Archivo por meses: julio 2023

Hallada en Marte una zona volcánica tan grande como Europa que puede entrar en erupción

Varias sondas orbitales y el primer sismógrafo instalado en el planeta rojo desvelan una enorme región moldeada por vulcanismo actual

Mars
Imagen de la Fosa de Cerbero tomada por la sonda de la NASA ‘HiRise’.

Hasta hace unas pocas semanas, Marte era un planeta muerto. Las últimas erupciones volcánicas sucedieron allí hace miles de millones de años, y la inmensa mayoría de los expertos pensaba que desde entonces las entrañas del planeta han estado prácticamente inmóviles.

Pero este lunes se publica un estudio rompedor que cambia por completo esta idea. El trabajo analiza datos de varias sondas orbitales y también las decenas de martemotos captados por Insight, la nave de la NASA posada cerca del ecuador del planeta rojo y que ha sido la primera en registrar movimientos sísmicos en Marte.

Las conclusiones del estudio son contundentes: el subsuelo de Elysium Planitia, una de las mayores llanuras marcianas, alberga una zona con actividad volcánica actual que tiene un diámetro de unos 4.000 kilómetros, similar al de toda Europa Occidental. El estudio destaca que Marte pasa a ser el tercer planeta del interior del sistema solar con vulcanismo activo conocido, junto a la Tierra y Venus.

Los responsables del trabajo son Adrien Broquet Jeff Andrews-Hanna, científicos del Laboratorio Lunar y Planetario de la Universidad de Arizona (EE UU). Ambos han analizado un conjunto de datos diferentes tomados por diferentes sondas espaciales que han analizado el planeta rojo desde hace décadas, como Mars Global Surveyor y Mars Reconnaissance Orbiter, ambas de la NASA.

Estas y otras misiones han permitido componer detallados mapas topográficos, así como estudiar los cambios en la fuerza de gravedad que ejerce el planeta, que depende de la composición tanto de la superficie como de las capas interiores. Sumando las recientes pruebas de Insight, ambos investigadores concluyen que la explicación más plausible es la existencia de una enorme “pluma de manto” en esta parte de Marte, es decir, un gran conducto de roca que conecta el manto interior del planeta con la corteza externa.

La pluma está entre 100 y 300 grados más caliente que el resto del planeta, por lo que a pesar de estar en estado sólido, fluye lentamente hacia arriba. Se piensa que la cabeza de esta pluma está a entre 25 y 200 kilómetros de profundidad. Si llegase a unos 10 kilómetros, el empuje podría calentar la corteza hasta fundirla y provocaría una erupción de lava. La alta actividad sísmica captada por la nave de la NASA indica que esta zona “está activa” y que puede haber ya depósitos de lava en el subsuelo, según los autores del estudio, publicado en Nature Astronomy.

Adrien Broquet explica: “En otro trabajo de nuestro grupo hemos encontrado el caso de vulcanismo más reciente de la historia de Marte; un pequeño depósito de cenizas de unos 20 kilómetros de diámetro justo en el centro de la pluma de manto. Su edad es de 50.000 años, lo que quiere decir ayer mismo en términos geológicos. Todo esto nos dice que esta región está activa en la actualidad”.

En 1990, un equipo de científicos simuló una pluma de manto usando una caja llena de sirope de diferentes densidades. Una de las formas creadas se parece a lo que tiene que estar sucediendo ahora en la corteza de Marte, con la cabeza redondeada de la pluma como si fuera una seta empujando la corteza del planeta rojo para salir.

Reproducción de una pluma de manto. La parte oscura superior sería la corteza, contra la que empuja la cabeza de la pluma.
Reproducción de una pluma de manto. La parte oscura superior sería la corteza, contra la que empuja la cabeza de la pluma.R. W. GRIFFITHS

La presión puede formar depósitos de magma en la corteza y provocar erupciones en escalas de tiempo geológico, explica Jeff Andrews-Hanna, coautor del trabajo. “Nuestro hallazgo implica que podría haber una erupción en Marte; podría ser hoy mismo o dentro de un millón de años, aproximadamente, lo que es muy poco tiempo en estas escalas. Esta es sin duda la región más interesante de Marte hoy en día”, resalta.

La presión de la pluma sobre la corteza del planeta ha hecho que toda la región tenga una forma abombada que se eleva del terreno circundante entre uno y dos kilómetros. Además ha causado una enorme red de grietas y fallas conocida como la Fosa de Cerbero; la más larga de todo Marte, con unos 1.300 kilómetros de largo.

Este vulcanismo es a la vez parecido y diferente al de la Tierra. El mismo proceso de plumas de manto y puntos calientes sucede en lugares como Hawái o las islas Canarias. Como en la Tierra hay placas tectónicas que se mueven como enormes balsas sobre el manto, las plumas van ocasionando erupciones que crean cadenas de islas. En Marte no hay tectónica de placas, con lo que las posibles erupciones se concentran en un solo punto.

Las dimensiones de la nueva zona volcánica en Marte son apabullantes. Los investigadores han calculado la cantidad de lava líquida que la pluma podría expulsar a la superficie al calentar la corteza. La estimación es una erupción similar a la que creó la meseta del río Columbia (EE UU) por el punto caliente de Yellowstone, que cubrió una extensión similar a la mitad de España.

La pluma de manto descubierta en Marte es mucho mayor que cualquiera que haya existido en la Tierra, aunque sus tiempos de emergencia y erupción son mucho más largos debido a que Marte es más frío y tiene menos gravedad, al ser más pequeño que la Tierra.

Broquet compara esta revelación a la que ya se produjo en los años setenta, cuando los experimentos sísmicos de las naves Apolo, incluida la explosión de bombas, desvelaron que la Luna no era un satélite muerto, frío e inerte, sino que alberga un núcleo de roca fundida. “La mayoría también ve a Marte como un mundo pequeño, frío y muerto, pero el descubrimiento de esta gran pluma de manto supone un cambio de paradigma. Ningún modelo había predicho la existencia de vulcanismo activo en Marte, así que vamos a tener que reescribir la historia geológica del planeta para explicar cómo ha podido formarse”, añade.

Los nuevos datos implican que Insight está posada sobre la nueva pluma volcánica, aunque puede que esto no cambie en mucho su suerte. La nave está en el extremo occidental de la zona activa, lejos de su centro, y la lava fruiría hacia el este, por lo que es improbable que una erupción pueda llevársela por delante. “Nuestros planes no van a cambiar mucho”, explica Simon Stahler, geofísico de la Escuela Politécnica Federal de Suiza involucrado en la misión Insight. “La sonda está a punto de quedarse sin energía debido a la suciedad acumulada en los paneles solares. Lo que sí podemos hacer hasta que mueran las baterías es reevaluar nuestra forma de medir terremotos para tener en cuenta la existencia de esta pluma. Las ondas sísmicas se propagan más rápido cuando el terreno está frío. Hasta ahora asumíamos que la temperatura era uniforme, pero ahora sabemos que hay una gran zona más cálida”, añade Stahler. En la Tierra el vulcanismo es uno de los mayores motores de cambios climáticos y desastres naturales. Se piensa que la extinción de los dinosaurios hace unos 65 millones de años se debió en parte a una descomunal erupción que duró casi un millón de años enfriando la Tierra. Esto, dice Stahler, sería “imposible” en Marte, porque allí el vulcanismo es demasiado lento. “En cualquier caso es importante descubrir que el planeta no está muerto”, destaca.

El geólogo planetario Antonio Molina, del Centro de Astrobiología de Madrid, valora la cantidad de pruebas diferentes que maneja este estudio. “Por separado podrían significar cosas diferentes, pero juntas suponen que el vulcanismo activo es la mejor explicación posible”, resalta. En cualquier caso, advierte, serán necesarias más pruebas, como por ejemplo analizar el vulcanismo en otras zonas del planeta.

El trabajo tiene dos últimas implicaciones importantes para la futura exploración robótica y humana de Marte. Se piensa que si hay vida en el planeta tiene que ser en forma de microbios refugiados bajo la superficie para escapar de la alta radiación. El hecho de que haya vulcanismo y temperaturas más altas puede hacer que esta sea una zona más acogedora para esos organismos y, por lo tanto, un buen lugar para enviar futuras misiones robóticas, razona Molina. Es probable que esta nueva información influya además en el diseño de las futuras misiones tripuladas al planeta rojo. La llanura de Elysium es hoy por hoy el único sitio donde podría crearse una base geotérmica funcional para dar calor y energía a los astronautas.

Fuente: El País / Nuño Domínguez.

La muerte y sus variantes

La séptima entrega de ‘El mundo entonces’, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, cuenta que las personas se morían, qué hacían esas culturas con la muerte y la gran peste que los atacó en 2020

La gente visita el cementerio Chai Wan durante el Festival anual Chung Yeung para rendir homenaje a los familiares difuntos, limpiar las tumbas y dejar ofrendas en recuerdo en Hong Kong, China, en 2021.
La gente visita el cementerio Chai Wan durante el Festival anual Chung Yeung para rendir homenaje a los familiares difuntos, limpiar las tumbas y dejar ofrendas en recuerdo en Hong Kong, China, en 2021.ANADOLU AGENCY (VIA GETTY IMAGES)

Las vidas se habían prolongado mucho, es cierto, pero eso no significaba que las personas no murieran. En esos tiempos, cada día se morían en el mundo alrededor de 180.000 individuos: es difícil imaginar el drama único como algo tan repetido, tan poco original. Pero esa cantidad significaba que cada año no llegaba a morirse una de cada cien personas; en 1970 eran dos de cada cien. En 2020 se morían pero se morían menos y más tarde, y esa fue una de las causas principales por las que en ese medio siglo se duplicó la población del mundo. La razón de sus muertes era otro canto a la desigualdad: en los países ricos nueve de cada diez personas se morían por enfermedades relacionadas con la edad; en los países pobres, sólo seis de cada diez morían de viejos (ver cap.5).

La muerte, entonces, se escondía. Las palabras la escondían: las personas no se morían sino que fallecían, expiraban, fenecía, entregaban sus almas; algunos incluso parecían; unos pocos, parece, sucumbían. Y todo el aparato mortuorio consistía en ofrecer formas impersonales, normalizadas de morirse. Las personas ya no se morían en sus casas sino en meritorios, no se velaban en sus casas sino en tanatorios, vivían sus muertes como un trámite institucional que debía suceder en un lugar neutro, ajeno —donde, en general, no estaban para morirse sino para “curarse”. Se trataba de que no tuvieran que enfrentar el pasaje: el moribundo ya no se despedía de los suyos en una ceremonia íntima que asumía el final sino que era sedado para que se acabara sin notarlo. Nadie se enfrentaba con su muerte sino que la esquivaba todo lo que podía, incluso cuando no le quedaba modo de esquivarle. La muerte era, en esos días, el tabú más profundo.

(Fue un momento extraño. Decía un escritor Flaubert, francés del siglo XIX, que había habido en Roma, mucho antes, entre Cicerón y Marco Aurelio, un momento único en que “los dioses ya no estaban, Cristo todavía no estaba, y solo estuvo el hombre”. Aquellas décadas fueron algo semejante: el breve lapso en que todos se morían todavía pero muchos ya no creían que sus muertes los llevaran a otra vida; ese momento cruel en que la muerte fue real.)

