inteligentemente ajardinada con plantas nativas, con varias zonas a lo largo de sus 2,3 kilómetros que meten la naturaleza en la Gran Manzana.

Inspirándose en las vías férreas abandonadas que son invadidas por flores silvestres, arbustos y hierbas, los paisajistas idearon un diseño que rinde homenaje a las especies autóctonas de la región y a la propia estética salvaje de la naturaleza. El High Line son 22 zonas, plantadas con arreglo al microclima reinante en cada tramo del paisaje industrial (lluvioso y ventoso; abrigado y soleado). Son como un libro de texto sobre las especies indígenas de Nueva York. Podemos estar atravesando un bosquete de abedules grises y guillomos arbóreos que toleran la sombra y, pocos pasos después, un tramo con plantas perennes heliófilas. Mientras tanto, revolotean en el paseo polinizadores y aves que dan vida a todo el conjunto.

El High Line de Mahattan (Nueva York).
El High Line de Mahattan (Nueva York).ALEXANDER SPATARI (GETTY IMAGES)

Su magia está también en los elementos del paisaje urbano anteriores a su creación, como las curvas del antiguo trayecto ferroviario y ángulos de edificios míticos o el ladrillo de construcciones antiguas. Ya sea para correr, pasear o cuidar las plantas como voluntario, y aunque en determinados momentos llega a estar demasiado lleno, caminar por este paseo elevado permite una mirada diferente sobre el ritmo de Nueva York.

Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis

El paseo por este jardín es un viaje, de planta en planta, por toda Colombia. El mayor jardín botánico del país sudamericano no es solo un refugio del ajetreo de Bogotá, el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis es también un viaje a través de las plantas, árboles y hierbas medicinales colombianas. Desde pinos, palmeras y plataneras hasta unas 4.000 especies de orquídeas, procedentes de las cumbres de la Sierra Nevada de Santa Marta o la costa.

Lo más representativo del jardín es el futurista Tropicario, el mayor invernadero de Sudamérica, que consta de seis cúpulas acristaladas: una para exposiciones temporales y cinco que recrean entornos botánicos del país. Al penetrar en el bosque húmedo tropical se tiene la sensación de que, pese a estar en un espacio cerrado, caminamos bajo un dosel verde envuelto en brumas. Este entorno contrasta con el bosque seco tropical, donde predominan cactus, suculentas y otras plantas desérticas, y con el superpáramo, una región por encima de los 3.960 metros sobre el nivel del mar. Las fotografías de gran formato que cubren las paredes transportan a esta zona de picos nevados y vegetación resistente.

Interior del Tropicario, en el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis.
Interior del Tropicario, en el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis.JEFF GREENBERG (JEFFREY GREENBERG/UNIVERSAL IMAG)

Hay también varias zonas al aire libre que pueden ser exploradas. La Rosaleda es un mar de fragancias, y se puede sentir la brisa bajo las esbeltas palmeras. Por los caminos van apareciendo helechos y flores, un herbario y gran variedad de árboles que protegen del sol y de los frecuentes aguaceros bogotanos. El jardín toma su nombre del botánico español José Celestino Mutis, que encabezó la Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada, hoy Colombia, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Aunque la biodiversidad que encontró ya era conocida por los pueblos indígenas, Mutis fue el primero que dejó constancia documental de esta riqueza natural y la reveló al mundo. Hoy el jardín continúa siendo un importante centro de investigación sobre los ecosistemas del país. La planta emblemática del jardín es el clavellino, una trepadora autóctona denominada Mutisia clematis en su honor.

Brookgreen Gardens (Carolina del Sur)

Los Brookgreen Gardens tienen todo el encanto de lo sureño y un punto de surrealismo. Quien entra en estos jardines en el sureste de Estados Unidos puede imaginarse dentro de un sueño: una avenida de colosales y retorcias encinas siempre verdes y cubiertas de musgo y, en la distancia, la estatua de un joven que lucha con un caballo encabritado. Estamos en el jardín con la mayor colección de estatuas figurativas del país. Fundada por Archer y Anna Hyatt Huntington, en 1931, esta propiedad de 36 kilómetros cuadrados protege una zona de la región del Lowcountry de Carolina del Sur con marismas, encinas, pinos de Virginia y lugares míticos del antiguo pueblo gullah geechee, un jardín botánico, galerías de arte, una ruta histórica y un zoo.

Algunas de las esculturas repartidas por Brookgreen Gardens, en Carolina del Sur (EE UU).
Algunas de las esculturas repartidas por Brookgreen Gardens, en Carolina del Sur (EE UU).JEFF GREENBERG (UNIVERSAL IMAGES GROUP VIA GETTY)

Las encinas siempreverdes son autóctonas del sureste de EE UU, donde abundan los ejemplares grandes y antiguos. En estos jardines, su majestuosa avenida de las encinas se transforma en diciembre durante la Noche de las Mil Velas, cuando estos árboles de más de 250 años se iluminan, adornados con guirnaldas de luces blancas que oscilan bajo las ramas y proyectan su brillo sobre el musgo. La gente, bien abrigada, bebe sidra caliente y se fotografía bajo los árboles señoriales. Todo el mundo se desea buena suerte bajo los musgos colgantes, envueltos en un cierto halo fantasmagórico. Durante esta celebración, la avenida se convierte en el centro de todo, y desde allí se ilumina la colección de magnolias, palmas de abanico y estatuas, todo realzado con las velas y las luces de colores.

El jardín está lleno de estatuas, como las siete que representan a Diana. Una de ellas, la Diana Cazadora, es un bronce de tamaño natural que corona una columna que emerge de un estanque ajardinado entre la entrada y la avenida. Esta obra, una de las más de 2.000 que hay repartidas, fue tan famosa que se utilizó en 1925 como insignia de una famosa marca de coches. Pero hay más dianas, como una que corre tensando su arco con un perro a los pies.

El otro gran atractivo de estos jardines es la ruta del Lowcountry, un recorrido inmersivo por una pasarela entre pinos de Virginia y encinas cubiertas de musgo. Esta ruta nos lleva a conocer al pueblo gullah geechee (conocidos como gullah en Carolina del Sur y geechee en Georgia), descendientes de los esclavos de África occidental y central que trabajaban en las plantaciones de la región. Los gullah geechee conservan su peculiar lengua y cultura criolla, y en la rotulación y los textos explicativos del sendero se va contando su historia.

Hunte’s Gardens (Barbados)

Damos un salto hacia el Caribe, donde el clima anima a muchos aficionados a la jardinería y muchas islas mantienen bonitos jardines botánicos o paisajísticos. Es el caso de los Hunte’s Gardens, una antigua plantación azucarera en el corazón de Barbados. Podría ser un simple jardín tropical en un sitio peculiar, pero el veterano horticultor Anthony Hunte siempre huyó de los convencionalismos. En un espectacular agujero cárstico en la antigua plantación de Castle Grant, Hunte’s Gardens ha convertido unas tierras antes dominadas por el monocultivo industrial en uno de los rincones más encantadores de la isla. El microclima de esta cueva resulta muy singular, y Hunte lo ha aprovechado al máximo para plantar una asombrosa variedad de flores sobre un fondo de vegetación exuberante que trepa por las empinadas paredes.

Hunte's Botanical Garden, en la isla caribeña de Barbados.
Hunte’s Botanical Garden, en la isla caribeña de Barbados.ALAMY STOCK PHOTO

Todo se adapta a un anfiteatro natural, cubierto por palmeras reales de 120 años con troncos robustos de un blanco grisáceo que se yerguen hacia el cielo y estallan en un mar verde en lo alto. Las copas de los árboles filtran la luz solar y, como reflectores, la dirigen hacia distintos puntos. Los visitantes reciben una cartulina con casi 100 especies para que intenten localizarlas; pero de entrada es mejor guardarla y contemplar el paisaje, todo un espectáculo realzado por la suave música clásica que pone el octogenario propietario y DJ.

Desde la vía de acceso varios senderos, unos de piedra y otros de grava, bajan hasta lo más profundo del jardín, coloreados por orquídeas y alegrías que lo llenan de intensos rosas, púrpuras y naranjas. Escondidas tras helechos y bromelias surgen de entre el follaje esculturas de piedra y curiosas antigüedades, de forma que el visitante se siente como un cazador de tesoros explorando un mágico mundo tropical.

Aunque el jardín tiene solo 1,2 hectáreas, su trazado está lleno de remansos escondidos: por todas partes, ramales del sendero conducen a minijardines dispuestos en torno a relajantes elementos de agua, esculturas o espectaculares grupos de heliconias. En muchos de estos jardincitos se han instalado bancos y sillas entre la vegetación, rincones ideales para leer un libro, hacer un pícnic o, sencillamente, sentarse en medio de tanta exuberancia.

Naa’Waya’Sum Coastal Indigenous Gardens (Canadá)

Tofino parece el fin del mundo. Este pueblo en la provincia canadiense de la Columbia Británica debe su nombre a un español: el cartógrafo, matemático y oficial naval español Vicente Tofiño de San Miguel (1732-1795). Queda apartado de la tierra firme de la Columbia Británica, pero aun así muchos viajeros hacen el esfuerzo de desplazarse hasta aquí para gozar de este rincón de Canadá.

Tofino se asienta en un bosque lluvioso costero, y los Naa’Waya’Sum Coastal Indigenous Gardens son un proyecto conservacionista impulsado por los tla-o-qui-aht. Dan protagonismo a las plantas tradicionales y la cultura de la región, y ofrecen actividades coordinadas por los indígenas.

Figuras de madera talladas por nuu-chah-nulth en Naa’Waya’Sum Coastal Indigenous Gardens, en la localidad canadiense de Tofino.
Figuras de madera talladas por nuu-chah-nulth en Naa’Waya’Sum Coastal Indigenous Gardens, en la localidad canadiense de Tofino.ALAMY STOCK PHOTO

Los antiguos Tofino Botanical Gardens se abrieron al público en 1997 con una combinación de bosque lluvioso y plantas cultivadas. Su fundador, George Patterson, conservó la propiedad de estos jardines junto al mar hasta 2021, cuando vendió los terrenos a una organización indígena: el Programa de Innovación de Zonas Indígenas Protegidas y Conservadas (IPCA). El objetivo del IPCA es combinar la tradición indígena con la ciencia moderna para promover el conservacionismo y la acción climática. En Tofino, este jardín botánico (cambió de nombre en 2022) se está convirtiendo en un foco de activismo climático. La visita apoya este proyecto y permite conocer la importancia de estas tierras para las comunidades locales.

Naa’Waya’Sum, nombre indígena del jardín, proviene de la palabra nuu-chah-nulth que designa los bancos de cedro donde los viejos comparten sus conocimientos con las jóvenes generaciones. A los visitantes se les anima a sentarse en el jardín para respirar el aire del bosque lluvioso y gozar de su paz y tranquilidad. Bajo altos cedros y abetos, una red de senderos atraviesa el bosque y bordea el mar, y durante el paseo se recorren pequeñas parcelas con plantas medicinales y ornamentales. En el jardín suelen trabajar tallistas nuu-chah-nulth, y los visitantes pueden observarlos en su tarea, hacerles preguntas y aspirar el olor de la madera mientras sus creaciones cobran forma. A lo largo de los senderos se van emplazando las esculturas de piedra y de madera modeladas por estos artistas.

