Archivo por meses: junio 2022

Qué ha hecho Alfonso X el Sabio por nosotros

El 800 aniversario del nacimiento del célebre rey de Castilla y León saca brillo a su gran legado cultural, en el que sobresale la expansión del español gracias a la traducción de tratados del árabe y el latín

Imagen del rey Alfonso X el Sabio dialogando con unos médicos árabes, perteneciente al libro 'La medicina en al-Andalus'.
Imagen del rey Alfonso X el Sabio dialogando con unos médicos árabes, perteneciente al libro ‘La medicina en al-Andalus’.

“¿Qué han hecho los romanos por nosotros?”, se preguntaban los rebeldes de Judea en uno de los gags más famosos de los Monty Python en La vida de Brian. Una pregunta retórica y repleta de humor porque el yugo romano les había traído, también, muchos avances de la civilización. Este martes se cumplen 800 años desde que nació en Toledo el que sería rey Alfonso X, titulado “El Sabio” hasta hoy. Exposiciones, publicaciones, conferencias y actos de diversa índole festejan su reinado, así que es el momento de evaluar su legado y preguntar qué hizo por nosotros. “Ha habido un tópico entre algunos historiadores sobre que Alfonso X fue un mal gobernante porque se centró en los aspectos culturales, y eso no es cierto”, dice Inés Fernández-Ordóñez, catedrática de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid y comisaria de la exposición que en la Biblioteca Nacional de España muestra los códices alfonsíes que atesora esta institución.

¿De dónde le vino ese interés por la cultura? Alfonso sucedió a su padre, Fernando III el Santo, unificador de Castilla y León, “señalado por sus hechos bélicos”, explica por correo electrónico María Jesús Viguera Molins, de la Real Academia de la Historia. “Ha habido varios ejemplos en la historia en que a un rey guerreado le sigue un rey sabio”. Su infancia “la pasó lejos de la corte, al cuidado de un noble en tierras gallegas, donde recibió una sólida formación”, escribió en la biografía del rey que puede leerse en la web de la Academia de la Historia Julio Valdeón, fallecido en 2009. Lo que no quiere decir que no desarrollara campañas militares de la Reconquista. Este historiador apunta la toma de Cádiz, en 1262, y parte de lo que hoy es Huelva. A caballo de estas campañas destacó por su “impulso al proceso repoblador en el valle del Guadalquivir”. Fernández-Ordóñez añade que cuando el monarca llegó al poder, con 30 años, en 1252, poseía un importante bagaje en misiones diplomáticas y bélicas encargadas por su padre. “Tenía contactos con sabios árabes, expertos en derecho de otros países, con otras cortes…”.

Ha habido un tópico sobre que Alfonso X fue un mal gobernante porque se centró en los aspectos culturales, y eso no es cierto

Inés Fernández-Ordóñez

Esta experta en los textos producidos bajo el reinado alfonsí coincide con Viguera en que la cultura fue el campo de sus magnos logros. “De ella hizo el núcleo de su acción política porque quería transformar la sociedad y convencer a sus súbditos de la necesidad de hacerlo. Fue un pionero en pensar que la implantación de determinadas ideas puede preceder a cambios sociales”, añade Fernández-Ordóñez, miembro de la Real Academia Española (RAE), para quien fue también “un visionario en la divulgación de la cultura y en la transmisión del conocimiento. Todo ello ayudó a generalizar la escritura del castellano estándar, sobre todo en el ámbito jurídico, con la incorporación de palabras del latín”.

Estatua de Alfonso X el Sabio en la escalinata de la Biblioteca Nacional, obra de José Alcoverro.
Estatua de Alfonso X el Sabio en la escalinata de la Biblioteca Nacional, obra de José Alcoverro. KIKE PARA

En ese campo del Derecho, “encargó obras teóricas que desembocarán en la monarquía absolutista, como el código de las Siete partidas”, llamado así porque estaba dividido en siete partes. “Las Partidas funcionaron como fuente de derecho en España hasta el Código Civil del siglo XIX [1889] porque legislaba sobre cuestiones muy concretas. Monarcas posteriores decían que cuando no hubiera legislación sobre algo, se recurriera a ellas”. Viguera agrega que con este texto “se ampliaron contenidos jurídicos a gentes de otras religiones y culturas”. Mientras que Lola Pons, filóloga e investigadora de la Lengua, en una columna en este periódico hace dos semanas, destacaba que fue “la primera disposición legal que igualaba a todos los súbditos de sus territorios”. Hoy, en el Capitolio estadounidense, su efigie está entre los personajes elegidos por su relevancia en la historia legislativa del país.

Sin embargo, Alfonso X encontró muchos problemas para poder aplicar las Partidas en su propio reinado porque a los nobles no les hacía gracia su deseo de centralizar la ley y se rebelaron. Tuvo que ser su bisnieto, Alfonso XI, quien en 1348 proclamó: “Damos por ley el libro de las Partidas que hizo mi bisabuelo”, apunta Fernández-Ordóñez, que precisa que fue este Alfonso el primero de quien se tiene constancia que calificó a su antecesor de “sabio”.