Visitas al cementerio crematorio de Chai Wan durante el Festival anual Chung Yeung, en Hong Kong, China, en octubre de 2021.
Visitas al cementerio crematorio de Chai Wan durante el Festival anual Chung Yeung, en Hong Kong, China, en octubre de 2021.ANADOLU AGENCY (VIA GETTY IMAGES)

Las grandes religiones monoteístas, prometedoras de post-vidas más o menos eternas (ver cap.24), siempre habían enterrado a sus muertos. Sin embargo, en esos días, la capacidad de sus cementerios estaba desbordada por el crecimiento demográfico. Se construyeron grandes necrópolis de propiedad horizontal, donde los cuerpos no se depositaban en la tierra sino en nichos superpuestos a la manera de los edificios de departamentos: el sistema no parecía particularmente digno. Solo los más prósperos se enterraban en praderas pastosas que recordaban a las urbanizaciones o barrios cerrados de los suburbios ricos: las tumbas seguían siendo, como siempre, un reflejo de las habitaciones.

Y, al mismo tiempo, la movilidad de las familias hacía más improbable la opción de cuidar durante generaciones las sepulturas ancestrales. Así que, para muchos de ellos, la cremación se volvió una solución. La ceremonia era más simple: se echaba el cadáver a un incinerador y, minutos después, un operario entregaba unas cenizas a los deudos, que podían guardarlas junto al televisor o dispersarlas en algún lugar más o menos significativo. Así, el muerto no necesitaba un lugar físico mantenido a lo largo del tiempo, no se instalaba en ningún sitio: la desmaterialización de los cadáveres estaba de acuerdo con tantas otras pérdidas de materia que definieron a la época.

Y la muerte, así, se resolvía más rápido.

(Era, de algún modo, la venganza del fuego, su última revancha. Si su Era se estaba terminando —ver Prólogo—, si desaparecía de esas vidas, todavía reaparecía en esas muertes.)

Al mismo tiempo empezaban a aparecer ciertas grietas en la muerte institucionalizada: la eutanasia, una palabra antigua que significaba “buena muerte” era aceptada en unos pocos países. Consistía en que, cuando una persona sentía que su enfermedad no le permitía tener la vida que quería, cuando prefería tener ninguna a tener esa, podía dejarla en las mejores condiciones posibles. Durante siglos la eutanasia había sido condenada por la obediencia religiosa que suponía que solo el dios vigente tenía derecho a decidir cuándo se moriría cada quien; después, fue condenada por la soberbia de la ciencia médica, que competía para ver cuánto podían mantener módicamente vivos cuerpos que ya no tenían ninguna vida verdadera. Y tanto las iglesias como cierta ciencia se opusieron cuando Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Colombia, España y Nueva Zelanda la permitieron; en el resto del mundo seguía siendo tabú, y se equiparaba con el suicidio.

Mientras tanto ciertos datos —siempre confusos— parecen significar que nunca se había suicidado tanta gente como en esos años. Groenlandia, la gran isla entonces helada, se había convertido en la capital mundial del suicidio: en ella, fría, oscura, casi despoblada, 60 de cada 100.000 personas se mataban cada año. Era un caso extraordinario, pero en Rusia, Lituania, Corea, China, Japón, Sri Lanka, Hungría, Ucrania, Uruguay, los suicidas eran más de 20 cada 100.000. La violencia propia mataba mucho más que la violencia ajena.

Ese aumento de la cantidad de suicidios es, pese a todo, discutible: sabemos que, durante muchos siglos, el suicidio no quedó registrado porque se disimuló, se hizo pasar por otras muertes. Era lógico: la mayoría de las religiones lo condenaba por razones de supervivencia: si su dogma aseguraba que la vida después de la muerte era mucho mejor que la vida antes, ¿cómo conseguir que los fieles no se fueran en masa a esa vida mejor —y dejarán a la iglesia de marras sin clientes? La única forma fue asegurarles que los suicidas no accedieran a esa vida posterior tan bien publicitada. Así consiguieron evitar cataratas de suicidios —y conseguir que los que existían se disimularan para esquivar el escarnio correspondiente. En la Tercera Década la influencia de esas religiones sobre los estados —ya muy disminuida— hizo que los registros se sinceraran y los suicidios se registrarán como tales. También es probable que, relajado el tabú religioso, se suicidara más gente que antes.

Así que no hay datos suficientes, pero es lícito pensar que fue el único período histórico en que las personas se mataron más a sí mismas que a otras personas. Y en todas partes los hombres se mataban mucho más que las mujeres: en Europa y América, cuatro veces más.

* * *

Otras maneras de suicidio, más prolongadas, menos espectaculares, seguían funcionando. Durante todo el siglo XX la humanidad había consumido con entusiasmo y sin reparos una droga que mataba a varios millones de personas por año. Fue, quizás, un caso único: otras sustancias nocivas consumidas a lo largo de los siglos ofrecían estados de conciencia alterados deseables —el alcohol, los psicotrópicos— o la atracción de un riesgo apetecible, pero el tabaco no modificaban la percepción ni parecía peligroso: era más que nada un objeto aspiracional, una fuente de status y glamour que campeo en las sociedades ricas durante muchos años. Al principio lo fumaban sobre todo los hombres; después, poco a poco, las mujeres fueron “conquistando la libertad” de hacerlo. Ni unos ni otros, por supuesto, creían que los cigarrillos les hicieran ningún daño. “Alguna vez los historiadores se preguntarán por qué, en esos años, millones de personas se envenenaran constante y concienzudamente, sin descanso y sin miedo, sin defensas”, escribió alguien en 1990.

En sus mejores momentos el tabaco era consumido por una buena mitad de la población adulta de los países más ricos. Recién a fines del siglo XX sus gobiernos consiguieron desoír los cantos de sirena —y los dineros— de las grandes empresas tabacaleras, admitieron sus perjuicios físicos y, preocupados por la saturación que sus víctimas producían en sus sistemas de salud, lanzaron campañas de concientización y, al fin, prohibieron su consumo en la mayoría de los lugares públicos. Parecía inútil, una de esas prohibiciones que solo aumentan el uso de lo que prohíben; fue curioso comprobar que, al cabo de 20 o 30 años, su consumo en esos países había disminuido a un tercio. Era casi un problema moral: la represión, una práctica tan justamente criticada y desdeñada, había logrado un fin loable.

Paquetes de cigarrillos en un quiosco en Hamburgo.
Paquetes de cigarrillos en un quiosco en Hamburgo.PICTURE ALLIANCE

Aunque también había sido decisiva la operación de imagen: de pronto los fumadores dejaron de ser los hombres y mujeres a imitar, los fuertes, los elegantes, los valientes, y pasaron a ser los débiles cobardes que no sabían resistirse a un vicio tonto. Tanto que, por ejemplo, en esos tiempos en que se suponía que las personas no podían resistir ni siquiera la visión de aquello que podría ofenderlas, algunas series de televisión advertían a sus espectadores que contenían “imágenes de tabaco”. Pero, una vez más, el sistema funcionó en los países más ricos, y a nivel global la cifra de fumadores se mantuvo: en 2020 los habitantes de los países más pobres —y sobre todo China— ya habían tomado el relevo, y siguieron envenenandose con nicotina y humo.

* * *

Mientras tanto, las drogas que entonces eran ilegales seguían siendo un foco de atención. En esos años había habido un reemplazo importante: las drogas clásicas de origen natural —marihuana, cocaína, heroína— estaban dejando lugar a las puramente químicas, como la metanfetamina y todas sus variantes. Las “drogas de diseño” eran más fáciles y baratas de producir —no se necesitaban plantaciones, campesinos, funcionarios corruptos, escuadrones armados, contrabandistas— y sus efectos estaban mejor adaptados a la demanda de esos tiempos.

Se calculaba —¿pero cómo saberlo a ciencia cierta?— que el negocio global de las drogas ilegales movía unos 600.000 millones de euros al año, diez veces menos que las drogas legales, muy poco menos que las armas legales (ver cap.22). Eso habría sido, si acaso, el uno por ciento del comercio mundial, y también solía calcularse que los consumidores de drogas ilegales no pasaban del uno por ciento de la población. Con incidencias tan bajas, era curiosa la repercusión que aquellas drogas tenían en aquel mundo.

(Hay algo allí que resiste a la comprensión del historiador: la cantidad de materiales —películas, textos, músicas, soportes varios— que todavía encontramos, relacionados con la fabricación, venta y consumo de esas drogas. Parece como si hubieran ocupado en el relato global de esos días un espacio radicalmente desproporcionado en relación a su circulación real, a su presencia material. Desde la incomprensión de unos tiempos que no lo practican, todavía esperamos que alguien lo explique y desentrañé.)

Un agricultor se ve con su machete en Vichada, Colombia el 5 de diciembre de 2017.
Un agricultor se ve con su machete en Vichada, Colombia el 5 de diciembre de 2017.ANADOLU AGENCY (GETTY IMAGES)

Más allá de su peso cultural y de la tontería de tantos jóvenes que se morían de sobredosis, es cierto que su circulación producía mucha violencia en los países donde las consumían —y más aún en los países que las producían y vendían (ver cap.23). Los empresarios que las controlaban necesitaban, para preservar ese control, mantener pequeños ejércitos que se enfrentaban entre sí para defender sus privilegios comerciales. Más allá de sus funciones específicas, aquellos hombres usaban su fuerza para emprender actividades paralelas y su dinero fácil para corromper a todo el que lo mereciera, convirtiendo sus lugares en zonas de confusión y de violencia. Es lo que sucedió, en esos años, en países como Colombia, México, Honduras, Guatemala, Afganistán, Pakistán, Nigeria, Kenia, Myanmar. La cantidad de dinero que manejaban esos empresarios era tan desproporcionada que muy pocos funcionarios —o periodistas o policías o políticos— se permitían rechazarlos: su dinero negro narco les daba un poder extraordinario.

Frente a eso, un movimiento incipiente por la “legalización de las drogas” solía invocar el ejemplo de la “Ley Seca” de principios del siglo XX, cuando los Estados Unidos prohibieron la circulación de bebidas alcohólicas y prohijaron el auge de una serie de organizaciones criminales —”la mafia”— dedicadas a fabricarlas y venderlas. Sin prohibición se acabaría la violencia ligada a este tráfico, decían, y proponían que se legalizara básicamente la marihuana, que era, entonces, la droga que menos violencia producía —pero no se atrevían a incluir en sus planteos a las otras. Algunos países incluso lo pusieron en marcha, y dieron un ejemplo perfecto de cómo una solución a medias nunca soluciona nada.

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En ese extraño 2020 algo que nadie había imaginado produjo una conmoción mundial. Aquel año la enfermedad —la muerte— se transformó en el foco, el gran eje del mundo. La salud había progresado (ver cap.5) de forma extraordinaria en los 50 años previos —si entendemos la salud como la capacidad de las personas para mantenerse vivas y activas. “¿Qué es la salú sino la conjetura/ de que quizá vivamos otro poco?”, decía una cantante de esos tiempos. Pero aquel año todo ese avance pareció, de pronto, provisorio, frágil.