Mount Auburn Cemetery (Cambridge, Massachusetts)

En lo alto de una loma, todo respira romanticismo bajo los bosques de robles del Mount Auburn Cemetery: es un jardín y un arboreto, pero también la última morada de casi 100.000 personas. Inaugurado en 1831, fue el primero de los cementerios ajardinados de Estados Unidos. Antes, los muertos recibían sepultura en los camposantos de las iglesias, cada vez más insalubres. Dos bostonianos eminentes, un médico y un profesor de Botánica de Harvard propusieron una solución: un camposanto donde las tumbas pudieran coexistir con árboles y arbustos; así se solucionaría el problema del espacio y la muerte parecería menos aterradora.

Hoy resulta imposible pasear por estos caminos arbolados sin meditar sobre la mortalidad. Muchos de estos árboles —robles blancos y hayas, gingkos y sauces llorones, arces y pinos— están aquí desde hace muchas generaciones, y aquí seguirán dando sombra a las tumbas, mausoleos y monumentos. Pero Mount Auburn no es un lugar deprimente. En primavera, el aire huele al perfume de rosas, lilas, azaleas, glicinias, madreselvas y peonías. En verano, las capillas acogen cuartetos de cuerda y artistas. En otoño, los pavos salvajes se pasean por los senderos. En invierno, los niños gritan en los montículos de la nieve recién caída.

La Bigelow Chapel, en el Mount Auburn Cemetery de la localidad estadounidense de Cambridge (Massachusetts).
La Bigelow Chapel, en el Mount Auburn Cemetery de la localidad estadounidense de Cambridge (Massachusetts).BOSTON GLOBE (BOSTON GLOBE VIA GETTY IMAGES)

Lo más nuevo de este espacio es el jardín de Asa Gray, que establece un vínculo entre el cementerio y el mundo exterior con sus 170 especies de plantas de Asia oriental y el este de Estados Unidos, fruto de la labor del botánico que le da nombre. Más allá, las agujas y vidrieras de la Bigelow Chapel ponen una nota de dramatismo, mientras que la Story Chape,l de estilo rural inglés, supone un suave contrapunto. Los kilómetros de senderos que culebrean a través de prados, jardines y bosques invitan a reflexionar, pero también a fijarse en detalles a veces frívolos. Nos entristecemos al ver un cochecito de piedra que recuerda a un niño, pero el amor se renueva con una romántica carta grabada en una lápida y la cita en la tumba de un payaso del siglo XIX mueve a la risa.

Desert Botanical Garden (Phoenix, Arizona)

Hay que romper las ideas preconcebidas que tengamos sobre flora del desierto: en el Desert Botanical Garden de Phoenix conviven los ágaves y cáctus, organizados en instalaciones artísticas sorprendentes. Este jardín de Arizona es una obra de arte, como una performance en la que las plantas y las estructuras juegan con el visitante.La travesura aparece pronto en el Sonoran Desert Loop, una de las cinco rutas temáticas que discurren por las 22 hectáreas de jardines cultivados. Mientras se camina, la escena empieza a parecerse a la fiesta más loca de la ciudad: los brazos de los saguaros dan la bienvenida, las pequeñas chollas oso de peluche son una peluda explosión de júbilo, los ocotillos bailan a su aire, las tuneras traman algo… ¿Y el puñado de elegantes pitayas dulces? Bueno, esas se han equivocado de fiesta, pero se apuntan a cualquier juerga, si no hace mucho frío. Aparte de su elegancia, algunas de estas pitayas dulces tienen una historia detrás: son cactus rescatados, porque fueron salvadas de la actividad destructora de la minería en otros puntos del Estado. Gracias a la misión del jardín, proteger la flora del desierto, aquí medran desde entonces.

Visitantes paseando por el Desert Botanical Garden, en la ciudad de Phoenix (Arizona).
Visitantes paseando por el Desert Botanical Garden, en la ciudad de Phoenix (Arizona).ALAMY STOCK PHOTO

¿Otro detalle surrealista? Las flores de cactus, que empiezan a aparecer a mediados de febrero. Puede ser una solitaria flor blanca en lo alto de un árbol o las flores de colores en otro rincón, pero son como prodigios visuales que rompen la monotonía.

Para completar el panorama, en el Butterfly Pavilion aletean unas 2.000 mariposas y también el arte está muy presente en el jardín: todos años, de octubre a finales de mayo, se instalan obras de algún artista prestigioso. Deslumbrantes trabajos en vidrio soplado, sensuales esculturas, instalaciones siempre heterogéneas que complementan la desnuda majestuosidad del desierto. Con independencia de su propósito, todas las instalaciones añaden lo mismo: realzar estéticamente el paisaje y dotar de un poco de glamur a las montañas cubiertas de maleza y las extensiones de plantas del desierto. Lo mejor de todo: cuando las colinas rojas se encienten al atardecer y las flores reflejan la última luz del día, entonces el espectáculo es insuperable.

The Butchart Gardens (Victoria, Canadá)

En estos jardines situados en la isla de Vancouver, cerca de Victoria, la capital de la Columbia Británica, lo más espectacular es el paso de las estaciones. Cada una dibuja un paisaje completamente diferente, desde la floración otoñal de los cerezos hasta las luces navideñas. Y a la belleza botánica se añade una historia interesante. Este lugar fue el sueño de Jennie Butchart, que transformó la cantera y la fábrica de cemento que poseía con su marido Robert en los jardines más espectaculares de la región. En 1904, los Butchart llegaron a Vancouver para fundar una cementera y explotar los depósitos calizos de la región. En aquellos terrenos construyeron su casa, a la que llamaron Benvenuto, y Jennie empezó a trabajar con un paisajista japonés en el diseño de un jardín nipón. En 1909, agotados ya los depósitos calizos, Jennie abordó la tarea de crear un jardín rellenando la cantera, que se convertiría en el jardín hundido. Nueve años tardó en terminarse esta parte que hoy consta de 150 parterres con una fuente de 21 metros en un extremo. Desde el mirador se divisan todos los árboles de flor y parterres de plantas anuales, y se aprecia la extraordinaria intuición de Jennie para la jardinería.

Butchart Gardens, cerca de Victoria, en la isla de Vancouver (Canadá).
Butchart Gardens, cerca de Victoria, en la isla de Vancouver (Canadá).WOLFGANG KAEHLER (LIGHTROCKET VIA GETTY IMAGES)

Los Butchart continuaron ampliando su creación, y de una pista de tenis surgió el jardín italiano donde hoy se puede descansar tomando un helado. En la rosaleda plantaron 2.500 rosales de 280 variedades. Las plantas exóticas y los cuidados parterres dan a los jardines una apariencia geométrica, pero entre la vegetación y los árboles subsisten elementos que recuerdan que se camina por un bosque lluvioso costero. Al recorrer los senderos bordeados de flores es posible imaginarse en otra época, cuando los parterres se podaban con mimo y se paseaba entre las flores, quizá bajo una sombrilla o un Fedora para protegerse del sol de la tarde. Y para rememorar aquellos tiempos, nada mejor que un té servido en la antigua casa de los Butchart.

Aunque su diseño se inspira en los vergeles europeos, The Butchart Gardens se encuentran en la tierra tradicional de los indígenas wsáneć, como recuerdan los dos tótems labrados por tallistas aborígenes para celebrar el centenario de los jardines. Aunque Robert falleció en 1943 y Jennie, en 1950, el legado familiar y los jardines perviven con su tataranieta Robin-Lee Clarke, la actual propietaria.

The Huntington Botanical Gardens (San Marino, California)

The Huntington Botanical Gardens fueron creados en 1919 por Arabella Huntington y su tercer marido, el magnate ferroviario e inmobiliario Henry E. Huntington. El matrimonio era inmensamente rico y coleccionaban ávidamente arte, libros raros y, particularmente Henry, plantas. Con los años, las plantaciones de su rancho en el sur de California evolucionaron desde simples huertas hasta impresionantes colecciones de orquídeas, cactus y especies raras y curiosas de todo el mundo.

Un ejemplar de Aro Gigante en The Huntington Botanical Gardens, en San Marino (California).
Un ejemplar de Aro Gigante en The Huntington Botanical Gardens, en San Marino (California).JASON ARMOND (LOS ANGELES TIMES VIA GETTY IMAG)

Hoy podemos recorrer el jardín japonés, parando para ver con detalle los bonsáis y las piedras suiseki. Pero también podemos pasear a la sombra de 90 especies de palmeras procedentes de regiones áridas y subtropicales del mundo. El jardín de cactus posee una de las colecciones más grandes y antiguas de planeta. Con una extensión de algo más de 50 hectáreas, los 15 jardines temáticos del Huntington, resultado de más de un siglo de entrega a la horticultura, transportan a los visitantes por climas diferentes. Lo mejor es quizá seleccionar solo algunos jardines y dedicarles un día sin prisas, confiando en poder volver. La sección más reciente es el jardín chino, el mayor fuera de China, cuyos pabellones están unidos por gráciles puentes. Menos conocida, pero igual de fascinante, es su colección de cícadas, un fósil viviente que se remonta centenares de millones de años atrás y se propaga por las semillas de sus piñas.

Más allá de las flores, los amantes del arte y las humanidades deben dejar tiempo para las colecciones ajenas a la botánica, con tesoros como una Biblia de Gutenberg y libros de Marco Polo en la Huntington Library, y obras de Edward Hopper y Thomas Gainsborough en el museo de arte.

La Paz Waterfall Gardens Nature Park (Costa Rica)

En Costa Rica, buena parte del país puede considerarse un jardín tropical, pero además hay algunos vergeles en su estricto sentido, como La Paz Waterfall Gardens Nature Park, una suerte de oasis para que los paseantes se sientan como protagonistas de un cuento de hadas. Escondido en la ladera del volcán Poás, estas 28 hectáreas de terreno ondulante entre los 1.200 y 1.500 metros fueron en su día un rancho de ganado, caballos y cabras. El suelo volcánico y el clima frío no eran propicios para la mayoría de las plantas tropicales, y las frecuentes lluvias se llevaban todo por delante menos los especímenes más resistentes; pero, cuando el estadounidense Lee Banks compró la propiedad en la década de 1990, quería un jardín. Banks y sus empleados reunieron miles de jengibres, heliconias y otras plantas tropicales, y siguieron las normas para conservar estas delicadas bellezas pero, a los pocos meses, casi todas habían muerto. Decepcionado, Banks las arrancó y, siguiendo el consejo de sus vecinos, plantó especies adecuadas a aquella altitud como calas, cannas, hidrangeas y papiros de montaña. Todas salieron adelante, y luego añadió bananos de flor y docenas de especies de raras bromelias de altitud que le regalaron los vecinos. Un año después se produjo una sorpresa: varias de las plantas tropicales rebrotaron bajo las otras plantas. Banks las clonó, las dispersó por el jardín y vio cómo prosperaban.