“También fue un narcisista patológico, al que le encantaba que le retratasen. Muy ambicioso, quiso hacer algunas reformas demasiado deprisa”. Chocó con la nobleza por las Partidas y por su política fiscal, con nuevos impuestos. “Y con la Iglesia por su deseo de nombrar él los obispos y no aceptar la autoridad del Papa. Se proclamaba representante de Dios en la Tierra”. Por ello, Gregorio X le negó su apoyo en su aspiración a ser rey de romanos, el emperador, como logró Carlos I en 1530. No obstante, Alfonso X logró “un muy amplio renombre internacional por las alianzas que trazó con sus pretensiones imperiales”, agrega Viguera.

Detalle de las 'Cantigas' de Alfonso X el Sabio, con una capitular, uno de los recursos que introdujo en los libros de su época.
Detalle de las ‘Cantigas’ de Alfonso X el Sabio, con una capitular, uno de los recursos que introdujo en los libros de su época

En el mismo año de ese fracaso, 1275, muere su hijo Fernando, llamado a sucederle. Los últimos años del rey de Castilla y León hasta su muerte, en 1284 en Sevilla, son dramáticos por la hostilidad de quien finalmente sería su sucesor, su hijo Sancho IV, que tenía prisa por el trono y al que llegó a desheredar. “Además, tenía una enfermedad, quizás un tumor, que le deformó la cara y provocó dolores horribles, lo que repercutía en su carácter, más irascible”, explica Fernández-Ordóñez.

Para argumentar la conveniencia de esas reformas que tantos obstáculos encontraron “encargó obras de carácter histórico”, como la Primera Crónica General de España, que se escribió entre 1270 y 1283. Aquí el nombre de España “es una identificación territorial, la península Ibérica. Ese texto supone un molde identitario y narrativo que va a perdurar hasta el siglo XIX y, en parte, hasta hoy, porque se organiza en torno a los sucesivos pobladores de la Península”. Asimismo, Viguera subraya que este relato es un ejemplo de su interés por incluir a las otras culturas que había en su territorio, árabe y musulmana, cuando dijo que era una historia “tan bien de moros como de cristianos, et aún de judíos”.

En esa línea, se asocia a su reinado la escuela de traductores de Toledo, “que no fue tal y como conocemos hoy ese término, sino una práctica que venía desde finales del siglo XI, con Alfonso VI, cuando se sustituyeron los ritos eclesiásticos de la época visigoda y se adoptaron los de Roma por la reforma cluniacense, lo que motivo que llegasen numerosos religiosos, sobre todo de Francia”, explica Fernández-Ordóñez. “Ya se traducían tratados árabes al romance y de ahí al latín, la gran aportación alfonsí es que la versión en romance, que antes se desechaba, se va a convertir con él en la versión final”. Lola Pons resalta que de los textos científicos alfonsíes se añadieron al castellano palabras como: ángulo, crepúsculo, diámetro, esfera, polo o planeta. Viguera, investigadora de la historia de al-Ándalus, subraya “la integración y transmisión de elementos de otras culturas” y que el rey “mantuvo el uso de algunas construcciones andalusíes, como la mezquita de Córdoba”, así como el “arte mudéjar, lo que es otra muestra de su visión práctica”.

Página sobre el ajedrez en el 'Libro de los juegos' de Alfonso X el Sabio.
Página sobre el ajedrez en el ‘Libro de los juegos’ de Alfonso X el Sabio. PATRIMONIO NACIONAL

Para el escritor y viñetista de EL PAÍS José María Pérez, Peridis, que ha novelado en una trilogía parte de la Edad Media española, Alfonso “supo aprovechar un momento de síntesis, de oportunidad, se conocían varios idiomas y se benefició de esa confluencia de los dos mundos, sin querer acabar con la parte oriental”. Para Peridis, el lado oscuro de Alfonso es el episodio del apresamiento y ejecución de su hermano Don Fadrique, que ordenó probablemente por la participación de este en una conjura contra el rey.

Pasión astronómica

Era la misma persona que manifestó gran pasión astronómica. Para un fin nada científico, como era “saber qué decisiones tomar en función del movimiento de los astros, aplicó un método científico, como fue ordenar a dos astrónomos judíos de Toledo que los observaran al menos nueve años”, señala Fernández-Ordóñez. De ahí surgió el tratado Las tablas alfonsíes, “que fueron válidas hasta la época de Copérnico”. En su honor, hay un cráter de la Luna al que se llamó Alphonsus y un pequeño asteroide bautizado como Alphonsina.

El rey también miraba al cielo para manifestar su devoción por la Virgen, un culto en boga entonces en Europa, por el que desembocamos en su obra literaria más afamada, las Cantigas. Son más de 400 poemas en galaico-portugués, con varias ediciones, desde 1266, que cuentan milagros de la Virgen y en los que, en esa manía narcisista, él se convierte en trovador que canta a la madre de Dios. Para Fernández-Ordóñez es también importante el Libro de juegos, ricamente ilustrado, en el que hay una parte dedicada al ajedrez y otra a los dados.