En esos días muchos deploraban la banalidad: hacía décadas que en el mundo no pasaba nada importante, ninguno de esos hechos que la Historia con mayúsculas recordaría. Ni las grandes guerras “mundiales” ni el mayor holocausto ni la llegada del hombre a la Luna ni un magnicidio realmente magno: esos últimos años habían estado llenos de cositas significativas —quizás incluso más que aquellas: la irrupción de la virtualidad había cambiado las vidas mucho más que un viaje de tres enmascarados al espacio— pero no rimbombantes. Hasta que llegó ese gran corte que la historia —creían— sí recordaría y apareció, precisamente, como un freno en esa evolución de la salud: la mayor peste en mucho tiempo, el más global de los eventos. Y resultó que no lo habían hecho los hombres sino los murciélagos: fue muy decepcionante, casi una humillación.

Lo llamaron “la pandemia”. La pandemia consistió en la difusión mundial de un virus —coronavirus SARS-CoV-2, originado en un pueblo del interior de la China—, que en pocos meses llegó a todo el planeta. Pasaba algo de lo que nadie podía escapar. Tenía sus diferencias según las sociedades, los países, pero fue el primer hecho realmente global de la historia humana: miles de millones pensando en lo mismo, ocupándose de lo mismo, definiendo sus vidas por la misma amenaza. El mundo se medicalizo: todo lo que sucedía estaba relacionado con la enfermedad y los intentos de evitarla. Las vidas, las noticias, los esfuerzos, las esperanzas eran un gran relato sanitario.

Personal sanitario totalmente protegido atiende a un paciente ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Infanta Sofía de San Sebastián de los Reyes (Madrid) en 2020.
Personal sanitario totalmente protegido atiende a un paciente ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Infanta Sofía de San Sebastián de los Reyes (Madrid) en 2020.EUROPA PRESS NEWS (VIA GETTY IMAGES)

En la mayoría de los países la primera reacción consistió en confinar —a la manera medieval— a todos los ciudadanos en sus casas. Ese confinamiento duró, según los estados, entre dos y diez meses, y produjo unos nervios y una calma que el mundo no había visto en milenios: se prohibió la circulación salvo cuando era indispensable, se suspendió la mayoría de los trabajos, cerraron las escuelas y comercios y bares y espectáculos y todo lo demás, dejaron de circular trenes y aviones. El mundo superpoblado se volvió, de pronto, inmóvil y vacío.

La muerte, entonces, se convirtió en el único tema: fue el eje que estructuraba todo. Miles de millones de personas hacían lo que hacían por el miedo a morirse. En esos días, gracias a ese miedo, miles de millones aceptaron imposiciones que nunca habrían aceptado de otro modo: resignaron la mayor parte de sus libertades a cambio de la supuesta protección contra el enemigo invisible. Las policías patrullaban las calles para garantizar que nadie más saliera y tantos ciudadanos los ayudaban denunciando a quienes lo intentaban. La tentación autoritaria se encontró con una causa que la justificaba y esas personas pudieron ejercer su despotismo de opereta en nombre del bien común. Los organismos de control de los estados tuvieron, durante esos meses, tanto más poder que en cualquier otra época moderna; unas pocas voces se alzaron para alertar sobre el peligro de que los ciudadanos no pudieran recuperar sus libertades cuando pasara la amenaza; no imaginaban, por supuesto, lo que sucedería.

La fase aguda de la pandemia duró más de dos años. Muchas personas perdieron sus trabajos, muchas los cambiaron, casi todas perdieron a alguien más o menos cercano. Durante meses, todas miraron a las demás como enemigos en potencia, una amenaza: el hombre se había vuelto un —portador de— virus para el hombre. Todas dejaron de tocarse y no sabían cómo saludarse: no era importante, salvo como un signo de la profundidad con que las viejas costumbres habían sido sacudidas por el sismo corona. La certeza de no tener certezas fue, quizá —relataron numerosos testigos—, lo peor de ese lapso. O, si acaso, lo más interesante.

Sus efectos directos fueron más o menos mensurables: aunque las cifras difieren mucho —porque muchos países no estaban en condiciones de registrar los resultados— la cifra más aceptada rondaba los seis millones y medio de muertos; solo en los tres países más afectados, Estados Unidos, India y Brasil, murieron más de dos millones. Sin embargo, cálculos de la Organización Mundial de la Salud cifraban la cantidad total en más de 15 millones. Esa diferencia abismal era otra muestra del desconcierto dominante.

La peste también sumió a más de 150 millones en la pobreza, redujo las economías a sus peores niveles en décadas y, en medio de tanta caída, confirmó una tendencia: los diez hombres más ricos de aquel mundo —nueve norteamericanos y un francés— duplicaron su patrimonio, que pasó de 700 a 1.500 millones de euros.

Los efectos mediatos siguieron reverberando a través de las décadas. Entre los más significativos, con ser muchos y variados, podríamos resaltar los siguientes:

Una persona fallecida en un ataúd con la etiqueta "SARS-CoV-2 positivo - Corona" es incinerada en un horno crematorio en Alemania.
Una persona fallecida en un ataúd con la etiqueta «SARS-CoV-2 positivo – Corona» es incinerada en un horno crematorio en Alemania.PICTURE ALLIANCE

♦ La amenaza puso de manifiesto que, en situaciones extremas, los estados eran indispensables —y la famosa “libertad de los mercados” no alcanzaba. Fueron los estados los que decidieron las medidas, los estados los que garantizaron que se cumplieran, los estados los que se hicieron cargo de los enfermos, los estados los que subsidiaron la búsqueda de vacunas, los estados los que subvencionaron a los trabajadores sin trabajo y a las empresas sin negocio, los estados los que inyectaron sumas inusitadas para revivir la economía caída. Tras 40 años en que las políticas de “la derecha” habían consistido en declamar la inutilidad de los estados, ese mismo sector los usó para salvar su mundo del desastre completo. Se abría, sabemos, una etapa distinta.

♦ Como en toda catástrofe, la farmacología y las terapias crecieron en tropel. Si la Gran Guerra de principios del siglo XX sirvió para mejorar tanto las técnicas quirúrgicas, y su repetición en 1939 sancionó la irrupción de la penicilina, la pandemia aceleró la elaboración de vacunas basadas en el ARN —ácido ribonucleico mensajero— cuya difusión podría haber tardado, sin esa urgencia, décadas. Entre esas vacunas y las más tradicionales —pero que también se completaron en tiempo récord—, los médicos y biólogos consiguieron que aquella peste produjera infinitamente menos muertes que su antecedente más directo, la Gripe de 1918, que había matado a más de 50 millones en un mundo con cuatro veces menos habitantes.

Y sin embargo en varios de los países más ricos hasta un tercio de la población se negó a vacunarse. En algunos, los gobiernos decidieron medidas para obligarlos; en otros, no. Fue, en todos, un síntoma brutal de la fuerza que había alcanzado la desconfianza de las instituciones y los líderes, que tendría tamañas consecuencias.

Largas filas de personas con y sin citas en Cal State LA para vacunarse contra el COVID-19 en Los Ángeles en 2021.
Largas filas de personas con y sin citas en Cal State LA para vacunarse contra el COVID-19 en Los Ángeles en 2021.MEDIA NEWS GROUP (VIA GETTY IMAGES)

♦ Pero esas mismas vacunas, que protegieron con eficacia a una parte importante de la humanidad, cumplieron otra de las funciones más brutales de la pandemia: desnudar estructuras, relaciones, tendencias que la “normalidad” anterior había sabido mantener veladas. Esas vacunas, como es lógico, fueron producidas en los países más poderosos: Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Rusia, China —donde la investigación científica y los medios técnicos lo permitían. Allí, las desarrollaron en general laboratorios privados que, aprovechando la investigación pública y los subsidios estatales, ganaron fortunas vendiéndose esas drogas a esos mismos estados (ver cap.5). Así, esos países y los otros ricos acapararon suficientes dosis como para inmunizar varias veces a su población. Alrededor de un tercio de la humanidad fue rápidamente vacunada; los otros dos tercios —África, Asia, América Latina— lo fueron tarde y poco.

Era una caricatura de las desigualdades habituales: unos cuantos países concentraban toda la riqueza —en este caso, sanitaria— del mundo, mientras el resto sufría y los envidiaba. Pero esta vez los efectos no se limitaron a los sermones remanidos de los pocos que solían lanzarlos: la pandemia demostró que no se podían salvar sólo unos cuantos; que no proteger a todos era, a fin de cuentas, no proteger a nadie. No se trataba de pruritos morales: en los países pobres, poco vacunados, siguieron apareciendo nuevas mutaciones del virus que encontraron su camino hacia los países ricos y allí, esquivando vacunas que no estaban preparadas para esas cepas nuevas, prolongaron el contagio y la zozobra. Pocas situaciones, a lo largo de la historia, habían mostrado con más fuerza la necesidad de la solidaridad social, tan declamada como poco practicada. Tampoco lo fue entonces: una cantidad de países pobres pidieron la liberación de las patentes de las vacunas pero el sistema global se opuso y lo impidió. Prefirieron correr el riesgo de los nuevos rebrotes antes que renunciar al dogma —la propiedad privada— y abrir la puerta a quien sabe qué dudas.

♦ Otro efecto inesperado fue el enorme salto hacia adelante de la civilización digital. Por supuesto, ya antes de la pandemia las comunicaciones digitales estaban en auge. Pero fueron los confinamientos sanitarios los que obligaron a las empresas más poderosas y a las familias y agrupaciones varias a tratar de reemplazar cualquier reunión presencial por las llamadas con o sin imagen y los —súbitamente— famosos encuentros virtuales, que se volvieron perfectamente omnipresentes para trabajar, conversar, “conectarse” (ver cap.17).

Sabemos que, cuando la situación se normalizó, muchas empresas —e incluso muchas familias— decidieron mantener esas formas digitales. Las grandes oficinas empezaron a desaparecer: una de las marcas del siglo XX —aquellos mastodontes de vidrio y acero que concentraban a miles de empleados en un lugar común— perdía su hegemonía (ver cap.15). Y más allá: la virtualidad se hizo cada vez más habitual hasta que terminaría, como sabemos, invadiendo todos los ámbitos de nuestras vidas. Solo que entonces, claro, lo que empezaba era esa etapa de transición en que el mundo fue plano, antes de recuperar, si no la materia, sí la tercera dimensión.

♦ En el Mundo Rico, la pandemia desnudó la soledad en que vivía mucha gente (ver cap.2). Privados de asistir a sus trabajos, a sus contados escenarios sociales, más y más personas pasaron meses sin contacto con otros seres vivos. Una prueba menor es que, en Estados Unidos, uno de cada cinco “hogares” —23 millones— se compró en ese lapso un animal de compañía, perro o gato.

Imagen que muestra la vida cotidiana en un centro residencial de atención para personas mayores, en Bélgica.
Imagen que muestra la vida cotidiana en un centro residencial de atención para personas mayores, en Bélgica.PHOTONEWS (VIA GETTY IMAGES)

♦ Por último —aunque esta lista sea incompleta y casi caprichosa— la pandemia produjo la sensación, tan justificada, de la fragilidad de todo lo que hasta entonces parecía tan sólido. Si una pequeña mutación de un virus chino causaba esos efectos, era evidente que la civilización humana estaba construida sobre pilotes temblorosos. Algunos lo plantearán como una revancha de la naturaleza, que se vengaba de los malos tratos humanos o, menos animistas, como un ejemplo de lo que podía pasar cuando los hombres modificaban sin tasa el medio ambiente.