Una cascada en La Paz Waterfall Gardens Nature Park, en Costa Rica.
Una cascada en La Paz Waterfall Gardens Nature Park, en Costa Rica.ALAMY STOCK PHOTO

Pero La Paz es algo más que un jardín. Las plantas fueron solo el principio. Con los años, Banks añadió un hotel de cinco estrellas (The Peace Lodge), tres restaurantes, dos piscinas, un estanque de truchas y un centro de rescate de animales con la fauna más representativa del país. Hoy, los visitantes pasean en un observatorio de mariposas, atraen a los colibríes hasta los comederos y observan cómo los jaguares devoran carne fresca. A través del bosque corre un sendero flanqueado por micro-orquídeas y jalonado de plataformas asomadas a cinco cascadas de 20 a 37 metros de altura, que pueden contemplarse desde todos los ángulos. La incorporación más reciente es un spa de dimensiones catedralicias junto al lago, con yoga, meditación y salas de vapor, que se llena a diario de jengibres y heliconias, porque las flores tropicales nunca descansan.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / LONELY PLANET

El deshielo climático está frenando la rotación de la Tierra

La alteración afectará a la sincronía entre el tiempo astronómico y el marcado por los relojes atómicos

El deshielo climático está frenando la rotación de la Tierra
El deshielo de las masas heladas terrestres añade agua a la porción líquida del planeta, alterando su rotación. En la imagen, la desembocadura del glaciar Shoesmith, en la Antártida, el pasado mes de febrero.SEBNEM COSKUN (ANADOLU/GETTY IMAGES)

El deshielo provocado por el cambio climático está afectando a la rotación de la Tierra. La redistribución de las masas heladas ahora líquidas estaría frenando el giro del planeta sobre su eje como si fuera un patinador que alarga los brazos. El fenómeno, que se une a otros que están afectando al movimiento terrestre, como el frenazo en el núcleo, tendrá su impacto en el tiempo, aumentando la falta de sincronía entre el tiempo universal y el atómico.

Las matemáticas dicen que un día tiene 86.400 segundos, pero se equivocan. Los días en la Tierra no tienen esa exactitud en su duración porque la rotación terrestre no es regular. Entre los factores que intervienen en esta irregularidad están la fricción de las mareas o el hecho que el planeta no sea una esfera sólida, sino que esté formada por diferentes masas sólidas o líquidas, tanto en su superficie como en el interior. A pesar de tal irregularidad, se aceptaba el segundo astronómico como base del tiempo universal (UT1). Pero en 1967, la definición internacionalmente aceptada del segundo cambió. La medición del tiempo, que había estado vinculada a la rotación de la Tierra, pasó a ser determinada por los primeros relojes atómicos, la base del Tiempo Universal Coordinado (UTC por sus siglas en inglés). Pero su precisión es tal que la falta de sincronía entre el tiempo universal y el UTC había que recuperarla mediante la introducción de un segundo intercalar cada cierto tiempo. Ahora aparece un problema nuevo, la necesidad de restar un segundo en vez de sumarlo, un problema que tiene que ver con el deshielo climático.

La conexión la ha establecido el investigador de la Universidad de California en San Diego (Estados Unidos) Duncan Agnew. Durante años, Agnew ha estudiado el llamado rebote postglacial. A lo largo de más de 100.000 años, buena parte del hemisferio norte estuvo cubierta de hielo. Pero no era una fina capa. Como sucede en la Antártida hoy, se trataba de una capa de dos o tres kilómetros de altura. Con el fin de la última glaciación, hace unos 11.000 años, la corteza terrestre, liberada de tanto peso, se fue elevando, trastocando con ello la rotación del planeta. Esto ha provocado que los días se hayan ido alargando. A este ajuste isostático, Agnew añade ahora el acelerado deshielo que se está produciendo en las masas heladas continentales, como las de Groenlandia, por culpa del cambio climático.

“El agua de deshielo va al océano y eleva el nivel del mar. Esto equivale a una transferencia de masa desde los polos hacia el ecuador, lo que ralentiza la velocidad de rotación de la Tierra”, dice en una nota Agnew. Según detalla en un trabajo publicado en la revista científica Nature, hasta 1990, las mediciones de la gravedad del planeta mostraban que estaba girando más rápido. Pero sus mediciones basadas en los registros de los satélites, encuentran que esta tendencia se ha invertido y ha hecho que la Tierra gire más lentamente.

La investigadora en el Laboratorio de Física de Altas Energías de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (Suiza) María Vieites, no relacionada con esta investigación, compara lo observado por Agnew con el patinaje artístico: “El hielo que se concentra en los polos funciona como los brazos del patinador. Arriba, están muy cerca del eje y eso facilita el giro, pero al bajarlos y extenderlos, se frena”. Como las extremidades, el agua deshelada se extiende por todo el planeta en una redistribución de la masa que afecta a la rotación.

El frenazo del núcleo terrestre

Agnew introduce también otro factor en su ecuación. Además de la fricción de las mareas y el deshielo, en la irregularidad de la rotación terrestre también interviene el comportamiento del núcleo del planeta, que también es líquido. En enero de 2023 se comprobó que el núcleo terrestre se estaba frenando, llegando incluso a girar en sentido contrario al resto del planeta. El frenazo va a afectar al tiempo. “La extrapolación de las causas del cambio en la velocidad de rotación de la Tierra apunta a que, para 2029, la escala de tiempo generalmente utilizada requerirá, según las reglas actuales, que un minuto dure solo 59 segundos”, dice el geofísico estadounidense. “Esto nunca había sucedido antes y plantea un gran desafío para garantizar que todas las partes de la infraestructura de cronometraje global muestreen la misma hora”, añade.

Actualmente, el Tiempo Universal Coordinado se calcula gracias a unos 450 relojes atómicos repartidos por todo el planeta. Su señal se difunde en tiempo real por unos 80 laboratorios de tiempo. Son la base temporal de internet, sistemas financieros, satélites… Desde 1972, las irregularidades en el movimiento de la Tierra han obligado a sumar 27 segundos intercalares, a intervalos irregulares y con un máximo de solo seis meses de anticipación cada vez. Lo que muestra este trabajo es que ahora tendrán que enfrentarse a lo contrario, a restar un segundo.

“El segundo intercalar negativo nunca se ha implementado”, recuerda el capitán de fragata Héctor Esteban Pinillos, jefe de la Sección de Hora del Real Instituto y Observatorio de la Armada (ROA), el organismo encargado de fijar la hora oficial en España. “No sabemos cómo afectará a los distintos sistemas, en especial a los más antiguos”, añade. Que los segundos intercalares siempre hayan sido positivos, podrían haber llevado a que “los programadores no hayan tenido en cuenta el segundo negativo en el código”, completa. Pero el capitán cree que, en su momento, “el impacto será económico, pero no se caerá internet”.

Sin embargo, el problema lo tendrán dentro de unas décadas. Desde los años 70 del siglo pasado, los segundos intercalares se fueron añadiendo al último minuto del año o al primero del siguiente, aunque había grandes empresas como Amazon o Google que lo repartían a lo largo de las 24 horas previas o siguientes. Pero la Oficina Internacional de Pesas y Medidas (BIPM, por sus siglas en francés), coordinador mundial de la metrología, estudia jubilar este método de ajustes. La lógica hasta ahora la explica María Dolores del Campo, directora de la división de magnitudes mecánicas e ingeniería del Centro Español de Metrología: “para que el UTC fuese en concordancia con la escala de tiempo calculada a través de la rotación de la tierra (UT1) se añadía un segundo cada vez que la diferencia entre ambas se acercasen a 0,9 s. Si la diferencia fuese negativa, por el cambio en la velocidad de rotación de la tierra, habría que quitar un segundo”.

Pero no va a hacer falta porque, como cuenta Del Campo “en la Conferencia General de Pesas y Medidas de 2022 se aprobó dejar de introducir segundos intercalares (ni positivos ni negativos) hasta el año 2035, ya que es un problema en todos los sistemas de comunicación y de posicionamiento el tener que introducir esta corrección”. Lo que se vaya a hacer a partir de ese año aún está por decidir, pero Del Campo apunta que la idea con más posibilidades de convertirse en norma sea la de “no introducir de nuevo los segundos intercalares hasta que la diferencia entre UTC y UT1 sea mayor que, por ejemplo, un minuto; lo que puede llevar a no tener que introducirlos hasta tal vez dentro de más de un siglo”.

Fuente: El País / Miguel Ángel Criado.

El bisonte americano reconquista México para luchar contra el cambio climático

El mamífero terrestre más grande de América contribuye a la regulación de los pastizales de la reserva de El Carmen (Coahuila), que acumulan grandes cantidades de carbono

American bison in El Carmen Nature Reserve
Un bisonte americano en la Reserva Natural El Carmen en 2020.CONAP

Decenas de bisontes americanos pastan en los amplios campos abiertos de El Carmen (Coahuila), una reserva de 140.000 hectáreas, casi del mismo tamaño que Ciudad de México. Las llanuras del norte del país habían olvidado el paso del mamífero, erradicado hace 100 años tras décadas de caza indiscriminada y destrucción de su hábitat. En 2021, y tras una iniciativa liderada por la cementera mexicana Cemex, los bisontes volvieron a recorrer los pastizales, un suelo que acumula grandes cantidades de carbono, lo que lo convierte en clave para la lucha contra el cambio climático. A la reserva llegaron 19 bisontes, y ya son más de 90 en el lugar. La cotidianidad del mamífero le convierte en un actor fundamental para regenerar la vegetación del pasto y para mantener a cientos de especies que conviven con él.

“La poda pareja de los pastos [que producen los bisontes al comer] ayuda a aumentar la diversidad de plantas en el terreno. También cuida la regeneración de los ecosistemas, al llevar las semillas de un lugar a otro en su aparato digestivo y defecarlas”, explica Rurik List, investigador de Ciencias Ambientales en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). El bisonte es un animal sobrio, que impulsa sin darse cuenta a otras especies para sobrevivir en los espacios que habita. Con sus 800 kilogramos de peso, aplana el pastizal a su paso, una alteración que ayuda a roedores como el perrito llanero, que necesitan que el pasto sea corto para vigilar a los depredadores.

Cemex realiza diferentes iniciativas de conservación para tratar de compensar el impacto de sus operaciones. La empresa cuenta con más de 250 canteras activas alrededor del mundo, y trata de minimizar su huella desde varias ópticas: rehabilitando los lugares que explotaron; preparándose antes de iniciar los trabajos para proteger su biodiversidad, e impulsando el cuidado de espacios como la reserva de El Carmen, donde llegaron hace 22 años. “Desde el inicio de la reserva, se hicieron una serie de estudios para determinar qué era lo más adecuado. Se levantó un inventario de flora y fauna para determinar cuáles eran los objetos de conservación a los que teníamos que dar retención. Y se hizo un análisis para ver el estatus del hábitat”, cuenta Alejandro Espinosa, director de la reserva de El Carmen.

1.000 kilos y un paseo de 14 kilómetros

El bisonte es un animal calmado que recorre los campos con tranquilidad. Es el mamífero terrestre más grande de América: mide más de 1,60 metros de altura y puede llegar a superar los 1.000 kilogramos. Espinosa aún mantiene la curiosidad sobre el animal: “¿Sabías que un bisonte puede llegar a caminar hasta 14 kilómetros diarios?”. En su largo paseo, el bisonte se rasca contra los árboles para aliviarse del comezón de las moscas. El pelo que suelta es utilizado por las aves para sus nidos, lo que contribuye una vez más a la conservación de otras especies.

Su paso por los pastos mantiene la biodiversidad de la zona. “Orinan y defecan. Cuando se mueren, son 800 kilos de fertilizante que se van descomponiendo. Cuando acaban de morir, también se alimentan de ellos los carroñeros; y cuando están vivos, se los comen, ocasionalmente, los lobos, más ocasionalmente los osos grises y más ocasionalmente los pumas. También son una especie presa”, explica List.

El director de la estadounidense Asociación Nacional del Bisonte (NBA, en sus siglas en inglés), Jim Matheson, presenta el instinto salvaje del mamífero americano como una de sus claves. “El bisonte nunca fue domesticado y, como tal, conserva los instintos innatos de pastoreo que lo convierten en el rumiante ideal para recuperar los pastizales norteamericanos”, explica. El investigador de la UAM presenta al mamífero como “una especie ecológicamente clave”, con un gran efecto sobre el ecosistema en relación con su cantidad.

