Las guardianas de los bosques de ostras suman fuerzas para resistir

Grupos de mariscadoras en Senegal y Gambia forman cooperativas que les reportan mayores beneficios ante el deterioro que sufren los manglares del Delta debido a la emergencia climática y la deforestación

Un grupo de mujeres de la asociación gambiana TRY Oyster Women’s Association en la Reserva natural de Tanbi, que se extiende en torno a la desembocadura del río Gambia.
Un grupo de mujeres de la asociación gambiana TRY Oyster Women’s Association en la Reserva natural de Tanbi, que se extiende en torno a la desembocadura del río Gambia.CHEMA CABALLERO

“Una mano sola no hace nada. Se necesitan dos para cualquier cosa. Por eso un día decidimos asociarnos y constituir una cooperativa. Nos ayuda a intercambiar conocimientos y sabiduría, a distribuir el trabajo y, en definitiva, a conseguir más beneficios para todas”, cuenta la presidenta de la asociación de mujeres de Mar Fafaco, Gnina Sarr.

Este aislado pueblo se halla en la isla de Mar Lodj, una de las más de 200 que se extienden en el delta del Sine-Saloum (un depósito fluvial en Senegal que se forma en la desembocadura del río Salum). Este lugar se ha puesto de moda como un lugar de descanso para migrantes occidentales que trabajan en el país y que los fines de semana llenan sus hoteles; y jubilados europeos —principalmente franceses—, muchos de los cuales han construido casas en la zona.

Mujeres miembros de la TRY Oyster Women’s Association, reunidas en el terreno que poseen en el del barrio de Old Jeshwang, a las afueras de Banjul, para organizar sus actividades.
Mujeres miembros de la TRY Oyster Women’s Association, reunidas en el terreno que poseen en el del barrio de Old Jeshwang, a las afueras de Banjul, para organizar sus actividades.CHEMA CABALLERO

Pero la bonanza turística no llega a ese sitio tan apartado. A Mar Fafaco se llega a caballo, ese el único vehículo de la isla; la otra opción es llegar por mar a través de una barca, aunque el embarcadero queda un poco separado de las viviendas. Allí la vida es dura. Tradicionalmente, la pesca y la agricultura han constituido los principales medios de subsistencia. Actividades que cada vez producen menos beneficios. Como en otras partes del Delta, ante esa situación y cansadas de depender de las remesas enviadas por hijos y maridos forzados a migrar, las mujeres decidieron asociarse para generar ingresos que les permitan cambiar la vida de sus familias.

“Trabajar juntas es mucho mejor”, continúa Sarr. “Si cada una actúa por su cuenta, solo consigue lo necesario para su consumo. Juntas producimos más y tenemos un remanente que podemos vender y conseguir dinero que ahorramos. Luego, esos ingresos son utilizados para conceder microcréditos para las socias y que de esa manera puedan mejorar sus negocios. Las hay que venden verduras, telas, zapatos o cualquier otra cosa. Estamos en todos los negocios donde podamos sacar beneficios. No podemos detenernos. De esta forma conseguimos fondos para mantener a nuestras familias, pagar el colegio de los niños, cuidar de las emergencias que puedan surgir o cualquier otro hecho”.

Los manglares son componentes vitales de los ecosistemas costeros del mundo. Sobreviven donde ningún otro árbol puede hacerlo, en aguas salubres y con poco oxígeno, expuestos a las mareas y tormentas. Se encuentran en regiones tropicales y subtropicales. Pueden almacenar gran cantidad de carbono, lo que los convierte en excelentes luchadores contra el cambio climático. Son también un refugio de peces y fortalecen la vida acuática. Sus raíces protegen la costa de la erosión. Senegal y Gambia cuentan con grandes extensiones de ellos. Son de destacar los del delta del Sine-Saloum en el primer país o los que rodean la desembocadura del río Gambia en el segundo.

Los manglares son componentes vitales de los ecosistemas costeros del mundo. Sobreviven donde ningún otro árbol puede hacerlo, en aguas salubres y con poco oxígeno, expuestos a las mareas y tormentas

Sin embargo, se calcula que desde 1970, un 40% de estos bosques se ha perdido. Las sequías relacionadas con el cambio climático están detrás de ello. Pero también la acción humana, como el hecho de que se corten para utilizar sus troncos y ramas como leña. El retroceso de esta barrera natural tiene como consecuencia una mayor concentración de sal en las aguas de los ríos, lo que repercute directamente en la agricultura, el deterioro de la vida marina y la desaparición de los peces. A esto se le suma la pesca industrial y la ilegal, no declarada y no reglamentada (pesca INDNR), que barcos de varios países, entre ellos España, llevan a cabo en las costas de ambas naciones. Por ello, cientos de personas de la zona han visto destruido su medio de vida y no les queda otra salida que emigrar a las ciudades o fuera del país.

Los manglares, clave para la supervivencia de las mariscadoras

Entre los colectivos que se ven más afectados está el de las mariscadoras. Desde hace generaciones viven de la recolección de ostras y otros moluscos muy apreciados en la gastronomía local. Ellas también han contribuido a la disminución de los manglares porque, tradicionalmente, cortaban las raíces donde se fijan estos bivalvos para acceder a ellos. Sin embargo, esa técnica ha cambiado. Además, ellas se han convertido en las principales reforestadoras y guardianas de estos bosques. Les va su supervivencia y la de sus familias en ello.