Y al mismo tiempo se instaló una forma del miedo que hasta entonces había existido más que nada en ficciones baratas: los ataques biológicos destinados a producir una infección global parecieron de pronto muy factibles. El mundo empezó a temer esta variante posible del terrorismo: si alcanzaba con modificar un virus y ponerlo en circulación para producir semejantes perturbaciones, sonaba perfectamente lógico que ciertos grupos —delincuentes que exigían un rescate, descontentos que buscaban cambios— lo intentaran. Entonces no era más que una idea; sabemos demasiado bien cómo siguió.

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Mientras tanto, en medio de la mayor ola de muertes civiles que el mundo había conocido en décadas, otra idea seguía abriéndose camino: cada vez más científicos y emprendedores pensaban que la muerte no era la conclusión inevitable de la vida sino un error que se podría solucionar.

Hasta entonces todas las formas de lidiar con la muerte habían sido virtuales: la principal era la promesa de esas religiones que aseguraban que, si el creyente obedecía sus reglas, una vida mejor lo esperaba tras el tránsito incómodo. Pero precisamente en esos días, mientras la vida se volvía cada vez más virtual, empezaban a aparecer formas materiales de pelear contra la muerte.

El foco de estos primeros intentos estaba en California, el más rico de los estados de los Estados Unidos. Allí, varios empresarios más o menos jóvenes que se habían enriquecido desmesuradamente con negocios y productos digitales vivían vidas demasiado agradables como para soportar la idea de que se acabarían —y decidieron invertir en evitarlo. Su esperanza era que la noción de esperanza de vida perdiera sentido: que la vida fuera más allá de sus limitadas esperanzas. Ellos fueron los sponsors principales de las investigaciones que se lanzaron en esos años y que, con el tiempo, se fueron alineando en dos vías diferenciadas.

Estaban, por un lado, los que se aferraban a la materialidad tradicional y buscaban recursos para prolongar el uso de los cuerpos. Su estrategia se basaba en todo tipo de terapias celulares, remedios personalizados, mecanismos para detener el envejecimiento y, en última instancia, la fabricación de órganos y miembros para reemplazar a los que empezaran a fallar. Tenían un problema: sus proyectos no anularon la muerte, solo la postergaba —aunque los más ambiciosos ya creían que un plan consecuente de terapias y reemplazos podía mantener un cuerpo en funcionamiento durante siglos.

Por otro lado, los más audaces se adaptan mejor a la época: trabajaban las opciones virtuales. Fue precisamente en esos años cuando se empezaron a diseñar modos de “escanear” los cerebros humanos para poder transferir toda su información —su persona— a máquinas corpóreas —los famosos robots, que entonces conservaban formas mucho más humanoides— donde podrían subsistir indefinidamente. Es cierto que, cien años después, aquellos primeros intentos —como los reseñados en una crónica de la época, Sinfín— parecen ingenuos y entrañables y ligeramente desviados, pero también lo es que sin ellos nunca habríamos llegado adonde estamos.

Fuente: El País/Martín Caparros.

La polémica sobre la autenticidad de un nuevo retrato resucita el misterio de Shakespeare

La obra, cuyo propietario desea permanecer en el anonimato, sale a la venta por 11,6 millones de euros. Los expertos no se ponen de acuerdo si la pintura representa al autor inglés

Retrato del artista Robert Peake que supuestamente representa a William Shakespeare, expuesto en el hotel Grosvenor House de Londres.
Retrato del artista Robert Peake que supuestamente representa a William Shakespeare, expuesto en el hotel Grosvenor House de Londres.KIRSTY O’CONNOR – PA IMAGES

La historia está plagada de personajes sin retrato, o con una reproducción tan dudosa de su imagen que no ha servido para fijar un recuerdo certero. La cabeza de Ana Bolena, malograda segunda esposa de Enrique VIII, ha rodado una y otra vez en novelas, películas y series, a pesar de que un óleo anónimo del siglo XVI sea la única pista de aquella mujer “de largo cuello, boca ancha y ojos negros y hermosos”, como la definió el embajador de Venecia en la corte de los Tudor. El mayor misterio, sin embargo, corresponde a William Shakespeare. Que el responsable de la “invención de lo humano”, según palabras de su mayor admirador, el crítico literario estadounidense Harold Bloom, apenas tenga dos representaciones de su aspecto físico ―un busto en el monumento funerario de su localidad natal, Stratford-upon-Avon, y el grabado del autor en el First Folio que recopiló sus obras, en 1623― ha desatado durante décadas una tarea detectivesca y varios anuncios que han resultado fraudulentos.

Por eso, el nuevo retrato del bardo expuesto estos días en el hotel Grosvenor House de Londres ha levantado tanta expectativa como recelos. Su dueño quiere permanecer en el anonimato. Pide 11,6 millones de euros por la obra, y rehúye la subasta. Quiere una venta directa. Sobre un fondo oscuro, un hombre delgado, de calvicie incipiente, ojos claros, barba pelirroja recortada, camisola y jubón, mira hacia adelante de modo inquisitivo. En la esquina superior izquierda del óleo se lee 1608, el año en que el dramaturgo se encontraba en su apogeo profesional. En la derecha, las iniciales AE y la cifra 44. La edad que tendría entonces según la partida bautismal. Ocho años antes de su fallecimiento.

El retrato es obra de Robert Peake El Viejo, pintor de cámara de Jaime I, a quien la Office of Revels(algo así comoel Ministerio del Ocio,responsable de las representaciones teatrales y musicales en la corte jacobina) realizó numerosos encargos. Sus iniciales estilizadas aparecieron en la esquina derecha superior de la pintura, al retirar el marco que la contenía. El taller de Peake estaba en el barrio londinense de Clerkenwell, donde se ensayaron muchas de las obras del autor teatral más famoso de todos los tiempos. No hay una prueba definitiva de la autenticidad de la pintura. El nombre Shakespeare, que aparece en la parte de abajo del marco, no demuestra nada, porque ese marco se incorporó a la obra uno o dos siglos después. Solo hay una acumulación de señales, coincidencias e indicios que obligan, sin embargo, a prestar atención al desafío.

Retrato de Shakespeare en una de las copias que existen del 'First Folio', subastada por Christie's en 2020.
Retrato de Shakespeare en una de las copias que existen del ‘First Folio’, subastada por Christie’s en 2020.HENRY NICHOLLS (REUTERS)

“Es un trabajo con monograma y fecha, realizado por un retratista de seria reputación, que tenía además conexiones directas con el artista responsable de la imagen del First Folio”, afirma Duncan Phillips, el galerista y experto en arte que presentó recientemente la obra al público, y que se ha convertido en su mayor promotor y defensor. El First Folio es la primera compilación, publicada en 1623, de las 36 obras de Shakespeare. El grabado del autor, algo muy común en las publicaciones de la época, es obra de un tal Martin Droeshout. Aunque no existe información directa ―parte del misterio creciente―, los expertos creen que el retrato no surgió de la observación del modelo original, sino que probablemente fue la copia de una pintura ya existente. El hijo de Robert Peake, William, tenía un taller de grabación y conocía a Droeshout. Esa es la conexión que resalta el galerista. Poderosa, sin duda, pero que no despeja la mayor de las sospechas: ¿cómo es posible que la imagen más buscada, del autor más británico y universal de la historia, haya permanecido hasta 1975 ―cuando fue subastada en Christie´s― colgada en la pared de la mansión Swinton House, propiedad de la familia Danby, al norte de Inglaterra, sin que nadie se hubiera percatado de su existencia?

“La pintura ha sobrevivido durante los últimos 400 años, sin haber sufrido apenas desgaste, gracias a que fue propiedad de una familia entusiasta de Shakespeare, que la mantuvo colgada en su biblioteca”, defiende Phillips. Ya en 2016, un análisis del Instituto Courtauld concluyó que la pigmentación del cuadro se correspondía con la época, y que su buen estado de conservación respondía al hecho de haber permanecido inmóvil en el mismo sitio durante un largo tiempo.

“Pura ilusión”. Así ha definido al diario Daily Mail la pretensión del hallazgo el profesor Michael Dobson, director del Instituto Shakespeare de la Universidad de Birmingham, y uno de los mayores expertos en la obra y la vida del dramaturgo. “No aparece etiquetado como retrato de Shakespeare, quien seguramente hubiera insistido en que su escudo familiar apareciera en una esquina de la pintura [una lanza dorada sobre una franja negra diagonal, y el lema francés Non Sans Droict, No Sin Derecho]”, ha dicho Dobson. “Y no tiene semejanza alguna con los retratos encargados por familiares y amigos: el monumento funerario de Stratford o el grabado del First Folio”.

Busto de William Shakespeare en su monumento funerario en Stratford-upon-Avon.
Busto de William Shakespeare en su monumento funerario en Stratford-upon-Avon.EPICS (GETTY IMAGES)

La única similitud que se ha podido hallar entre la nueva obra y las que el consenso histórico da por auténticas es un rasgo físico menor, aunque los que lo han querido detectar han practicado cierto voluntarismo. El párpado ligeramente caído e hinchado del ojo izquierdo, propio de un tipo raro de cáncer del conducto lacrimal que algunos médicos han atribuido a Shakespeare, aparece en el grabado y en la nueva pintura, aunque de manera mucho menos perceptible en la segunda.

Retratos fraudulentos

No es la primera vez en que la aparición de la imagen del bardo ha provocado revuelo y expectativas entre académicos y medios de comunicación británicos. “Volvemos constantemente a Shakespeare porque lo necesitamos: nadie nos ofrece tantas de las cosas que damos por hecho en este mundo”, escribió Bloom. Hay una necesidad de que reaparezca, aunque sea como ectoplasma. En 2015, el historiador y botánico Mark Griffiths quiso ver al bardo en la portada de El herbolario o Historia general de las plantas, un libro impreso en Londres en 1597. De las cinco figuras humanas ―cuatro hombres y una mujer― rodeadas de flores y plantas que aparecen en la ilustración grabada, Griffiths se empeñó en vislumbrar en una de ellas a un Shakespeare barbado y laureado de apenas 33 años. “El descubrimiento más importante de los últimos 400 años. Su verdadera imagen, por fin revelada”, tituló la revista Country Life al publicar su exclusiva, repercutida de inmediato por la BBC y los principales medios británicos. Se trataba realmente de Dioscórides, un médico griego de la época del emperador romano Nerón.

Fuente: El País/Rafa de Miguel.

Las guardianas de los bosques de ostras suman fuerzas para resistir

Grupos de mariscadoras en Senegal y Gambia forman cooperativas que les reportan mayores beneficios ante el deterioro que sufren los manglares del Delta debido a la emergencia climática y la deforestación

Un grupo de mujeres de la asociación gambiana TRY Oyster Women’s Association en la Reserva natural de Tanbi, que se extiende en torno a la desembocadura del río Gambia.
Un grupo de mujeres de la asociación gambiana TRY Oyster Women’s Association en la Reserva natural de Tanbi, que se extiende en torno a la desembocadura del río Gambia.CHEMA CABALLERO

“Una mano sola no hace nada. Se necesitan dos para cualquier cosa. Por eso un día decidimos asociarnos y constituir una cooperativa. Nos ayuda a intercambiar conocimientos y sabiduría, a distribuir el trabajo y, en definitiva, a conseguir más beneficios para todas”, cuenta la presidenta de la asociación de mujeres de Mar Fafaco, Gnina Sarr.