En todas estas obras que mandó “facer” él se ponía como autor, “non porquel escriva con sus manos”, como decía un texto de su época, sino “porque compone las razones del”. Finalmente, incluyo en los volúmenes toda un despliegue visual y tipográfico hasta entonces desconocido en la Península. En línea con Europa, son volúmenes “con prólogo, capítulos numerados y con títulos y otros recursos para hacerlos más atractivos visualmente”, concluye esta experta. Un insaciable curiosidad por el conocimiento descrita en una crónica de aquel tiempo: un rey “escodriñador de sciencias, requeridor de doctrinas e de enseñamientos”.

Fuente : El País / Manuel Morales .

300 armas de la Orden de Santiago, un templo y una traición al rey

Los expertos hallan en Montiel, Ciudad Real, un depósito con numeroso armamento del siglo XIV y el lugar donde fue asesinado Pedro I el Cruel

Vista aérea del castillo de la Estrella, en Montiel (Ciudad Real).
Vista aérea del castillo de la Estrella, en Montiel (Ciudad Real).UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA

La historia es conocida, pero faltaban los detalles. La llamada Guerra de los Cien años —un conflicto entre los reinos de Inglaterra y Francia que abarcó de 1337 a 1453― se trasladó a la Península en forma de un enfrentamiento bélico entre dos hermanastros, Enrique de Trastámara y Pedro I el Cruel, ambos hijos de Alfonso XI, rey de Castilla. Los dos vástagos batallaron con sus huestes a los pies del castillo de La Estrella, en Montiel (Ciudad Real). Pedro se había atrincherado en la fortaleza, pero fue engañado para salir de ella y asesinado por su hermano gracias a que el condestable francés Beltrán du Guesclin le agarró por la espalda, momento que aprovechó el Trastámara para asestarle una puñalada mortal. “Ni pongo ni quito rey, pero ayudo a mi señor”, se dice que se justificó el francés ante el magnicidio. Con todos estos elementos, el pasado 31 de octubre finalizaron los trabajos de investigación del proyecto Arqueología de la batalla y asedio de Montiel (III): Excavación, prospección y estudio poliorcético en el castillo de La Estrella. Es un “hallazgo excepcional”, sostienen sus redactores, los arqueólogos Jesús Molero GarcíaDavid Gallego Valle y Cristina Peña Ruiz, cuando se refieren a las 300 piezas de metal correspondientes a armas encontradas en una estancia de la fortaleza, propiedad de los monjes guerreros de la Orden de Santiago, además de la estructura de un templo, la localización exacta de los lugares de la batalla fratricida y hasta el campamento al que el rey Pedro fue conducido mediante engaño para su asesinato.

Los trabajos arqueológicos en el yacimiento se iniciaron en 2012 y el proyecto de investigación de este año está financiado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, el Ayuntamiento de Montiel, la fundación Castillo de la Estrella y la Universidad de Castilla-La Mancha, y tenía un doble fin: la localización de los restos arqueológicos de la batalla, acaecida en 1369, y la excavación del castillo donde se refugió Pedro I. En su interior, los arqueólogos han exhumado en esta última campaña algo fuera de lo común. Se trata de un espacio, posiblemente una herrería o un almacén, donde se ha descubierto un conjunto de elementos metálicos fechados en su mayoría en el siglo XIV.

Fragmentos de coraza o brigantina de un guerrero del siglo XIV encontrada en el castillo de Montiel.
Fragmentos de coraza o brigantina de un guerrero del siglo XIV encontrada en el castillo de Montiel. UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA

Hasta el momento se han inventariado más de 300 piezas de hierro, plomo, bronce, sobredorados y latón que corresponden a espadas, cuchillos, abrojos de hierro, puntas de lanza, fragmentos de cotas de mallas, brigantinas, una placa perforada para ensayos de tiro de ballesta, arreos de caballerías, pinjantes, hebillas, aros, alfileres, dedales, pulseras, una contera nazarí y un sello de bronce dorado con una leyenda alusiva a la jurisdicción sobre el antiguo término de Mentesa Oretana y que debía colgar de algún documento medieval hoy perdido. Todo el material se trasladará en breve al Museo Provincial de Ciudad Real para su catalogación.

Igualmente, se ha hallado la estructura de un templo de la Orden de Santiago construido en la segunda mitad del siglo XIII para dar servicio a “freires caballeros, sergents y el personal auxiliar”, según los textos de la época. Se construyó con planta rectangular de 30 metros de longitud y 8 de ancho, fue levantado en mampostería y sillería con cubiertas de bóveda de ladrillo y contaba con una sacristía en la torre. Estaba precedido de un pórtico tripartito del que se conserva tanto el acceso columnado de la entrada como un enlosado que antecede a un amplio banco corrido.