Un pulmón escondido en la llanura

Cemex comenzó a rehabilitar la zona de la reserva hace 22 años de la mano de autoridades ambientales, universidades, científicos y con el apoyo del Servicio Nacional de Parques de Estados Unidos. Más de dos décadas después, el paisaje es diferente. “Era raro ver una cobertura vegetal amplía, había muchas rocas, acababa de pasar todo el proceso del sobrepastoreo. El lugar estaba dividido en potreros, con cercos. Una de las primeras acciones que se hicieron fue la de abrir el paisaje […] Se restauraron más de 20.000 hectáreas de pastizales que estaban invadidas por matorrales y después de ciertos años de trabajo, notamos que ya era el momento para la especie nativa de la zona que naturalmente pastoreaba”, añade Espinosa. Los bisontes fueron una de esas especies metódicamente seleccionadas. La empresa trató de escoger a los ejemplares menos cruzados con otros animales –para su supervivencia se reprodujeron anteriormente con el ganado–. El resultado fueron 18 bisontes (tres machos y 16 hembras) traídos de otros campos de Norteamérica.

Los pastizales son uno de los pulmones escondidos del planeta. La organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) defiende que estos terrenos permiten almacenar y capturar una mayor cantidad de carbono que los ecosistemas de bosque, capturando hasta el 30% del CO2 del planeta. A estas características, List suma una más: la resistencia a los incendios. “El 90% del carbono de los pastizales está bajo el suelo. Si hay un incendio, se quema el 10%, pero queda el 90%, que, en cuanto lleguen las lluvias, va a volver a crecer. A diferencia de los bosques como los del programa Redd+ –dedicado al almacenaje del carbono–, cuyas reservas de carbono pasan a la atmósfera al quemarse”, afirma el investigador.

La Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) calcula que los pastizales pueden llegar a absorber hasta 45 toneladas de carbono por cada hectárea. Las 140.000 hectáreas de la reserva multiplican notablemente la cifra, al alcanzar unos teóricos 6,3 millones de toneladas.

Escaso en México, icónico en EE UU

En la reserva de Coahuila ha nacido este año la segunda generación de crías nativas del lugar, lo que da señas de su asentamiento. Espinosa ha contado, hasta el momento, un total de 94 bisontes americanos. La Conanp recoge que en territorio norteamericano había entre 30 y 60 millones de bisontes hace 300 años, pero para 1880, la población se redujo a poco más de 1.000.

Matheson cuenta que desde el organismo Lista Roja de la UICN, en el que se encargan de determinar cada cinco años las posibilidades de extinción de distintas especies, han visto como el bisonte se ha mantenido fuera de peligro. “No ha estado amenazado de extinción durante varios años, y la manada ha proliferado en todos los frentes interesados –privado, agrícola, tribal y de conservación– en los últimos años. Creo que la manada de bisontes actual es bastante estable, en realidad”, asegura.

El animal cuya existencia fue una importante fuente de alimento y pieles para los pueblos nativos de Norteamérica ha vuelto a pisar con fuerza las tierras del norte de México. En solo dos años, su población ha crecido en más de 60 ejemplares, y su presencia da un impulso a los pastizales norteños. “Tienes bisontes, tienes pastizales; tienes pastizales, tienes carbono en el suelo. Pierdes los bisontes y empiezas a tener una pérdida del pastizal”, concluye List.

Fuente: El País/ Rodrigo Soriano.

Baños de bosque o sentir la naturaleza frente al estrés: “Estaba de baja y quería dejarlo todo. Lo cambió algo tan sencillo como mirar las estrellas”

El Escorial, la Selva Negra en Alemania o Sierra Nevada son algunos de los focos para vivir esta práctica importada de Japón que consiste en conectar con lo natural para mejorar la salud de cuerpo y mente y, sobre todo, divertirse

Amenaza lluvia, pero la mañana en el bosque milenario aún es preciosa. El sol del otoño tinta las hojas de robles y endrinos, y el verdor del musgo es intenso. La humedad revuelve el aire, los aromas —tomillos, lavanda, hojas, resinas— achican el estrés y unen al bosque. Esta, al menos, es la tesis que defiende el Ministerio de Salud de Japón, pero también publicaciones de universidades como Oxford, Harvard y nuestro guía. “Pero lo más importante es que nos divirtamos, que sea un placer”, dice animoso Txema Ventura, creador de la empresa Baños de Bosque Madrid, mientras avanzamos hasta el grupo que hoy es excepcional. Siete adultos y otros tantos adolescentes, ataviados con paraguas, playeros y ropa para caminar, esbozan sonrisas en unos rostros que, a juzgar por la expresión, creen estar a punto de atravesar una frontera sin vuelta atrás. Así va a ser. “Lo primero es contaros qué es un baño de bosque”, prosigue Ventura tras invitar a los asistentes a recoger unos cuadernitos de tamaño minúsculo hechos con papel reciclado en los que, sugiere, apuntar los detalles de la aventura.

La ciudad de Madrid está a nuestra espalda, el bosque milenario de La Herrería frente a nosotros, la fuente con agua cristalina pero no potable a nuestros pies. “El baño de bosque nació en Japón cuando el ministerio forestal y el de salud se pusieron de acuerdo para investigar. ¿Quién ha visto que dos ministerios se unan para hacer algo?”, bromea el guía antes de seguir. “Allí comenzaron a recetar, como muchos recetan pastillas, baños de bosque”, introduce mientras se coloca de espaldas a árboles de sólidos troncos que se enroscan sobre sí mismos con majestuosidad. Ventura —mediana edad, barba y pelo gris— era consultor de grandes firmas, pero tras viajar con su familia por el mundo prefirió regresar al bosque de su infancia y compartir sus beneficios. Hoy, Txema y su pareja son responsables de que un par de miles de personas hayan descubierto la faceta curativa del bosque.

Esta mañana es excepcional por varios motivos. Para empezar, hay muchos adolescentes y eso no es normal porque la actividad suele dirigirse solo a adultos. Además, el leitmotiv es conectar con el bosque a través de los sentidos. En las próximas cuatro horas recorreremos cinco kilómetros. Es decir: nada exigente. Pero lo importante en el baño de bosque no es caminar, sino usar la naturaleza para poder conectar con uno mismo.

Ventura propone primero catar el agua cristalina que bulle del grifo de un abrevadero. Después, buscar, probar y renombrar bayas salvajes comestibles. Pronto, a juzgar por las expresiones de júbilo de los más mayores, es obvio que la naturaleza es el medio para lograr sentirse bien, recuperar las fuerza, conectarse. Y se consigue. La mayoría repite.

Eliminar el estrés

“Yo vine la primera vez con la empresa. Estaba muy estresada, y lo noté”, afirma convencida Cristina, una mujer que hoy cumple 34 años, trabaja como consultora de calidad y ha querido vivir la experiencia con su pareja. Al igual que ella, muchas otras personas vienen al baño del bosque para minimizar su estrés. Otros, para cambiar de vida.

Aunque parece imposible que algo tan sencillo como estar en la naturaleza con atención plena durante unas pocas horas pueda cambiar tanto en el organismo, la investigación lo ha corroborado una y otra vez. “Los efectos en el organismo se miden fácilmente. La saliva sirve para ver cómo se reduce el cortisol, que se asocia al estrés, con una jornada de baño de bosque”, afirma Ventura.

En Japón, la práctica del baño de bosque (denominada Shirnin Yoku), en efecto, nació hace ya unos 40 años por prescripción estatal. Por un lado, se pretendió usar los bosques que ocupan el 65% de su superficie y, por otro lado, para remediar el estrés que se convirtió en una plaga, cuyos efectos en el país nipón en ese tiempo llegaban hasta la muerte por colapso.

La práctica del baño de bosque hoy se receta, sus efectos sobre el organismo se investigaron en Japón y se investigan en el resto del mundo, también en España. Por ejemplo, el doctor Quing Li, presidente de la asociación de medicina forestal, máximo experto en el tema y autor del libro El poder del bosque (Roca Editorial), afirma que un baño de bosque durante dos días seguidos tiene efectos antidepresivos y ayuda al sistema inmunitario.

En el Reino Unido, la doctora Kirsten McEwan, profesora asociada de la universidad de Derby, descubrió que las personas que hacen Shirnin Yoku en bosques viejos reducen su ansiedad el 29% en dos horas de práctica. Pero no hay que ir tan lejos para ver investigación al respecto. Secundino López, médico neurólogo, comprobó los efectos positivos del baño de bosque para combatir la fibromialgia en Girona. En Cataluña, de hecho, se han implementado varios recorridos en el bosque con este fin. Otros lugares como Pontevedra, por ejemplo, recomiendan la práctica desde la Diputación.

El uso del bosque como terapia crece de forma exponencial en toda Europa. En Alemania, por ejemplo, muchas personas combaten su estrés con baños de bosque. Para algunas, incluso, la práctica es un detonante para hacer un cambio de vida. “No se trata de caminar o solo de estar en el bosque, sino de usar a la naturaleza para fortalecerte”, afirma Jutta Richter, responsable de contabilidad de la empresa Waldbadem Akademie. Ella conoce a la perfección el efecto de la práctica. Por algo el baño de bosque cambió su vida de forma rotunda. “Yo estaba de baja, quería dejarlo todo. Me sentía muy mal. Tras sufrir un bloqueo súbito por estrés, la empresa donde trabajaba me envió a un baño de bosque. Lo que cambió todo fue algo tan sencillo como mirar las estrellas. Al volver propuse a la directora de Waldbadem Akademie trabajar con ella”, dice la mujer que ha experimentado un cambio radical en su día a día.

Waldbadem Akademe, la firma para la que trabaja, especializada en formación de expertos en el uso de la naturaleza de forma terapéutica, ha crecido exponencialmente. La empresa opera en distintas regiones de Alemania, pero también tiene formaciones en España y otros países como Holanda y Túnez. Por sus más de 200 cursos pasan profesores, terapeutas, pero también muchas personas que afrontan un cambio profesional y saben que ya no quieren —y tal vez, no pueden— vivir como lo han hecho hasta ahora, pero sí estar en la naturaleza. “No tenemos gente para responder a la demanda. El sueño ahora es que el Estado alemán financie la formación de expertos en Waldbadem al igual que hace el Gobierno japonés”, afirma Jasmine Schillim, experta en salud y socia creadora de la empresa, que poco después de la entrevista se dispone a emprender un viaje de formación a Túnez.

Para Thomas, ingeniero de telecomunicaciones, el detonante para comenzar a formarse como acompañante en baños de bosque ha sido sufrir un despido en la empresa tecnológica con la que ha trabajado durante casi dos décadas. Él acaba de terminar su primera formación de Shirnin Yoku en la Selva Negra que, si todo va bien, durará cerca de un año. Sentir el bosque, buscar bayas o reconocer plantas han sido algunos de los aprendizajes de la inmersión. “No quiero seguir trabajando solo en casa delante de un ordenador. Me siento bien en la naturaleza”, afirma Thomas, quien vive su nueva etapa como una gran oportunidad; como un detonante para abismarse en la vida con sentido.