Este aislado pueblo se halla en la isla de Mar Lodj, una de las más de 200 que se extienden en el delta del Sine-Saloum (un depósito fluvial en Senegal que se forma en la desembocadura del río Salum). Este lugar se ha puesto de moda como un lugar de descanso para migrantes occidentales que trabajan en el país y que los fines de semana llenan sus hoteles; y jubilados europeos —principalmente franceses—, muchos de los cuales han construido casas en la zona.

Mujeres miembros de la TRY Oyster Women’s Association, reunidas en el terreno que poseen en el del barrio de Old Jeshwang, a las afueras de Banjul, para organizar sus actividades.
Mujeres miembros de la TRY Oyster Women’s Association, reunidas en el terreno que poseen en el del barrio de Old Jeshwang, a las afueras de Banjul, para organizar sus actividades.CHEMA CABALLERO

Pero la bonanza turística no llega a ese sitio tan apartado. A Mar Fafaco se llega a caballo, ese el único vehículo de la isla; la otra opción es llegar por mar a través de una barca, aunque el embarcadero queda un poco separado de las viviendas. Allí la vida es dura. Tradicionalmente, la pesca y la agricultura han constituido los principales medios de subsistencia. Actividades que cada vez producen menos beneficios. Como en otras partes del Delta, ante esa situación y cansadas de depender de las remesas enviadas por hijos y maridos forzados a migrar, las mujeres decidieron asociarse para generar ingresos que les permitan cambiar la vida de sus familias.

“Trabajar juntas es mucho mejor”, continúa Sarr. “Si cada una actúa por su cuenta, solo consigue lo necesario para su consumo. Juntas producimos más y tenemos un remanente que podemos vender y conseguir dinero que ahorramos. Luego, esos ingresos son utilizados para conceder microcréditos para las socias y que de esa manera puedan mejorar sus negocios. Las hay que venden verduras, telas, zapatos o cualquier otra cosa. Estamos en todos los negocios donde podamos sacar beneficios. No podemos detenernos. De esta forma conseguimos fondos para mantener a nuestras familias, pagar el colegio de los niños, cuidar de las emergencias que puedan surgir o cualquier otro hecho”.

Los manglares son componentes vitales de los ecosistemas costeros del mundo. Sobreviven donde ningún otro árbol puede hacerlo, en aguas salubres y con poco oxígeno, expuestos a las mareas y tormentas. Se encuentran en regiones tropicales y subtropicales. Pueden almacenar gran cantidad de carbono, lo que los convierte en excelentes luchadores contra el cambio climático. Son también un refugio de peces y fortalecen la vida acuática. Sus raíces protegen la costa de la erosión. Senegal y Gambia cuentan con grandes extensiones de ellos. Son de destacar los del delta del Sine-Saloum en el primer país o los que rodean la desembocadura del río Gambia en el segundo.

Los manglares son componentes vitales de los ecosistemas costeros del mundo. Sobreviven donde ningún otro árbol puede hacerlo, en aguas salubres y con poco oxígeno, expuestos a las mareas y tormentas

Sin embargo, se calcula que desde 1970, un 40% de estos bosques se ha perdido. Las sequías relacionadas con el cambio climático están detrás de ello. Pero también la acción humana, como el hecho de que se corten para utilizar sus troncos y ramas como leña. El retroceso de esta barrera natural tiene como consecuencia una mayor concentración de sal en las aguas de los ríos, lo que repercute directamente en la agricultura, el deterioro de la vida marina y la desaparición de los peces. A esto se le suma la pesca industrial y la ilegal, no declarada y no reglamentada (pesca INDNR), que barcos de varios países, entre ellos España, llevan a cabo en las costas de ambas naciones. Por ello, cientos de personas de la zona han visto destruido su medio de vida y no les queda otra salida que emigrar a las ciudades o fuera del país.

Los manglares, clave para la supervivencia de las mariscadoras

Entre los colectivos que se ven más afectados está el de las mariscadoras. Desde hace generaciones viven de la recolección de ostras y otros moluscos muy apreciados en la gastronomía local. Ellas también han contribuido a la disminución de los manglares porque, tradicionalmente, cortaban las raíces donde se fijan estos bivalvos para acceder a ellos. Sin embargo, esa técnica ha cambiado. Además, ellas se han convertido en las principales reforestadoras y guardianas de estos bosques. Les va su supervivencia y la de sus familias en ello.

Las ostras son más pequeñas que las que posiblemente el lector tenga en mente. Se trata de la Crassostrea tulipa que crece en los manglares de África occidental. Son muy utilizadas en salsas que acompañan el arroz o el cuscús. Ahumadas o en conserva se encuentran en los mercados. Su recolección y transformación la realizan mujeres de forma tradicional y, en gran medida, de modo informal.

Cansadas de depender de las remesas enviadas por hijos y maridos forzados a migrar, las mujeres decidieron asociarse para generar ingresos que les permitan cambiar la vida de sus familias

La principal fuente de ingresos para la cooperativa está en la recolección de ostras en los manglares de la isla. No están cerca del pueblo. Hay que caminar bastante hasta llegar a ellos o emplear barcas para acceder a los lugares más remotos. En los últimos años, estas mujeres han recibido el apoyo de Enda Graf Sahel. Esta ONG local cuenta con el acompañamiento de Enraiza Derechos que es colaboradora del programa Santander Best Africa de la Fundación Santander. La española les ha formado en la replantación y conservación del manglar. Así han plantado nuevos árboles y cuidan del medioambiente. Saben que su supervivencia está ligada a la de su entorno.

También han aprendido nuevas técnicas para acceder a los moluscos. Ya no cortan las raíces de las plantas como hacían con anterioridad, ahora despegan las ostras con la ayuda de un cuchillo sin dañar el manglar. Las que no tienen guantes se envuelven las manos en trapos. Luego se internan en el agua durante la marea baja. A veces tienen que sumergirse hasta la cintura. Pero han entendido que esta es la única forma de mantener vivo el medioambiente. Igualmente, han aprendido nuevas maneras de transformación y conservación del producto. Todo empieza por cocer las ostras en un gran caldero. Luego se remueve la carne, se seca al sol y a continuación, tradicionalmente, se introducían en cestos y se transportaban de inmediato a los mercados dada la rápida caducidad de este producto. Pero ahora, con las nuevas técnicas, las envasan y así las pueden preservar más tiempo. Finalmente, se han abierto a la explotación de otros bivalvos como los berberechos. De hecho, uno de los siguientes pasos es poner en marcha un vivero de estos.

El aislamiento de la zona ha supuesto siempre un problema para la comercialización de los productos, incluso con las nuevas técnicas de conservación. “Muchas veces no podemos vender todas las ostras y estas terminan estropeándose. Intentamos llevarlas a Dakar y a otras ciudades grandes para venderlas allí, pero no siempre es posible”, afirma la presidenta. Por eso Enda Graf Sahel les ha proporcionado un frigorífico.

“Nuestra vida está cambiando. Tenemos medios que nos permiten superar las dificultades que encontramos cada día. Podemos decidir qué hacer con nuestro dinero y también estamos consiguiendo que nuestros hijos no se vean obligados a dejar su pueblo”, concluye Sarr.

Reserva natural de Tanbi

Los manglares del oeste y el suroeste de Banjul constituyen la reserva natural de Tanbi, en Gambia. Fue declarada como tal en 2012 gracias a la presión de TRY Oyster Women’s Association, una agrupación que reúne a más de 500 mariscadoras distribuidas en 15 comunidades. También, en aquel año, consiguieron la exclusiva de los derechos de explotación de la zona. Esta asociación también es colaboradora del programa Santander Best África.

Una mariscadora muestras las otras ya cocidas y secas listas para ser enviadas a los mercados.
Una mariscadora muestras las otras ya cocidas y secas listas para ser enviadas a los mercados.CHEMA CABALLERO

En el barrio de Old Jeshwang, a las afueras de Banjul, se encuentra una de esas comunidades. Rose Jatta es su presidenta. Comenta que desde que se unieron a TRY han mejorado su producción. Igual que sus colegas de Mar Farfaco han aprendido a no arrancar las raíces y han plantado más de 50.000 semillas de manglar gracias a un programa del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Ellas también son ahora las guardianas de estos bosques. Se han impuesto un periodo de recolección de las ostras que va de marzo a junio. El resto del año permiten que los moluscos se reproduzcan y crezcan, así han conseguido un producto de mayor calidad. En los meses de parón, invierten el dinero obtenido en los de recolección en otros negocios que les permiten mantener a sus familias. También, durante el tiempo de veda sacan beneficios de la venta de las conchas. Tienen la exclusiva de este negocio. Estas se utilizan para hacer hormigón para la construcción, entre otros muchos usos.

Poco a poco se han dado cuenta de que unidas son más fuertes y se han puesto de acuerdo en el importe de venta de su producto. Antes de estar asociadas, cada una ponía su propio precio, rebajándolo en muchas ocasiones para poder competir con sus compañeras. Ahora todas han fijado el mismo y así han pasado de 10 dalasis (0,18 euros) por una taza de ostras a 75 (1,39 euros). “Esto también permite que la gente se conciencie mejor sobre el duro trabajo de estas mujeres”, afirma Fatou Janha Mboob, trabajadora social y fundadora de TRY.

Las mariscadoras del delta del Sine-Saloum o las de la reserva natural de Tanbi experimentan los beneficios que el asociarse les confiere. “Juntas somos más fuertes y conseguimos más cosas”, afirma Mary Manga, la más veterana de las recolectoras de ostras de Old Jeshwang. “Todas ellas son mujeres fuertes que cuidan de sus hijos, pagan el colegio, los alimentan. Hacen mucho por sus familias. Ellas son las que llevan el dinero a casa. Muchas son madres solteras o abandonadas por sus maridos, pero ahora tienen los medios para subsistir sin necesidad de depender de nadie”, añade Mboob.

Fuente: El País/Chema Caballero.

Más allá del iPad: por qué la tinta electrónica se consolida como alternativa a las tabletas

Se recuperan los dispositivos que carecen de notificaciones para huir de la hiperconexión.

Magnus Wanberg inventó reMarkable, una tableta con tinta electrónica que ya ha vendido más de un millón de unidades.
Magnus Wanberg inventó reMarkable, una tableta con tinta electrónica que ya ha vendido más de un millón de unidades.

La tecnología deja de ser útil cuando es el usuario quien le rinde cuentas a ella y no al revés. Un estudio llevado a cabo por el portal de servicios Asurion, desveló que los estadounidenses consultan la pantalla del móvil en busca de notificaciones un promedio de 352 veces al día, o lo que es lo mismo, una vez cada 2 minutos y 43 segundos. Todo un despropósito en términos de productividad y un tiempo perdido de forma consistente e irremisible.

¿Por qué miramos con tanta frecuencia el móvil? Más allá de la lógica preocupación por atender una notificación que pueda ser importante, entra en juego lo que los expertos han denominado como FOMO (por las siglas en inglés de temor a perderse algo). Este síndrome responde a la inagotable sensación de perderse algo, al no estar atentos al móvil, aunque también a la necesidad de una dosis de dopamina al descubrir que una foto en Instagram sigue recibiendo me gustas.