Piezas de bronce con motivos heráldicos halladas en Montiel.
Piezas de bronce con motivos heráldicos halladas en Montiel.UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA

Los arqueólogos han conseguido también acotar por primera vez los dos grandes escenarios de la batalla y rescatar numeroso armamento empleado, como puntas de flecha, defensas o herrajes de los caballos. “El primer encontronazo, sorpresivo y efímero entre la vanguardia del ejército enriqueño y unos observadores avanzados del bando de Pedro I, se produjo en la vaguada del río Jabalón, aunque el campo de batalla propiamente dicho estuvo en las inmediaciones de la actual Montiel. Posteriormente, Enrique II ubicó su real o campamento para el asedio muy cerca de la fortaleza de La Estrella. Fue allí donde asesinó a su hermanastro”, indica Jesús Molero García, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Impacto de flechas de ballesta en una plancha metálica hallada en el castillo de La Estrella.
Impacto de flechas de ballesta en una plancha metálica hallada en el castillo de La Estrella.UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA

En la lucha intervinieron ejércitos de Navarra, Aragón, Portugal y Granada, además de caballeros de las órdenes de Santiago y Calatrava y fuerzas inglesas, francesas y mercenarios italianos que tomaban parte por uno u otro bando.

David Gallego, codirector de las excavaciones, asegura que la investigación ha permitido “delimitar este primer encuentro bélico entre ambos contendientes en un espacio en el entorno del vado del río”. Y añade: “El registro de la prospección de las parcelas ha documentado cuatro tipos de elementos relacionados con el hecho de armas. Así se han recuperado flechas o virotes (flechas de ballesta) de hierro, además de una hoja de espada, pero también herraduras y clavos de herraje de la Edad Media”. En el lugar, también se ha hallado una moneda del reinado de Alfonso X, una plaquita de bronce dorado con remaches que contiene la representación de un león que mira a la izquierda, de los siglos XIII o XIV, además de campanillas, alfileres o clavos claramente relacionados con los bagajes y la indumentaria de los ejércitos.

Iglesia de Santiago exhumada en el interior del castillo de Montiel.
Iglesia de Santiago exhumada en el interior del castillo de Montiel. UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA

Para el enfrentamiento decisivo con su hermano, Pedro I reunió sus tropas en el paraje Llano de la Fuente, al oeste de la actual población, y que entonces era un lugar de pequeños terrenos agrícolas y casas de labor. De esa batalla, los arqueólogos han encontrado virotes de hierro de las tropas de El Cruel y armas blancas, como cuchillos o espadas cortas, dagas, hebillas, piezas de bronce heráldicas de Castilla y León, de la Orden de Calatrava y flores de lis.

Punta de lanza hallada en el castillo de Montiel.
Punta de lanza hallada en el castillo de Montiel. UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA

Pedro I perdió la batalla y se refugió en el castillo. Su hermanastro cerró entonces todas las vías de escape con cuerpos de guardia y levantó un campamento próximo, que también ha sido detectado. Para localizarlo, los expertos tuvieron en cuenta que debía tener el control visual de la fortaleza y de la villa de Montiel, por lo que por orografía solo podía estar al sudeste o al sudoeste del castillo. También debía disponer de puntos para la aguada, como fuentes o cauces. Al prospectar una loma que reunía estas condiciones, se hallaron más armas blancas, una pieza de cota de placas, una brigantina y otros materiales arqueológicos. Fue allí precisamente donde se le dio muerte a Pedro I a traición, quizás con un arma muy parecida a alguna de las encontradas en el interior del castillo.

Fuente : El País / Vicente G. Olaya .

¿Cómo era la vida antes de internet? El catálogo de las 100 cosas que hemos perdido

La periodista de ‘The New York Times’ Pamela Paul publica un libro con un centenar de sensaciones, objetos y momentos que han desaparecido con la tecnología

Pamela Paul, periodista y autora de "100 cosas que hemos perdido con internet".
Pamela Paul, periodista y autora de «100 cosas que hemos perdido con internet». RODRIGO CID

“Estaba en un barco en Isla Catalina, en California, con mis hijos”, explica la periodista Pamela Paul. “Entonces miré el teléfono y la catedral de Notre Dame estaba en llamas. Escribí a mis amigos que viven en París: ‘Dios mío es horrible’. Entonces recibí un e-mail de un productor de Hollywood que estaba enfadado conmigo. Y pensé: pero si estoy en un barco, ¿por qué estoy pendiente del productor y del incendio?”.

Paul, estadounidense de 50 años y redactora jefa de la sección de libros de The New York Times, acaba de publicar un ensayo para tratar de entender por qué no “vivía el momento” y otras 99 cosas que hemos perdido con internet, de momento solo disponible en inglés. El libro habla de sensaciones perdidas como “estar atento” a las cosas, sentimientos como el “aburrimiento” o incluso virtudes como la “paciencia”, pero también hay muchos objetos como la “enciclopedia”, el “teléfono en la cocina”, el “bloc con tarjetas de visita” o las “tarjetas de cumpleaños”.