Es curioso que las historias de vida en torno a la práctica de baño de bosque, Shirnin Yoku, en Japón, Alemania o España recuerden tanto las unas a las otras. Al encuentro de algo que se había perdido.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / ELENA GARCÍA QUEVEDO

Fredrijk Sjöberg, el señor de las moscas en una remota isla de Suecia: “Coliteccioné sírfidos para olvidar que algún día voy a morir”

El escritor y entomólogo publica en España un exitoso texto híbrido que relata su pasión por recopilar insectos mezclada con otros mimbres literarios y autobiográficos

Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo.
Fredrik Sjöberg, en su casa en la isla de Runmarö, en Estocolmo. ÓSCAR CORRAL

Lo que se ve por la ventana es lo que se podría imaginar si alguien habla de un idílico escenario campestre y nórdico. Las escaleras bajan al embarcadero, donde descansa una pequeña barca, luego se tiende el lago como una lona de espejo, hasta llegar a la fronda de coníferas y a las casas pintadas de alegres colores en la otra orilla. La suerte ha traído el sol, a finales de septiembre, a una latitud de 59 grados norte. En las escaleras un enigmático hombre vestido con camisa de cuadros observa los pájaros a través de unos prismáticos. Luego ese hombre se da la vuelta y dice: “Esto es el paraíso”.

Runmarö es una apartada isla del archipiélago de Estocolmo (Suecia) donde apenas se encuentran unos 300 habitantes en invierno. El hombre que se gira es Fredrik Sjöberg (Västervik, 65 años), escritor, entomólogo y, durante mucho tiempo, coleccionista de moscas. Vive aquí desde hace 40 años, ahora con su pareja, la poeta Aase Berg. Hace dos décadas escribió el libro El arte de coleccionar moscas, que, después de una edición subterránea en España, regresa de la mano de Libros del Asteroide en una nueva traducción de Marc Jiménez y Petronella Zetterlund. El libro cosechó en sus inicios gran éxito en Alemania, llegó a Italia, Países Bajos, Estados Unidos, etc. Y el autor fue requerido por doquier. “Este libro es como una agencia de viajes, y yo soy el pasajero”, bromea. “Otras veces aparecen por la isla tipos como vosotros, que vienen de lejos, y me lo vuelven a traer a la cabeza”.

Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.
Fredrik Sjöberg en el estudio en el que alberga su colección de moscas y algunos libros.ÓSCAR CORRAL
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa.
Detalle de un pequeño libro con una mosca impresa. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Fredrik Sjöberg hace una pequeña demostración en su jardín de cómo obtener algún ejemplar de sírfido: no le cuesta demasiado conseguir alguno.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte.
Un detalle de la colección de alrededor de 200 especies de sírfidos que Sjöberg expuso en la Bienal de Venecia como si fuera una obra de arte. ÓSCAR CORRAL
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado.
Un amable vecino de Sjöberg, durante un paseo por la isla de Runmarö, muestra la colmena que encontró en su tejado. ÓSCAR CORRAL
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras.
Otro detalle de la colección de sírfidos, esas moscas que al profano le pueden parecer una abeja o una avispa por sus bandas amarillas y negras. ÓSCAR CORRAL
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección.
Fredrik Sjöberg camina por el jardín de su casa, donde capturó buena parte de las moscas de su colección. ÓSCAR CORRAL

El título original del libro, en sueco, es La trampa de moscas, y condensa muy bien su contenido: igual que una trampa de moscas, que atrapa ejemplares variopintos, en el volumen se congregan gran variedad de asuntos. Desde el conocimiento científico sobre los sírfidos (las moscas que coleccionaba Sjöberg y que, con sus bandas amarillas y negras, pueden parecer abejas al profano), hasta la biografía de grandes científicos del ramo (como el creador de una efectiva trampa, René Malaise, que vertebra el libro), pasando por anécdotas de la vida de Sjöberg, como sus experiencias en la escena teatral o sus viajes por el mundo durante su inquieta juventud. “Me puse a escribir sobre moscas, pero lo que quería en realidad era escribir sobre mí mismo”, dice sentado en la gran mesa de madera de su comedor, donde ahora ofrece café y más tarde el almuerzo, un apaño de pasta con cosas, también muy variopintas.

Esta mezcla de géneros literarios es muy contemporánea. “Eso me dicen, que es una forma de escribir cada vez más común. Pero no lo era tanto hace 20 años”, presume. Los libreros no saben dónde colocar su obra, si es una novela, divulgación científica, ensayo, biografía, autobiografía o eso que llaman en inglés nature writing (escritura sobre la naturaleza). “Es solo un libro”, resume Sjöberg, “yo digo que lo coloquen en el mejor sitio: el escaparate”.

La metáfora de la trampa para moscas también tiene para Sjöberg otros significados, cuenta mientras muestra cómo conseguir unos ejemplares en su asilvestrado jardín: la mayor parte de las 200 especies de su colección las encontró al lado de la puerta de casa, porque la biodiversidad de la isla, asegura, es una de las mayores de Europa. “El texto habla de la trampa que supone la pasión del coleccionismo, cuando te obsesionas por acumular cualquier mierda. De vivir en una isla, que también una trampa. Y, claro está, de atrapar al lector”.

La torturada psicología del coleccionista

Aunque había recopilado insectos desde los seis años, la afición por los sírfidos le llegó a Sjöberg cuando sus tres hijos eran pequeños y había mucho jaleo en el hogar familiar. Esa nueva misión fue alimentada por algunos manuales recién publicados que le permitían identificar las especies. Con esas publicaciones se generó un boom en el coleccionismo de sírfidos: un boom que incluía a unas 10 personas, más o menos. Pero le abría una vía de escape. “Necesitaba tener algo mío, algo que hacer en soledad”, cuenta. “Coleccionar moscas es emocionante y relajante. Es como emborracharse, pero más barato”. Curiosamente, en el libro despliega una diatriba contra el movimiento slow, muy en boga en aquellos años, y defiende la rapidez tecnológica: mejor un mundo cada vez más rápido que uno cada vez más lento. Dos decenios después no lo tiene tan claro. “La verdad es que he cambiado de opinión, ahora la velocidad a la que todo cambia es muy loca”, reconoce.

La dimensión psicológica del coleccionismo es central para Sjöberg. La afición combate la ansiedad y no importa tanto su resultado, el acumular ejemplares, como el mero hecho de coleccionar. “Cuando coleccionas te olvidas del paso del tiempo, te olvidas de que vas a morir”, dice el autor. “Cuanto más tiempo pasa, más asusta la vida, por motivos obvios”. Nada es eterno: la acumulación de moscas se terminó después de la publicación del libro; también cuando en 2009 fue expuesta como una obra de arte en la Bienal de Venecia. “Entonces tuve que buscar otra cosa que hacer con mi vida: me puse a coleccionar arte”, cuenta el autor, “es notablemente más caro”.

Ahora su escritura versa más sobre cuestiones artísticas; aunque siempre vuelve a los insectos. Juntarlos, además, tiene un aliciente especial: hay muchísimas especies. Se reproducen rápido, veloces pasan las generaciones y se adaptan con facilidad a los diferentes hábitats (y al cambio climático). La evolución biológica despliega su abanico con prisa y en todo su esplendor. No hay muchas especies de elefante, pero hay muchísimas de moscas. La gran mayoría de las especies de insectos aún son desconocidas. Es el paraíso del coleccionista.

Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago.
Fredrik Sjöberg, sentado en la parte trasera de su casa, con vistas al lago. ÓSCAR CORRAL

Al pasear por la isla de Runmarö, de solo 1.500 hectáreas, toma uno conciencia de su tamaño, también cuando los vecinos se asoman a ver quién es el forastero y ofrecerle conversación. “¿Venís de muy lejos?”. E incluso a enseñarle, orgullosos, enormes colmenas de abejas que descolgaron del tejado de casa. Luego el mar está por todas partes. Sjöberg dio la vuelta al mundo por esos mares, harto de la carrera de Biología, al poco de entrar en la veintena. También lo relata en el libro. “Viajar solo cuando uno es joven y no tiene claro qué quiere hacer en la vida puede ser una buena idea. Se conoce uno a sí mismo. Luego ya pensé que no era tan buena idea, hice muchas locuras”. En Nueva Zelanda acabó en el hospital, hizo senderismo por el Himalaya, cogió la malaria, y regreso más de un año después sin ganas de viajar más. “Ahora lo que me gusta es esta isla. O ir a festivales literarios, pero muy bien organizados”, cuenta.

Primero reír y luego pensar

Sjöberg tiene en su haber el premio Ig Nobel de Literatura de 2016. Estos galardones, que se dan en la Universidad de Harvard, premian iniciativas alocadas o absurdas (que “primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”): el coleccionismo de moscas del sueco fue tenido en cuenta. Viajó a Estados Unidos, dio un discurso de un minuto (el tiempo máximo permitido) y recibió un millón de dólares de Zimbabue (en aquel tiempo, con la hiperinflación en el país africano, casi no valían nada). Aunque el humor en la literatura no suele estar bien visto, es fundamental para Sjöberg, tanto en su vida cotidiana como en su escritura. “Creo que mis libros son divertidos”, afirma.

Después de almorzar, el coleccionista de moscas nos conduce en su viejo automóvil (“esta isla es un cementerio para coches viejos”) al ferry que recorre esta parte del archipiélago de Estocolmo, un laberinto acuático formado por 221.800 islas e islotes, que nos llevará hasta un autobús, que, a su vez, nos llevará de vuelta a la capital, y luego a un avión desde el que apreciaremos por última vez y desde el cielo el laberinto isleño. “La gente está perdiendo su conexión con la naturaleza, incluso en Suecia, donde había mucha. Los jóvenes ya no van al bosque. Y cuando no se conoce a la naturaleza, se le tiene miedo”, cuenta mientras maneja el volante y por la ventanilla va mostrando los hitos del lugar, el centro comunitario, una pequeña iglesia o el único restaurante de la isla. Entretanto, reflexiona sobre el cambio climático: “No me gusta que la gente tenga miedo del futuro. Creo que hay cambio climático, claro, pero prefiero ser optimista. Aún hay esperanza. Lo percibo en la biodiversidad que permanece en esta misma isla: todavía tenemos una oportunidad”.

Fuente: El País/Sergio C. Fanjul.

Las 73 guaridas mágicas donde brilla el Oro de Dragón

Un equipo de biólogos recopila todas las cuevas, minas y pozos de la Península Ibérica en los que confirma que sobreviven poblaciones de ‘Schistostega pennata’, un musgo luminoso amenazado

La búsqueda partió de un flechazo amoroso. El biólogo asturiano Jairo Robla caminaba por la pista Finlandesa de Oviedo, una senda peatonal que discurre por la falda sur del Naranco, cuando un brillo fascinante lo atajo hacia una pequeña oquedad en la roca. Robla cree que esa diminuta cueva “ni siquiera tiene nombre”, pero para él quedó grabada como el primer lugar mágico donde se encontró, y se dejó cautivar, con el Oro de Dragón. El brillo dorado y verdoso que refleja el musgo Schistostega pennata, amenazado en España, es en realidad la propia luz natural, aprovechada y multiplicada hasta la extenuación por este diminuto ser vivo que es incapaz de competir por el espacio con otras especies. Para sobrevivir se esconde en lugares penumbrosos y húmedos como las bocas de algunas grutas, pozos, minas, grietas, viejos árboles huecos, túneles o madrigueras donde, a veces, entra un tímido rayo. Los poéticos nombres populares de la schistostega, el agazapado “oro de dragón” u “oro de duende”, hablan de la atmósfera irreal, fantástica, que genera su protonema verde esmeralda, con células especializadas que tienen una única vacuola gigante que hace la función de una lente. Esta especie de lupa no produce, sino que proyecta y potencia la escasa luz solar que penetra a alguna hora del día en la entrada de las oquedades que el musgo habita.