El nuevo oasis: acabar con las notificaciones

Ante esta circunstancia, intentar leer relajadamente un libro resulta una misión muy ambiciosa, a no ser que se tenga una fuerza de voluntad inquebrantable. Y qué decir si la lectura de la novela es en una tableta o, peor todavía, en el propio teléfono. Alguno podrá pensar que poner el móvil en silencio o en modo no molestar le conseguirá aislar de las notificaciones y centrarse en otra actividad. Craso error: un grupo de investigadores de la universidad Penn State ha comprobado que anular las notificaciones solo empeora las cosas y se consulta todavía más la pantalla, por si acaso.

¿Qué hacer, entonces? La única solución, tan radical, como efectiva, consiste en eliminar la posibilidad de recibir las notificaciones. Vamos, que el dispositivo, por diseño, no disponga de alertas. Una aberración en una sociedad cada vez más dependiente de las notificaciones, que llegan incluso a las muñecas de sus usuarios a través de los relojes inteligentes.

El noruego Magnus Wanberg vivió en carne propia la tiranía de las notificaciones mientras cursaba sus estudios universitarios, hasta el punto de tomar la decisión de dejar el móvil y el portátil en casa y equiparse únicamente en la universidad con una libreta y un bolígrafo. Esa decisión, a la postre, le cambiaría la vida, puesto que fue la semilla que más tarde daría la vida a reMarkable, una tableta con tinta electrónica de la que se llevan vendidas más de un millón de unidades y va por su segunda versión.

Wanberg esquivó el acoso de las notificaciones volviendo a lo esencial: un bloc de notas y un bolígrafo, y básicamente esto es lo que hace una tableta con e-ink, aunque aplicando unas interesantes innovaciones tecnológicas que las convierten en una categoría en sí mismos:

Pantalla táctil monocolor y con tecnología E-ink

Este tipo de pantalla emula con gran fidelidad la experiencia del papel, hasta el punto que tanto el sonido como el tacto, al deslizar el lápiz sobre la pantalla, son casi idénticos. Por otro lado, la tecnología de la tinta electrónica permite un consumo ínfimo de la batería, con lo que su duración puede ser de varios días con una sola carga.

Los lectores de libros electrónicos son la mejor referencia de esta tecnología, y sus poseedores saben que, a diferencia de las pantallas de los móviles y tabletas, se puede leer bajo la luz directa del sol.

Unos dispositivos que no tienen notificaciones

Pero posiblemente el aspecto más destacado de esta nueva categoría de productos reside en la ausencia total de interrupciones derivadas de las notificaciones. Las tabletas con tinta electrónica únicamente sirven para hacer anotaciones y leer documentos o libros electrónicos; no hay ninguna ventana que nos interrumpa y, por descontado, carecen de redes sociales.

“Una notificación puede generar un amplio rango de emociones y de reacciones químicas relacionadas con la dopamina, serotonina, endorfinas y el cortisol. Sus efectos pueden incluir desde placer y excitación hasta estrés y ansiedad, e incluso pueden provocar adicción”, explica a EL PAÍS Ignacia Arruabarrena, profesora agregada del Departamento de Psicología Social de la Universidad del País Vasco.

“La atención repetida a las notificaciones puede llegar a generar un proceso de condicionamiento que motive una respuesta involuntaria, de forma que, aunque la persona esté en medio de algo realmente importante, se lleve la mano al móvil cuando sabe que ha recibido una notificación. Es muy difícil ignorar una notificación, sea visual o auditiva”, concluye.

Amazon entra de lleno en ese mercado

reMarkable lleva capitaneando, casi en solitario, el mercado de las tabletas e-ink y la segunda iteración de su producto ha eliminado por completo los inconvenientes iniciales del primer modelo. Este sensacional dispositivo ofrece una plataforma en la que el usuario, mediante gestos y una completa integración con otros dispositivos, puede gestionar sus anotaciones. El mérito de este fabricante reside en combinar la sencillez del producto (una tableta con un lápiz), con las posibilidades de una potente herramienta de trabajo.

El usuario cuenta con una paleta de múltiples herramientas para escribir o dibujar (bolígrafo, marcador, lápices…); puede cortar, pegar y mover los dibujos entre los diferentes cuadernos y cuenta varias plantillas sobre las que iniciar un nuevo proyecto. Así, se puede emplear como calendario, como agenda de tareas, o simplemente como bloc de notas con distintos diseños. Por último, la sincronización en la nube facilita que estas notas puedan ser compartidas con otros usuarios como PDF. reMarkable ha integrado a la perfección la función compartir de sus aplicaciones móviles, con lo que se puede adjuntar un cuaderno con prácticamente cualquier aplicación.

La startup noruega abrió la veda de los cuadernos de tinta electrónica, pero ha sido la reciente entrada de Amazon en este mercado la que lo ha consolidado. Los de Jeff Bezos ha irrumpido en el mismo con el versátil Kindle Scribe, un lector de libros electrónicos vitaminado con un lápiz y la capacidad de operar como bloc de notas. Resulta curiosa la aproximación al segmento de los norteamericanos, puesto que, partiendo de un mismo hardware, ofrecen al usuario un valor añadido a lo que realmente es su fuerte: la biblioteca de libros Kindle.

El Kindle Scribe juega sus bazas con habilidad: por un lado, es el lector de libros electrónicos de la casa de mayor tamaño (y como apuntamos, con acceso a la ingente biblioteca Kindle), pero por otro, incorpora una función bautizada como “Cuaderno”, que es donde araña con fuerza el mercado de reMarkable. La irrupción de Amazon en el segmento de los cuadernos electrónicos supone la confirmación de saber que hay vida más allá de las tabletas convencionales, si bien, queda un largo camino por recorrer en lo que respecta a la plataforma.

Así, reMarkable cuenta con un sistema operativo plagado de funciones y ya contrastado en el mercado, mientras que Amazon ofrece una plataforma, inicialmente, mucho menos completa. Aunque cabe esperar que el Scribe vaya incorporando funciones en sucesivas versiones hasta enfrentarse cara a cara con el dispositivo de los noruegos. Por otro lado, Scribe cuenta con un contundente as en la manga: una pantalla retroiluminada que hace posible su uso sin necesidad de luz exterior, algo de lo que carece reMarkable.

Las tabletas de tinta electrónica suponen un interesante regreso a lo básico y funcional, y una huida a la sobresaturación de estímulos provenientes de redes sociales y demás notificaciones en las que el usuario pierde el grueso del tiempo.

Fuente: José Mendiola Zuriarrain.

Guerra a las ollas sin tapa y al plástico de un solo uso: el desarrollo sostenible llega a la alta cocina

Los chefs de locales gastronómicos se proponen cumplir los objetivos fijados por Naciones Unidas cambiando sus técnicas de elaboración de platos

El chef Raül Balam Ruscalleda, durante la presentación de su menú acorde a los ODS, en la feria Mediterránea Gastrónoma de Valencia.
El chef Raül Balam Ruscalleda, durante la presentación de su menú acorde a los ODS, en la feria Mediterránea Gastrónoma de Valencia.MARCOS SORIA

Cuando el chef Raül Balam Ruscalleda hizo una presentación de sus platos y vio la cantidad de desperdicios que se amontonaba en un rincón, se preguntó: “¿Hace falta todo esto para 30 minutos de muestra?”. Ese fue el primer fusible que le saltó en la cabeza: reciclaje.

Lo pensó al mirar una torre de plásticos irrecuperables que iba a ir directa a la basura. Tanto desecho, reflexionó, no era lógico. No era bueno ni para el planeta ni para ellos. Ya lo sabía, pero nunca se lo había tomado tan en serio. En los fogones, el propietario del restaurante Moments cumplía con ciertos hábitos de sostenibilidad, pero dejaba otros, quizás menos llamativos que ese cubo atiborrado de restos, de lado. Uno, por ejemplo, era tirar las sobras que se producían por cortar las raciones en círculos. ¿Qué hicieron? Dejar de servir con ese formato y aprovechar todo el contenido. Puede parecer una tontería, pero dejó de haber comida sin aprovechar en la mesa. Segundo fusible: desperdicios.

La mayor parte de esa comida sin desechar debía proceder de la zona. “Ya buscábamos cada producto en la región, trabajando con los agricultores locales, pero había que volver atrás y pensar en cómo se conseguían los alimentos de forma más cercana, sin intermediarios y con un buen trato de la tierra y de los animales”, reflexionaba el cocinero durante la feria Mediterránea Gastrónoma, celebrada recientemente en Valencia. Tercer fusible: proximidad.

Foto de grupo durante la entrega de galardones a los mejores panaderos de España en la feria Mediterránea Gastrónoma, celebrada el pasado mes de noviembre en Valencia.
Foto de grupo durante la entrega de galardones a los mejores panaderos de España en la feria Mediterránea Gastrónoma, celebrada el pasado mes de noviembre en Valencia

Modificaron también el modo de guardar los alimentos: adiós a la bolsa de un solo uso, bienvenido el táper. Paulatinamente, vieron que esa montaña de la vergüenza mermaba. Y su satisfacción crecía. La preocupación llegó a ser tal que no solo escrutaron cada ángulo en su trabajo con respecto al impacto medioambiental, sino que concibieron un menú de 17 platos acordes a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), fijados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para 2030.

“Vivimos en un planeta instagrameable. Sacamos miles de fotos al día de cosas bonitas, pero en nuestra realidad no aparece el plástico que acumulamos”, incidía Balan Ruscalleda durante la convención. Allí exponía cómo se había inspirado en estos objetivos para ejecutar 17 ideas en su cocina. “No solo debíamos ajustarnos a los del hambre o el clima, sino que hay más puntos sobre innovación, igualdad o educación”, indicaba, mientras aprovechaba un caldo como ejemplo de “aguas sucias”. “Ahora en nuestro local el precio de la comida y los residuos son cero”. Cuarto —y último— fusible: enmarcar su labor dentro de un sistema global.

Visitantes de la feria Mediterránea Gastrónoma, celebrada en Valencia el pasado mes de noviembre, fotografían platos de una exhibición.
Visitantes de la feria Mediterránea Gastrónoma, celebrada en Valencia el pasado mes de noviembre, fotografían platos de una exhibición.MARCOS SORIA

El caso de Raül Balam Ruscalleda es solo uno de los que se están dando en las diferentes esferas culinarias del país. Este cocinero —hijo de Carme Ruscalleda, mujer con más estrellas Michelin del mundo (siete)— tuvo aquella revelación y se dirige al 2023 con la determinación de mejorar. “Aún se malgasta, y lo digo en presente, mucho”, reconoce el chef en conversación con EL PAÍS. Le acompaña Jésica Arancibia, su mano derecha, que asiente a otra de sus impresiones: “Los cocineros tenemos un altavoz y tenemos que utilizarlo, aunque cueste acostumbrarse”.

La alta cocina en concreto y la hostelería en general se han montado en el carro de la sostenibilidad

“Hemos cambiado nuestra manera de ser en el restaurante, pero a veces, al mirar lo que pasa fuera, tengo la sensación de que en lugar de en el futuro estamos en la Edad Media: la humanidad lo compra todo del otro lado del mundo, sin ningún motivo más que el comercial. O envuelve lo que sale del campo, las verduras y la fruta, en plástico”, se queja.