El libro no está escrito para lamentarse por un mundo que ha desaparecido. “Soy nostálgica, sentimental y pesimista, pero también soy consciente de que algunas de estas novedades son buenas”, explica. “¿Qué hubiéramos hecho durante el confinamiento sin internet? Nos salvó la vida”, dice Paul por videoconferencia a EL PAÍS.

Paul aspira a obligarnos a detener el ritmo para que nos preguntemos cómo hemos llegado aquí. “A veces odio mi dependencia de la tecnología y otras veces no me molesto en cuestionarla porque me aporta algo que necesito”, dice. Pero en seguida llegan las dudas: “Entonces cuelgo una foto en Instagram y a mucha gente le gusta y me siento muy bien. Pero me detengo un minuto y pienso: ¿no es también triste? ¿Qué me hacía sentir bien de ese modo antes? Eso es información: ¿de dónde la sacaba antes, vivía sin ella, venía de otro lugar, cómo he cambiado para recibir ese tipo de información, la necesito ahora?”, se pregunta. “No hemos parado para decir, un momento, cómo hemos llegado aquí. ¿Qué solíamos hacer antes de todo esto? Lo hemos olvidado”.

Paul no tiene contratada ninguna plataforma de televisión por internet, sino un servicio llamado dvd.com. El servicio le permite tener siempre 4 DVD en casa: cuando devuelve uno le mandan otro de una lista de películas que ella ha ido elaborando. Por tanto, siempre es algo que quiere ver, pero nunca tiene más de cuatro opciones. “Prefiero estrechar la selección y no emplear todo ese tiempo haciendo scroll. Cuando voy a un hotel o a casa de mis suegros, no quiero ver nada. Todo tiene el mismo valor”, dice. Es ese tipo de decisiones conscientes las que pide que valoren sus lectores.

También pretende que entendamos que la tecnología no es natural ni inevitable. Y que puede habernos quitado o limitado cosas que estaban bien. “Hemos internalizado el mensaje de la industria, que si no adoptamos o usamos esa tecnología el problema eres tú, no el producto. Y que eres un ludita y que niegas el progreso”, cuenta Paul, que insiste en que las grandes tecnológicas son primero un negocio: “¿Quizá es algo que se creó para hacer un mundo mejor? No. Tenemos esa ingenuidad de que la tecnología está ahí para servirnos. Absolutamente no. Está aquí para vendernos cosas”.

Su hija acaba de irse a la universidad y su marido ha decidido enviarle cartas a mano. La joven está enfadada porque le obliga a ir a correos. Pero en la familia no quieren perder esa habilidad. Uno de los 100 capítulos del libro es precisamente Cartas a mano. Al trabajar con libros, Paul recuerda que al no escribir cartas no solo perdemos los fajos que conservamos en cajas de zapatos de cuando escribíamos hace años, sino los libros epistolares y los archivos de escritores o investigadores: “En el Times reseñamos al menos 10 libros de cartas al año. Llegas a ver una imagen distinta de alguien a través de sus cartas y eso está todo perdido. ¿Cómo será el futuro? ¿Darán la contraseña de su cuenta de Gmail?”

Paul confía en que los menores de 30 sean más “escépticos en su consumo futuro” y “digan que no necesitan algo o que no merece la pena a ese coste”.

Uno de los capítulos se titula Desinhibición y Paul teme su desaparición entre los jóvenes: “Tengo mucha compasión por esta generación por muchos motivos”, dice. Reflexiona sobre cómo hubiera sido su adolescencia si hubiera tenido el temor constante de que cualquier error, patinazo o indiscreción hubiera sido recordada por internet para siempre. “Cuando yo era adolescente era muy insegura, si hubiera hecho algo increíblemente estúpido y me hubiera convertido en meme hubiera sido aterrador”, dice. “Vivir con ese conocimiento de que todo lo que puedas hacer, tonto, embarazoso, estúpido, arriesgado, peligroso para tu reputación puede ser 100 veces mayor de lo que nunca imaginaste y perpetuarse es espantoso”, añade. Este temor puede llegar a modificar su comportamiento cotidiano: “La gente dice que son menos arriesgados, más seguros, pues claro que lo son, imagina la amenaza de que pase algo así”.

Quizá por ese temor, Paul ve cierta “evidencia” de que mucha gente quiere algo distinto: “Un anhelo o deseo por una vida más simple, preinternet, incluso entre adolescentes. Porque es agotador”.

En el libro hay capítulos más o menos previsibles, pero ver los 100 juntos con explicaciones que rondan entre una y tres páginas es impactante. Sobre las vacaciones, por ejemplo, cuenta Paul: “Cuando ibas de vacaciones hace 20 años, al volver tenías algunas cartas en el buzón, unos mensajes en el contestador, en el trabajo había algo en la mesa, y eso era todo. Ahora es como tener a hordas esperando en la puerta, has visto ese mensaje, qué reacción tienes a esa foto, tienes 36 notificaciones, montones de gente que quiere conectar contigo en LinkedIn, Snapchat, Instagram. Es incansable”, explica.