Aunque en otras latitudes del hemisferio norte está más presente, la Península Ibérica marca el límite en Europa y, más al sur de Cáceres, este musgo —que en España está considerado raro y vulnerable— no existe. Los registros publicados hasta ahora sobre poblaciones de Schistostega pennata en la Península Ibérica eran parciales y tenían muchos años. Decidido a investigarlos tras su enamoramiento instantáneo, Jairo Robla y otros biólogos a los que embarcó en la aventura comprobaron que alguno de esos reductos del musgo luminoso que aparecían en los compendios ya había desaparecido de la faz de la tierra. El equipo, sin embargo, ha logrado ampliar considerablemente el mapa de enclaves y localizar un total de 73 puntos donde se puede contemplar el Oro de Dragón: son 26 más que aquellos de los que se tenía alguna noticia.

Con los resultados de su estudio, el mayor repaso llevado a cabo hasta el momento en este territorio, acaban de publicar el artículo Desvelando los motores ecológicos de la Schistostega pennata en la Península Ibérica: distribución y conservación,(Unravelling the ecological drivers of Schistostega pennata on the Iberian Peeninsula: distribution and conservation) en la revista británica Journal of Bryology, especializada en la rama de la botánica que investiga las plantas briófitas, las que todos identificamos como musgos. Para destapar todos estos lugares en los que a determinadas horas se puede observar la luz mágica que atrapa y refleja el protonema esmeralda, los cuatro investigadores se valieron de su propio trabajo de campo, de literatura científica anterior, de plataformas de “ciencia ciudadana” y también de los avisos de particulares.

Este último fue, por ejemplo, el caso de la alerta lanzada hace un año por vecinos del barrio de Beade, en Vigo, que descubrieron el característico brillo de la schistostega en una mina de agua de 200 años, dentro de una finca privada sobre la que pende la amenaza de expropiación. Si la contestación social no logra parar el empeño del Ayuntamiento, aquel terreno (y otras propiedades, incluidas casas) acabará sepultado por el asfalto del vial PO-010 que conectará la Zona Franca donde opera Stellantis (Citroën, Peugeot) con la autovía que enlaza con los polígonos donde se asientan empresas auxiliares de la automoción. Tal y como recoge el artículo que dirige Robla, este musgo que brilla como un ejército de luciérnagas está clasificado como amenazado o casi amenazado en las listas rojas ibéricas. En el proyecto coordinado por este especialista que actualmente trabaja en la Estación Biológica de Doñana (EBD – CSIC), participaron también Víctor González García (Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad, Universidad de Oviedo–CSIC); la doctora por la Universidad de León Sara Santamarina; y Mikel Artazkoz, biólogo en la Sociedad Pública de Gestión Ambiental de Navarra.

De los 73 registros que reúne en una tabla anexa el último artículo publicado por Journal of Bryology, 34 están en Portugal, 33 en España y seis en los Pirineos franceses. El trabajo revela que existen poblaciones en provincias como Ourense y Zamora donde nunca se había identificado la schistostega. Junto a estas dos, se ha localizado el musgo luminoso en diversos escondites de Pontevedra, A Coruña, Lugo, Asturias, Ávila, Cáceres, Navarra y Gipuzkoa.

En los departamentos franceses se hallaron colonias en Haute-Garonne y Pirineos Atlánticos, mientras que en Portugal el musgo está presente en Braga, Coimbra, Porto, Viseu, Viana do Castelo, Vila Real y, sobre todo, Guarda. El 93% de los registros se corresponden con la entrada de cavidades del terreno, naturales o artificiales. Solo dos registros tuvieron lugar en ambientes no cerrados: una ladera sombreada en Langreo (Asturias) y el sistema radicular de un castaño en Muñís (Navia de Suarna, Lugo).

En desventaja frente a otros musgos y plantas, la schistostegabusca sus propios refugios —preferentemente sobre sustratos silíceos y suelos ácidos, de granito, gneis o arenisca—, adonde, según se apuntó en investigaciones de otros países, es capaz de viajar incluso en las patas de los murciélagos y otros animales con los que comparte guarida. Son, por lo general, cuevas u oquedades naturales o artificiales, en zonas de temperaturas suaves, abundantes precipitaciones y, según observaron los biólogos españoles, “alguna influencia oceánica”. El equipo recalca que es necesario el inicio y seguimiento de “campañas exhaustivas de muestreo” para “promover su conservación, dada la fragmentación de sus poblaciones”, muy vulnerables a la presión humana, y las peculiaridades de los refugios donde logra prosperar.

La Schistostega pennata es el “único miembro de la familia Schistostegaceae” y se considera en peligro de extinción en algunos países. Los cuatro biólogos y naturalistas españoles desarrollaron un modelo predictivo que puede servir de base para llegar a comprender e intuir la distribución de este “musgo intrigante” en el planeta. Así, identificaron distintas zonas “idóneas” para su desarrollo en las que podría existir aunque, de momento, no hayan salido a la luz poblaciones.

Las células especializadas del protonema del musgo luminoso “tienen una única vacuola grande y con forma de lente cuya superficie curva es capaz de redirigir y enfocar la luz hacia los cloroplastos”, explican en el artículo. “Cuando la luz procede de una única dirección, estos se desplazan al punto más intensamente iluminado del lado interno de la célula y se genera esa luminosidad característica”. Esta luz tal especial inspiró en los territorios donde habita “muchas historias fantásticas”, y una cueva con oro de dragón está declarada Monumento Natural en Hokkaido (Japón).

Mapa incluido en el artículo científico con las zonas de la Península Ibérica en las que el equipo investigador confirmó la existencia luminoso. Las estrellas señalan los puntos localizados por los biólogos o sus colaboradores; los cuadrados, los hallazgos ciudadanos; y los círculos blancos, las poblaciones conocidas históricamente.
Mapa incluido en el artículo científico con las zonas de la Península Ibérica en las que el equipo investigador confirmó la existencia luminoso. Las estrellas señalan los puntos localizados por los biólogos o sus colaboradores; los cuadrados, los hallazgos ciudadanos; y los círculos blancos, las poblaciones conocidas históricamente.JOURNAL OF BRYOLOGY

En España, las dos áreas donde más reductos habita son la provincia de Lugo (A Veneira de Roques, Castro de Viladonga, Cova das Choias, Pedrafita do Cebreiro, Valadouro, Val do Inferno, Xestido, Xistral, Rego de Loureiro, Navia de Suarna) y el Principado de Asturias (mina Excomulgada, Pista Finlandesa, ladera de Las Piezas en Sama de Langreo, Monte Naranco, cueva Xan Rata, cueva Espina, Villatresmil). En Ávila, la schistostega se encuentra en la sierra de Gredos, en Cáceres en la sierra de Gata, en Navarra en Aiako Harriak y, muy cerca, en Gipuzkoa, en los montes de Aia.

En la provincia de A Coruña, el musgo luminoso brilla en una mina próxima a la playa de Sabón (Arteixo) y junto al río Ulla en San Xusto (Arzúa). En Ourense, el último rastreo lo ha descubierto en la conocida como Cova da Moura (Laias) y en Pontevedra se encuentra junto a la playa en Baiona; en Fornelos de Montes; en las Covas do Folón, das Figosas y das Lagoas (Coruxo, Vigo) y en Beade (Vigo). En Zamora, el tesoro del dragón, hasta ahora desconocido, resplandece salpicando la roca, en pequeñas motas, en el pueblo de San Blas, ayuntamiento de Viñas, a la entrada de la mina Mari Carmen.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / SILVIA R. PONTEVEDRA

La desaparición de las mariposas es un asunto serio

Cada vez hay menos mariposas y un buen número de ellas emigra a las grandes ciudades. Hemos llegado a un punto en el que cualquier polígono industrial tiene más vida que ofrecer a los insectos que las extensiones sembradas de maíz

Se dice que las mariposas son hijas del sol y Hermann Hesse les dedicó poemas. Nabokov las coleccionaba y los griegos las llamaron psyche, igual que el alma, porque cuando morimos el alma abandona el cuerpo como si fuera una mariposa.

Sin duda alguna, se trata del insecto más bello y poético de todos los que conocemos; también del más misterioso, su envoltura pupal se asemeja a la de una momia cuyas alas sombrean a la espera del estallido. Cuando ocurre, dejan atrás la pupa; y con las alas húmedas salen dispuestas a desencadenar un tornado en Texas, por decirlo a la manera de la teoría del caos, tan apropiada siempre que se habla de lepidópteros.

El mismo Nabokov sabía que el vuelo de una mariposa es impredecible cuando se trata de pronosticar su rumbo a las claras del día, aunque se hace posible a la noche, cuando el sol se oculta y se dispone un foco de luz ultravioleta para atraerlas. De esta manera, las mariposas se acercan a los fluorescentes y el experimento se pone en práctica una vez que las polillas van entrando en una bolsa donde quedan atrapadas junto a otros insectos. Es cuando se procede a su identificación. Este mismo método fue el que aplicó el biólogo alemán Josef H. Reichholf en sus tiempos de estudiante, a finales de los años sesenta.

Desde aquel momento tan mágico, a Reichholf se le fue haciendo evidente que cada vez capturaba menos mariposas. Esto supuso un aviso, “una inequívoca señal sobre los cambios que estaba sufriendo nuestra naturaleza”, apunta Reichholf en su libro La desaparición de las mariposas (Crítica), un ensayo que nos introduce en el misterio de los lepidópteros y su relación con el entorno donde habitan; un libro esencial para conocer el mundo mágico de las mariposas cuya carga crítica lo convierte en un trabajo de denuncia acerca del exterminio que están sufriendo.

Reichholf señala el deterioro del ecosistema como el origen de la desaparición de las mariposas; un desastre originado por el uso de herbicidas tóxicos como el glifosato, y también por la sobrefertilización y los monocultivos que surgen cuando se arrasan grandes extensiones de terreno -hábitats de mariposas- para la construcción de granjas industriales. Todo ello da lugar a una corriente migratoria de mariposas a las grandes ciudades.

Como bien dice Reichholf, “por increible que parezca, la fauna y la flora de las ciudades son más naturales que la de las plantaciones y bosques comerciales. Porque nadie introduce y convoca a las plantas silvestres y animales de la ciudad”. Hemos llegado a tal punto que los aparcamientos de cualquier polígono industrial tienen más vida que ofrecer a los insectos que las extensiones sembradas de maíz.