Activar el engranaje

Para ambos, el cuidado debe empezar por uno mismo, pero también desde arriba. “Los gobiernos tienen que ponerse las pilas”, coinciden. Habría que ser “más tajantes” con la industria, añade el chef, y no solo en el reciclaje, sino en las buenas prácticas laborales o de respeto ambiental. Con su papel, más o menos público, pretenden concienciar. “Abrir la mente”, en sus palabras. “Tenemos que darnos cuenta de que el mar y el campo son nuestra mayor despensa. Y nos la estamos cargando”, aduce. Desde nuestro pequeño universo, agrega el cocinero, el interrogante que debemos plantear es muy parecido al que le provocó el chispazo definitivo: “¿Qué podemos hacer para evitarlo?”.

Una cuestión que ya ronda por la mente de muchos colegas del gremio. La alta cocina en concreto y la hostelería en general se han subido al carro de la sostenibilidad. Hay grados, claro. Y un recorrido largo por transitar. Pero el mensaje ya va inoculándose: si queremos alcanzar las metas propuestas para 2030, hay que cambiar. No valen los discursos oficiales, las protestas multitudinarias o las cumbres internacionales. De cada uno depende frenar el calentamiento global, que ha abierto sus fauces en forma de catástrofes climáticas, extinción de especies o migraciones masivas.

“Todo influye. No tiene sentido que pidamos a otros y nosotros no cuidemos lo básico”, resume José Manuel Miguel, del restaurante Beat, en Calpe (Alicante). “Parece una tontería, pero hoy ya se ven varios cubos en estos establecimientos. Y se van buscando métodos más eficientes y sanos. Al final, es volver a la alimentación de la abuela, a la dieta que tenemos cerca, a un ritmo de vida más acorde a los naturales”, cavila. Su local, especializado en comida mediterránea y francesa, pertenece a un hotel, donde también ve cambios: “Se va notando que lo que era una molestia, ahora es una virtud. Y es necesaria”, sentencia.

José Manuel Miguel está convencido de que el engranaje se ha activado. “Veo mucha más preocupación”, advierte. Otro de sus compañeros del sector, Carlos Julián, mantiene su razonamiento: “Empieza a haber muchas revisiones. Y se le da importancia a los productos de cercanía, pero habría que saber valorarlos más”, apunta. Julián acepta el progreso, pero también es crítico: “Para mí la sostenibilidad sí que es un deber y lo llevo como un abecé en el tema del malgasto o de la reducción de emisiones”.

No puede quedarse solo en un escenario. Los cocineros tenemos un granito que aportar. Y somos los que debemos dar información. Así, poco a poco, el cliente lo asumirá y lo exigirá

Carlos Julián, propietario del restaurante Ampar en Valencia

Más que una disyuntiva teórica, lo que Julián cree es que el respeto al entorno ha de partir desde el propio negocio, desde la posición de ciertas figuras gastronómicas, y hacerlo una realidad: “No puede quedarse solo en un escenario. Los cocineros tenemos un granito que aportar. Y somos los que debemos dar información. Así, poco a poco, el cliente lo asumirá y lo exigirá”. Julián sabe de lucha y de exigencia: ha alterado la gastronomía de un hotel valenciano con el restaurante Ampar, que ya figura en las grandes ligas, y lo ha conseguido después de pasar por circunstancias personales complicadas: se metió en este mundo tras una lesión de rodilla que le anuló su futuro como atleta profesional.

El runrún se ha extendido por el oficio. En Hostelería de España, la organización que agrupa al grueso de bares, restaurantes, cafeterías y pubs del país, existe una campaña “por el clima”. En ella ayudan a adecuar los negocios a la coyuntura actual. Sus pistas: modernizar equipos para un ahorro energético, tapar las ollas (lo que disminuye, afirman, un 25% de energía), evitar los artículos de un solo uso o reducir el agua en limpieza y descarga de aseos, entre otras.

Somos, literal y figuradamente, del planeta, lo que debería desechar la apreciada noción de que nuestra especie está separada de algún modo de la naturaleza

Jeremy Rifkin, sociólogo y activista

La sostenibilidad en el sector “está en auge”, sostiene Jénifer Galdón. “Y es una tendencia social”, añade desde el stand de Ecohosteleros, una plataforma que proporciona información y recursos a más de 25.000 locales. “Estamos intentando frenar el impacto y cada vez hay más empresarios que se preocupan”, intercede su compañero Adriá Fornós. Las iniciativas se multiplican en las confederaciones, en los reclamos al ciudadano o en los peldaños que nutren al comercio.

“Algo ha cambiado, pero poco, porque dependemos de las grandes corporaciones”, suspira Carlos Lozano, agricultor de la localidad valenciana de Alginet. “Se pone atención al origen, pero este sector está envejecido y sigue utilizando químicos y abonos”, lamenta, “aunque los jóvenes están más alerta”. Son ellos, precisamente, los que han coreado mantras como que no hay planeta B, que el tiempo se acaba, que la Tierra es más valiosa que el dinero, porque sin ella, sencillamente, no hay vida, etc. Mientras, en la hostelería están tomando la comanda y algunos fusibles ya han saltado.

Fuente: El País/Alberto G.Palomo.

Galería de las Colecciones Reales: un pequeño Hermitage en Madrid

El museo, que se inauguró el jueves 28, es el proyecto más destacado en España en décadas y marcará un paseo obligado para locales y visitantes: no existe en la capital otra propuesta que establezca un diálogo entre obras de grandes maestros y otros objetos dispares

Todo aquel que haya visitado el Hermitage en San Petersburgo recordará una sensación inédita en los museos madrileños, por otra parte sobresalientes: sus espacios no solo albergan cuadros o esculturas. El factor diferencial del Hermitage es la variedad de sus colecciones, que incluso hace años permitía reflexionar sobre una cuestión hoy en boga: cómo establecer museográficamente el diálogo entre objetos en apariencia dispares y hasta “menores” respecto a la producción de los grandes maestros; objetos de uso o que fueron de uso —carrozas, cristales, porcelanas, platería…—; los que al final constituyen el corazón de las colecciones reales europeas. Sobre todo, qué puede aportar ese diálogo a la hora de revisar nuestras categorías estancas, cómo puede transformar las historias que van contando las piezas variopintas, una al lado de otra, durante el recorrido.

La conversación entre la carroza, el huevo de Fabergé o el cuadro de un maestro clásico que asombra a los visitantes en el Hermitage es lo que se echaba de menos en esta ciudad; cierta mezcla de objetos fascinantes y heterogéneos que juntos, y sobre todo museados —pues una pieza se percibe de forma muy diferente en un palacio o en un museo—, construyen narraciones sorprendentes a los ojos del visitante.

Esa conversación tiene ya su lugar desde este jueves en Madrid, en un edificio al lado del Palacio Real al que se accede por una entrada discreta que no permite sospechar la contundencia del espacio interior: más de 40.000 metros cuadrados, distribuidos en siete pisos. El recién inaugurado edificio de la Galería de las Colecciones Reales, diseñado por Tuñón y Mansilla —muerto el último prematuramente sin ver la obra acabada—, tras ganar un concurso internacional, es el contenedor para el proyecto ideado desde Patrimonio Nacional, cuya filosofía primera es tratar de acercar dicho patrimonio a los ciudadanos; permitir que lo hagan suyo porque es suyo. De hecho, a pesar de haber sido los objetos atesorados, generación tras generación, por los monarcas españoles —muchos, coleccionistas sagaces—, se trata de unas colecciones públicas. Es la diferencia notable frente a las de la monarquía británica —también parlamentaria—, propiedad de la familia real. Todos recordamos la reciente noticia de los 32.000 cisnes, herencia personal del rey Carlos de Inglaterra a la muerte de su madre, la reina Isabel.

Aunque se debería tal vez empezar por el principio de este proyecto de Estado, en sus orígenes ligado al Gobierno de Azaña. Si el concurso internacional fue convocado en 2002, la obra se terminaba en 2015 tras algunos retrasos, en parte debido al descubrimiento de unas ruinas arqueológicas, un buen trecho de la muralla árabe de Madrid, que los arquitectos ganadores —los citados Tuñón y Mansilla— decidieron incorporar al proyecto y que es hoy visitable, uno de los puntos de mayor atractivo en el paseo. Otros acontecimientos fueron retrasando la apertura, que se produce por fin ahora, dos décadas después de la convocatoria del concurso.

El edificio, una pieza arquitectónica cuyo interior merecería la pena visitar incluso sin piezas expuestas, tiene un toque elegante, con algo a la vez eficaz, dúctil y en este caso majestuoso, por las piezas de gran tamaño que tiene que albergar. En momentos del recorrido, organizado a través de rampas para ir moviéndose por las salas enterradas a la manera de la ampliación del Louvre, se abren ventanales donde los jardines del Campo del Moro parecen entrar en el edificio, habitarlo. No está mal como metáfora, ya que Patrimonio Nacional no solo aglutina y tiene bajo su tutela palacios y conventos excepcionales —desde El Escorial o Aranjuez y La Granja a las Descalzas, Las Huelgas o Yuste—, sino un ingente patrimonio relacionado con la protección del medio natural y de enorme importancia para la institución.

Pero, ¿Qué pasa con la arquitectura desde fuera y desde abajo, cuando vamos caminando por Madrid Río entre Matadero y la Ermita de la Virgen del Puerto? Confieso que también me perturbaba al principio: ¿Qué hace ese edificio rompiendo la visión del Palacio Real a la cual estamos acostumbrados? Y confieso también que me costó acertar a ver el bloque como el muro de contención que estaba en la mente de los arquitectos, si bien ahora, después de paseos y miradas, me he reconciliado con la propuesta, igual que al cabo de los años no concebiríamos el Met o el Prado sin sus ampliaciones o esa pirámide del Louvre que durante un larguísimo tiempo nadie entendía qué hacía allí. Sea como fuere, este tema, en boca de muchos, nos coloca frente a una cuestión nada sencilla: la pertinencia de la intervención —y hasta dónde— en los edificios históricos. Pese a todo, la arquitectura ha ido sufriendo inevitables transformaciones a lo largo de la historia —un buen ejemplo son las propias catedrales— y, en cualquier caso, mejor una intervención contemporánea medida y no el ejercicio de historicismo en la catedral de la Almudena, que contamina radicalmente el entorno del Palacio Real.

(añadido al contenido del artículo: WEB DEL SITIO: https://www.patrimonionacional.es/actualidad/galeria-de-las-colecciones-reales)

¿Qué encontraremos dentro del contenedor durante la visita? Convendría aclarar, en primer lugar, que no se trata de un museo, sino de una galería, la Galería de las Colecciones Reales, explica la directora, Leticia Ruiz, antes conservadora de Museo del Prado. Dicho de otro modo, la labor de la institución es servir de escaparate —de galería— para un patrimonio de más de 170.000 piezas, repartidas entre los citados museos y conventos, unidos a otros “activos” menos conocidos para buena parte de la población, si bien custodios de fondos inigualables desde el punto de vista histórico y documental. Me refiero al archivo y la biblioteca de Palacio, donde se guardan tesoros bibliográficos y fotográficos que van asomando de manera tímida, aquí y allá, en el recorrido de la Galería, entre otros el Códice Trujillo del Perú, un manuscrito con dibujos en acuarela y plumilla de finales del XVIII, procedente de la Real Biblioteca.