En lugar de leer el periódico el sábado por la mañana, ahora nos ponemos a consultar una red social donde miles de desconocidos o medio conocidos te gritan sus pensamientos. Paul cree que nuestros cuerpos no se han adaptado a las reacciones que nos pide el mundo de hoy: “Hay una especie de retraso, nuestros cuerpos y mentes no han atrapado este nuevo metabolismo”, dice.

Por ejemplo, cuando te enteras de que alguien no muy cercano ha fallecido. Pero luego te olvidas: “Muchas veces me doy cuenta de que me olvidé por completo de que había muerto el tío de tal persona porque pasó hace seis horas y entretanto han pasado otras 30 cosas. Es un latigazo constante de atención emocional. Es agotador. Tenemos tantas reacciones emocionales porque hay tanto a lo que reaccionar que es difícil recuperarte al final del día”, dice.

Pero, ¿y como era antes? Está claro que era más tranquilo, pero ¿mejor? ¿Quién recuerda la sensación de no llevar móvil en el bolsillo?

Hoy por ejemplo es muy difícil “perderse”, que es como se titula uno de los capítulos del libro. Pero es mejor no perderse nunca, parece decir la lógica. ¿Y aún hay alguien que pueda defender algún recuerdo magnífico por haberse perdido en otra ciudad? Ya no escuchamos, cuenta Paul, las indicaciones de alguien que sepa cómo ir a un sitio o de la gente que conoce una ciudad. “¿Recuerdas esa sensación de reunirte con los amigos y que alguien dijera “No, Sarah y Jeremy están fuera”? Estaban fuera de los planes, no debías preocuparte por ellos, estaban fuera. Ahora ya nadie está fuera. Sigues escuchando de todo sobre Sarah y Jeremy. Habrá notificaciones, nos escribirán, nadie está nunca fuera”.

Ahora, dice Paul, “llegar tarde está bien”. Ya no es descortés porque te da algo más de tiempo para estar a solas con tu móvil. Las cosas nuevas se entrecruzan y es complicado valorar la pérdida. Desde esperar a que saliera un disco o una película nueva o a que llegara la hora de la serie o del telediario (¡la paciencia!), al contacto visual, llegar tarde al teléfono y no saber quién era o a pasarse notas de papel en el cole.

El libro es un alud de nostalgia reflexiva con la intención de catalogar un mundo cotidiano que ya no existe y que no volverá. La esperanza de Paul es que seamos conscientes y recuperemos cachitos que aportaban algo. No es fácil: quien quiera viajar sin móvil debe casi renunciar a sacar fotos, llevar mapa, mensajes de urgencia (¿quién sabe números de memoria?) o billetes de avión digitales.

Pero en realidad, ¿es posible realmente eso de dejar el móvil sin desconectar? “Incluso cuando apagas el móvil, sabes que están llegando cosas y sabes que tendrás que afrontarlas cuando vuelvas a conectarte. Nunca eres completamente libre de esa idea para poder decir que estás por ahí solo en el mundo”, cuenta Paul.

Y, para concluir, otra reflexión: “En internet nada se cierra nunca del todo”. Como los ex, que antes desaparecían de nuestras vidas y ahora siguen presentes por culpa de las redes sociales. El último capítulo del libro habla precisamente del cierre o conclusión, que con internet nunca es definitivo. El pasado siempre acompaña.

Fuente : El País / Jordi Pérez Colomé .

Internet: la última trinchera para preservar la herencia cultural de una pequeña comunidad inuit

La Kitikmeot Heritage Society inició hace 15 años un proyecto para conservar en plataformas digitales nombres de lugares, objetos o canciones de los inuinnait. El siguiente paso es devolverlos al mundo real

Trisha Ogina accede a imágenes históricas durante un taller de construcción de iglús
Trisha Ogina accede a imágenes históricas durante un taller de construcción de iglús KITIKMEOT HERITAGE SOCIETY

“Anoche teníamos un internet maravilloso. Hoy tenemos un internet terrible”, maldice Darren Keith en una videollamada a la que ha acabado conectándose por vía telefónica desde el Ártico canadiense, después de probar tres plataformas distintas. Las palabras del investigador de Kitikmeot Heritage Society siguen siendo a duras penas comprensibles. El vendaval desatado la zona de Cambridge Bay a la hora de la entrevista es la estocada definitiva para unas comunicaciones que en condiciones ideales ya son un desafío. “Me alegra que estés viendo esto. Es un buen ejemplo de los obstáculos a los que nos enfrentamos haciendo desarrollos digitales allá arriba”, señala desde Montreal y sin interferencias Brendan Griebel, responsable de colecciones y archivos de la misma entidad.