Las ostras son más pequeñas que las que posiblemente el lector tenga en mente. Se trata de la Crassostrea tulipa que crece en los manglares de África occidental. Son muy utilizadas en salsas que acompañan el arroz o el cuscús. Ahumadas o en conserva se encuentran en los mercados. Su recolección y transformación la realizan mujeres de forma tradicional y, en gran medida, de modo informal.

Cansadas de depender de las remesas enviadas por hijos y maridos forzados a migrar, las mujeres decidieron asociarse para generar ingresos que les permitan cambiar la vida de sus familias

La principal fuente de ingresos para la cooperativa está en la recolección de ostras en los manglares de la isla. No están cerca del pueblo. Hay que caminar bastante hasta llegar a ellos o emplear barcas para acceder a los lugares más remotos. En los últimos años, estas mujeres han recibido el apoyo de Enda Graf Sahel. Esta ONG local cuenta con el acompañamiento de Enraiza Derechos que es colaboradora del programa Santander Best Africa de la Fundación Santander. La española les ha formado en la replantación y conservación del manglar. Así han plantado nuevos árboles y cuidan del medioambiente. Saben que su supervivencia está ligada a la de su entorno.

También han aprendido nuevas técnicas para acceder a los moluscos. Ya no cortan las raíces de las plantas como hacían con anterioridad, ahora despegan las ostras con la ayuda de un cuchillo sin dañar el manglar. Las que no tienen guantes se envuelven las manos en trapos. Luego se internan en el agua durante la marea baja. A veces tienen que sumergirse hasta la cintura. Pero han entendido que esta es la única forma de mantener vivo el medioambiente. Igualmente, han aprendido nuevas maneras de transformación y conservación del producto. Todo empieza por cocer las ostras en un gran caldero. Luego se remueve la carne, se seca al sol y a continuación, tradicionalmente, se introducían en cestos y se transportaban de inmediato a los mercados dada la rápida caducidad de este producto. Pero ahora, con las nuevas técnicas, las envasan y así las pueden preservar más tiempo. Finalmente, se han abierto a la explotación de otros bivalvos como los berberechos. De hecho, uno de los siguientes pasos es poner en marcha un vivero de estos.

El aislamiento de la zona ha supuesto siempre un problema para la comercialización de los productos, incluso con las nuevas técnicas de conservación. “Muchas veces no podemos vender todas las ostras y estas terminan estropeándose. Intentamos llevarlas a Dakar y a otras ciudades grandes para venderlas allí, pero no siempre es posible”, afirma la presidenta. Por eso Enda Graf Sahel les ha proporcionado un frigorífico.

“Nuestra vida está cambiando. Tenemos medios que nos permiten superar las dificultades que encontramos cada día. Podemos decidir qué hacer con nuestro dinero y también estamos consiguiendo que nuestros hijos no se vean obligados a dejar su pueblo”, concluye Sarr.

Reserva natural de Tanbi

Los manglares del oeste y el suroeste de Banjul constituyen la reserva natural de Tanbi, en Gambia. Fue declarada como tal en 2012 gracias a la presión de TRY Oyster Women’s Association, una agrupación que reúne a más de 500 mariscadoras distribuidas en 15 comunidades. También, en aquel año, consiguieron la exclusiva de los derechos de explotación de la zona. Esta asociación también es colaboradora del programa Santander Best África.

Una mariscadora muestras las otras ya cocidas y secas listas para ser enviadas a los mercados.
Una mariscadora muestras las otras ya cocidas y secas listas para ser enviadas a los mercados.CHEMA CABALLERO

En el barrio de Old Jeshwang, a las afueras de Banjul, se encuentra una de esas comunidades. Rose Jatta es su presidenta. Comenta que desde que se unieron a TRY han mejorado su producción. Igual que sus colegas de Mar Farfaco han aprendido a no arrancar las raíces y han plantado más de 50.000 semillas de manglar gracias a un programa del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Ellas también son ahora las guardianas de estos bosques. Se han impuesto un periodo de recolección de las ostras que va de marzo a junio. El resto del año permiten que los moluscos se reproduzcan y crezcan, así han conseguido un producto de mayor calidad. En los meses de parón, invierten el dinero obtenido en los de recolección en otros negocios que les permiten mantener a sus familias. También, durante el tiempo de veda sacan beneficios de la venta de las conchas. Tienen la exclusiva de este negocio. Estas se utilizan para hacer hormigón para la construcción, entre otros muchos usos.

Poco a poco se han dado cuenta de que unidas son más fuertes y se han puesto de acuerdo en el importe de venta de su producto. Antes de estar asociadas, cada una ponía su propio precio, rebajándolo en muchas ocasiones para poder competir con sus compañeras. Ahora todas han fijado el mismo y así han pasado de 10 dalasis (0,18 euros) por una taza de ostras a 75 (1,39 euros). “Esto también permite que la gente se conciencie mejor sobre el duro trabajo de estas mujeres”, afirma Fatou Janha Mboob, trabajadora social y fundadora de TRY.

Las mariscadoras del delta del Sine-Saloum o las de la reserva natural de Tanbi experimentan los beneficios que el asociarse les confiere. “Juntas somos más fuertes y conseguimos más cosas”, afirma Mary Manga, la más veterana de las recolectoras de ostras de Old Jeshwang. “Todas ellas son mujeres fuertes que cuidan de sus hijos, pagan el colegio, los alimentan. Hacen mucho por sus familias. Ellas son las que llevan el dinero a casa. Muchas son madres solteras o abandonadas por sus maridos, pero ahora tienen los medios para subsistir sin necesidad de depender de nadie”, añade Mboob.

Fuente: El País/Chema Caballero.

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