La Galería hace alarde de un discurso abierto y, a pesar de que la mayor parte de las obras conformarán su exposición permanente, más de un 30% de las 650 piezas mostradas rotarán entre la galería y su lugar de origen. Nada de qué preocuparse: no se trata de vaciar de contenido palacios y conventos, al contrario. Algunas de las piezas exhibidas son “préstamos temporales” y en ningún caso se ha despojado a los lugares de origen de la totalidad de tesoros más preciados. Se trata de propiciar el diálogo entre piezas, que se revalorizarán, ya que en el contexto de un palacio o un convento tantas obras pasan desapercibas a los ojos menos entrenados (e incluso a los muy entrenados). Contemplar las obras en la galería de Madrid animará al visitante neófito a visitar los lugares de origen, a tratar de conocerlos mejor.

Así, dos de los cuadros más emblemáticos —un patinir de El Escorial y un caravaggio del Palacio Real— subrayan su potencia en este montaje, igual que la poderosa escultura en madera de Luisa Roldán —bastante desapercibida hasta ahora— o las columnas de Churriguera, que abren el recorrido de la colección, y que antes se encontraban junto a la puerta de Incógnita en el Palacio Real. O la Virgen de Lavinia Fontana, artista a la cual dedicó una muestra en el Prado Leticia Ruiz, también en El Escorial. La inauguración de la Galería ha sido, además, una estupenda ocasión para restaurar tantas de esas piezas donde se evidencia la riqueza y variedad de la propia colección: pinturas, esculturas, tapices, muebles, carrozas, libros, abanicos, bronces, porcelanas, bordados, fotografías, relojes; objetos unidos a las industrias del lujo —La Real Fábrica de Tapices de Madrid; la de Cristales de La Granja; la de Porcelana en el Buen Retiro en Madrid, con laboratorio de piedras duras y mosaico; la de Tejidos de Seda en Talavera de la Reina y Valencia; la de Relojes o la de Platería de Martínez, en Madrid— que revelan un potente entramado comercial a partir del XVIII y que podrían inaugurar un camino inexplorado para la recuperación de la alta artesanía hoy, a partir de talleres o actividades formativas.

Es apasionante presenciar el diálogo entre las piezas coleccionadas al cabo de los siglos por las dos dinastías —Borbones y Austrias—, en un recorrido cronológico con un montaje inteligente que flexibiliza el trayecto y potencia relatos cruzados donde se rompe lo temporal y se anima lo temático. Es emocionante ver entretejidos los pequeños universos que crean los objetos en cada uno de los reales sitios; ver la conversación que se establece entre los tapices inspirados en El Bosco sobre cartones de Pieter Brueghel El Viejo de mediados del XVI; la cómoda de Mattia Gasparini, José Canops y Antonio Vendetti; la pericia miniaturista de Juan de Flandes en un políptico que la reina Isabel la Católica se llevaba con ella allí donde fuera; un enfriador de la Dinastía Qing del XVIII y coleccionado por Isabel Farnesio, protagonista de otro ámbito explorado en el recorrido: mujeres mecenas y coleccionistas y patronatos reales femeninos, los espacios donde monjas y patronas desarrollaban su mecenazgo artístico.

La visita despertará, seguro, una enorme curiosidad y entusiasmo ante la calidad y variedad de los tesoros y, de hecho, solo decae en el siglo XX, por diversas cuestiones que nos ayudan a reflexionar sobre nuestra historia reciente. Queda la pregunta incómoda que algunos se hacen: ¿era necesario llevar a cabo un proyecto tan costoso en tiempo y en recursos? ¿No hubiera sido mejor emplear los fondos en otros museos ya en marcha y necesitados de apoyo? Comprendo lo lícito de la duda, no obstante, tras 20 años de haber puesto en marcha un proyecto parece una pregunta meramente retórica: hubiera sido peor dejarlo inacabado. Lo único que podemos pedir, pues, ahora a la Galería de las Colecciones es que nos ofrezca una propuesta atractiva y seria, que ponga en valor las colecciones, y eso, al menos en mi opinión, lo han conseguido. Será un paseo obligado para locales y visitantes. Una primera visita entre muchas, presiento, porque la propuesta es riquísima y merecerá la pena volver.

FUENTE: DIARIO EL PAÍS / ESTRELLA DE DIEGO.

Tras siglos estudiándolo, nadie sabe qué es ni para qué sirve este objeto: el misterio de los dodecaedros ‘romanos’

Unos 120 diseños metálicos, de origen impreciso, desconciertan y fascinan a arqueólogos desde 1739: las explicaciones que dan hablan más de nosotros mismos que de las propias piezas

Un investigador francés sostiene en sus manos un dodecaedro romano hallado en Metz, al este de Francia, en diciembre de 2020.
Un investigador francés sostiene en sus manos un dodecaedro romano hallado en Metz, al este de Francia, en diciembre de 2020.JEAN-CHRISTOPHE VERHAEGEN (AFP VIA GETTY IMAGES)

Es una pequeña pieza de bronce, no más grande que una bola de billar. Un poliedro de 12 caras que, en cada vértice, luce un pequeño remate redondo, como una esfera. En cada uno de sus planos hay tallado un agujero, y cada uno de estos agujeros resulta de distinto tamaño. Suena misterioso, y lo es. De los llamados dodecaedros romanos, de hecho, ni siquiera se sabe si tienen su origen en Roma. Ninguna referencia escrita alude a ellos, lo cual dificulta muchísimo interpretar qué lugar ocuparon en la sociedad cuando estos fueron aleados.

Los dodecaedros se encontraron por primera vez a principios del siglo XVIII y se presentaron al mundo en 1739. Como confirma el arqueólogo Néstor F. Marqués, hasta la fecha habrán aparecido unos 120. “Esos, más los que habrá en alguna colección privada y de los que no tengamos noticias. Este no es un objeto común, pero tampoco raro”, sostiene el también director de Antigua Roma al Día, un proyecto de divulgación en redes. Tras estudiar las decenas de teorías que se han escrito sobre el dodecaedro durante 300 años, el historiador alberga alguna certeza: no eran elementos meramente decorativos, por la precisión con que se habían fundido. “¿Y para qué los agujeros de diferentes tamaños, entonces?”, agrega el autor. Más otra revelación importante: el significado que se ha dado a estas figuras a lo largo de la historia habla más de nosotros que de ellas.

“Al principio, se creyó que podrían ser armas o algún objeto bélico de otra suerte, como parte de un estandarte. A finales del siglo XIX e inicios del XX se pensaba, por ejemplo, que los agujeros podrían medir la trayectoria de un proyectil. Pero esto refleja, más que nada, los intereses de los historiadores en aquel momento. La arqueología militar era abundante y todo lo encontrado se orientaba hacia allí”, reflexiona Marqués. Huelga contar cómo andaba Europa cuando se formularon aquellas teorías. De hecho, la mayoría de estas piezas han aparecido en las actuales Francia, Alemania o Gran Bretaña. Yendo más allá: Galia, Germania y Britania. Por todo ello, hay quienes creen que el dodecaedro romano era en realidad celta. Ninguno de estos objetos ha aparecido en Italia, ni al norte de África, ni en la península Ibérica, algunos de los territorios clave de la Roma antigua.

Dodecaedro 'romano' hallado en una zona que actualmente pertenece a Holanda.
Dodecaedro ‘romano’ hallado en una zona que actualmente pertenece a Holanda.ALAMY STOCK PHOTO

¿Serán objetos mágicos, entonces? Probablemente. “En el simbolismo pitagórico y de Platón, los poliedros tienen mucho significado. El tetraedro simboliza el fuego y el octaedro, el aire. El icosaedro, una figura de 20 lados, representa el agua. El hexaedro es la tierra. En este sentido, el dodecaedro podría aludir al todo, lo que los engloba; al universo. Esta teoría es interesante, pero es difícil demostrarla. En estos objetos no hay ninguna marca que se refiera al cosmos o la medición de las estrellas”, arguye Marqués. Aunque aún hoy aparecen algunos de estos objetos, el misterio nunca se desvanece. A finales de los ochenta, en Alemania apareció un dodecaedro que formaba parte del ajuar en la tumba de una mujer. ¿Un amuleto? Quizá. Junto a él había restos de cera. “¿Valían para sujetar velas, entonces? Parece improbable”, sentencia el experto. “También se ha planteado que fueran instrumentos de medida, pero hay dodecaedros de tamaños muy dispares. Al tiempo, la diferencia en la talla de los agujeros no parece seguir ningún patrón”, prosigue Marqués.

Llegados a este punto, aparece la llamada arqueología experimental: aventureros que se han lanzado a crear dodecaedros romanos gracias a impresoras en tres dimensiones. La era de las redes sociales hizo el resto. Algunos vídeos de YouTube, que acumulan más de 250.000 visitas, muestran que estos podrían emplearse para tejer. Los pequeños pivotes en los vértices ayudarían a tensar el hilo y los agujeros valdrían para crear formas con el punto, como los dedos de un guante. “Ya hay quienes han descartado esto, pero se ha abierto una puerta interesante: la de lo puramente doméstico. Quizá valdría para jugar, aunque no se parezcan mucho a un dado”, apunta Marqués.

Según cuenta este investigador, se han llegado a elaborar teorías muy descabelladas sobre ellos, como que ni siquiera pertenecieran al tiempo y el espacio donde fueron encontrados: “Rebatir teorías siempre ayuda a forjar un espíritu crítico. Lo fundamental es que sigamos estudiando la historia, revisar cómo nos la han contado hasta ahora y con qué intereses. Y que sigamos encontrando piezas nuevas, siempre en un contexto científico”. Esta reivindicación choca con la deriva del llamado expolio arqueológico. Esto es, que cualquier individuo armado con un detector de metales pueda acabar cavando la tierra y extrayendo un dodecaedro al azar, sin ningún tipo de procedimiento que permita fecharlo y ubicarlo con precisión. De nuevo, ese fenómeno guarda mucha relación la fiebre de las redes sociales, y llega de parte de quienes buscan por su cuenta crear contenido a lo loco.

Más objetos misteriosos

Los dodecaedros romanos no son los únicos objetos cuyo sentido permanece en el aire. Pedro Huertas, experto en arqueología militar romana y guía de museo, menciona los betilos, una suerte de ídolos prehistóricos con una forma alargada: “Hay quienes los atribuyeron a ritos sexuales sagrados, pero muchas teorías van por caminos distintos”. Su enigma favorito es el mecanismo de Anticitera, descubierto en Grecia hace un siglo. Este artefacto de varias piezas, de algún modo, recuerda al volante con el que se abriría la escotilla de un barco; también al mecanismo que encontraríamos en el interior de un reloj. Curiosamente, fue justo la arqueología experimental la que descubrió, hace un año, cuál era su cometido: predecir eclipses.

Por su parte, Marqués recuerda las termas de Caracalla, en la misma ciudad de Roma. Allí, el misterio lo ocupó un sillar con agujeros que resultó servir para colocar las fichas de un juego. A los romanos les gustaba echar alguna partida para entretenerse durante el baño. La incógnita aún sobrevuela, en cambio, cuatro huecos pequeños en el mostrador de una caupona (posada) de Pompeya. ¿Se utilizarían para guardar el cambio? O las spintriae, una suerte de monedas en las que se habían acuñado dibujos eróticos: “Hoy sabemos que están más relacionadas con los espectáculos que con la prostitución. Al principio se pensó que eran fichas con las que pagar en los lupanares”. Decíamos, estas interpretaciones nunca hablan tanto de los objetos estudiados como de nosotros mismos.

Fuente: El País/Francisco Pastor.