En resumidas cuentas, lo que viene a decirnos Reichholf en su trabajo es que el modelo de comportamiento caótico que domina el campo de la economía global no funciona, y lo que está ocurriendo con las mariposas es tan sólo uno de los muchos ejemplos de la catástrofe en la que andamos inmersos.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / MONTERO GLEZ

Así viviremos cuando ya no queden insectos: la distopía de un mundo sin alimentos

El biólogo británico Dave Goulson proyecta en su nuevo libro cómo será nuestra vida en 2080, cuando falte comida por las consecuencias de la desaparición de abejas, mariquitas y escarabajos

Una mujer poliniza un peral en Hanyuan, Sichuan, al sudoeste de China, en marzo de 2015.
Una mujer poliniza un peral en Hanyuan, Sichuan, al sudoeste de China, en marzo de 2015.JIE ZHAO (GETTY IMAGES)

En abril y mayo trabajamos durante semanas polinizando a mano las flores. Mis tres nietos se suben como monos a las ramas para polinizar las flores más elevadas de los manzanos y los perales, procurando no romper ninguna rama ni ningún capullo. A diferencia de algunos árboles, los manzanos solo dan fruto si las flores reciben polen de una variedad de manzana diferente, por lo que tenemos que recoger cuidadosamente el polen de las flores de cada árbol, cepillando las anteras en un tarro de mermelada. Luego aplicamos el polen en las partes femeninas de un árbol de una variedad diferente. (…)

Marzo y abril son los peores meses, cuando las cosechas del año anterior se han acabado y la mayoría de los cultivos primaverales todavía no han madurado. El brócoli púrpura es estupendo, ya que florece exactamente en esta época. Lo complementamos con plantas silvestres, entre ellas, brotes de ortiga, raíces de diente de león, miscantos, pamplinas y cualquier verdura pasada que quede en la despensa, y añadimos a las ensaladas hojas jóvenes de abedul y de tilo. Los niños se quejan, pero están mejor que la mayoría. (…)

Hace tiempo, este fue un país rico, pero ahora la gente arriesga su vida por unas pocas patatas. Nadie vio las señales de alarma, pero las cosas empezaron a empeorar a gran velocidad en los años cuarenta. ¿Qué habíamos hecho mal? Nadie podía creer que una civilización global con un elevado nivel de conocimientos y tecnología pudiera colapsar. No debería sorprendernos, ya que otras civilizaciones pasadas siguieron el mismo destino. De hecho, todas han acabado colapsando. Durante el apogeo del Imperio Romano, nadie habría creído que su vasta y eficiente civilización pudiera ser destruida por las tribus del norte y que sus poderosas ciudades se convertirían en ruinas y caos. La historia nos demuestra que las grandes civilizaciones van y vienen: los imperios Han, Maurya, Gupta y mesopotámico eran muy complejos, avanzados y sofisticados para su época y, aun así, todos se derrumbaron. Mucha gente ni siquiera sabe que existieron. (…)

Al llegar la década de 2030 ya era demasiado tarde. El inevitable aumento del nivel de los océanos, agravado por las lluvias torrenciales y las tormentas, empezó a romper las defensas contra las inundaciones. Estas paralizaron muchas de las principales ciudades del mundo: Londres, Yakarta, Shanghái, Bombay, Nueva York, Osaka, Río de Janeiro y Miami, entre otras, sucumbieron ante el avance de las aguas. Debilitadas por las epidemias y enfermedades, las economías fueron incapaces de lidiar con el coste cada vez más elevado de las nuevas defensas contra las inundaciones. Muchas eran de hormigón, la fabricación del cual también liberaba más dióxido de carbono. Las compañías de seguros quebraron por la magnitud de los desastres y las coberturas de la propiedad se convirtieron en una cosa del pasado. Regiones enteras quedaron sumergidas bajo el agua, entre ellas, zonas extensas de Bangladés, las Maldivas, la mayor parte de Florida y las marismas de Inglaterra.

Durante semanas polinizamos a mano las flores. Escalamos como monos para llegar a las flores más altas de los árboles

Por culpa de lo que los científicos llaman “ciclos de retroalimentación positiva”, hiciéramos lo que hiciéramos ya no podíamos detener el cambio climático. La disminución de la capa de hielo de los polos redujo la reflexión de la energía solar, lo que provocó un mayor calentamiento que provocó que más hielo se derritiera y… vuelta a empezar. La descongelación del permafrost ártico liberó enormes cantidades de metano atrapado en el suelo. El metano es un gas cuyo efecto invernadero es muy superior al del dióxido de carbono. El cambio de los patrones climáticos redujo las precipitaciones que caían en el Amazonas, por lo que las pluviselvas que quedaban en esa región se marchitaron y murieron, destruyendo un ecosistema de 55 millones de años de antigüedad; el más rico de la Tierra. Cuando los delgados suelos que los bosques mantenían compactos empezaron a disgregarse y convertirse en polvo, liberaron más gases de efecto invernadero.

Lo que más nos afectó fue que empezó a no haber alimento suficiente para todo el mundo. En la década de 2040 se encadenaron varios episodios de sequías en el cinturón del trigo de Norteamérica, que redujeron drásticamente la disponibilidad de este cultivo tan esencial. Mientras tanto, en África, el Sáhara avanzaba hacia el sur, expulsando a innumerables agricultores de sus tierras, ya estériles. Había pocos lugares a los que ir. Las temperaturas en el África ecuatorial eran tan altas que los humanos no las pudieron soportar. Al mismo tiempo, el rendimiento de los cultivos polinizados por insectos, entre ellos, las almendras, los tomates, las frambuesas, el café y el chocolate, empezó a caer a medida que ocurría lo mismo con el número de insectos polinizadores en todo el mundo. Las plagas se volvieron resistentes a los pesticidas con los que las bombardearon durante décadas, puesto que las temperaturas cada vez más altas les permitían reproducirse más rápidamente. Los enemigos naturales de las plagas de insectos, depredadores como las mariquitas, los sírfidos, los neurópteros y los escarabajos carábidos, desaparecieron mucho tiempo antes. Los pastos se empezaron a asfixiar por la acumulación de excrementos de animales. Los escarabajos peloteros y las moscas que se alimentaban de estiércol empezaron a escasear, incapaces de lidiar con los fármacos y pesticidas que se administraban al ganado y que acababan entre sus heces. Sin insectos que transformaran el estiércol, la hierba tenía menos tierra en la que crecer, y las infecciones de gusanos intestinales que se transmitían a través de los huevos depositados en las heces se agravaron.

El suelo de muchos campos agrícolas era cada vez más fino y menos fértil. Tras cien años soportando una agricultura intensiva, el suelo se había disgregado u oxidado. Los que quedaban estaban siempre contaminados, sin lombrices ni las otras pequeñas criaturas que antes ayudaban a mantenerlos sanos. (…)

En los mares tropicales, los arrecifes de coral demostraron ser muy sensibles al ascenso de la temperatura. Se blanquearon y murieron. Antes de que yo naciera, mis padres aprendieron a bucear en la Gran Barrera de Coral, frente a las costas de Australia, y solían describirme la asombrosa variedad de coloridas criaturas que allí vieron. En solo un año, 2016, cuando yo tenía quince años, la mitad de la Gran Barrera de Coral murió. En 2035, casi todos los arrecifes de coral del mundo habían seguido el mismo destino. Se perdieron así las principales zonas de desove y cría de muchos peces que antes se capturaban como alimento. En las aguas más frías, la cada vez más desesperada búsqueda de peces provocó que las flotas de arrastreros industriales desobedecieran las directrices de los gobiernos respecto a la limitación de sus capturas y diezmaran las poblaciones que quedaban. Hacia 2050, en los mares apenas había vida, aparte de los bancos de medusas no comestibles que proliferaron cuando desaparecieron los peces.

Probablemente, si los gobiernos hubieran hecho caso de las evidencias y trabajado juntos, nuestra civilización no habría pasado el punto de no retorno allá por el año 2035. Por desgracia, en el momento en que era necesario que la humanidad usara su experiencia y sus recursos para superar el reto más difícil al que se había enfrentado jamás, le dio la espalda a la razón. Los precios de los alimentos aumentaron, la calidad de vida disminuyó, creció el desempleo y las continuas mareas de refugiados que no dejaban de llegar a los países desarrollados provocaron disturbios callejeros, protestas y la llegada al poder de políticos extremistas. Se deshicieron todas las alianzas internacionales y se optó por políticas aislacionistas y nacionalistas. Los países pusieron sus propios intereses por delante de los de la humanidad y de los de aquellos con los que compartíamos el planeta.

Fuente: El País/Dave Goulson

En el jardín Plume, una orgía de verdor en la Alta Normandía

Creado en 1996 por Sylvie y Patrick Quibel, a unas dos horas al norte de París espera un universo vegetal ingobernable, diferente a cada instante, siempre en movimiento

Amplias extensiones de centeno, sorgo, avena y cebadilla ondean rítmicamente a ambos lados de la carretera D13 tras el desvío de Tourville-La-Rivière que conduce hasta el jardín Plume. Hace poco más de dos horas que dejamos atrás París para seguir el curso del Sena en dirección a la Alta Normandía. La autovía nos priva de los vericuetos del río, pero a cambio nos predispone de un modo muy cinematográfico —como en unos títulos de crédito cada vez más explícitos— a la personalidad del paisaje por el que se adentra el coche. El litoral del canal de la Mancha está apenas a un paso del destino: Dieppe, Deauville, Le Havre… Dando la réplica al mar, la cadencia de una marea suave de cultivos de forrajeras mecidas por la brisa acuna la mirada desde ambos lados de la carretera. Parece que las recorriéramos a cámara lenta, rodeados del murmullo silencioso que choca contra el lugar donde rompen las olas del mar del Norte y devuelve su eco sordo tierra adentro.

Un letrero caligrafiado sobre una tabla indica el acceso al jardín Plume, en la localidad de Auzouville-sur-Ry. Nada más atravesarlo encontramos a Sylvie y Patrick Quibel, artífices de este vergel al que comenzaron a dar forma en 1996. Ella selecciona semillas bajo el porche de la casa de siega. Enfrente, él acomoda plantones de aromáticas y perennes en el vivero. “Avant, avant; estáis en vuestra casa”, dicen señalando un vano en un seto de haya impecablemente recortado. Queda claro que prefieren que experimentemos el jardín a teorizar sobre él. Nada más atravesar el seto uno entiende por qué.

El jardín Plume es uno de esos sitios que no aparece en la mayoría de las guías de viaje y al que las fotos, los relatos y las crónicas no hacen justicia. Es un lugar para sentirlo, para vivirlo. Su trazado hace alarde de un virtuoso planteamiento compositivo pasado por el filtro de la fantasía. La base, impecablemente ejecutada, es la del jardín clásico a la francesa: perspectivas rectilíneas, parterres floridos, simetría, un estanque geométrico que refleja el cielo como un espejo, topiaria, ejes… El matrimonio Quibel abraza esas influencias y las ejecuta con pericia para luego hacerlas saltar por los aires. Conocedores de la constante de la brisa en estas praderas cercanas al mar del Norte, decidieron aliarse con ella para gestar un jardín en perpetuo movimiento.

Patrick y Sylvie proclaman el prodigio expresivo de la siega, un recurso humilde del que se sirven para crear la base del trazado del jardín con nada más que pasto, hierba silvestre y tierna pradera autóctona rasurada a diferentes alturas. Sobre esta base, como en un intento de quitar formalidad a la forma, dejan que la anarquía invada allí donde previamente han ordenado, recortado, vallado y segado, dando a gramíneas y perennes carta blanca para expresarse a su antojo.

Una niebla de miscanthus y stipas

Los Quibel manejan el lenguaje vegetal de forma magistral. Y es que crear una orgía de verdor como el jardín Plume —que cerrará sus puertas al público el 15 de octubre hasta la próxima primavera, concretamente hasta el 8 de mayo de 2024— exige un profundo conocimiento de las especies: cómo se comportan, cómo evolucionan, qué cabe esperar de cada una de ellas… Así, el carácter voluble y desgobernado de las herbáceas de escala gigante y las vivaces premeditadamente elegidas por Patrick y Sylvie dinamita la rigidez del jardín del siglo XVII y otorga a su creación un carácter absolutamente vanguardista.