La asociación Kitikmeok Heritage Society trabaja desde hace 15 años en la construcción de un banco de conocimiento digital que aloje y preserve la herencia cultural de los inuinnait, una comunidad inuit formada por unas 3.200 personas que habitan en las zonas de Cambridge Bay, Ulukhaktok, Kugluktuk y Ghoa Haven. A través de distintas plataformas han ido inmortalizando objetos, prácticas tradicionales, canciones, historias de sus ancestros e incluso el modo en que se pronuncian los nombres de los lugares que habitaron.

Comunidades inuinnait en el Ártico canadiense

La comunidad inuinnait fue uno de los últimos colectivos en adaptarse las formas de vida occidental. Y ha tenido menos de un siglo para hacerlo. Entre los primeros contactos, que comenzaron en 1910 y la actualidad han cambiado unos hábitos basados en la sincronía con el medio natural y las migraciones estacionales por la vida en la ciudad. Han cambiado sus dietas, sus posesiones materiales, sus preferencias de caza, sus prácticas religiosas y hasta el modo en que consumen información.

En el estilo de vida que los inuinnait han dejado atrás todo está entrelazado. En su dialecto, el inuinnaqtun, hay palabras como hiuraliaqpaluktuq, que expresa el sonido que hace la grava al rodar con las olas y da idea de la unión entre esta comunidad y la tierra que habitaba. De acuerdo con los últimos datos disponibles, de 2016, esta lengua es, con 1.310 hablantes, el segundo mayor dialecto inuit después del inuktitut, hablado por 39.475 personas.

Darren Keith (izquierda) entrevista a Luke Novoligak (derecha) en Kiluhiqtuq
Darren Keith (izquierda) entrevista a Luke Novoligak (derecha) en Kiluhiqtuq KITIKMEOT HERITAGE SOCIETY

En sus topónimos se esconden las experiencias de sus antepasados en aquellos lugares. “Muchos de estos conocimientos corresponden a gente que tiene entre 75 y 80 años. Ellos son los últimos que vivieron en la tierra y conservan esta profunda comprensión de ella. Por eso creamos estos programas, para capturar todo lo que podamos y también para transferirlo a las generaciones más jóvenes”, subraya Griebel. Sus herramientas tradicionales cuentan la historia de formas de vida que están al borde del olvido, y en muchos casos se encuentran a miles de kilómetros de los parajes en que fueron fabricadas, en las colecciones de instituciones como el Museo Nacional de Dinamarca.

Repatriar digitalmente este patrimonio y preservar sus lazos con los conocimientos y las costumbres de los inuinnait es el objetivo principal del proyecto que empezó Kitikmeot Heritage Society en 2005. Desde el principio supieron que un gestor de bases de datos comercial no estaba a la altura de sus propósitos: pretendían integrar y entrelazar en una sola plataforma información geográfica, vídeos, fotos y grabaciones de sonido, entre otros. Con la ayuda de la Universidad de Carleton en Ottawa desarrollaron Nunaliit, un sistema de código abierto que les ha permitido almacenar, por ejemplo, una colección de fotos de la construcción de un iglú o las grabaciones del modo en que los más mayores o lingüistas expertos pronuncian determinadas palabras en inuinnaqtun.

Bessie Omilgoetok investiga una centenaria parka inuinnait en el Museo Nacional de Dinamarca
Bessie Omilgoetok investiga una centenaria parka inuinnait en el Museo Nacional de Dinamarca KITIKMEOT HERITAGE SOCIETY

El primer recurso desarrollado en el marco de este proyecto fue el Atlas Kitikmeot de Nombres de Lugares, publicado en 2006. “Antes de eso estuvimos algunos años mapeando sitios y haciendo entrevistas”, comenta Keith. En este mapa parlante se recogen los topónimos empleados por los inuinnait para 1.300 puntos cercanos a Cambridge Bay. Basta sobrevolar con el ratón los distintos nodos para escuchar las voces de los más mayores de la comunidad pronunciando cada nombre. En el nodo que identifica la zona de Tikiraaryuk, el anciano Frank Analok nos explica en vídeo que allí se construían iglús y se cazaban focas. En la bahía de Kangiqhuk podemos asomarnos a una foto panorámica de las aguas heladas que bañan las rocas. “Esto ha sido tremendamente beneficioso para nuestra gente”, asegura Emily Angulalik, directora ejecutiva de Kitikmeot Heritage Society.

El Atlas de la Quinta Thule es una ventana a la sociedad inuinnait tal y como la conoció el explorador danés Knud Rasmussen en los años veinte del siglo pasado. Además de geolocalizar la ruta que siguió la expedición hace exactamente un siglo, la plataforma muestra toda la información que Rasmussen recabó sobre cada zona: páginas, fotos de las personas con las que se encontró, canciones populares, mapas históricos, objetos… En el registro de un mazo para la grasa de ballena que ahora forma parte de la colección del Museo Nacional de Dinamarca, los ancianos Bessie Omilgoetok y Joseph Tikhak comparten sus recuerdos sobre cómo se usaba la herramienta. “Era muy importante para los inuits, sin ella se habrían muerto de hambre”, explica Tikhak.

Netsit, el poeta y narrador. Fotografía tomada en la Expedición de la Quinta Thule
Netsit, el poeta y narrador. Fotografía tomada en la Expedición de la Quinta Thule

El Banco de Conocimiento Inuinnait, que aún está en proceso de construcción, ha puesto especial foco en las herramientas y piezas de vestimenta. La plataforma cuenta con más de 8.000 registros acumulados a través de acuerdos con museos de todo el mundo y completados con traducciones al inuinnaqtun, entrevistas con artesanos o fotografías del proceso de fabricación de un determinado objeto. La aspiración de la Kitikmeot Heritage Society es que sea la propia comunidad inuinnait la que se encargue de completar este banco con sus propios conocimientos. Por eso la plataforma permite a cualquier insertar texto y grabar directamente audio o vídeo. “Nunca podremos repatriar físicamente esos objetos, pero digitalmente tenemos la oportunidad de dar acceso a ellos a la gente de cuyos ancestros fueron recopilados”, razona Keith.

Un pequeño internet local

Todos los registros creados por el equipo de Kitikmeot Heritage Society y sus contribuyentes están alojados en un servidor local ubicado en el centro cultural May Hagonkak en Cambridge Bay. “Somos muy cautos en cuanto al modo en que almacenamos nuestra información”, admite Griebel. Esas reservas se responden a la necesidad de asegurar que, aunque estén disponibles en internet, los conocimientos almacenados en las plataformas siguen estando bajo el control de la comunidad inunnait. Por eso aspiran a establecer una red de servidores locales que permita acceder a los contenidos desde distintos asentamientos y están planeando un sistema de licencias que determine quién puede acceder a qué contenidos y cuáles son los usos admisibles.

¿Por qué tanta cautela? Porque así de valioso es el saber que están preservando. “Los nombres tradicionales de los lugares guardan información sobre el medio en que están. En el pasado ha habido casos de compañías mineras utilizando estos datos”, comenta Griebel. Otra experiencia que acrecienta el celo con que se protegen los datos recopilados en este proyecto es la del documental Of the North, que reutilizó fuera de contexto más de 500 horas de grabaciones compartidas en YouTube por usuarios inuits para esbozar un retrato muy poco halagüeño del Ártico. “Por eso estamos desarrollando las licencias, para que la comunidad sea consciente de que tiene elección en cuanto al modo en que se distribuye su información o lo que la gente puede hacer con ella”. Además, una ventaja colateral de que los contenidos estén alojados en ese pequeño internet local es que cabe esperar que la futura red de servidores permita un acceso más ágil y estable a los recursos que almacenan.

Esta trinchera digital del conocimiento inuinnait es, sin embargo, una prioridad transitoria. El siguiente paso es devolver el patrimonio almacenado en la red al mundo real: recuperar las técnicas de los antepasados, volver a cantar sus canciones, conocer las tierras que habitaron. “Siento que todas estas cosas digitales son una pieza de transición. No son importantes. Son una herramienta que nos permite recuperar las cosas de los museos en un formato más permanente que un trozo de papel o un casete”, asegura Griebel.

Annie Atighioyak y su sobrina nieta, Sarah Evalik, preparan un pescado en el río Perry
Annie Atighioyak y su sobrina nieta, Sarah Evalik, preparan un pescado en el río Perry KITIKMEOT HERITAGE SOCIETY

El investigador imagina las plataformas desarrolladas como una caja de herramientas que la comunidad pueda utilizar cuando esté en la tierra o llevando a cabo actividades culturales. “Ahora hay mucho interés en la cultura tradicional. Esto es algo que incluso hace una generación se vivía con vergüenza. Se les enseñó que su cultura y su lenguaje eran algo malo”. Al renovado interés por estos temas se suma el hecho de que las generaciones jóvenes están más familiarizadas con este tipo de plataformas.

En este contexto, quedan pendientes tareas como la adaptación de los recursos creados en estos quince años a los medios de consumo actuales. “Nadie tiene ordenador y todo el mundo tiene un móvil. Por eso estos proyectos tienen que vivir en versiones adaptadas. Es algo que no anticipamos hace 15 años”, precisa Griebel. Pese a la urgencia, avances como este no solo dependen de que la tecnología exista. También exigen la disponibilidad de unos recursos económicos que ya están bastante ajustados.

La cruzada para guardar la herencia inunnait en internet es solo uno de los frentes abiertos de Kitikmeot Heritage Society, que también organiza programas de inmersión lingüística, talleres de artesanía y expediciones arqueológicas, entre otros. “Somos una pequeña asociación cultural. El consejo que nos lidera está formado por 12 ancianos inuits que no saben usar ordenadores, así que esta idea de la cultura metida dentro de una máquina no está exactamente entre sus prioridades. La cultura está en nuestra tierra y en el modo en que nos relacionamos con ella”.

Fuente : El País / Montse Hidalgo Pérez .