En el jardín de verano, en cuadros limitados por setos de carpe, crocosmias, dalhias, hemerocalis, rudbeckias, girasoles, capuchinas y amapolas florecen en rojo, dorado, naranja, amarillo y carmesí de junio a octubre.
En el jardín de verano, en cuadros limitados por setos de carpe, crocosmias, dalhias, hemerocalis, rudbeckias, girasoles, capuchinas y amapolas florecen en rojo, dorado, naranja, amarillo y carmesí de junio a octubre.JARDIN PLUME (TURISMO NORMANDIA)

Ligeras y flexibles, las matas de gramíneas se transparentan contra la luz del día, generando una sensación de niebla etérea. Un delirio indomable de miscanthus de espigas plateadas, de stipas y de calamagrostis se mece sin gobierno. Euphorbias, allium, stachys, dalias, zinnias, prímulas, rhinantus y salvia todo lo invaden. Entre todas se establece un diálogo que multiplica hasta el infinito el potencial plástico de una vegetación explosiva y colorista tocada por la luz tamizada de Normandía y una suave brisa que jamás cesa. “Te sientes dominado por las plantas y los recuerdos de la infancia vuelven a ti”, dice Patrick Quibel.

Las especies están elegidas y ubicadas de tal manera que la transición entre las estaciones replica en el jardín Plume el pálpito suave del rumor del mar. Del otoño al verano, herbáceas seleccionadas por su color y momento de floración marcan un ritmo que no cesa. “Provocamos esta fusión para que la cadencia se suceda de forma natural”, explica Patrick Quibel. “Que las zinnias se apoderen suavemente de los altramuces; que las plantas de tabaco emerjan de forma paulatina de entre una alfombra de asperulas al final de su floración. Que amapolas, nigellas, gordolobos, hinojos y eneldos serpenteen en todos los recovecos… Nos gusta esa abundancia aparentemente espontánea”.

Un sencillo estanque rasante al nivel de prado ordena el espacio central del jardín Plume. Alrededor, los manzanos crean un ambiente de sombra para el relax y la contemplación.
Un sencillo estanque rasante al nivel de prado ordena el espacio central del jardín Plume. Alrededor, los manzanos crean un ambiente de sombra para el relax y la contemplación.CARLOS LÓPEZ

Esta mezcla libre de gramíneas y vivaces que florecen durante todo el año dándose el relevo es la gran aportación del jardín Plume. Sin olvidar el estanque espejo rasante al nivel del prado, sublime en su sencillez. O la gran ola de boj, a la que se ha ido dando forma sin patrón, recortando año tras año sus crestas afiladas. Una lámina de agua y una topiaria —deudoras nuevamente del jardín clásico francés— empleadas con tino que resultan esenciales en el carácter vanguardista de este espacio.

En un jardín tan vitales son los elementos tangibles como los intangibles. El jardín Plume está hecho de texturas y de materia. Pero también de luz, de dinamismo, de movimiento, de rumor, de antagonismos… De atrevimiento, de sensibilidad, de conocimiento histórico, de audacia, de curiosidad, de un profundo dominio del reino vegetal… De furia contenida por el orden; de orden azorado por la furia.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / CAROL LÓPEZ

La invasión biológica: 3.500 especies exóticas introducidas por el hombre causan multimillonarias pérdidas y extinciones

Un exhaustivo informe internacional advierte de que los costes económicos causados por estas plantas y animales se disparan hasta alcanzar ya cerca de 400.000 millones de euros al año

Para combatir en los ríos españoles al camalote —también conocido como jacinto de agua— se ha tenido que movilizar hasta el Ejército. Porque esta planta, que se expande tan rápido como las llamas y es dificilísima de erradicar, se apodera periódicamente de cientos de kilómetros de agua en las cuencas del Guadiana y el Guadalquivir. El camalote, que causa estragos desde el lago Victoria, en África, hasta Indonesia o Florida, en Estados Unidos, encabeza la lista de las 10 especies exóticas invasoras más extendidas en todo el planeta. Es la punta de lanza de la invasión biológica que ha causado el ser humano, unas veces intencionadamente y otras sin querer, y que provoca importantes daños a la naturaleza y multimillonarias pérdidas económicas.

Esta invasión supone un coste anual en el mundo de 423.000 millones de dólares (más de 392.000 millones de euros al cambio actual), sumando las pérdidas económicas y los esfuerzos para su erradicación. Y está entre las cinco principales causas de la crisis de pérdida de biodiversidad que está azotando al planeta, según concluye el Informe de Evaluación sobre Especies Exóticas Invasoras y su Control, que se ha presentado este lunes. Se trata de una exhaustiva radiografía que ha elaborado la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, conocida por sus siglas en inglés, IPBES, y vinculada a la ONU, de la que forman parte 143 países. Los científicos de IPBES sostienen que estas especies “desempeñan un papel clave en el 60% de las extinciones mundiales de plantas y animales”. Además, son las únicas responsables en el 16% de las extinciones mundiales documentadas.

Pero, ¿cómo llegan a convertirse en una amenaza para la biodiversidad? De la mano del ser humano. “Las especies exóticas están siendo introducidas por actividades humanas en todas las regiones y biomas del mundo a un ritmo sin precedentes”, advierte IPBES. Estos expertos calculan que en estos momentos hay 37.000 especies exóticas establecidas que han llegado con el hombre de forma deliberada o accidental. Además, están aumentando a “un ritmo sin precedentes de aproximadamente 200 anualmente”. De todas ellas, hay 3.500 que está documentado que son dañinas y se clasifican como especies exóticas invasoras.

El estudio se centra en ellas y ha sido elaborado por 86 expertos de 49 países, que se han basado en más de 13.000 referencias científicas. “Las personas y la naturaleza están amenazadas por especies exóticas invasoras en todas las regiones de la Tierra”, advierten. Sus impactos negativos “están aumentando rápidamente y se prevé que continúen aumentando en el futuro”. “Incluso sin la introducción de nuevas especies, las poblaciones existentes de especies exóticas invasoras continuarán propagándose por todos los ecosistemas”, explican los autores.

Costes para la economía y la naturaleza

Una de las misiones de este análisis era cuantificar los daños que causan. Muchas de estas especies se introducen con fines comerciales, pero el IPBES es contundente: “Los beneficios para las personas que proporcionan algunas especies exóticas invasoras no mitigan ni deshacen sus impactos negativos, que incluyen daños a la salud humana (como la transmisión de enfermedades), medios de vida, seguridad hídrica y seguridad alimentaria”. “Los costes económicos mundiales de las especies exóticas invasoras se han cuadruplicado cada década desde 1970″, alertan los científicos.

De los 423.000 millones de dólares anuales que se calcula que costaron a la economía mundial en 2019, la gran mayoría (92%) se deriva del impacto negativo en “las contribuciones de la naturaleza a las personas o en la buena calidad de vida”. En concreto, “la reducción en el suministro de alimentos es el impacto más frecuentemente reportado”. El 8% restante “está relacionado con los gastos de gestión de las invasiones biológicas”.

El camalote (Pontederia crassipes) es de nuevo un buen ejemplo: “En el lago Victoria la pesca ha descendido debido al agotamiento de la tilapia, como resultado de la propagación del jacinto de agua”, señala IPBES. Esta especie también tiene consecuencias negativas para la energía (ya que interfiere en la producción hidroeléctrica) y en la calidad del agua. De hecho, el camalote encabeza también la lista de las especies invasoras con mayor número de impactos negativos documentados.

La invasión biológica está detrás además de importantes daños a la salud, con enfermedades como la malaria, la fiebre del Zika o del Nilo Occidental, propagadas por especies exóticas invasoras de mosquitos como las de los géneros Aedes albopictus y Aedes aegyptii. “Las especies exóticas invasoras suponen una grave amenaza para la biodiversidad y pueden causar daños irreversibles en la naturaleza, incluida la extinción de especies a escala local y mundial, además de amenazar el bienestar humano”, ha recalcado este lunes a través de un comunicado Helen Roy, una de las coordinadoras el informe.

Pérdida de biodiversidad

Hace cinco años, el IPBES elaboró un estudio sobre la extinción de especies planetaria que disparó las alarmas. En aquel análisis se fijaron cinco grandes impulsores de la pérdida de biodiversidad mundial: los cambios en los usos del suelo, la crisis climática, la sobreexplotación de los recursos, la contaminación y las especies exóticas invasoras. Los gobiernos que forman parte de esta plataforma pidieron a los científicos que elaboraran un estudio monográfico, que es el presentado ahora.

Los expertos apuntan que, del total de especies exóticas, son invasoras alrededor del 6% de las plantas, el 22% de los invertebrados, el 14% de los vertebrados y el 11% de los microbios. Los autores afirman también que al menos 218 especies exóticas invasoras han sido responsables de más de 1.200 extinciones locales. Tras el camalote, la lantana (un arbusto, Lantana camara) y la rata común (Rattus rattus) son la segunda y la tercera especies más extendidas en el mundo, con repercusiones de gran alcance sobre las personas y la naturaleza.

Difícil erradicación

Además de radiografiar el problema, los expertos del IPBES tenían el encargo de explicar las soluciones a este problema creciente. Porque los científicos señalan que, si todo continúa como hasta ahora, para 2050 se espera que “el número total de especies exóticas a nivel mundial sea aproximadamente un tercio más alto que en 2005″.

Los especialistas advierten de que “a menudo” son “ignoradas hasta que es demasiado tarde”, por eso es necesario actuar de forma temprana. El documento señala que la experiencia hasta ahora ha demostrado que “la erradicación ha sido exitosa y rentable” cuando “sus poblaciones son pequeñas y de propagación lenta, en ecosistemas aislados como las islas”. Por ejemplo, en los últimos 100 años, “ha habido 1.550 ejemplos documentados de erradicación en 998 islas, con un éxito citado en el 88% de los casos”. Uno de los muchos ejemplos es la Polinesia Francesa, donde Rattus rattus (rata negra), Felis catus (gato), Oryctolagus cuniculus (conejos) y Capra hircus (cabras) han sido erradicadas con éxito.

La cosa se complica cuando no son islas y, sobre todo, en los ecosistemas marinos. También, cuando se trata de plantas exóticas, ya que “las semillas pueden permanecer latentes en el suelo durante mucho tiempo”.

Los analistas añaden que “cuando la erradicación no es posible” las especies exóticas invasoras “pueden ser contenidas y controladas, particularmente en sistemas terrestres y de agua cerrada”. Esta contención “puede lograrse con medidas de control físico, químico y biológico” o combinando varias. En el caso de los métodos químicos, los expertos advierten de que deben “implementarse bajo requisitos de cumplimiento regulatorio” y que cada vez tienen menos aceptación social. Por su parte, “el control biológico ha sido muy eficaz para controlar algunas plantas exóticas invasoras, invertebrados y, en menor medida, microbios vegetales y unos pocos vertebrados”, aunque también puede tener efectos no deseados “si no está bien regulado”. En cualquier caso, los autores de IPBES señalan que, en general, “las medidas adoptadas para hacer frente a estos retos son insuficientes”. “Si bien el 80% de los países cuentan con objetivos relacionados con la gestión de las especies exóticas invasoras en sus planes nacionales de biodiversidad, únicamente el 17% dispone de leyes o normativas que abordan específicamente estas cuestiones”, añade. Además, el informe revela que el 45% de los países no invierte en la gestión de invasiones biológicas.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / MANUEL PLANELLES